por Pedro Francke
Extraído de "Hildebrandt en sus Trece" el 12 de mayo de 2017
En los últimos treinta años los trabajadores han sufrido una enorme pérdida de posiciones económicas, lo que es una de las razones más claras de la reciente revuelta contra la globalización en Inglaterra, Estados Unidos y Francia. Los defensores del neoliberalismo se encuentran asombrados de que, finalmente, los trabajadores de los países desarrollados hayan empezado a responder políticamente. Ha sido recién tras estos resultados electorales que en los círculos internacionales de poder se empieza a discutir la enorme caída del peso de los salarios en la distribución del ingreso.
Desde hace varios años hay una preocupación creciente por la desigual distribución de los ingresos en esos países. Comenzó con economistas destacados como Joseph Stiglitz, siguió un libro de Thomas Piketty titulado “El Capital en el siglo XXI” que generó revuelo y otros autores como Anthony Atkinson, Premio Nobel de Economía 2012.
Esa preocupación ha llevado a que en diversos foros del establishment económico haya entrado la desigualdad como un tema central. La jefa del FMI Christine Lagarde ha resaltado varias veces ya el serio problema que constituye la desigualdad. El Banco Mundial ahora saca un informe anual sobre el tema de la desigualdad, titulado “shared prosperity” (riqueza compartida). El Foro Económico Mundial lo ha tenido como centro de su reunión anual en Davos, Suiza.
Lo que pasa es que en Estados Unidos el 1% más rico ha pasado de controlar el 10% de los ingresos a tener el 20% de los mismos, pero si la participación de este grupo en la distribución se ha duplicado, la del club más exclusivo, del 0,1% superior, se ha triplicado. En el Reino Unido, la desigualdad medida por el coeficiente de Gini ha pasado de 0.26 a 0.36.
Si la desigualdad afecta a los países del norte, las cifras mundiales de la desigualdad son brutales. 62 personas tienen tanta riqueza como 3 mil 600 millones de personas (el 50 por ciento más pobre del mundo). Este grupo de 62 ultra ricos ha aumentado su riqueza en 540 mil millones de dólares (44 por ciento) en los últimos cinco años, mientras que los 3 mil 600 millones más pobres perdieron más de mil millones de dólares, según revela un informe de Oxfam. Tras 25 años, un cuarto de siglo, de dominio del neoliberalismo a nivel mundial, los supuestos beneficios del crecimiento económico anual para el 10 por ciento más pobre del mundo no llegan ni a 1 centavo de dólar diarios.
SORPRESAS DESDE EL FMI
Lo nuevo es que ahora se incluye en este análisis algo obvio pero antes dejado de lado: el trabajo y los trabajadores. En un hecho único en sus ya casi 70 años de historia, el Fondo Monetario Internacional ha dedicado un capítulo de su último “Panorama de la Economía Mundial” (informe que saca semestralmente) a la caída de la participación de los salarios en la distribución del ingreso. Lo hace, además, señalando que “la caída en la participación del trabajo en los ingresos ha sido concomitante con el aumento de la desigualdad”, lo cual puede, siempre según el FMI, “aumentar las tensiones sociales y dañar el crecimiento económico”. Lo nuevo acá es que estas aseveraciones, dichas desde hace años por economistas alternativos, ahora los asuma también el FMI.
Los datos son contundentes. En los ricos países desarrollados, de 1980 a la fecha los trabajadores han visto disminuir su participación en el ingreso nacional de 53 por ciento a 40 por ciento. En algunos de los países más afectados, como Estados Unidos e Inglaterra, los trabajadores no calificados prácticamente no han visto ningún aumento salarial en tres décadas, al mismo tiempo que como hemos visto las ganancias que perciben los más ricos se han multiplicado. No es casualidad que se trate precisamente de aquellos países en los que bajo los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher se aplicaron con más fuerza las políticas antisindicales y de privatizaciones, y que impusieran a nivel mundial (precisamente mediante el FMI) el Consenso de Washington y sus reformas neoliberales. En lo que el FMI llama “economías emergentes y en desarrollo”, el trabajo en el PBI ha caído de 50 por ciento a 38 por ciento, también una reducción muy grande.
Un momento: ¿No se suponía que la globalización iba a ayudar a los trabajadores tercermundistas? ¿Una de las grandes razones por las que el Perú firmó el TLC con Estados Unidos no era porque se iban a crear 2 millones de empleos, como pusieron en ese momento en grandes paneles por toda Lima? Bueno, el estudio del FMI encuentra que, para los “países emergentes la integración global, y más específicamente la participación en cadenas globales de valor, resulta ser un factor importante en la caída de la participación del trabajo en el ingreso nacional”. Los trabajadores no han salido ganando con la globalización y el TLC sino que han perdido.
