La familia y la escuela funcionan, de modo inseparable, como los lugares en que se constituyen, por el propio uso, las competencias juzgadas como necesarias en un momento dado del tiempo, y como los lugares en los que se forma el precio de esas competencias, es decir, como los mercados que, mediante sus sanciones positivas o negativas, controlan el resultado, consolidando lo que es "aceptable", quitando valor a lo que no lo es, condenando a perecer a las disposiciones desprovistas de valor, cosas poco serias que "caen como una losa" o que, siendo "de recibo", como suele decirse, en otros medios, en otros mercados, aquí parecen "desplazadas" y no suscitan sino vergüenza o reprobación -por ejemplo, citas latinas que hacen parecer "ridículo" o "pedante", etc- o dicho de otra forma, la adquisición de la competencia cultural es inseparable de la adquisición insensible de un sentido de aplicación productiva de las inversiones culturales que, al ser producto del acoplamiento a las posibilidades objetivas de hacer valer la competencia, favorece la adaptación anticipada a esas posibilidades, y que es ella misma una dimensión de una relación con la cultura, próxima o distante, desenvuelta o reverente, mundana o académica, forma incorporada de la relación objetiva entre el lugar de adquisición y el "hogar de los valores culturales". Hablar de sentido de aplicación productiva como se habla del sentido de las conveniencias, o del sentido de las limitaciones, es indicar con claridad que al recurrir por necesidades de objetivación a términos tomados del léxico económico en absoluto se quiere sugerir que, como implica -sín duda equivocadamente- el uso ordinario de estos conceptos, las conductas correspondientes estén orientadas por el cálculo racional de la maximización de los beneficios. Si la cultura es el lugar por excelencia del desconocimiento es porque, al engendrar unas estrategias objetivamente ajustadas a las posibilidades objetivas de beneficio de las que es producto, el sentido de la aplicación productiva asegura unos beneficios que no tienen necesidad de ser buscados como tales, y proporciona así a quienes tienen la cultura legítima como segunda naturaleza un beneficio suplementario, el de ser vistos y verse a sí mismos como perfectamente desinteresados y perfectamente puros de cualquier utilización cínica o mercenaria de la cultura. Es decir, que el término de inversión, por ejemplo, debe ser entendido en el doble sentido de inversión económica -lo que objetivamente siempre es, aunque no sea reconocido como tal- y en el sentido de inversión afectiva que le da el psicoanálisis o mejor aún, en el sentido de illusio, creencia, involvement, compromiso con el juego que es producto del juego y que produce el juego. El aficionado al arte no conoce otra guía que su amor al arte y cuando se encamina, como por instinto, hacia lo que en cada momento hay que amar, a la manera de esos hombres de negocio que hacen dinero incluso cuando no lo buscan, no obedece a ningún tipo de cálculo cínico sino a su simple placer, al sincero entusiasmo que en estas materias constituye una de las condiciones del éxito de las inversiones. Así por ejemplo, es cierto que el efecto de las jerarquías de legitimidad (jerarquía de las artes, de los géneros, etc.) puede ser descrito como un caso particular del efecto de labeling (imposición de etiquetas verbales), bien conocido por los psicólogos sociales: igual que la idea que se fabrica de un rostro cambia según la etiqueta étnica que se le atribuya", el valor de las artes, de los géneros, de las obras, de los autores, depende de las marcas sociales que en cada momento se les adjudica (por ejemplo el lugar de publicación, etc.). No es menos cierto que el sentido de la inversión cultural, que lleva a amar siempre y siempre sinceramente lo que es preciso amar y sólo aquello, puede ayudarse con el inconsciente desciframiento de los innumerables signos que dicen en cada momento lo que hay que hacer o no hacer, lo que hay que ver o no ver, sin estar nunca explícitamente orientados por la búsqueda de los beneficios simbólicos que aquél procura. La competencia específica (en música clásica o en jazz, en teatro o en cine, etc.) depende de las oportunidades que ofrecen, de modo inseparable los diferentes mercados -familiar, escolar o profesional para su acumulación, su ejecucion y su valorizacion, es decir, del grado en el que favorecen la adquisición de esta competencia con la promesa y la seguridad de unos beneficios que constituyen otros tantos refuerzos e incitaciones para nuevas inversiones. Las posibilidades de utilizar y "rentabilizar" la competencia cultural en los distintos mercados contribuyen en particular a definir la propensión a las inversiones "escolares" y a las a veces llamadas "libres" porque, a diferencia de las que organiza la escuela, parecen no deber nada a las coacciones o a las incitaciones de la institución.
