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sábado, 29 de julio de 2017

Luc Ferry says 3


Este enunciado resume lo esencial: en el mundo de la técnica, es decir, hoy en día en el mundo entero, dado que la técnica se ha convertido en un fenómeno planeta­rio sin límites, ya no se trata de dominar a la naturaleza o a las sociedades para ser más libres y más felices, sino del dominio por el dominio mismo. ¿Para qué? Para nada, o, me­jor dicho, porque es sencillamente imposible hacer otra cosa cuando la naturaleza de las sociedades está ligada a la competencia, debido a la obligación absoluta de «progresar o morir».

Ahora podrás entender por qué Heidegger denomina «mundo de la técnica» al universo que habitamos hoy. Lo único que, tienes que hacer es pensar, por un instante, en el significado que ha adoptado la palabra técnica en el len­guaje corriente.

Por lo general suele designar el conjunto de medios del que hay que disponer para alcanzar un objetivo de­terminado. Este es el sentido que damos a la palabra cuando decimos de un pintor o de un pianista que posee una «técnica sólida», queriendo expresar que domina su arte y que puede pintar o tocar aquello que desee. En pri­mer lugar y ante todo, debes ser consciente de que la téc­nica se refiere a los medios y no a los fines. Me refiero a que se trata de un tipo de instrumento que se puede poner al servicio de objetivos diversos, pero que no se elige por sí mismo. La técnica sirve básicamente para que un pianis­ta toque igual de bien música clásica que jazz, música an­tigua o moderna, pero la cuestión de qué obras elegirá interpretar no tiene nada que ver con su competencia técnica.

Esto es lo que calificamos como «racionalidad instru­mental», precisamente porque nos dice cómo alcanzar mejor un objetivo, pero ese objetivo nunca lo fija por sí misma. Se mueve siempre en el ámbito del «si... entonces»: «si tú quieres eso, tendrás que hacer esto otro», nos dice. Jamás determina por sí misma qué es lo que se debe elegir como fin. Un buen médico, entendido como un buen técnico de la medicina, puede tanto matar a su paciente como cu­rarle, incluso puede que más fácilmente lo primero que lo segundo. Pero el que decida curar o asesinar es algo to­talmente indiferente a la lógica técnica en sí.

Del mismo modo, el universo de la competencia globalizada es, en sentido amplio, un universo «técnico», pues en su seno el progreso científico ha dejado de complementar­se con fines exteriores y superiores a él mismo para acabar convir­tiéndose en una especie de fin en sí —como si el incremen­to de los medios, del poder o del nivel de dominio de los hombres sobre el universo se hubiera convertido en su obje­tivo esencial—. Esta es exactamente la «tecnificación del mundo» que surge, según Heidegger, en la historia del pen­samiento tras la formulación de esa doctrina nietzscheana de la voluntad de poder que deconstruye y llega incluso a destruir todos los ídolos, todo ideal superior. En la realidad (ya no sólo en el ámbito de la historia de las ideas) la muta­ción culmina con el surgimiento de un mundo en el que el «progreso» (ahora se imponen las comillas) se ha converti­do en un proceso automático y desprovisto de finalidad alguna, una especie de mecánica autosuficiente en cuyo seno los se­res humanos están totalmente desposeídos. Y es precisamente esta desaparición de los fines en beneficio de la lógica de los medios la que constituye la victoria de la técnica como tal.

Esta es la diferencia última que nos separa de la Ilustra­ción, que enfrenta el mundo contemporáneo con el uni­verso de los modernos: ya nadie puede tener la convic­ción razonable de que estas bulliciosas y desordenadas evoluciones, estos movimientos incesantes que no descan­san sobre ningún tipo de proyecto común, nos conduz­can infaliblemente hacia algo mejor. Los ecologistas lo dudan mucho, los críticos de la globalización también, pero asimismo los republicanos y los liberales que, aun­que se supone que van contracorriente, miran con nostal­gia hacia un pasado aún reciente, pero que al parecer ha quedado irremediablemente atrás. De ahí que también se haya sembrado la duda entre los ciudadanos, incluso entre aquellos que menos interés muestran por la historia de las ideas. Por primera vez en la historia de la vida, una especie viva tiene la capacidad de des­truir el planeta entero,¡ y esa especie no tiene ni idea de adonde va! Sus poderes de transformación y, llegado el caso, de destrucción del mundo son enormes. Pero como si se tra­tara de un gigante que tuviera el cerebro de un niño de pecho, esas capacidades están totalmente desvinculadas de cualquier tipo de reflexión en torno a la sabiduría. In­cluso la filosofía misma se aleja a grandes pasos de esta re­flexión, pues también ella se ha visto atrapada por la pa­sión técnica.

Nadie puede hoy garantizar seriamente la superviven­cia de la especie, por mucho que nos inquiete y, por lo tanto, nadie sabe cómo «retomar las riendas». A pesar del Protocolo de Kioto o de las cumbres sobre ecología, los je­fes de Estado asisten prácticamente impotentes a la evolu­ción del mundo, esbozando un discurso moralizador, lle­no de buenas intenciones, pero sin efectos reales sobre las situaciones problemáticas, ni siquiera sobre aquéllas más evidentemente catastróficas en potencia. Aún no ha ocu­rrido lo peor y no olvidemos que nada nos impide conser­var el optimismo. Pero hay que reconocer que este opti­mismo descansa más sobre la fe que sobre una convicción fundamentada en la razón. El ideal de la Ilustración ha dejado paso a una inquietud difusa y multiforme, siempre a punto de cristalizar en una forma u otra de amenaza concreta, de manera que el miedo tiende a convertirse en la pasión democrática por excelencia.

