Por SANTIAGO CAMACHO
Extraído de "20 grandes conspiraciones de la Historia"
1. Durante las décadas de 1950, 1960 y 1970 la CIA investigó el desarrollo de diversos métodos para obtener el control total de la mente de un ser humano.
2. Muchos de estos métodos implicaban el empleo de drogas, en especial LSD, llevándose a cabo experimentos en los que centenares de dosis de esta sustancia fueron administradas sin su conocimiento a ciudadanos particulares, a veces escogidos al azar.
3. Uno de los propósitos finales de estas prácticas era conseguir fabricar un asesino controlado artificialmente, un agente que ni siquiera él mismo supiera que lo era.
4. Muchos de estos ensayos, tanto soviéticos como norteamericanos, tenían como objetivo comprobar la posibilidad e utilizar transmisiones de radio o implantes eléctricos como medios para ejercer el control sobre la mente humana.
Cuando hablamos de conspiración, hablamos esencialmente de poder. Los que conspiran buscan dominar a sus semejantes, sus cuerpos y, en especial, sus mentes. La existencia de fabulosos medios subliminales para manipular psicológicamente a las personas es uno de los grandes tópicos de las teorías de la conspiración. Un tópico que en modo alguno es infundado. La Agencia Central de Inteligencia norteamericana, durante buena parte de su historia, se dedicó a experimentar con todo un complejo arsenal de drogas, implantes electrónicos, hipnosis y otras herramientas para el lavado de cerebro, cuyas cualidades y aplicaciones fueron estudiadas durante el llamado «Proyecto MkUltra».
La historia del avance científico ha dejado virtualmente inexplorado un territorio cuyas aplicaciones prácticas han interesado vivamente a la mayoría de los servicios de inteligencia: el control de la mente humana. La tentación de poseer la llave de la voluntad del hombre ha provocado que, desde hace años, se venga experimentando de forma más o menos clandestina con diversos métodos para obtener el dominio sobre la mente ajena. En este menester se ha invertido una ingente cantidad de dinero y esfuerzo cuyos resultados han sobrepasado en más de una ocasión las expectativas de los patrocinadores de tales experimentos.
Para comenzar nuestro relato deberíamos remontarnos a los alegres años veinte.
Por aquellas fechas, el doctor Albert Hofmann, que trabajaba en los laboratorios de la empresa farmacéutica Sandoz, estaba a punto de realizar un hallazgo que cambiaría para siempre la historia de las drogas: la síntesis del LSD, el alucinógeno por antonomasia. Tras retirarse de su trabajo como director de investigación en los laboratorios Sandoz de Basilea, Albert Hofmann decidió poner por escrito los acontecimientos que rodearon el descubrimiento del LSD-25, un compuesto psicodélico destinado a revolucionar la sociedad occidental. Su descubrimiento, como tantos otros, había sido fortuito y se debió en realidad a un accidente de laboratorio. Hofmann trabajaba en un proyecto encaminado a encontrar una cura para la migraña. Suponía que la dietilamida del ácido D-lisérgico, un compuesto sintetizado a partir del cornezuelo del centeno, podría ser parte de la solución al problema. Cierto día, trabajando en el laboratorio, uno de sus guantes de goma se rompió sin que él se diese cuenta, e inadvertidamente su piel entró en contacto con la sustancia. Al principio no notó nada, pero al poco rato se vio asaltado por una serie de alucinaciones que lo llenaron de estupor. Cuando consiguió sobreponerse, si de algo estaba seguro el detallado de la sintomatología determinó que el LSD induce alteraciones transitorias del pensamiento, del tipo de una sensación de omnipotencia o un estado de paranoia agudo. También se han descrito reacciones a largo plazo como psicosis persistente, depresión prolongada o alteración del juicio.
Así quedaron las cosas hasta que, a principios de los años sesenta, los medios de comunicación norteamericanos —en especial la revista «Life», cuyo editor Henry Luce ya había probado la droga— comenzaron a divulgar una serie de artículos que promovían descaradamente el consumo de LSD como forma de «abrir la percepción». En un reportaje de Marzo de 1963, Luce confesaba haber tenido algunas experiencias de este tipo junto a su esposa Clare Boothe, y defendía vehementemente la inocuidad del LSD ya que «se extraía de un producto natural». Es famosa la anécdota que nos cuenta cómo un día el magnate decidió jugar un partido de golf bajo los efectos del ácido lisérgico. Finalizado el encuentro —de cuyo desarrollo no sabemos nada—, Luce sorprendió a los presentes relatándoles con todo detalle una «pequeña charla» que acababa de tener con dios[141].
