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lunes, 23 de marzo de 2020

¿Cuándo fue que nos jodimos?




Por CÉSAR LÉVANO
1990


"No se jodió el Perú en un momento, sino en varios. La suya -la nuestra- es una jodedera con historia. Creo firmemente que eso empieza antes de la llegada de los españoles y ha seguido después, cuando nos convertimos en república. El viejo mal consiste en el abismo entre el poder y la gente, entre el poderoso y el débil, entre el explotado y el explotador. Con la conquista se añadió a eso el elemento étnico: el indio pasó a ser no solo superexplotado, sino despreciado. La crueldad padecida por el cuerpo se agravó con la tortura del alma. La república no varió las cosas, sino cuando fue obligada a hacerlo, por la lucha organizada de los de abajo. En nuestros días hemos visto reaparecer de modo desembozado el viejo racismo de los privilegiados, que nos han vuelto a enseñar que la  vieja cicatriz histórica no ha cerrado. Los dueños del Perú de hoy no solo desprecian al indio; desdeñan a la mayoría de los peruanos. Mientras eso no cambie, mientras el impulso histórico del pueblo no imprima un gran viraje, el Perú seguirá frustrado. Al Perú no lo pueden salvar quienes, a nombre de la libertad, se alistaban a comprar, por ejemplo, por doce millones de dólares, la línea AeroPerú, que vale en libros cien millones, y mucho más en la realidad de los derechos de ruta que posee. Al Perú lo van a salvar la voluntad de los de abajo; pero no por una irrupción sanguinaria del caos, si no por un esfuerzo madurado por la conciencia y encauzado por la organización.

He dicho que el mal viene de antiguo. Conviene seguirle la pista a fin de ajustar el diagnóstico y calibrar la cura.

Garcilaso de la Vega ofrece, en más de una página, testimonios sobre el poder despótico de los incas. En capítulo III del Libro Sexto de sus Comentarios reales nos recuerda cómo eran tratados los domésticos que servían mal al emperador: "No eran personas particulares las que servían en estos ministerios, sino que para cada oficio había un pueblo o dos, o tres, señalados conforme al oficio, los cuales tenían cuidado de dar hombres hábiles y fieles, que, en número bastante, sirviese aquellos oficios, reanudándose de tantos a tantos días, semanas o meses; y este era el tributo de aquellos pueblos, y el descuido o negligencia de cualquiera de estos sirvientes era delito de todo su pueblo, y por el singular castigaban a todos sus moradores más o menos rigurosamente, según era el delito; y si era contra la majestad real, asolaban el pueblo".

El individuo no existía, ni siquiera para martirizarlo. El culpable era una colectividad, un pueblo. Ya sabemos, pues, dónde comienza esa tradición que la guerra sucia ha actualizado.

Allí, en esa época, nacieron el miedo y el odio, que un antropólogo estadounidense vio como notas dominantes de la sicología del indio en décadas recientes. Allí, bajo los incas, se implantó la humillación del hombre. Fue esa la primera vez que se jodió el Perú. La herida ensanchó en los tiempos de la conquista española.

García de Castro le dijo al rey de España en enero de 1566, treintaicuatro años después del desembarco español en tierra firma peruana: "(...) que entre los pobres yndios no aya hasta ora avido justicia... y aunque puedan benir a pedirla no se atreven porque los que los agravian son los caciques, que les rrovan todo cuanto tienen, que no les dexan cosa propia, que hasta los jornales que ganan les toman; que no ay esclavos que tan poca libertad tengan como estos pobres; y si por males de sus pecados algún dellos se quexa de su cacique, luego desaparece, que no se sabe del, porque como nunca les castigan los delitos que comenten, no se les da matar un yndio que si no hiziesen nada...".

Por donde vemos que tampoco las desapariciones son invento reciente. Conforme pasó el tiempo, ni los caciques se salvaron. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, esos dos grandes marinos españoles que, en plena juventud (veinteiún años tenía el primero; dieciocho, el segundo) vinieron al Perú, en la misión del francés de La Condamine, describieron en su informe secreto a la corte españoles lo que acá ocurría: "Tanto es el horror que el nombre español, o el de Viracocha (que comprende toda la gente que no es india), causa en los indios, que cuando quieren amedrentar a sus hijitos, o hacerlos callar cuando lloran, o que se escondan en las chozas donde viven, con decirles solo que el Viracocha va a cogerlos, se horrorizan y corren sin hallar lugar seguro donde ocultarse".

De lejos vienen entonces el miedo, acompañado por su heraldo negro, el odio, el odio fundado que ya es tiempo que cese, redimido por la justicia.

