Publicado originalmente en el e-mag SUGAR TIME el 2011
Unos patas se juntan en Lima, Perú. Dos chilenos y un peruano. Se supone que se juntan a hacer música, a jugar a ella o vivir en ella como ella espontánea, física, vibrante. Supongo yo que secretos deseos los reúnen, deseos que quizá no los unen y simplemente los posicionan geográficamente juntos, y la música finalmente conjura la unión. Ve a saber tú…secretos siempre hay detrás de la música, aquella que podemos reproducir, siempre se ata a historias paralelas a la historia oficial, a órdenes contradictorios, vulgaridades y relatos fantásticos. Basta recordar que Robert Johnson viajó a crossroads y ahí trató con el Diablo; y después de él le siguieron decenas de almas entregadas. Estos patas, entonces, de seguro vienen por su propio viaje, individual como tratar con el Diablo debe ser, y se cruzan en una particular realidad musical. Y VAYA QUÉ EXTRAÑO PEDAZO DE MÚSICA.
Ayudado porque este disco que reproduce este viaje está grabado en vivo, o emulando muy bien la experiencia de unos tipos tocando, me imagino la historia que antecede al ritual. Lo que tenemos acá es psicodelia, es su ámbito tribal, comunitario, pero también agresivo en tanto convoca energías que poseen o se desenvuelven dentro y hacia afuera de los individuos. Imaginemos serpientes aladas, sacrificios y puñales. Psicodelia que recuerda la consigna del cosmos, que es finalmente la trascendencia material. Entonces me imagino que patas así las han visto como yo, deseando volverse otra cosa quizá, espontáneamente, por efecto de una ley natural indescifrable pero ella, con toda seguridad sobre lo físico, destruye el paradigma del cuerpo.
Supongo con la psicodelia todo significa un out-there, un desplazamiento hacia lo desconocido pero no conociéndolo o reconociéndolo, sino experimentándolo al borde de la locura y la comprensión. Una buena deriva que después de un tiempo parece estabilizarse, aunque siempre atenta al afecto, tan consciente del propio cuerpo. Es esa posición, el agazapamiento ante la propia condición, lo que la hace tan salvaje.
Entonces me imagino patas enajenados en la música, como lobos al acecho de profundas sombras que cruzan el bosque, disolviéndose también y cruzándose en el fenómeno música, que es esa ley natural indescifrable que maravillosamente se ha depositado en las manos ignorantes del hombre. Patas en otra, un puro flujo de información vital, inaccesible. Ese es el viaje para quien lo escucha: siempre advertir en secreto la trascendencia, como el rumor del verano porvenir. La mejor literatura concluye eso: somos testigos de una transformación. La virtud de la psicodelia es tocarla – jam out -, ahí está su secreto. La reproducción solo alimenta la sed de ser, de trascender. No hay otra razón por la cual yo intente dar historia a este disco, sin conocer biografías sobre él. Aparte del placer natural de escuchar, la historia que pueda escribir trata de descubrir las herramientas de unos patas para volverse otra cosa, y trata también de imaginar que ese viaje le pertenece a todos en un momento u otro, donde uno se realiza y ve las cosas no como son, sino como son para uno. Donde el mundo se le regala.
¿Y quiénes son los hombres que ahora asemejan bestias erizadas habitando cuerpos humanos? ¿Quiénes son los que, por voluntad de la reproducción musical, ahora habitan mi oído como animales de un bestiario metafísico? FRACTAL (Alias de Wilder Gonzales Agreda, el prolífico peruano) y ACID CALL (chilenos ¿Santiaguinos? Como yours truly). Me atrevo a suponer que ambas partes han consensuado la tribalidad, la metronomía y los pulsos indígenas. Esto en la sección rítmica, a cargo de unas maracas y el ocasional arpegio o acorde mono-tono. Wilder, supongo, a cargo del oscilador, se encarga de revestir la atmosfera de una cualidad sintética, poco orgánica pero fantástica, con sonidos modulados y frecuencias extravagantes. Mientras Acid Call, como bien acostumbra la tradición psicodélica de mi país salvo excepciones, se ancla del blues, también en lo tribal (incluso algunas derivas dark cumbia) para avanzar sobre el viaje, soportando la improvisación sobre estilos musicales distinguibles que hacen de este disco una fiesta de géneros muy diversos sincronizados en un gran sonido total. La producción es escueta, pero clara. Los temas, podría asegurar, son improvisados, y los motivos van calzando en el placer y perturbando por ciertas faltas de acierto y comunicación, sobre todo en el OPUS primero: Verano Infinito, de más de 28 minutos de duración. Pero aún así, cuando el tema aprieta y afloja como una sinusoidal, lo maravilloso es el recorrido cromático y paisajístico por el cual toda la impro recorre, como obstinada en su respeto o éxtasis hacia el ritual musical, logrando momentos de comunicación muy profunda que se traducen en un secreto ánimo de fiesta y celebración que imperceptiblemente se cuela en nuestro cuerpo para vibrar en nuestros músculos cuando los audífonos cubren las orejas y emancipan el aullido de la capital.