La CIA mantenía contactos con los esposos Luce, y todo parece indicar que la agencia se encontraba detrás de esta euforia alucinógena sirviendo de «camello» al matrimonio y a sus no menos influyentes amigos. Aunque la historia sea conocida, vale la pena mencionar los detalles esenciales. Entre los célebres dioses del Olimpo de la psicodelia que tuvieron la oportunidad de probar por primera vez el ácido a través del «desinteresado» patrocinio de la CIA estaban el autor de «Las puertas de la percepción» y «Un mundo feliz», Aldous Huxley; el letrista del grupo Grateful Dead, Robert Hunter; el novelista Ken Kesey y el «sumo sacerdote» del LSD, Richard Alpert. La agencia puso especial cuidado en la psicodelización de Henry Luce, que, ejerciendo su condición de líder de opinión, incitó a millones de individuos a través de la revista Life a que tuvieran experiencias con alucinógenos, inspirando ni más ni menos que a Timothy Leary, el más psicodélico de todos los psicodélicos, para que iniciara su particular búsqueda del «hongo mágico».
Tal demanda hizo que la CIA se hiciera con los servicios de una firma farmacéutica estadounidense para sintetizar importantes cantidades de ácido lisérgico que más tarde sería utilizado con diversos propósitos. La Agencia Central de Inteligencia norteamericana no quería depender de una compañía extranjera como Sandoz en el suministro de una ustancia que consideraba vital para los intereses de la seguridad estadounidense. Así pues, se solicitó a la Eli Lilly Company de Indianápolis que intentase sintetizar un suministro de LSD totalmente norteamericano [142]. A mediados de 1954 Eli Lilly obtuvo por medios aún no aclarados la fórmula secreta, que se custodiaba como si de las joyas de la Corona se tratara en los laboratorios Sandoz: «Esta información debe ser considerada como alto secreto», afirmaba al respecto un memorando interno de la CIA, «y debe ser mencionada de manera altamente restrictiva». El plan iba mejor de lo que se esperaba y responsables de la firma estadounidense aseguraron a la CIA que «en cuestión de meses se podrá disponer de toneladas de LSD». A título anecdótico indicaremos que fueron científicos de los laboratorios Lilly los que acuñaron la palabra «viaje» para describir la experiencia alucinógena.
Mientras la élite intelectual obtenía sus recetas de la mano de sus psiquiatras, otros pioneros de los nuevos territorios psíquicos fueron empujados por la puerta trasera, como conejillos de Indias, en experimentos controlados por la CIA. Se sabe que al menos una persona se suicidó, tras ser sometida sin su conocimiento a uno de estos experimentos, lanzándose desde la ventana del hotel en el que se hospedaba en Nueva York ante la mirada impotente del agente de la CIA encargado de su vigilancia (es posible que el agente hiciera algo más que vigilar y ayudase de alguna manera a silenciar definitivamente a un testigo molesto). Eran los primeros coletazos del «Proyecto MkUltra».
LA CIA Y EL LSD
«MkUltra» era el nombre en clave de una operación a gran escala organizada por el Equipo de Servicios Técnicos de la CIA (TSS) con el propósito de llevar a cabo investigaciones sobre la alteración del comportamiento humano, especialmente a través del empleo del LSD y utilizando a civiles inocentes como sujetos experimentales [143]. «Mk» era el prefijo genérico que tenían todas las operaciones de control mental (mind control) y «Ultra» provenía de la red de inteligencia organizada por los estadounidenses en la Europa dominada por el III Reich, una «batallita» de la que los veteranos agentes de la recién creada CIA se encontraban especialmente orgullosos. El padre del proyecto fue Richard Helms, quien más tarde se convertiría en director de la agencia y que adquirió posteriormente cierta relevancia en relación con el escándalo Watergate. Entre 1953 y 1964 «MkUltra» (desde esa fecha hasta 1973 el programa continuó bajo el nombre de MkSearch) cometió algunas de las peores atrocidades y más flagrantes violaciones de los derechos humanos de la Historia de Estados Unidos. De hecho, muchos de los experimentos llevados a cabo en el marco de este proyecto diferían muy poco de los ejecutados por los médicos nazis en los campos de exterminio; es más, algunos fueron llevados a cabo por médicos que habían prestado sus «servicios» en campos como Dachau y cuyos conocimientos, especialmente interesantes para las autoridades estadounidenses en los tiempos de la Guerra Fría, les habían valido para escaparse por la puerta de atrás de la acción de los tribunales de Nuremberg.