Jorge Juan y Antonio de Ulloa describen así la situación en los obrajes:

"El trabajo de los obrajes empieza antes que aclare el día, a cuya hora acude cada indio a la pieza que le corresponde según su ejercicio, y en ella se les reparten las tareas que les pertenecen; y luego que se concluye esta diligencia, cierra la puerta el maestro del obraje y los deja encarcelados. A mediodía se abre la puerta para que entren las mujeres a darles la pobre y reducida ración de alimento, lo cual dura muy poco tiempo, y vuelven a quedar encerrados. Cuando la oscuridad de la noche no les permite trabajar entra el maestro del obraje a recoger las tareas; aquellos que no las han podido concluir, sin oír excusas ni razones, son castigados con tanta crueldad, que es inexplicable; y hechos verdugos insensibles, aquellos hombres impíos descargan sobre los indios azotes a cientos, porque no saben contarlos de otro modo...".

Los castigos no solo eran contra los varones adultos, sino también contra sus mujeres y sus hijos: "En los caminos se encuentran a menudo indios con los cabellos amarrados a la cola de un caballo, en el que montado un mestizo los conduce a los obrajes", narrando una tortura que Jorge Basadre evocaría para arrancar el manto mentiroso de las Leyes de Indias.

Recuérdese que los dos marinos y geógrafos hispanos recorrieron América del Sur desde 1734 hasta 1745. Fueron así, a diferencia de lo que se puede aducir respecto al padre Bartolomé de las Casas, testigos directos de los hechos que denunciaron.

Al despojo de la tierra se sumó la opresión despiadada, la crueldad sin límites. Esa fue la segunda vez que se jodió el Perú.

Una tercera vez ocurrió cuando fracasó el proyecto revolucionario de Túpac Amaru, por obra de las fuerzas realistas aliadas, con mesnadas indias y también por culpa de un germen de racismo indio, que puede ser más explicable que el otro, pero es igualmente condenable.

La descarga represiva que azotó la sociedad colonial no solo fue a sangre y fuego. Constituyó una guerra total en que lo ideológico propiamente -y no solo lo religioso- movilizó sus armas. Los Comentarios reales de Garcilaso fueron prohibidos. Un gran silenció cubrió ese levantamiento, que fue la mayor sublevación de indios de América. Cuando ese silencio se interrumpió fue solo para loar a los represores y vituperar al gran rebelde. Solo cuatro veces aparecerá el nombre de Túpac Amaru en la revista "Mercurio Peruano", y únicamente para llamarlo "fenómeno de torpe iniquinidad" y "abominable".

Entre los precursores de la independencia nacional figura Hipólito Unanue, consejero de virreyes y miembro del grupo intelectual de "Mercurio Peruano". A esa revista hay que examinarla con respeto, pero con cautela crítica. Está muy claro que allí por primera vez se estudia y se siente al Perú como una realidad separada. Esa es su mayor grandeza. Al mismo tiempo, en ella se refleja un espíritu de casta contra indios y negros. El famoso texto de "Mercurio Peruano" titulado "Carta remitida a la sociedad, que publica con algunas notas", dado a conocer en abril de 1794, es pieza clave respecto de una actitud en la intelectualidad peruana; actitud que ha servido de fermento para la jodedera secular del país. Nos referimos a la exaltación de la España conquistadora y al desdén por el indio, y a la suposición de que entre indios, españoles y negros no era posible la unión, por la sencilla razón de que los peninsulares eran espiritual e intelectualmente superiores.

Las respuestas de los mercuristas a la carta de un lector merecen meditarse. El autor de la carta sostenía que el tributo que pagaban solo los indios y la exención de otros derechos de que gozaban "son otras tantas líneas de división que forman dos repúblicas, en cierto modo distintas en un mismo estado; lo cual en política viene a ser un desorden".

Respondieron los mercuristas: "La legislación conoció la cortedad no solo de ideas sino de espíritu del indio y su genio imbécil, y para igualar de algún modo esta cortedad con el carácter preponderante que como conquistador tenía el español respecto de aquél, les concedió sabiamente las exenciones y protección de que se trata".

Otra cuestión vital planteaba el autor de la epístola: "... el método que hasta ahora ha seguido (la legislación) esto es el de la separación, se ve que no aprovecha. Pruébese pues, si tendrá mejor efecto la reunión". Respondieron los mercuristas: "Dexamos establecido en nuestras notas que tenemos por imposible la unión y común sociedad del indio con el español, por oponerse a ella una grande diferencia en los caracteres, y una distancia tan notable en la energía de las almas". Más adelante formulaban la conjetura de que con el tiempo desparecerían... los indios.

