1996 fue un año pletórico de radiaciones visionarias en lo que respecta al panorama peruano de avanzada como al internacional.
Por esos años había igniciado ya la movida Crisálida Sónica del que fui parte activa. Grupos como Azul en Silencio/Espira, Diosmehaviolado/Evamuss, Avalonia/Fractal, Catervas/Cíclica, etc. elevábamos la Lima de esos años. Estábamos interesados en la experimentación sónica espacial post-rocker al interior de nuestros avatares, pero también en lo realizado por nuestros contemporáneos en otras latitudes.
De esa forma descubrimos verdaderas gemas de la Historia oculta(da) de la Música made in 90’s: Third Eye Foundation, Flowchart, Main, Labradford, Azusa Plane, Windy & Carl, Tomorrowland, Spacetime Continuum, Indicate, Stars of the Lid… Uno de esos manjares fue, qué duda cabe, Bowery Electric.
El primer disco que llegó a mis manos de la dupla conformada por Martha Schwendener y Lawrence Chandler sería a la sazón “Beat” (Kranky, 1996). Construido empleando drones, laptops, susurros extasiados y samplers, “Beat” fue el perfecto balance entre el pseudo shoegaze de su primer opus -“Bowery Electric” (Kranky, 1995)- y el trip hop que luego explorarían en su canto de cisne “Lushlife” (Beggars Banquet, 1999). En una entrevista que le realicé allá por el 2000, Chandler me contaría que en definitiva ellos no consideraban su debut como un disco afecto a los cánones del shoegaze. Incluso me comentó que al grabarlo ni siquiera había escuchado la obra de My Bloody Valentine.
“Beat” fue un fantástico remezón para varios en la escena de avanzada en la Lima de los 90’s. Eran los tiempos del auge del fujimorismo, el inicio de la era internet, la TV por cable, la "democratización" de la tecnología, etc. Siempre me he preguntado si la tecnología ha devenido en inclusiva o si más bien nos ha capturado a todos en su lógica consumista/materialista. En la ciudad ya se respiraba aquel vaho de bastardización de la cultura que los diarios chicha y la tv basura instalaron para quedarse. Un panorama replicado en la actualidad por todos los medios masivos privados. Tal contexto obligaba a los melómanos a replegarse en la música con mayor pasión. Después de todo no teníamos nada que perder, ya todo estaba podrido y las drogas –siempre presentes- ayudaban en mucho a "limpiarnos", a sacudirnos de la carroña.
Había leído la recomendación de este artefacto en algún lugar de la web, así que cuando un colega de la universidad me pidió darle una lista de discos para traerse de yankeelandia, incluí este de Bowery. Ya con los cds en Lima, en las encerronas escuchándolos, descubrí un mundo donde el minimalismo de LaMonte Young y Terry Riley se fundía innovadoramente con el sonido de Seefeel, Bark Psychosis y con la sempiterna estela de Kevin Shields y cía. El resultado era seductor e hipnótico y el feeling que transportaba era capaz de hacer del letargo una bendición redentora, un acontecimiento visionario.
Temas como “Beat” –quizás la gema más influenciadora de este documento, a años luz del sonido de sellos como Morr Music: Tony Conrad danzando extasiado en una rave llena de drones, ángeles y ritmos mesmerizantes- o “Fear of Flying” denotaban una personalidad única en la escena. Las percusiones en plan hip-hop y el bajo marcadamente dub hacían de las suyas en nuestros adolescentes cerebros. Las líricas de “Beat”: “Words are just words, words are only noise” casi en plan semiótico, resultarían chocantes para los indie rockers de ese entonces y aún de hoy, tan afectos a ponderar una canción por el peso de su letra. Esto era tan simple y directo que horadaba el entendimiento.
“Without Stopping” era otra de las majestuosas epifanías del álbum. Construido en base a una percusión techno ambient y unas violas planeadoras con harto reverb y delay, decantaba paraísos perdidos en forma de feedbacks. La voz de Martha Schwenderer rezaba una plegaria a algún dios extasiado desde el inicio de los tiempos, el cual ya solo podía entender alabanzas y clamores semejantes. Un alto himno del post-rock norteamericano. Bandas como Godspeed You! Black Emperor o Explosions in the Sky son una mala broma a su lado.
El disco contenía no solo breves experimentos instrumentales a la manera de pa(i)sajes aislacionistas, madrigueras sónicas donde poner a tu alma divagar como en el purgatorio -“Looped”, “Under the Sun”-, pero también canciones en donde baterías acústicas desplazaban a sus pares electrosónicos cortesía de Wayne Magruder de los locazos Calla. Por esas temporadas algunos colegas de la escena local eran de la opinión de que este detalle le confería clase/distinción a los Bowery.
“Inside Out” o “Coming Down” (“close your eyes we are coming down, close your eyes we are coming down”), en la voz de Lawrence Chandler, añadían un matiz químico dependiente al sonido de la dupla. Con la presencia de percusiones acústicas las guitarras relucían mucho más. Todo se transformaba en una corriente de electricidad que ingresaba placenteramente a tu cuerpo. El minimalismo convertido en religión. Una “doctrina” de la que estos músicos newyorkinos abjurarían luego.
“Postscript” era la coda perfecta para un disco tan extraño y hermoso como “Beat”. Más que una pieza espacial de corte minimal era una declaración de principios. Un manifiesto. 17 eternales minutos en los que flotar a tus anchas sin preocuparte por nada más que volar y quebrar tu mente. Estallar en colores y renacer espiritualmente a una nueva música donde el sonido se apoderará de tu existencia. Frecuencias, texturas, timbres y más lujuriosas frecuencias pasaban ante ti, estimulando tu mente y alma como nada/nadie lo había hecho antes. Metamúsica que le dicen.
Honestamente creo que la vida sin este tipo de experiencias no merece ser vivida. Atrás quedó la pose arty y snob, los peinados y la ropita de moda. Ídem con los avejentados sonidos de los (indie) rockers de siempre. Post-Rock fue lo más transgresor que el planeta musical internacional vivió hasta estos días. Y ello muy a pesar de la bastardización que sufriera esta corriente por parte de los medios y la industria interesada en vender gato por liebre. “Vertigo” (Beggars Banquet, 1997), el doble álbum de remixes de Bowery Electric, confirma letra por letra lo dicho en estas líneas. Un año después, ya en 1998, Martha y Lawrence se encargarían de (re)firmar su sentencia como los sublimes gurús que siempre fueron: “Things’ll Never Be The Same” (Various – A Tribute to Spacemen 3, [Rocket Girl, 1998]). Ciertamente el rock está ya bien muerto. Al menos para los más inquietos e insatisfechos.
Los amamos maestros.
Wilder Gonzales Agreda.
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