La Agencia Central de Inteligencia tenía buenas razones para interesarse por el empleo del LSD como agente modificador del comportamiento. Una era utilizarlo, contraviniendo la convención de Ginebra, en la obtención de información de prisioneros de guerra o de agentes secretos enemigos. Otra, determinar el posible empleo del ácido lisérgico como arma de guerra química. Existía una tercera aplicación del LSD que atraía sobremanera al sector más visionario del TSS: utilizarlo como herramienta de perturbación social en países enemigos, bien popularizando su uso como estupefaciente o bien introduciéndolo subrepticiamente en la red del suministro de agua. En los años sesenta, según demuestran documentos secretos recientemente desclasificados en Estados Unidos, la CIA llegó a considerar seriamente la posibilidad de emplear este tipo de estrategias contra el régimen de Fidel Castro y, lo que resulta más sorprendente aún, para el control de la propia población de Estados Unidos[144].
En este entorno, la experimentación con sujetos no avisados era fundamental, ya que el TSS necesitaba, previamente a poder llevar a cabo estos planes, obtener datos de los efectos de la droga en situaciones de la vida real. Un paradigma de los extremos a los que se llegó lo constituye un memorando interno de la CIA, fechado el 15 de Diciembre de 1954, que recoge la propuesta del TSS de introducir cierta cantidad de LSD en el ponche que se serviría en la fiesta de Navidad que la agencia daba anualmente a sus empleados. En el citado documento, que deniega el permiso para llevar a cabo esta experiencia, se dice que el ácido lisérgico puede «producir serios trastornos durante períodos de 8 a 18 horas y posiblemente más, por lo que no se recomienda probarlo en las fuentes de ponche habitualmente presentes en las fiestas de Navidad de la oficina». Sin embargo, aquélla no era la primera vez que se intentaba realizar experimentos con el propio personal de la CIA.
LSD CON COINTREAU
El 19 de Noviembre de 1953 Frank Olson, científico del Departamento de Defensa y experto en guerra bacteriológica, además de colaborador en el «Proyecto MkUltra», fue intoxicado deliberadamente con una alta dosis de LSD introducida en una copa de Cointreau que le fue ofrecida en una instalación secreta situada en la inmediaciones de Deep Creek Lake (Maryland) [145]. Cuando conducía de regreso, comenzó a ver con pavor cómo los coches con los que se cruzaba en la carretera se convertían en terribles monstruos de ojos aterradores. Olson estacionó en la banquina, presa del pánico, e informó a la agencia sobre su insólita situación. Durante los siguientes ocho días se comportó de una manera que sus allegados describieron más tarde como «paranoica» y «depresiva». La Agencia Central de Inteligencia norteamericana comenzó a hacer preparativos para poner al agente bajo tratamiento, pero antes de que pudieran tomar alguna medida en este sentido Olson alquiló una habitación en un hotel de Nueva York y se arrojó por una ventana del décimo piso.
La CIA encubrió su papel en la inmolación de Olson y tuvieron que pasar veintidós años antes de que su familia pudiera conocer lo que verdaderamente había sucedido. Un comité del Senado establecido para investigar este tipo de prácticas llegó a la siguiente conclusión: «Desde su comienzo a principios de los 50 hasta su fin en 1963, el programa de administración subrepticia de LSD a sujetos humanos involuntarios e inadvertidos demostró la carencia de liderazgo de la CIA a la hora de atender adecuadamente los derechos de los individuos y dirigir con efectividad a sus propios empleados. Pensamos que era un hecho conocido que tales experimentos eran peligrosos y ponían en grave peligro las vidas de los individuos sometidos a ellos. (…) Aunque estaban siendo violadas claramente las leyes de Estados Unidos, los experimentos continuaron».
Aparte del personal de la CIA, 1500 soldados norteamericanos fueron igualmente víctimas de experimentos con drogas. Algunos de ellos se ofrecieron como voluntarios, presionados por sus oficiales, pero la mayoría fue presa de programas clandestinos en los que los sujetos experimentales ni siquiera tenían idea de lo que estaban haciendo con ellos. Los frutos de estas experiencias se tradujeron en psicosis, depresiones, aumento de la fatiga de combate y, en algunos casos, suicidio. El sargento mayor Jim Stanley fue uno de estos conejillos de Indias humanos. Se contaminó el agua de su cantimplora con LSD y comenzó a tener procesos alucinatorios que continuaron durante días. Su vida entera se desplomó, tanto en el aspecto profesional como en el familiar, en especial cuando su psicosis lo condujo a golpear en repetidas ocasiones a su mujer e hijos. Diecisiete años más tarde, Stanley fue informado por las autoridades de que había sido objeto de un experimento militar con alucinógenos. La indignación y la impotencia que sintió lo llevaron a demandar al gobierno, pero el Tribunal Supremo estadounidense dictaminó que los experimentos con LSD no eran motivo para entrar en litigio contra el Ejército.