Y mientras mi cuerpo sacude ritmos difícilmente rechazables, puedo imaginar a estos animales en el Oeste del continente sudamericano, bañándose en las tibias mareas de la tremenda Lima, cuna, como todas las capitales de este cono, de diferencias inmensas y sentimientos tanto más grandes. Los imagino entrecerrando los ojos previniéndose del chicotazo de la arena y la sal, y veo sus visiones de luz translúcida fragmentada por los cristales de agua que los párpados atrapan, y puedo comprender que el ocio es un momento sublime de comunión con Todo, donde la existencia se agasaja de su presencia en lo natural, para luego disolverse en el castillo de cristal de la música psicodélica, trascendental y cósmica.
Lo triste de estas palabras…El disco es recorrido por voces y aullidos, las precarias letras son claramente improvisadas sobre su sonido, relegando a segundo plano el contenido retórico. Esa cualidad primaria desvía el trance hacia sentimientos luminosos y lúdicos, diferente, digamos, de un trance de The Doors, o Ash Ra Tempel con Timothy Leary. Eso, claro, entristece mis reflexiones. La música destruye el trance y aparece como el rumor de la vida cotidiana. Pero eso es simplemente porque uno, como reseñista y para ayudarlo en su trabajo se articula directamente desde lo que los músicos otorgan como voz-instrumento: es un diálogo directo de lenguaje e historia. Estos patas vociferan motivos blues en la vena Spacemen 3, bien distorsionados bien drogados, pensamientos e imágenes hedónicas de entonaciones Hipsters. Guiños de otras cosas. Eso, curiosamente, no me distrae de la música, ni me la escinde en dos categorías una acústica y otra retórica; ambas conviven, y la operación que ejecuto es volver hacia atrás, hacia estos patas, cuando todavía no han trascendido, cuando su música, que sugiere tan Otra Cosa, tan un espacio de verdades vedadas, no es una forma perfecta sino una representación de un momento en si vedado; unos patas difusos y lejanos, cuya luz (y esto es lo maravilloso) me llega desde una distancia sideral. Empiezo a pensar que la trascendencia, su búsqueda, es realmente una patología. Y empiezo a pensar que es mejor tocar, porque cuando uno toca está haciendo, y la música que luego venga a subrayar eso con su dibujo de rumor se encontrará de cara con la abstracción y frente al espejo. Tocando música porque ella soy yo, y no un producto mío: celebrándome a mí mismo.
¿Acaso no es así el Blues? I mean mientras más reducida la metáfora más se subraya el individuo. El cantante de blues parece ser un puro ser sufriente, sensible a todas las situaciones de la vida, y su manera de reflejarlo es repitiendo una y otra vez pequeñas viñetas de un dolor (el incansable trabajo en los campos, por ejemplo) hasta difuminar peligrosamente la línea entre la afectación profunda y la indiferencia. El bluesman parece no recordar cuanto tiempo lleva feeling blue, y así el blues se vuelve condición ontológica. PAF, su efecto es maravilloso. Estos bluesman la viven, y lo que escuchamos de sus grabaciones son malabares, un manual de sobrevivencia. Bueno, estos pata electro-bluesmen, estos terry rileys arrojados al amazonas la hacen parecida. Vacilan entre afectadísimos aullidos a indiferentes repeticiones de abyecciones o simplemente postales indescifrables, distanciándose de su sonido instrumental de patrones profundos. No son Morrison de poesía dandee, son patas como tú y como yo haciendo uso del lenguaje para parodiar sobre sí mismo, bajo el soporte de una instrumentación opuesta al color del contenido retórico.