Ese fue un momento en que, intelectualmente, se jodió el Perú. Todavía hoy, cuando está concluyendo el siglo XX, estamos en la faena de unir a los peruanos por encima de castas y colores. Parece, en todo caso, que nuestro nacimiento a la vida republicana estuvo sellado por prejuicios que fueron expuestos y alimentados por el célebre "Mercurio Peruano". Era la cuarta joda.

La siguiente vez ocurrió con la lucha por la independencia, cuando se frustró la promesa de la vida peruana, debido a que aquella no tuvo suficiente participación del pueblo, no solo como masa de combate, sino como fuerza independiente. Documentos que existen en la Biblioteca Nacional indican que algunos de los nobles limeños que se adhirieron al movimiento independentista lo hicieron sólo por temor a negros cimarrones que acumulaban fuerzas en las afueras de Lima. Fue, literalmente, una adhesión vacilante, tembleque. La aristocracia limeña no solo se estremeció de pavor ante la posibilidad de un ataque de la gente morena. Temía también un huaico de indios, esos indios a los que algunos de sus más ilustres hijos habían menospreciado.

En el debate sobre la república o monarquía que, por inspiración de Bernardo de Monteagudo, ministro de San Martín, se realizó en la Sociedad Patriótica de Lima, en marzo de 1822, entró a tallar el argumento de la división del Perú en castas. José Ignacio Moreno, que propugnaba la tesis monarquista de Monteagudo (y de San Martín) deducía de "la heterogeneidad de los elementos que forman la población del Perú, compuesta de tantas y diversas castas" el inminente riesgo de la discordia. Su tesis fue apoyada por Hipólito Unanue, su colega de gabinete. La desunión aparecía, así, como un estigma permanente de la patria peruana.

Para defender la idea monárquica, Moreno se basó también en el hábito de los indios. "No hay uno entre ellos que no refresque continuamente la memoria del gobierno paternal de sus incas", aseveró Moreno. Hay que decir, en honor a la verdad, que tanto él como Monteagudo propugnaban una monarquía constitucional, con división de poderes. La tesis, como se sabe, fue derrotada por la argumentación de personajes de la intelectualidad criolla, entre ellos José Faustino Sánchez Carrión.

Después de 170 años de república, nos percatamos de que el debate no encaró el problema sustancial del Perú: el de la servidumbre y el consiguiente abatimiento espiritual del indio. Después de todo, hubiera sido preferible una monarquía constitucional, con división de poderes y con reforma en la propiedad de la tierra, a la república de mentirijillas que padecimos. Porque lo que vino fueron los militarotes primarios -con las excepciones de Ramón Castilla, un mestizo, y del indio Andrés de Santa Cruz, por eso repudiado por la aristocracia limeña-. Entre los presidentes farsescos o cobardes, y los mandones sin cultura y sin escrúpulos, Guillermo Billinghurst, por eso derrocado, es una excepción. En el Perú, hasta hoy, el presidente sigue siendo, en efecto, el rey.

Apenas conquistada la independencia, surge otra vez el viejo prejuicio. La historiadora Elena Villanueva ha ilustrado en una densa investigación lo que ocurría con los emigrados conservadores que, con la protección y el dinero del gobierno de Chile, conspiraban en suelo chileno contra Santa Cruz y su proyecto de la Confederación Peruano-Bolviana. También entre los emigrados surgía la antigua escisión: el general Agustín Gamarra era menospreciado por sus compañeros de lid, debido a que no pertenecía a su casta. Felipe Pardo y Aliaga y José María de Pando eran los jefes intelectuales de los desterrados limeños. El segundo, como se sabe, había publicado poco antes su "Declaración de los vulnerados derechos de los hacendados". En el exilio chileno apareció, en Valparaíso, el periódico gamarrista "El Popular", dirigido por Bonifacio Lazarte. De inmediato, el general Manuel Ignacio de Vivanco, jefe militar conservador, ofrece a Lazarte, "a nombre del gobierno chileno", un estipendio y otras ventajas, con tal de que se dirigiera a Santiago de Chile a hacerse cargo del periódico oficial. Más tarde, el propio Pardo fue a presionarlo para que se apartara de Gamarra, "siquiera por ser limeño y de cara blanca". Así se cuenta en carta dirigida a Gamarra por Ángel Bujanda, con fecha 16 de diciembre de 1836.

En esos tiempos, la república acentuaba la vieja explotación y el despojo contra el indio, pese a las órdenes del general José de San Martín que prohibían mitas, pongos, encomiendas, yanaconazgos y toda clase de servicios personales y gratuitos del indígena, y malogrando asimismo los decretos de Simón Bolívar, que ordenaban el reparto de tierras de la comunidad campesina. Los latifundios crecieron bajo los presidentes más que bajo los virreyes.

