“Todos ellos [los teóricos del totalitarismo], indistintamente, han explicado que había que prohibir los ruidos subversivos porque anuncian exigencias de autonomía cultural, reivindicaciones de diferencias o de marginalidad: la preocupación por el mantenimiento del tonalismo, la primacía de la melodía, la desconfianza con respecto a los lenguajes, los códigos, los instrumentos nuevos, los rechazos de lo anormal aparecen en todos estos regímenes, traducción explícita de la importancia política de la represión cultural y del control del ruido. En eso, la música se expresa como no inocente. Para Zdanov, por ejemplo, en un discurso de 1948 nunca desaprobado realmente, la música, instrumento de presión política, debe ser tranquila, apaciguadora, sosegada: ‘Estamos ante una lucha agudísima —escribía—, aunque velada en su superficie, entre dos tendencias. Una de ellas representa en la música soviética una base sana, progresista, basada en el reconocimiento del enorme papel representado por la herencia clásica, y en particular por las tradiciones de la escuela musical rusa, en la asociación de un contenido ideológico elevado, de la verdad realista, de los vínculos orgánicos profundos con el pueblo. La segunda tendencia expresa un formalismo ajeno al arte soviético, el rechazo de la herencia clásica so capa de un falso esfuerzo en dirección de la novedad, el rechazo del carácter popular de la música, la negativa a servir al pueblo, todo ello en beneficio de las emociones estrechamente individuales de un pequeño grupo de estetas escogidos. Los compositores soviéticos tienen dos tareas de la máxima responsabilidad. La principal es desarrollar y perfeccionar la música soviética. La segunda consiste en defender la música soviética contra la intrusión de los elementos de la decadencia burguesa.’”
Discurso de Andrei Zhdanov, principal censor del estalinismo, citado por Jacques Attali.
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