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domingo, 1 de julio de 2018

El materialismo y lo posmo en jaque


En el ámbito de la filosofía contemporánea, es sin duda André Comte-Sponville quien ha ido más lejos recu­rriendo a su gran talento y rigor intelectual, en el intento de fundamentar una nueva moral y una nueva doctrina de salvación sobre la base de una deconstrucción radical de las pretensiones del humanismo a la trascendencia de los ideales. Aunque André Comte-Sponville no sea nietzscheano —rechaza vigorosamente las tonalidades fascistoides de las que Nietzsche no siempre consigue escapar—, no deja de compartir con éste la sensación de que los «ídolos» son ilusiones, la convicción de que deben ser de­construidos, reconducidos por la genealogía a su origen como producto, y que la única sabiduría posible parte de una inmanencia radical. Finalmente, su pensamiento tam­bién va a culminar en una de las numerosas formas que adopta el amor fati, en un llamamiento a la reconciliación con el mundo como es, o si lo prefieres, pues es lo mismo, en una crítica radical a la esperanza. «Esperar un poco me­nos, amar un poco más», ésta es en el fondo y en su opi­nión la llave de la salvación. Porque la esperanza, en contra de lo que piensa el común de los mortales, lejos de ayudar­nos a vivir mejor hace que perdamos lo esencial de la vida misma, que debe tomarse aquí y ahora. Al igual que para Nietzsche o para los estoicos, desde el punto de vista del materialismo renovado la esperanza es más una desgracia que una virtud benéfica. Esto es lo que André Comte-Sponville ha resumido de una forma tan sintética como expresiva: «Esperar, dice, es desear sin go­zar, sin saber v sin poder». Es, por tanto, una gran desgra­cia y para nada una actitud que, como ya hemos señalado antes, contribuya a acrecentar el placer de vivir.

Podemos comentar esta fórmula de la manera siguien­te: en principio, esperar es desear sin gozar, porque es evidente, por definición, que no poseemos el objeto de nuestras esperanzas. Esperar ser rico, joven, saludable, et­cétera, no es serlo ya. Es ser consciente de la carencia de lo que nos gustaría ser o poseer. Pero también es desear sin saber: si supiéramos cuándo y cómo vamos a adquirir los objetos de nuestra esperanza, no nos conformaríamos sólo con esperar pues, si las palabras realmente significan algo, esperar es algo totalmente distinto a saber. Por últi­mo es desear sin poder, porque si uniéramos la capacidad o el poder de hacer realidad nuestros deseos, de hacerlos realidad aquí y ahora, no nos privaríamos de ello. Nos li­mitaríamos a hacer lo que deseamos sin dar el rodeo de la esperanza. El razonamiento es impecable. Frustración, ignoran­cia, impotencia, he ahí lo que, desde un punto de vista materialista son las principales características de la espe­ranza. De ahí que en la crítica que hagamos debamos op­tar por una espiritualidad que seguro recuerdas, pues no es otra que aquella de la que he hablado en esta obra al comentar tanto el estoicismo como el budismo.

En efecto, desde los tiempos de los griegos, la doctrina de salvación materialista retoma con gusto la idea del fa­moso carpe diem, el «aprovecha el presente» de los anti­guos, es decir, la convicción de que la única vida que me­rece la pena vivir es la que tenemos aquí y ahora, la que surge de la reconciliación con el presente. Tanto unos como otros consideran que los dos males que nos amar­gan la existencia son la nostalgia de un pasado que ya no es y la esperanza en un futuro que aún no es. Así, en nom­bre de estas dos nadas, nos perdemos de forma absurda la vida tal como es, la única realidad que vale, porque es la única verdaderamente real: la del instante que tendremos que aprender a amar. Al igual que en el mensaje estoico, pero también de forma similar a lo que dijeran Spinoza y Nietzsche, hay que llegar a amar el mundo, hay que ele­varse hasta alcanzar el amor fati, y ésta es la última palabra respecto de lo que podríamos denominar la «espirituali­dad materialista», aunque suene un tanto paradójico.
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Lo que está claro desde este punto de vista es que el ma­terialismo es una filosofía de la felicidad y, cuando todo va bien, ¿quién no se siente tentado a ceder a sus encantos? 

En suma, se trata de una filosofía para los buenos tiempos. Pero, cuando se levanta la tormenta, ¿podemos seguir con­fiando en ella? Ésta es la razón por la que nos brindaría seguridad, si acaso un golpe nos derribara, lo que a los más grandes, desde Epicteto hasta Spinoza, les molestaba tener que re­conocer: que el auténtico sabio no es de este mundo y que, por tanto, la felicidad no está a nuestro alcance. Ante una catástrofe inminente, la enfermedad de un niño, la posible victoria del fascismo, la necesidad de to­mar una decisión política o militar urgente, etcétera, yo no conozco a ningún materialista que no se convierta en un vulgar humanista al sopesar sus posibilidades, conven­cido de que el curso de los acontecimientos podría de­pender, de alguna forma, de su libre elección. Reconozco sin reservas que uno puede prepararse para los golpes de la mala suerte, anticiparla, al estilo usado en las oraciones formuladas en futuro anterior («cuando esto ocurra, al menos estaré preparado»). Pero me parece imposible, por no decir absurdo o incluso obsceno, que podamos amar lo real en cualquier circunstancia. ¿Qué sentido po­dría tener el imperativo de amor fati en Auschwitz? Y de que sirven nuestra resistencia y nuestras rebeliones si se inscriben para toda la eternidad de lo real en un mismo nivel que aquello a lo que nos oponemos? Ya sé que es un argumento trivial. Por otra parte, no he sabido nunca de ningún materialista, antiguo o moderno, que haya encon­trado una respuesta a esta objeción.

