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sábado, 10 de noviembre de 2018

La democracia teledirigida (extracto)


Por DANIEL ESPINOSA
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"

La propaganda es un oficio misterioso, críptico. No tiene padre porque nadie la ha querido reconocer, aunque sí tiene múltiples putativos. A Edward Bernays le tocó la paternidad de una de sus versiones respetables, las Relaciones Públicas. El intelectual austriaco era sobrino de Sigmund Freud y gracias a él entendió –adelantándose a su tiempo–, que pulsiones inconscientes e irracionales dominan buena parte de la conducta y las actitudes humanas. El raciocinio vendría a ser una posibilidad.

De esa irracionalidad se desprende una regla elemental de la propaganda: esta no busca modificar opiniones –las personas actuamos pasando por alto nuestra propia razón, por mucho que nos disguste la idea–, sino suscitar acciones concretas. 
En un momento importante de la lucha feminista por la igualdad de derechos, por citar una campaña propagandística prototípica, Bernays logró asociar la libertad femenina con fumar cigarrillos –costumbre reservada hasta entonces al género masculino–, y rompió con un estigma social que limitaba el mercado potencial de su cliente tabacalero a solo una mitad del público adulto. La operación consistió en reunir a mujeres en plazas y eventos sociales y fotografiarlas fumando, para luego publicar esas fotos en los medios locales. Actrices famosas harían lo mismo en filmes, transformando el disgusto en admiración y una costumbre reprochable en signo de sofisticación.

Bernays aplicó los principios del psicoanálisis a las necesidades políticas de los hombres poderosos de entonces. “…los tiempos han cambiado”, escribió hacia 1928, “El motor a vapor, la prensa múltiple y la escuela pública, ese trío de la revolución industrial, ha tomado el poder de los reyes y se lo ha dado a la gente (…) el sufragio y la escolaridad universales reforzaron la tendencia, y finalmente, incluso la burguesía contempló con temor a la gente común. La masa había prometido convertirse en rey. Hoy, sin embargo, una reacción ha tomado forma…”.

Esa reacción era la propaganda. Con ella, las élites podrían “moldear la mente de las masas”, dirigiendo su “recién ganada fuerza” –aquella proveniente del reconocimiento de su lugar central en la sociedad democrática y su derecho a dirigir su propio destino–, “en la dirección deseada”. La opinión pública debía ser administrada. Sin esa “reacción” elitista, como notó el psicólogo australiano Alex Carey, el poder de los dueños tradicionales de la humanidad se encontraría en riesgo ante el empoderamiento del hombre común. Carey señalaba que el siglo XX se caracterizó por “el crecimiento de la democracia, el crecimiento del poder corporativo y el crecimiento de la propaganda como medio para proteger al poder corporativo de la democracia”.

Edward Bernays participó de la campaña propagandística para convencer al pueblo estadounidense –que según varias versiones históricas era eminentemente pacifista–, de entrar en la Primera Guerra Mundial, encargada por el gobierno de Woodrow Wilson. Bernays, que siempre defendería el empleo “democrático” de la manipulación por parte de una élite, describió así la hazaña: “Todo instrumento de persuasión y sugestión conocidos fueron empleados para vender nuestros objetivos de guerra al pueblo americano”, explicó hacia mediados del siglo XX, “reportes sobre alemanes representados como bestias y hunos fueron generalmente aceptados y las más fantásticas historias de atrocidades fueron creídas”.

Las huestes del dictador libio Muamar Gadafi eran “proveídas de Viagra” para llevar a cabo “violaciones masivas” de mujeres. Esa “fantástica historia de atrocidades” fue relatada por la embajadora estadounidense Susan Rice en 2011 y repetida por varios medios masivos (como parte de una larga retahíla de “fake news” difundida sin la ayuda de Rusia ni de las “peligrosas” redes sociales), en la víspera de la invasión de Libia, ese año. La índole sexual de la historia tiene la finalidad bastante patente de impresionar y suscitar una reacción visceral. Entre las técnicas se incluye también la ya tradicional explotación de la imagen infantil, que tan fácilmente produce un efecto emocional, inoculando selectivamente indignación y antagonismo en la opinión pública para que una eventual agresión resulte tolerable. Peor aún: para que sea rabiosamente exigida. La foto de la víctima propia o del aliado no tiene cabida en ninguna parte.

Los métodos de manipulación, lejos de ser develados y denunciados a través del tiempo, se pasan por alto, tanto así que los medios masivos caen una y otra vez en ellos. Las investigaciones del Parlamento Británico, con respecto a Libia en 2011, concluyeron en que los gobiernos de Francia e Inglaterra actuaron en base a “inteligencia poco precisa”, “convirtiendo una intervención de rescate de víctimas en una operación de cambio de régimen”, luego de “identificar erróneamente una amenaza que había sido exagerada y que incluía elementos islamistas”. Todo muy familiar al siglo XXI, que desgraciadamente ha visto varias agresiones llevarse a cabo bajo el mismo modus operandi sin que la prensa ate cabos.

Hacia el fomento deliberado de la estupidez

Un crítico de Bernays y sus artes oscuras era Everett D. Martin, escritor y psicólogo contemporáneo de aquel, quien consideraba que, en ausencia de un sistema educativo adecuado, una revolución en la tecnología de la información hacía posible influenciar a hombres y mujeres ignorantes con medias verdades. Lo señaló en la década del 20 del siglo pasado y hoy nos encontramos ante una nueva revolución en la forma de internet, las redes sociales, los teléfonos móviles y los cientos de aplicativos que segundo a segundo recopilan información sobre nosotros para crear bases de datos más completas y técnicas de mercadeo más efectivas. Un “ojo de Mordor” digital, obsesionado con delimitar hábitos y audiencias. 

Everett Martin estaba preocupado por los métodos y “efectos últimos de la propaganda”. Uno de los efectos de los métodos propagandistas, explicaba, consistía en “incrementar enormemente la susceptibilidad del público a eslóganes, palabras de moda y medias verdades planteadas de manera vulgar”. ¿Y de qué depende esta “susceptibilidad”? Naturalmente, de un intelecto poco desarrollado, bajo un ataque constante dirigido a sus impulsos instintivos. 

Para Bernays, la propaganda era el recurso que usaba la “minoría inteligente” para dirigir a la masa, produciendo reacciones haciendo uso de “clichés” y “hábitos emocionales”. Bernays reconocía que fue el “enorme éxito de la propaganda durante la guerra”, lo que abrió los ojos de la “minoría inteligente, en todos los departamentos de la vida, a la posibilidad de regimentar la mente del público”. Al respecto, Martin observó: “¡Precisamente! El propagandista ha aprendido a aplicar una psicología de guerra a la consecución de cualquier tipo de fin (…) la inteligencia de la comunidad es exhortada así a abandonar su rol histórico de mantener vivos los valores de la civilización, y convirtiéndose en demagogo y sicofante, invitar a la ignorancia a cambio de vulgares favores –lo que significa que el prejuicio y las bien conocidas debilidades de la naturaleza humana han de ser explotadas y alentadas”. El éxito de la propaganda depende de qué tan idiota sea su público objetivo, de qué tan susceptible sea al prejuicio racista, a la misoginia, al eslogan vacío, a los lugares comunes, etc. Lo que significa, al mismo tiempo, que no hay propaganda “buena” ni mucho menos “democrática”. La psique humana ha de reducirse a un proceso pavloviano...

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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las cosas como son II

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