Por REBECA DIZ
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"
A la campaña local contra el machismo le sobran pechos en vitrina, nalgas al por mayor y labios reencauchados. Digamos que a esta batalla le sobra carne y le faltan ideas. Abundan los grititos de noticiero mañanero y se echa de menos la voz serena de alguna Simone de Beauvoir o la ironía de una Sontag. Esta es una vieja lucha que exige de un ejército abastecido de ideas y por ahora andamos calatas.
La violencia contra la mujer no tiene excusa. Cualquiera de sus formas debe ser severamente castigada. Y esa batalla la vamos ganando. El código penal nos ha dado la razón: desde 10 días de servicio comunitario -la sanción más benévola por acoso callejero- hasta la cadena perpetua por violación de menores. Sólo falta que los jueces cumplan su trabajo y garanticen justicia a la víctima y no al victimario.
En la otra contienda, la social, perdemos por nocaut. Y si fuéramos sinceras deberíamos admitir que hemos sido colaboracionistas en esta derrota. Hace buen tiempo que aceptamos sin rechistar el rol que el mercado nos ofreció: convertirnos en el principal gancho marquetero de la industria publicitaria interpretando el papel de "lomo fino". Con un muslo sugerente ofertamos lubricantes para carros, con una nalga prominente vendemos desodorante para hombres y para promocionar cerveza nada como unos buenos senos. Nos han ofrecido hacer de carnada y firmamos el contrato sin pensarlo dos veces. Y ahora, al grito de ¡machistas, acosadores!, pretendemos limpiarnos de nuestra responsabilidad en el asunto.
Porque, seamos francas, aquí, entre nos: ¿qué quiere suscitar una mujer que posa ligera de prendas -o sin ellas- en una revista de hombres?, ¿que los lectores admiren su inteligencia? ¡Ja! ¿No imaginan las chicas de los realities por qué sus uniformes de trabajo son tan diminutos? ¡Ja, ja! ¿Es todo candor e inocencia en la jovencita que, sacando partido a las curvas de su cuerpo, se contornea por la avenida Abancay vendiendo helados? ¡Ja, ja, ja! Si para enfrentar el machismo rampante hay que embutirse en short talla XXS, a mí que me den mi burka.
La industria de la publicidad, de la moda y de Hollywood impuso con éxito sus cánones: cuerpos imposibles sin asistencia del bisturí y sobredosis de bótox. Y la mujer se sometió. Y cuando ya no había ideas de las que claudicar se multiplicaron los Weinstein y los Testino exigiendo peaje. Sus víctimas consideraron que era el precio para poner los pies en el paseo de la fama. Y lo pagaron. ¿Fue acoso laboral? Sí, sin duda. ¿Había otra opción? Sí, la dignidad y la respectiva denuncia.
Responsabilizar al "machismo" del papel que acatamos sin rechistar es reducir la causa feminista y la lucha por los derechos de la mujer a un editorial de la revista Vogue. ¡Que resucite Miguelina Acosta!
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"
A la campaña local contra el machismo le sobran pechos en vitrina, nalgas al por mayor y labios reencauchados. Digamos que a esta batalla le sobra carne y le faltan ideas. Abundan los grititos de noticiero mañanero y se echa de menos la voz serena de alguna Simone de Beauvoir o la ironía de una Sontag. Esta es una vieja lucha que exige de un ejército abastecido de ideas y por ahora andamos calatas.
La violencia contra la mujer no tiene excusa. Cualquiera de sus formas debe ser severamente castigada. Y esa batalla la vamos ganando. El código penal nos ha dado la razón: desde 10 días de servicio comunitario -la sanción más benévola por acoso callejero- hasta la cadena perpetua por violación de menores. Sólo falta que los jueces cumplan su trabajo y garanticen justicia a la víctima y no al victimario.
En la otra contienda, la social, perdemos por nocaut. Y si fuéramos sinceras deberíamos admitir que hemos sido colaboracionistas en esta derrota. Hace buen tiempo que aceptamos sin rechistar el rol que el mercado nos ofreció: convertirnos en el principal gancho marquetero de la industria publicitaria interpretando el papel de "lomo fino". Con un muslo sugerente ofertamos lubricantes para carros, con una nalga prominente vendemos desodorante para hombres y para promocionar cerveza nada como unos buenos senos. Nos han ofrecido hacer de carnada y firmamos el contrato sin pensarlo dos veces. Y ahora, al grito de ¡machistas, acosadores!, pretendemos limpiarnos de nuestra responsabilidad en el asunto.
Porque, seamos francas, aquí, entre nos: ¿qué quiere suscitar una mujer que posa ligera de prendas -o sin ellas- en una revista de hombres?, ¿que los lectores admiren su inteligencia? ¡Ja! ¿No imaginan las chicas de los realities por qué sus uniformes de trabajo son tan diminutos? ¡Ja, ja! ¿Es todo candor e inocencia en la jovencita que, sacando partido a las curvas de su cuerpo, se contornea por la avenida Abancay vendiendo helados? ¡Ja, ja, ja! Si para enfrentar el machismo rampante hay que embutirse en short talla XXS, a mí que me den mi burka.
La industria de la publicidad, de la moda y de Hollywood impuso con éxito sus cánones: cuerpos imposibles sin asistencia del bisturí y sobredosis de bótox. Y la mujer se sometió. Y cuando ya no había ideas de las que claudicar se multiplicaron los Weinstein y los Testino exigiendo peaje. Sus víctimas consideraron que era el precio para poner los pies en el paseo de la fama. Y lo pagaron. ¿Fue acoso laboral? Sí, sin duda. ¿Había otra opción? Sí, la dignidad y la respectiva denuncia.
Responsabilizar al "machismo" del papel que acatamos sin rechistar es reducir la causa feminista y la lucha por los derechos de la mujer a un editorial de la revista Vogue. ¡Que resucite Miguelina Acosta!