La conclusión del FMI es clave pues a nivel internacional la gran discusión es sobre si esta mayor desigualdad de ingresos es producto del cambio tecnológico, de la globalización o de las políticas aplicadas. La discusión es clave, ya que para los defensores de este modelo económico neoliberal, la única causa es el cambio tecnológico, que según ellos es inevitable y totalmente deseable, mientras que la globalización y los TLCs son todos buenos y positivos, de tal manera que nada hay que criticar ni alternativa que se pueda levantar.
Para los “mercados emergentes” como nosotros, el estudio del FMI no encuentra un impacto de las tecnologías en la pérdida de peso de los salarios en el ingreso nacional (lo que sí aparece en los países desarrollados). Así, descartado el cambio tecnológico como un factor generador de la desigualdad, nos quedamos con que ésta se debe a la globalización y a las políticas económicas.
Contrariando a nuestros neoliberales locales, el FMI considera que “la caída en las tasas de sindicalización puede reflejar la pérdida de poder negociador del trabajo, causando también la pérdida de peso de los salarios en el ingreso nacional. Más aun, cambios en las regulaciones de mercado de las dos décadas pasadas – por ejemplo aquellas que regulan la contratación y despido de trabajadores o la competencia en los mercados de bienes – pueden haber afectado la distribución del ingreso”. Vale la pena para tomar nota, puesto que el FMI contradice la campaña continuada y persistente de El Comercio, Abusada y demás neoliberales amigos dela Confiep, que quieren traerse abajo las limitadas y reducídisimas leyes que protegen al trabajador en el Perú. Lo que dice el FMI es que han sido precisamente esas reformas neoliberales que han permitido contratos temporales, CAS, services y terciarizadoras sin limitaciones, los que han afectado la distribución del ingreso quitándole poder de negociación a los trabajadores. Algo que es bastante obvio y que hemos dicho repetidas veces, pero que ahora acepta ¡nada menos que el FMI!, luego de advertir que esta gran desigualdad trae tensiones sociales y afecta negativamente el crecimiento económico.
TECNOLOGIAS Y ROBOTIZACION
Si bien el informe del FMI analiza los cambios de las últimas décadas que han generado pérdida de peso de los salarios y mayor desigualdad, buena parte de la discusión económica de las últimos meses ha empezado a girar alrededor del tema de la robotización. La preocupación surge porque, al problema ya generado por las nuevas tecnologías en las décadas pasadas, se podría sumar en los próximos años un fuerte desplazamiento de trabajadores por robots.
El desplazamiento del empleo por nuevas tecnologías ha sido una preocupación ya antes vista en la historia. En el siglo XIX se registró el movimiento social de los luditas, artesanos que en Inglaterra salían a destrozar máquinas porque les quitaban el trabajo. Pero en general el avance tecnológico genera un aumento de la productividad y permite un desplazamiento de la mano de obra hacia otras actividades, aunque el gran problema es que esos empleos no están nada asegurados o pueden tener peores condiciones.
El temor es que si en las décadas pasadas las computadoras y su poder de información reemplazaron vendedores, conserjes y obreros semi-calificados, en los próximos años los robots podrán reemplazar choferes, vendedores, empleados de hoteles y restaurantes y otras ocupaciones masivas y de baja calificación. El efecto sería mayor desempleo y una tremenda presión a la baja de los salarios.
Frente a esa situación, hay propuestas de poner un impuesto a los robots, planteada por Bill Gates y luego recogida por el Premio Nobel Robert Shiller. La discusión es si la política debe referirse únicamente a los robots o debe ser más amplia y usar otros instrumentos, como en su último libro plantea Anthony Atkinson.
Tal vez proyectarse hasta un futuro desconocido con robots suene demasiado adelantado para un país tercermundista lejos de la vanguardia tecnológica como el Perú. Sin embargo, este fenómeno se sumaría a la enorme desigualdad y la caída del peso de los salarios presentes en nuestro país desde las reformas fujimoristas de los años noventa. Es tiempo de que quienes nos gobiernan empiecen a preocuparse un poco del presente y futuro de los trabajadores y dejen de verlos sólo con costo económico que debe reducirse para rentabilizar las inversiones de la Confiep.
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