A continuación comparto un cuento que escribí hace algunos meses... Espero les agrade...
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COLISIÓN MATRIZ
Aquel día encontré a un par esperando en la vereda del frontis de casa. Uno de ellos, Arturo, colega de la Universidad, el otro un completo desconocido. Los invité a pasar y no fue necesario cruzar palabra para saber que lo que los tres queríamos era prendernos con música. Nos acomodamos como pudimos y la hipnosesión se creó.
Fede, el nuevo, se veía impresionado. Pensé que su expresión se explicaba por ignorancia de la música que consumíamos y no iba equivocado. A medida que el tiempo y los sonidos transcurrían sentíame encantado en una burbuja. Arturo debía pasarla igual, pues no pronunció palabra desde que el primer disco nos igniciara.
- ¡¡Ufff!! Acabó el bizcocho marino. ¿Y ahora qué deseas escuchar? – ausculté volviendo a Tierra
- Eeehhh… no sé, John. ¿Tienes el “Playing with Fire”? –contestó como rompiéndose, Arturo.
- Sí, tengo todos los de Spacemen 3, pero justo el que pides se lo he prestado a Wixi.
- Hay cosas que no se deben prestar.
- Al loco le debo varios favores, le pasé ese y el “Sound of Confusion” también… no creo que se malee…
- En fin, tú sabes lo que haces –sentenció.
- Además acá hay bastante de qué escoger, ya sabes, harto post-rock, ethereal-noise, ambient.
- Por eso decidimos venir a buscarte. Alucina que estábamos en la calle y no sabíamos a dónde ir.
- ¿Dónde se encontraron? –inquirí
- En la Iglesia de las Nazarenas.
- Asu...
- Pero nos fue mal, así que nos arriesgamos y venimos…
- … sin avisar.
- Estábamos desesperados. Tú sabes que mis viejos son bien anticuados y no les gusta que lleve a casa gente que no sea de mi cole o de la Universidad.
- Sí, pues, fea nota. A propósito, ¿tu vieja aún sigue pensando que somos homosexuales?
Cuando hube hecho esa pregunta, noté que Fede extraía un papel y escribía. La última vez con Arturo en su hogar fue inaudito. Habíamos llegado de clases y lo primero fue almorzar; rato después bajó algunos discos que le habían llegado del exterior. Nos encerramos en una salita y, tras cancelar las luces y las cortinas, nos dispusimos a escuchar los CDs. Apenas habría discurrido una hora cuando alguien arremetía desesperadamente la puerta.
- Mi vieja está demente, ¡imagínate!, creer que estábamos teniendo sexo en mi casa.
- Asu, qué extraño de su parte. ¿Te alucina un montón, no?
- Ella tiene miedo, no sé de qué.
- Si te ha visto crecer… ¿cómo puede dudar tanto?
- Nunca le gustó que fuera tan antisocial -explicaba nuestro colega una vez más- y me dedicara a leer libros “extraños”. Siempre discutía con mi padre por esos motivos.
- ¿Y él qué dice, está más consciente?
- Así lo parece. Con mi viejo puedo hablar de poesía o de filosofía y creo que entiende.
- Tío qué locura... –solté bastante contrariado.
- Mejor, escuchemos ese de Seefeel que pusiste la otra vez.
Coloqué en el stereo el álbum que, tan sabiamente, se me había solicitado. Por aquellas épocas siempre que escuchaba el “Succour” sentía que me transformaba en otro. Y esa ocasión no fue distinta. Mientras Seefeel sonaba bravamente, empecé a danzar como poseído por espíritus pre históricos. Mis brazos y piernas solo dibujaban figuras voluptuosas. Cada golpe de percusión motivaba en mí un éxtasis orgiástico. Mi vida y el universo cobraba total sentido en esa música. En un momento torné el rostro y observé un cielo imaginario cubriendo el recinto, pintándolo de un celeste cardinal. Todo se detuvo y entonces fui absorbido por un caos fractálico.
- John, despierta.
- ¿Qué? ¿Qué sucede?
- Tus amigos, hijo, se los han llevado ya… A los dos... se han disparado en la cabeza.
- No, no puede ser. ¿Por qué me dices eso, papá?
Me puse las gafas y, asustado, revisé el papel manchado en sangre que se me alcanzaba. Un mensaje en él ponía:
“John, uno de estos días algunos ojos se abrirán, no
desesperes, pues. Mañana no hay mañana”.