Como lo ha recordado Juan Comas en su artículo ya citado, una circular de Matías León, de 12 de junio de 1834, señalaba: "se observan aún los perniciosos abusos que han contribuido directamente a la despoblación del país, y a inspirar a los indígenas la aversión al trabajo... se les exigen trabajos personales y el fraude de que les hacen víctimas los propietarios que estipulan con ellos sus servicios; y sobre todo la escandalosa costumbre de demandarles trabajos forzados". El 17 de setiembre de 1850, una nueva circular prohibía el trabajo de mitayos y pongos. Como se sabe, la reforma agraria de 1969 del general Juan Velasco Alvarado, desarraigó por primera vez, por lo menos en lo sustancial, esos restos feudales.

Otro momento en que se jodió el Perú fue la guerra con Chile. La causa social de esa derrota la vio Manuel González Prada, combatiente en las batallas de San Juan y de Miraflores (el 13 y 15 de enero de 1881), que antes de la contienda había cantado, en sus excelsas "Baladas Peruanas", el sufrimiento de los indios y la necesidad de su rebelión. González Prada constituye la primera gran negación, intelectual y moral, de la jodedera. Su pluma hirió de muerte al viejo orden y la aristocracia podrida. Su acción, implantada personalmente entre los obreros, abrió el camino a los tiempos modernos peruanos, cuyo filo histórico está, como lo vería después José Carlos Mariátegui, en la alianza de los obreros y los campesinos.

Sobre la experiencia de la guerra, escribió González Prada: "Con las muchedumbres libres aunque indisciplinadas de la revolución, Francia marchó a la victoria; con los ejércitos de indios disciplinados y sin libertad, el Perú irá siempre a la derrota. Si del indio hicimos un siervo ¿qué patria defenderá?".

Esa vez se jodió el Perú, pero la historia se empezó a voltear. Surgió, a lo largo y ancho del país, una falange intelectual, integrada también por la clase obrera, una clase recién nacida. Por primera vez apareció, gracias a esa posibilidad puesta en marcha por González Prada, la posibilidad hasta hoy incumplida de una integración nacional, que solo puede tener por cimiento la justicia y la libertad. La historia, esa ironista, escribió la paradoja de que un anarquista iniciara la reconstrucción de la patria.

En adelante, a lo largo del siglo XX, la jodienda de las clases dominantes consistirá en aplastar, con ayuda de los militares casi siempre, el esfuerzo por levantar de la humillación y la resignación (Humboldt señaló esta última melancólica verdad social del Perú) a los explotados y los oprimidos. Masacres en Chicama, en 1912, y en la Lima del paro de las ocho horas y el paro de las subsistencias, en 1919; matanzas antiapristas de Trujillo y otras ciudades de costa y sierra; represión contra apristas y comunistas a lo largo de décadas: larga marcha de la irrupción del Perú. Un Perú ahora indio y cholo, campesino y urbano.

La culpa de la jodedera peruana no es exclusividad de los de arriba. Los males no vienen sólo por la derecha. También la izquierda posterior a Mariátegui tiene su historia. No es casual que en un frente popular como es Izquierda Unida prácticamente todos los dirigentes sean provenientes de la burguesía intelectual y hasta de una sola universidad, la Católica, y más bien blancos. ¿Quiere decir, acaso, que no hay indios, cholos o mulatos capaces de compartir la dirección? Nos inclinamos a pensar que en el origen hay una manipulación instintiva, en el fondo clasista y hasta racista. No es casual que un dirigente de la "Asamblea Nacional Popular" sea un mediano hacendado que descansa de sus luchas en la exclusiva playa de El Silencio. Esto, en el fondo, es una farsa. Han pasado, al parecer, los tiempos de los Lévano, los Gutarra, los Fonkén, los Barba, los Portocarrero, los Borjas (cholos, chinos, negros), fundadores del movimiento obrero, anarquistas por sus ideas, algunos de los cuales se adhirieron después al marxismo. La situación actual no puede seguir. Tiene que abrise camino en los partidos de izquierda a un debate de ideas y a una promoción de los hombres y mujeres que vienen del substrato social e histórico. Hay que elevar, a la manera mariateguiana, a las gentes sencillas, hasta hoy relegadas al sótano o a la cocina. Eso no se hará por voluntad de los de arriba, ni siquiera en la izquierda. En su Fenomenología del Espíritu, Hegel trazó el itinerario dialéctico de la redención del esclavo. El eslabón de la ruptura es la conciencia, la cultura. Lo sabía González Prada, cuando orientó el aprendizaje de nuestra clase obrera, en lo que he llamado la primera revolución cultural de los obreros peruanos, los cuales, a pesar de jornadas de doce o más horas de trabajo, escribieron periódicos, crearon grupos teatrales y centros musicales, a la par que levantaban a las masas para la conquista del pan y la justicia, guiados por una esperanza de redención social.