Este es el argumento por el que, una vez sopesadas las opciones, prefiero decantarme por un humanismo que tenga el coraje de asumir plenamente el problema de la trascendencia. Pues, en el fondo, estamos hablando de una incapacidad lógica, de si somos o no capaces de ahorrar­nos la explicación del concepto de libertad que encontrá­bamos en las obras de Rousseau y de Kant, y me refiero a la idea de que hay algo en nosotros que excede a la natu­raleza y a la historia. Pues en este caso, al contrario de lo que ocurre con el materialismo, nos negaríamos a pensarnos totalmente de­terminados, nos negaríamos a erradicar la sensación de que, de alguna manera, somos capaces de poner distancia para observar el mundo de forma crítica. Se puede ser mujer y, sin embargo, no encerrarse en lo que la naturale­za parece haber previsto para la feminidad: la educación de los niños, la vida de familia, la esfera privada. Se puede nacer en un entorno socialmente desfavorecido y, sin em­bargo, emanciparse, progresar con la ayuda de la escuela, para entrar en mundos diferentes a los que el determinismo social había previsto para nosotros.

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Desde Marx y Nietzsche, los materialistas nunca se han privado de juzgar al mundo entero, empezando por sus vecinos, de expresar sentencias morales sobre todo tipo de conductas que su filosofía les impide asumir. ¿Por qué? Simplemente porque, sin siquiera darse cuenta, se mantie­nen en la línea general de atribuir a los seres humanos una libertad que luego les niegan en su filosofía. De manera que bien se puede concluir que sin duda es menos ilusoria la li­bertad que un materialismo cuyo punto de vista sencilla­mente no se puede mantener.

Más allá de la esfera de la moral, todos tus juicios de va­lor, incluso el más insignificante —una observación sobre una película que te ha gustado, sobre una pieza de música que te ha emocionado o qué sé yo qué más—, implican que tú te piensas libre, que te representas a ti mismo hablando libremente, no como un ser transido por fuerzas incons­cientes que se expresarían a través de ti sin que tú seas consciente.


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Entiéndeme bien: no estoy diciendo en absoluto que «necesitemos» la trascendencia como se complacen en proclamar hoy ciertas formas de pensar algo bobaliconas, pero admito con gusto que tenemos necesidad de «senti­do», incluso puede que tengamos «necesidad de Dios»".

Todas estas fórmulas resultan calamitosas, pues se vuelven inmediatamente en contra de quien las pronuncia: el he­cho de que necesitemos algo no lo convierte automática­mente en verdadero. Todo lo contrario: existen muchas posibilidades de que tendamos a inventar lo que necesita­mos para, a continuación, pasar a defenderlo incluso con mala fe, porque no podemos vivir sin ello. Desde este pun­to de vista, necesitar a Dios es la mayor objeción que se plantea a su existencia. No estoy diciendo en absoluto que «necesitemos» la trascendencia de la libertad o de unos valores trascenden­tes. Mantengo algo totalmente diferente y es que no po­demos explicar nada, que no somos capaces de pensarnos a nosotros mismos ni a nuestra relación con los valores, al margen de la hipótesis de la trascendencia. Es una necesi­dad lógica, una exigencia racional, y no una aspiración o un deseo. En este debate no se trata de nuestro bienestar, sino de nuestra relación con la verdad. O, por decirlo de otra forma: si el materialismo no me convence, no es por­que me resulte incómodo, todo lo contrario. Como por otra parte ya dijera Nietzsche, la doctrina del amor fati es una fuente de bienestar sin parangón, la fuente de una se­renidad infinita. Si me siento obligado a superar el mate­rialismo e intentar ir más allá es porque en realidad me resulta «impensable» al estar demasiado lleno de contra­dicciones lógicas como para ser capaz de instalarme en él intelectualmente.

Quisiera dejar claro una vez más el origen de estas con­tradicciones y sólo te diré que la cruz del materialismo es que nunca piensa su propio pensamiento. Esto puede pa­recer difícil de entender pero, en realidad, significa algo muy simple: el materialista afirma que no somos libres pero está convencido de que al suscribir esto lo hace libre­mente, que nada le obliga, en efecto, a hacerlo, ni sus pa­dres, ni su entorno social, ni su naturaleza biológica. Insis­te en que nuestra historia nos determina de lado a lado, ¡pero no deja de conminarnos a emanciparnos, a cambiarla, a hacer la revolución si es posible! Sostiene que hay que amar el mundo tal como es, reconciliarse con él, huir del pasado y del futuro para vivir en el presente, pero nunca deja de in­tentar, como lo haríamos tú o yo cuando nos pesa el pre­sente, cambiarlo con la esperanza de lograr un mundo me­jor. Resumiendo, el materialista enuncia profundas tesis filosóficas, pero siempre para aplicárselas a los demás, nunca a sí mismo. Una y otra vez reintroduce la trascendencia, la li­bertad, el proyecto, el ideal, pues en verdad no puede de­jar de creerse libre y de precisar valores que estén por en­cima de la naturaleza y de la historia.


LUC FERRY
Filosofía para mentes jóvenes

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

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pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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las cosas como son II

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