En cierta manera, los de la "Pura Chrarla", y el neotaoísmo en su conjunto, predicaban una especie de taoísmo desesperado que es llamativamente parecido al existencialismo y al nihilismo del siglo XX. Sonando un punto beckettiano, el filósofo neotaoísta Lieth-se escribió: "Los cambios naturales y las actividades humanas son igualmente mecánicas en su funcionamiento, y no existe algo como la libertad divina o humana, el propósito divino o humano... La infancia desvalida y la vejez temblorosa consumen como la mitad de este [nuestro] tiempo. El tiempo que pasa mientras dormimos por la noche, y el que se malgasta mientras estamos despiertos durante el día, vuelve a sumar otra mitad del resto. Y todavía de nuevo la pena y el miedo nos ocupan como otra mitad. Así que, entonces, sólo hay un espacio como de diez años escasos en los que realmente vivimos (con disfrute propio) e incluso entonces no hay ni una sola hora que no se relacione con la ansiedad" (y aquellos pobres cabrones ni siquiera tenían Prozac).
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Un pasaje del historiador chino Liu Hsün capta el estado libertario de los devotos de la "Pura Charla" con términos especialmente coloridos: "... Juan Chi solía complacerse en el vino y el abandono total. Se descubría la cabeza, dejaba el pelo suelto, se quitaba los vestidos exteriores y se tumbaba destaparrado en el suelo. Más tarde los jóvenes de la nobleza... se hicieron todos seguidores de su ejemplo. Decían que ésta era la manera de alcanzar el origen del gran tao. Y en consecuencia se libraban de sus gorros, se quitaban la ropa y exhibían una conducta vergonzosa, como si fueran pájaros y bestias. Hacer esto en el grado más extremo se llamaba 'entendimiento'; hacerlo en un grado menor, se llamaba 'comprensión'."
Según lo formuló en el siglo XII Wang Ch'ung-yang, patriarca del movimiento taoísta de la Perfección Total: "Todo mundo debería aprender en primer lugar a liberarse y abandonarse." El tao, por supuesto, baila rock.
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Como alguien que, más o menos, abandonó toda ambición al entrar en la veintena y pasó unas cuantas tardes incapacitado para hablar, vertiendo arena de una mano a la otra (algunas veces sin ninguna ayuda vegetal o química), los relatos de (en palabras de Michel Strickman) "tontos y retrasados taoístas" me producen resonancias particulares. Lieh-tse lo expresó de esta manera: "Lo interno y lo externo se mezclaban en la unidad. Después de esto, no había distinción entre ojo y oreja, oreja y nariz, nariz y boca: todos eran lo mismo. Mi cerebro estaba congelado, mi cuerpo se disolvía, mi carne y mis huesos se fundían juntos. Yo era completamente inconsciente de dónde apoyaba mi cuerpo, o qué había bajo mis pies. Me llevaba para aquí o para allá el viento, como tierra seca o las hojas que caen de un árbol. De hecho, no sabía si era el viento el que me cabalgaba o cabalgaba yo el viento." Para una mente occidental, esto suena como la descripción de una depresión psicológica total. Para Lieth-se, describe un estado de exaltación.
En efecto, cuando uno abandona el instinto del estatus y permite que todo pensamiento y categoría se disuelvan, se queda a veces simplemente contemplando la brizna de hierba del proverbio, mirando el mundo entero como un idiota inútil. Quizás, de hecho, siendo incluso un idiota inútil. En una cultura occidental paranoica con respecto a los mendigos, vagabundos, parados, dementes y perdedores, esto, simplemente, no puede tolerarse. Dentro de otras culturas, incluyendo la que prevaleció en China durante miles de años, se dan estipendios a los locos sagrados. De algún modo, a pesar de que carecían de calefacción central, ordenadores y salmones transgénicos, los chinos no vivían con miedo a que su mundo se hiciera pedazos si unos pocos de ellos no se mostraban nada diligentes.
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El occidental típico hará objeciones, afirmando que si a todo el mundo se le permite andar jugando como un niño travieso, ¿quién hará el trabajo duro para sobrevivir? Hasta el emblemático Jack Kerouac puso reparos al ver llegar la cultura psicodélica de la marginalidad hippy y preguntó: "¿Quién lamerá los sellos?" Pero los taoístas no se preocupan porque... los taoístas no se preocupan. (¡JA!) La mayor parte de la gente, siguiendo el impulso de su naturaleza, será suficientemente laboriosa. Cultivarán la tierra, criarán niños, construirán refugios, cortarán leña y transportarán agua. Las comunidades taoístas han sobrevivido y trabajado. Unas hacen más. Otras hacen menos. Unas pocas no hacen nada. Los taoístas no se dedican a las comparaciones envidiosas ni a los celos. No se preocupan del estrés.
KEN GOFFMAN
"La Contracultura a través de los tiempos. De Abraham al Acid House"
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