Creo que es iluso pensar como sería un disco de ser como quisiéramos que sea. Eso es consentir imaginaciones vagas, egóticas. Este disco me satisface, me recuerda referentes esenciales en mi discografía cotidiana, y también se vuelve una experiencia inédita por conjunción extraña de lugares distintos. Noise y ruido blanco hacen cortina de motivos groovies que rápidamente se disuelven en crudos mantras de una electrónica fractal. In and Out, over and over. PSYCH. ¿Dije electro-blues? Bien dicho, pero no dije paisajes industriales o ambient. Dije dark cumbia, pero no dije drone-bues; en fin, la mezcla es ecléctica y su resultado aprieta bien, transitando fluidamente antes de incurrir en la monotonía temática de muchos discos de psicodelia experimental. De seguro, si estos patas se volviesen a reunir (¿Quizá Wilder venga a tocar a Chile pronto?), volverían a sorprender con sus increíbles grooves oscuros y sus crudas murallas electrónicas.And it ends like that (for now).
Lo triste de estas palabras…El disco es recorrido por voces y aullidos, las precarias letras son claramente improvisadas sobre su sonido, relegando a segundo plano el contenido retórico. Esa cualidad primaria desvía el trance hacia sentimientos luminosos y lúdicos, diferente, digamos, de un trance de The Doors, o Ash Ra Tempel con Timothy Leary. Eso, claro, entristece mis reflexiones. La música destruye el trance y aparece como el rumor de la vida cotidiana. Pero eso es simplemente porque uno, como reseñista y para ayudarlo en su trabajo se articula directamente desde lo que los músicos otorgan como voz-instrumento: es un diálogo directo de lenguaje e historia. Estos patas vociferan motivos blues en la vena Spacemen 3, bien distorsionados bien drogados, pensamientos e imágenes hedónicas de entonaciones Hipsters. Guiños de otras cosas. Eso, curiosamente, no me distrae de la música, ni me la escinde en dos categorías una acústica y otra retórica; ambas conviven, y la operación que ejecuto es volver hacia atrás, hacia estos patas, cuando todavía no han trascendido, cuando su música, que sugiere tan Otra Cosa, tan un espacio de verdades vedadas, no es una forma perfecta sino una representación de un momento en si vedado; unos patas difusos y lejanos, cuya luz (y esto es lo maravilloso) me llega desde una distancia sideral. Empiezo a pensar que la trascendencia, su búsqueda, es realmente una patología. Y empiezo a pensar que es mejor tocar, porque cuando uno toca está haciendo, y la música que luego venga a subrayar eso con su dibujo de rumor se encontrará de cara con la abstracción y frente al espejo. Tocando música porque ella soy yo, y no un producto mío: celebrándome a mí mismo.
¿Acaso no es así el Blues? I mean mientras más reducida la metáfora más se subraya el individuo. El cantante de blues parece ser un puro ser sufriente, sensible a todas las situaciones de la vida, y su manera de reflejarlo es repitiendo una y otra vez pequeñas viñetas de un dolor (el incansable trabajo en los campos, por ejemplo) hasta difuminar peligrosamente la línea entre la afectación profunda y la indiferencia. El bluesman parece no recordar cuanto tiempo lleva feeling blue, y así el blues se vuelve condición ontológica. PAF, su efecto es maravilloso. Estos bluesman la viven, y lo que escuchamos de sus grabaciones son malabares, un manual de sobrevivencia. Bueno, estos pata electro-bluesmen, estos terry rileys arrojados al amazonas la hacen parecida. Vacilan entre afectadísimos aullidos a indiferentes repeticiones de abyecciones o simplemente postales indescifrables, distanciándose de su sonido instrumental de patrones profundos. No son Morrison de poesía dandee, son patas como tú y como yo haciendo uso del lenguaje para parodiar sobre sí mismo, bajo el soporte de una instrumentación opuesta al color del contenido retórico.
Creo que es iluso pensar como sería un disco de ser como quisiéramos que sea. Eso es consentir imaginaciones vagas, egóticas. Este disco me satisface, me recuerda referentes esenciales en mi discografía cotidiana, y también se vuelve una experiencia inédita por conjunción extraña de lugares distintos. Noise y ruido blanco hacen cortina de motivos groovies que rápidamente se disuelven en crudos mantras de una electrónica fractal. In and Out, over and over. PSYCH. ¿Dije electro-blues? Bien dicho, pero no dije paisajes industriales o ambient. Dije dark cumbia, pero no dije drone-bues; en fin, la mezcla es ecléctica y su resultado aprieta bien, transitando fluidamente antes de incurrir en la monotonía temática de muchos discos de psicodelia experimental. De seguro, si estos patas se volviesen a reunir (¿Quizá Wilder venga a tocar a Chile pronto?), volverían a sorprender con sus increíbles grooves oscuros y sus crudas murallas electrónicas.And it ends like that (for now).
Alberto Parra (Santiago, 2011)
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