La competencia es tanto más imperativamente exigida y tanto más "gratificante" , y la incompetencia tanto más rigurosamente sancionada y tanto más "costosa", cuanto mayor es el grado de legitimidad de un determinado campo'". Pero esto no basta para explicar el hecho de que cuanto más se va hacia los campos más legítimos, más importantes son las diferencias estadísticas asociadas con el capital escolar, mientras que cuanto más se va hacia los campos menos legítimos, que los menos informados creen que están abandonados a la libertad de gustos y colores -como la cocina o la decoración del hogar, la elección de amigos o del mobiliario- más se ve crecer la importancia de las diferencias estadísticas ligadas con la trayectoria social (y con la estructura del capital), ocupando una posición intermedia los campos en vía de legitimación, como son la canción llamada "intelectual", la fotografía o el jazz. También aquí, en la relación entre las propiedades del campo (en especial las posibilidades de sanciones positivas o negativas que ofrece "como media" para cualquier agente) y las propiedades del agente es donde se determina la "eficacia" de dichas propiedades: por eso la propensión a las inversiones "libres" y el campo hacia el cual se orientan estas inversiones dependen, rigurosamente, no de la tasa "media" de beneficios proporcionada por el dominio considerado, sino de la tasa de beneficio que éste promete a cada agente o a cada categoría particular de agentes en función del volumen y de la estructura de su capital.
La jerarquía de las tasas "medias" de beneficio se corresponde, grosso modo, con la jerarquía de los distintos grados de legitimidad, proporcionando una fuerte cultura en materia de literatura clásica o incluso vanguardísta -tanto en el mercado escolar como en cualquier otra parte- unos beneficios "medios" superiores a los que proporciona una fuerte cultura en materia cinematográfica o, afortiori, en materia de cómics, de novela policíaca o de deportes; pero los beneficios específicos, y por tanto las propensiones a la inversión que ellos imponen, sólo se definen en la relación entre un dominio determinado y un agente particular, caracterizado por sus propiedades particulares. Así, por ejemplo, aquellos que deben lo esencial de su capital cultural a la Escuela, como los maestros y los profesores originarios de las ciases populares y medias, se muestran particularmente sumisos a la definición escolar de la legitimidad y tienden a proporcionar sus inversiones, de manera muy estricta, al valor que la Escuela reconoce en los diferentes dominios. Al contrario, unas artes medias como el cine y el jazz y, más aún, los comics, la ciencia-ficción o la novela policíaca, están predispuestas a atraer las inversiones, ya sea de quienes no han logrado por completo la reconversión de su capital cultural en capital escolar, ya sea de quienes, no habiendo adquirido la cultura legítima según el modo de adquisición legítimo (es decir, mediante una familiarización precoz), mantienen con ella una relación objetiva y/o subjetivamente desafortunada: estas artes en vía de legitimación, que los grandes poseedores de capital escolar desdeñan u olvidan, ofrecen un refugio y una revancha a aquellos que, al apropiárselas, hacen la mejor aplicación productiva de su capital cultural (sobre todo si éste no está escolarmente reconocido en su totalidad), atribuyéndose el mérito de poner en duda la jerarquía establecida de legitimidades y beneficios. Dicho de otra manera, la propensión a aplicar a las "artes medias" una disposición ordinariamente reservada a las artes legítimas -por ejemplo, la que mide el conocimiento de directores cinematográficos- depende mucho menos del capital escolar que de una relación global con la cultura escolar y con la escuela, que a su vez depende del grado en el que el capital cultural poseído se reduce al capital adquirido en la escuela y reconocido por la escuela. (De esta forma es como los miembros de la nueva pequeña burguesía que, aunque hayan heredado un capital cultural más importante, poseen más o menos el mismo capital escolar que los maestros, tienen un conocimiento de los directores cinematográficos muy superior al de éstos, mientras que conocen peor a los compositores). En realidad, nunca es posible escapar por completo a la jerarquía objetiva de las legitimidades. Dado que el sentido y el valor mismos de un bien cultural varían según el sistema de bienes en el que se encuentran insertos, la novela policíaca, la ciencia ficción o los comics pueden ser unas propiedades culturales muy prestigiosas como manifestaciones de audacia y libertad, o, por el contrario, pueden ser reducidas a su valor ordinario, según que estén asociadas a los descubrimientos de la vanguardia literaria o musical, o que se reúnan entre ellos, formando entonces una constelación típica del "gusto medio" y apareciendo así como lo que son, simples sustitutivos de los bienes legítimos.
PIERRE BORDIEU
La Distinción
1979
No hay comentarios.:
Publicar un comentario