¿Qué lección podemos extraer de este análisis?

En primer lugar, que la actitud genealogista y la técnica no son dos caras de la misma moneda, como piensa Heidegger. La primera es el ideal filosófico de la segunda, que no pasa de ser su equivalente social, económico y político.

Bien entendida esta afirmación constituye una parado­ja. Aparentemente no puede haber nada más alejado del mundo de la técnica con su aspecto democrático, tranqui­lo y gregario, en las antípodas del «gran estilo», que el pen­samiento aristocrático y poético de Nietzsche. Por lo tanto, al romper todos los ídolos con la ayuda de su martillo, al entregarnos atados de pies y manos a lo real tal como es (aunque sea pintándolo con los colores de la lucidez), su pensamiento ha servido, sin que él lo deseara, para pro­mover el movimiento incesante del capitalismo moderno.

Desde este punto de vista Heidegger tiene razón. Nietzs­che es el «pensador sobre la técnica» por excelencia, aquel que, como ningún otro, propugna el desencantamiento del mundo, el eclipse del sentido, la desaparición de los ideales superiores en beneficio único y exclusivo de la lógica conco­mitante a la voluntad de poder. Que, en el ámbito de la filo­sofía francesa de los años sesenta, se haya podido ver en el pensamiento de Nietzsche algo parecido a una filosofía de utopías radicales se considerará, sin duda, una de las mayo­res meteduras de pata de la historia de las interpretaciones. Es verdad que Nietzsche es un vanguardista, pero en nin­gún caso es un teórico de las utopías. Todo lo contrario, es el que más ardiente y eficazmente las desprecia. 

Existe por tanto el riesgo —y en este punto me alejo del pensamiento de Heidegger v retomo nuestras propias re­flexiones— de que una aplicación indefinida e incansable de la deconstrucción acabe echando abajo una puerta que lleva abierta demasiado üempo. Desgraciadamente, el pro­blema ya no estriba en romperles los «pies de barro» a unos malvados ideales que ya nadie percibe, dado lo frági­les e inciertos que se han vuelto. Lo que urge ya no es ha­cerse con más «poderes», poderes que no se sabe dónde buscar en la medida en que el curso de la historia se ha convertido en algo mecánico y anónimo. Todo lo contra­rio, hay que hacer surgir ideas nuevas, pensar en nuevos ideales con el fin de poder readquirir un mínimo control sobre el curso del mundo. Porque hoy el verdadero problema ya no es que algunos «poderosos» guíen secretamente el deve­nir del mundo, sino que, por el contrario, su control se nos escapa a todos, poderosos incluidos. El malestar no lo crea tanto el poder como la ausencia de poder, de manera que empeñarse en seguir deconstruvendo ídolos, intentar derribar el «Poder» con mayúsculas por enésima vez, no contribuye tanto a la emancipación de los hombres como a convertirnos a todos en cómplices involuntarios de una globalización ciega e insensible.

Por tanto —ésta es la tercera lección y la más importan­te—, no cabe duda de que en la situación en la que nos encontramos, nuestra máxima prioridad debería ser «re­tomar las riendas», intentar, a ser posible, «dominar el do­minio». El mismo Heidegger apenas veía esta necesidad o, para ser más exactos, dudaba de que la democracia es­tuviera a la altura de un desafío tal, y ésta es, sin duda, una de las razones que le lanzaron en brazos del peor régimen autoritario que la humanidad ha conocido jamás. En efecto, pensaba que las democracias suscribían fatalmen­te la estructura del mundo de la técnica. En el ámbito eco­nómico, porque están íntimamente ligadas al sistema libe­ral de competencia entre las empresas. Y, como hemos comprobado, este sistema induce necesariamente a la progresión ilimitada v mecánica de las fuerzas producti­vas. También en el plano político, en el que las elecciones adoptan la forma de una competición organizada que, in­sensiblemente, tiende a derivar hacia una lógica cuya es­tructura más íntima es, en el fondo, la de la demagogia y el imperio sin rival, la de los sondeos de opinión. Todo ello refleja la esencia misma de la técnica, encarnada en una sociedad competitiva y globalizada.

Nos sentimos consternados ante el hecho de que Heidegger se vinculara al nazismo, sin duda convencido de que sólo un régimen autoritario sería capaz de estar a la altura de los desafíos lanzados a la humanidad por el mundo de la técnica. Más tarde, en la última parte de su obra, se aleja de todo voluntarismo, de toda tentación de transformar el mundo, y opta por una especie de «retiro» como la única posibilidad de alcanzar cierto grado de se­renidad? Aunque pueden ser comprensibles, ambas acti­tudes resultan imperdonables, por no decir absurdas, lo que demuestra que uno puede ser genial en el ámbito del análisis y trágico cuando se trata de extraer las conclusio­nesjustas. Por ello, gran parte de la obra de Heidegger re­sulta decepcionante, y puede que hasta insoportable, si bien el núcleo de su concepto de técnica es verdadera­mente clarificador. Y, en efecto, lo es...


LUC FERRY
2006

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

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pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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