"Son necesarios", dice Hegel, "los dos momentos, tanto el del temor y el servicio en general como el de la formación, y ambos, de un modo universal". "Sin la formación (das Bilden: la instrucción, la cultura), el temor permanece interior y mudo y la conciencia no deviene para sí misma". El tercer momento es el de la lucha del esclavo para conquistar el mundo.

En la reciente presentación del libro "Contra viento y marea" de Mario Vargas Llosa, antes de las elecciones generales del 8 de abril, el sicoanalista Max Hernández expuso una idea que me estremeció. Fue durante unos comentarios al texto en que participó un panel del que formé parte y en que expuse mi crítica al programa neo-conservador del novelista y a su dogmatismo absurdo en días que la izquierda rompe con los dogmas más peligrosos ahora que el país es víctima de unos dogmáticos sanguinarios. Esto fue lo que dijo Max Hernández: "En más de un lugar del libro hay referencias al 'instinto libertario' del pueblo peruano. Decía que ejerzo el sicoanálisis, y desde la perspectiva -estrecha pero válida- que este me ofrece, he visto pocos seres libres. La libertad es producto de un esfuerzo y de una lucha. El hombre tiende a llevar con naturalidad sus cadenas. Marx dijo en una frase célebre que los proletarios solo tenían sus cadenas que perder; esto hacía que estuvieran dispuestos a la revolución. Pienso que se equivocó. He visto a mucha gente dispuesta a sacrificar su felicidad, su bienestar o su amor por mantener las cadenas".

Hallazgo inquietante, porque significa que la herida histórica ha penetrado hasta convertirse en humus de las profundidades.

Los resultados de la primera vuelta electoral nos trasladan violentamente a otro plano de la realidad: el de la gran masa humana. El voto mayoritario fue contra el programa liberal derechista del Frente Democrático capitaneado por Vargas Llosa. El vencedor fue el ingeniero nikkei Alberto Fujimori. Se ha dicho que en favor de este se concentró el voto de los marginados y hasta del lumpen. Esto es sin duda exacto en buena parte. Pero no se agota ahí el fenómeno. Después de todo, no hay tantos marginales y lumpenprolaterien en el Perú, y además muchos de ellos prefieren a la derecha y a la izquierda. Creo que el voto inesperado se nutrió en fuentes soterradas pero vivas, cuyo murmullo corre y crece secretamente en el alma peruana. En el Perú de hoy vivimos en vísperas de una segunda independencia. El voto del 8 de abril fue una declaración de esa independencia. En buena hora que se manifieste por el voto. Ojalá que, más allá de resultados electorales y del ingeniero Fujimori, beneficiario actual de esa corriente, no se cierre el paso a esas aguas profundas que, si se les obstruye, se pueden convertir, como lo anunció en el pórtico del siglo González Prada, en una fuerza arrolladora. Los amos del Perú habrían cometido, así, la última joda. El acto impío del suicidio.

Vale la pena recordar las palabras de "El intelectual y el obrero" que escribió González Prada para el primer acto del Primero de Mayo organizado en el Perú, en 1905, por los obreros panaderos guiados por Manuel Caracciolo Lévano:

"Mañana, cuando surjan olas de proletarios que se lancen a embestir contra los muros de la vieja sociedad, los depredadores y los opresores palparán que les llegó la hora de la batalla decisiva y sin cuartel. Apelarán a sus ejércitos, pero los soldados contarán en el número de los rebeldes; clamarán al cielo, pero sus dioses permanecerán mudos y sordos. Entonces huirán a fortificarse en castillos y palacios, creyendo que de alguna parte habrá de venirles algún auxilio. Al ver que el auxilio no llega y que el oleaje de cabezas amenazadoras hierve en los cuatro puntos del horizonte, se mirarán a las caras y sintiendo piedad de sí mismos (los que nunca la sintieron de nadie) repetirán con espanto: ¡Es la inundación de los bárbaros! Mas una voz, formada por el estruendo de innumerables voces, responderá: No somos la inundación de la barbarie, somos el diluvio de la justicia".

Apostemos, pues, por la justicia, contra la barbarie.

Lima, Primero de Mayo de 1990

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

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pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

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las cosas como son II

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