Extraído de "CRUZANDO LOS DEDOS" (Contra, 2024) de MIKI BERENYI (Lush / Piroshka)
En el Reino Unido, las críticas de Spooky son más bien negativas. Incluso las buenas son tibias. Le echan la culpa de todo a la producción del «Dios Todopoderoso» Guthrie, al que acusan de convertir nuestro sonido en un calco de Cocteau Twins y de hacer inaudibles las letras, que la artística funda de 4AD no incluye, lo que deja a los oyentes sin saber de qué va la cosa. Se da a entender que todo esto nos ha sido impuesto, que sucede en contra de nuestra voluntad. Emma y yo aparecemos como unas víctimas acobardadas y controladas por hombres poderosos -Robin, Ivo, Vaughan, Howard- que nos impiden demostrar hasta dónde puede llegar Lush. ¡Vamos, chicas, no permitáis que los tíos os pisoteen!
Pero no se trata solo del álbum, sino del tiempo que nos ha llevado sacarlo. Nuestra primera gran crítica en el Melody Maker apareció hace casi dos años, y el material que hemos publicado en el ínterin parece no haber existido: Gala no cuenta, dado que no es un álbum «propiamente dicho». Tampoco cuentan los meses de gira que hemos necesitado para promocionar cada lanzamiento. Así que nos ven como unos vagos sobrevalorados.
A esto contribuye el hecho de que todas nuestras correrías nocturnas queden documentadas en las columnas semanales de cotilleos del NME y el MM, y a menudo exageradas. Se tiene la impresión de que los miembros de Lush hemos estado de parranda por la escena londinense, locos por salir en los medios, cuando deberíamos haber estado trabajando en nuestro álbum. Y el hecho de que en las entrevistas nos burlemos de nosotros mismos y bromeemos da fe de que no nos tomamos en serio. Ahora la mitad de nuestras reseñas y artículos se centran en cómo ponemos el grito en el cielo por lo mal que nos tratan. Es todo un poco autorreferencial.
Para colmo, ay Dios, está todo eso del «shoegaze».
Fue Andy Ross, director de Food Records, quien acuñó el término en un concierto de Moose. Se ve que Russell tenía las letras de sus canciones pegadas por todo el escenario, y Andy comentó con un periodista que era una pena la cantidad de bandas de universitarios insípidos que se escondían detrás de sus flequillos y miraban las pedaleras, en lugar de hacer pogo y dar patadas al aire, como Damon, presuntamente. El término se pone de moda: Madchester es guay, excitante y de clase trabajadora, en cambio los miembros de Lush, Moose, Ride, Chapterhouse y Slowdive (a estas alturas My Bloody Valentine están exentos de toda crítica, con Kevin aclamado como un genio) formamos parte de un despreciable colectivo por ser unos muermos de clase media. Con el seudónimo de «Lord Tarquin», David Quantick escribe una columna semanal en el NME titulada «Memoirs of a Shoegazing Gentlemans» en la que nos pinta como pijos de internado privado, todo expresiones finolis, clases de latín y eufemismos sobre hacerse pajas. Moose -de madre trabajadora y padre obrero- se enfada cuando se le ridiculiza por su supuesto privilegio, y Chris se siente como un idiota cuando aparece junto con «Tim de los Charlatans» y «Stephen de Chapterhouse» en otra vacilada habitual titulada «The Shoegazer's Beard-Growing Competition», que juega con la idea de que son tan afeminados que ni siquiera les crece vello en la cara.
Toca capear el temporal. En la prensa, muchos grupos salen malparados, y en los semanarios está en boga la política de apostar por el «ensálzalos y luego déjalos caer». El NME y el MM compiten entre sí; ambos pertenecen a la misma empresa matriz, IPC, por lo que necesitan mantener el interés de los lectores. Eso significa lanzar novedades a bombo y platillo: ¡compra nuestra revista cada semana o te perderás la próxima gran novedad! De modo que una vez que todo el mundo está harto de oír hablar de un grupo, se le pone en la picota y se le critica sin piedad. Es la naturaleza de la bestia, y todo el mundo conoce las reglas. En cualquier caso, las bromas sobre el shoegaze no están muy lejos del tipo de cosas que Emma y yo hacíamos en Alphabet Soup, cuando escribíamos diatribas cómicas sobre góticos, psychobillies y otras tribus, así que lo encontramos divertido. E incluso cuando Steven Wells escribe un artículo para el NME criticando todo lo que decimos y hacemos y cómo lo decimos, sabemos que es el doberman de la publicación, así que no nos lo tomamos como algo personal.
Tengo amigos en bandas que me dicen que NUNCA leen la prensa. Dado que la promoción es un aro por el que hay que pasar, ¿por qué torturarse leyendo lo que dicen? Pero yo salgo con John, que trabaja de relaciones públicas, y la mitad de los amigos de Emma y Phil trabajan en la prensa musical, lo que significa que veo todos los comentarios mordaces que nos dedican. Puedo soportar que a un crítico no le guste mi grupo, pero los ataques personales me afectan. Me siento humillada cuando los chicos de Silverfish conceden una entrevista en la que revelan que su tema «Fucking Strange Way to Get Attention» trata sobre las autolesiones, y dan a entender sin disimularlo que está basada en una «cantante indie de pelo carmesí». Al oír que me horroriza que se especule sobre mi vida sexual en una columna de cotilleos, un redactor replica que me lo tengo merecido porque me bajo las bragas cada vez que me presentan a una estrella del pop. Encantador.
En aquella época no había redes sociales, solo prensa musical. Y pobre de aquel que escribiera quejándose, porque acababa escaldado en los comentarios del editorial. Pero Lush también recibió muchos elogios hiperbólicos, y recabar tanta atención, buena o mala, tenía sus ventajas. La prensa británica tenía influencia en Estados Unidos, donde los anglófilos absorbían toda la información que les llegaba. Eso significaba que había fans que nos habían seguido antes de tocar una sola nota al otro lado del charco, así que ya nos habíamos hecho un hueco antes de que la maquinaria publicitaria de Warner Brothers y sus revistas nacionales empezaran a correr la voz sobre nosotros. Y, aunque al principio desconfiábamos de los entrevistadores estadounidenses que nos preguntaban por el «shoegaze» pronto vimos que no parecían tener ni idea de que se trataba de un insulto y que habían optado por suponer que el término era algo puramente descriptivo. Acabaron por convertirlo en un cumplido.
Grabamos un vídeo para «For Love» (la canción llega al número 35, lo que la convierte en nuestro primer single en el Top 40) y hacemos una sesión de fotos con la nueva formación. Phil posa como nadie (lo digo como un cumplido) y tiene un aspecto estupendo y natural, así que Howard está encantado y se frota las manos de emoción: «¡Estamos GENIALES!». Tenemos un nuevo álbum, nuevo equipo y un bajista sólido como una roca (sin ánimo de ofender, Steve). Es hora de salir de gira.