"En el Perú hay muchas cosas, como la violencia, que no están resueltas" declara Amiel Cayo, actor puneño quien da vida a uno de los personajes más intensos de "Santiago" versión 2019, creación colectiva de Yuyachkani y Peter Elmore, dirigida por Miguel Rubio Zapata. Un indio encargado de custodiar el templo donde descansa la efigie del "patrón Santiago" desaparecido por 15 años en una especie de pueblo fantasma de los Andes. Los otros dos papeles recaen en Ana Correa y Augusto Casafranca, a saber, una madre que ha perdido dos hijos y un comerciante enriquecido con malas artes.
Somos un país -que no nación- occidentalizado a la fuerza. No podemos escapar de eso. Algo que se evidencia claramente en la obra. Los personajes se entienden en quechua pero sus miedos y sus dioses son los mismos que los de un católico occidental. ¿Aculturización, mestizaje? Siempre me pregunté qué dirían los luchadores del Taqi Onkoy de saber que hoy sus paisanos festejan dócil y placenteramente el santoral católico. “Estoy pensando, estoy recordando” nos dice Yuyachkani.
A lo largo de la hora y media que dura la pieza la potencia e ingenio de la misma se despliega delicadamente en múltiples formas, sonidos y aromas. Gran parte de los diálogos van en runa simi y la intuición funciona mejor que nunca. La pugna entre lo español -encarnado por Augusto Casafranca, el comerciante/mayordomo, y por el santo patrón- y lo autóctono -representado por Amiel Cayo y por Illapa, el rayo- termina siempre y a pesar de la resistencia, tanto corporal como simbólica, en derrota andina. El rol de madre y devota desesperada de Ana Correa siendo menor cumple en darle historicidad al relato: "¿la guerra ha terminado pero cuando comienza la paz?".
Al encontrar la efigie del santo, no así la del árabe -"Santiago Matamoros"-, amarran al guardián y lo colocan bajo el caballo del venerado. Empieza la música y la procesión y el indio gritando enajenado "¡no soy moro, no soy moro, no soy moro!" y alcancé el éxtasis.
Quizás nunca habrá paz pero gente como los Yuyachkani estará ahí para recordarnos que como sociedad y como especie apestamos.
Wilder Gonzales Agreda.
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