Fede.
FIN.
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COLISIÓN MATRIZ
Aquel día encontré a un par esperando en la vereda del frontis de casa. Uno de ellos, Arturo, colega de la Universidad, el otro un completo desconocido. Los invité a pasar y no fue necesario cruzar palabra para saber que lo que los tres queríamos era prendernos con música. Nos acomodamos como pudimos y la hipnosesión se creó.
Fede, el nuevo, se veía impresionado. Pensé que su expresión se explicaba por ignorancia de la música que consumíamos y no iba equivocado. A medida que el tiempo y los sonidos transcurrían sentíame encantado en una burbuja. Arturo debía pasarla igual, pues no pronunció palabra desde que el primer disco nos igniciara.
- ¡¡Ufff!! Acabó el bizcocho marino. ¿Y ahora qué deseas escuchar? – ausculté volviendo a Tierra
- Eeehhh… no sé, John. ¿Tienes el “Playing with Fire”? –contestó como rompiéndose, Arturo.
- Sí, tengo todos los de Spacemen 3, pero justo el que pides se lo he prestado a Wixi.
- Hay cosas que no se deben prestar.
- Al loco le debo varios favores, le pasé ese y el “Sound of Confusion” también… no creo que se malee…
- En fin, tú sabes lo que haces –sentenció.
- Además acá hay bastante de qué escoger, ya sabes, harto post-rock, ethereal-noise, ambient.
- Por eso decidimos venir a buscarte. Alucina que estábamos en la calle y no sabíamos a dónde ir.
- ¿Dónde se encontraron? –inquirí
- En la Iglesia de las Nazarenas.
- Asu...
- Pero nos fue mal, así que nos arriesgamos y venimos…
- … sin avisar.
- Estábamos desesperados. Tú sabes que mis viejos son bien anticuados y no les gusta que lleve a casa gente que no sea de mi cole o de la Universidad.
- Sí, pues, fea nota. A propósito, ¿tu vieja aún sigue pensando que somos homosexuales?
Cuando hube hecho esa pregunta, noté que Fede extraía un papel y escribía. La última vez con Arturo en su hogar fue inaudito. Habíamos llegado de clases y lo primero fue almorzar; rato después bajó algunos discos que le habían llegado del exterior. Nos encerramos en una salita y, tras cancelar las luces y las cortinas, nos dispusimos a escuchar los CDs. Apenas habría discurrido una hora cuando alguien arremetía desesperadamente la puerta.
- Mi vieja está demente, ¡imagínate!, creer que estábamos teniendo sexo en mi casa.
- Asu, qué extraño de su parte. ¿Te alucina un montón, no?
- Ella tiene miedo, no sé de qué.
- Si te ha visto crecer… ¿cómo puede dudar tanto?
- Nunca le gustó que fuera tan antisocial -explicaba nuestro colega una vez más- y me dedicara a leer libros “extraños”. Siempre discutía con mi padre por esos motivos.
- ¿Y él qué dice, está más consciente?
- Así lo parece. Con mi viejo puedo hablar de poesía o de filosofía y creo que entiende.
- Tío qué locura... –solté bastante contrariado.
- Mejor, escuchemos ese de Seefeel que pusiste la otra vez.
Coloqué en el stereo el álbum que, tan sabiamente, se me había solicitado. Por aquellas épocas siempre que escuchaba el “Succour” sentía que me transformaba en otro. Y esa ocasión no fue distinta. Mientras Seefeel sonaba bravamente, empecé a danzar como poseído por espíritus pre históricos. Mis brazos y piernas solo dibujaban figuras voluptuosas. Cada golpe de percusión motivaba en mí un éxtasis orgiástico. Mi vida y el universo cobraba total sentido en esa música. En un momento torné el rostro y observé un cielo imaginario cubriendo el recinto, pintándolo de un celeste cardinal. Todo se detuvo y entonces fui absorbido por un caos fractálico.
- John, despierta.
- ¿Qué? ¿Qué sucede?
- Tus amigos, hijo, se los han llevado ya… A los dos... se han disparado en la cabeza.
- No, no puede ser. ¿Por qué me dices eso, papá?
Me puse las gafas y, asustado, revisé el papel manchado en sangre que se me alcanzaba. Un mensaje en él ponía:
“John, uno de estos días algunos ojos se abrirán, no
desesperes, pues. Mañana no hay mañana”.
Fede.
FIN.
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