El programa de experimentación clandestina también incluyó someter a la población civil de varios Estados a los efectos de diferentes agentes químicos. Esta situación llevó en 1995 al senador Paul Wellstone y al congresista Martin Olav Sabo a romover una legislación específica para evitar los abusos llevados a cabo por la CIA en el terreno de la experimentación humana.
Estos siniestros trabajos de investigación los realizaban personajes como el doctor Ewen Cameron, que en la McGill University de Montreal y bajo la cobertura de un grupo denominado Sociedad para la Investigación de la Ecología Humana utilizó técnicas experimentales tan crueles como mantener a sujetos inconscientes durante meses administrándoles descargas eléctricas de alta intensidad y dosis continuas de LSD [146]. En Dachau o Auschwitz los científicos nazis hubieran palidecido de envidia. Claro que el doctor Cameron debía de saberlo muy bien, ya que él mismo participó como miembro de un tribunal durante los juicios de Nuremberg. Vivir para ver.
OPERACIÓN «CLÍMAX DE MEDIANOCHE»
Sin embargo, donde el «Proyecto MkUltra» adquiere tintes genuinamente surrealistas es en lo referente a la llamada «Operación Clímax de medianoche». En 1955 las cabezas pensantes del proyecto situaron su centro de operaciones en San Francisco. Allí se estableció una red de departamentos de libre acceso cuyo uso era ciertamente peculiar. El TSS había reclutado a un grupo de bellas prostitutas que recorrían los bares de alterne en busca de clientes a los que seducir con ayuda de pequeñas cantidades de LSD introducidas disimuladamente en sus copas. Una vez en el departamento, el capitán George Hunter White, jefe de la operación, filmaba todo lo que sucedía a través de un falso espejo. El propósito de esta operación de voyeurismo de Estado era permitir a la Agencia Central de Inteligencia experimentar con diversas técnicas de utilización combinada de sexo y estupefacientes que algún día podrían servir para extraer información secreta a funcionarios extranjeros. Estas «casas de citas» psicodélicas siguieron funcionando hasta 1963, cuando la operación fue suspendida por orden del entonces inspector general de la CIA, John Earman, un hombre de firmes convicciones religiosas que se sintió especialmente escandalizado por la falta de ética de sus colegas.
Todo esto comenzó a saberse en 1974, cuando una serie de artículos sobre «MkUltra» publicados en la prensa norteamericana levantó una auténtica oleada de indignación nacional que motivó que el Senado iniciase una investigación al respecto.
La comisión formada a tal efecto tuvo, como suele suceder en estos casos, mucho de formal y nada de efectiva, como lo demuestra el hecho de que, en fechas tan cercanas como Julio de 1991, murieran dos internos del hospital penitenciario de Vacaville víctimas de experimentos similares [147]. La investigación del Senado fue dirigida por Ted Kennedy, presidente del subcomité del Senado sobre Salud e Investigación Científica. En sus pesquisas se encontró con múltiples trabas, ya que muy pocas personas habían tenido contacto directo con «MkUltra», y éstas no estaban dispuestas a revelar lo que sabían. El doctor Sydney Gottlieb, director del TSS, fue la primera persona que puso al subcomité sobre la pista de la operación secreta. Según las declaraciones que hizo el 21 de Septiembre de 1977, el proyecto tenía como
propósito «investigar cómo podría ser posible modificar el comportamiento de los individuos sin que éstos se dieran cuenta». Sin embargo, el doctor Gottlieb se negó a declarar sobre los resultados y métodos de la investigación, acogiéndose al amparo del Acta de Seguridad Nacional. De hecho, en 1973 Gottlieb dirigió personalmente la destrucción de toda la documentación relacionada con «MkUltra». Afortunadamente no fue muy eficaz en esta labor ya que, a raíz de la promulgación de la «Freedom of Information Act» (FOIA), los investigadores han podido recuperar cierto número de documentos originales del programa.
Los experimentos con LSD, que es la más conocida de las actividades de ««MkUltra»», no eran el único campo de investigación que se exploraba en su seno.
Se habrían podido encontrar un gran número de curiosidades entre los documentos destruidos. Por ejemplo, según la prensa china, entre la documentación perdida estarían los planos de una «máquina de leer el pensamiento» desarrollada por el propio Gottlieb a partir de sus estudios para inducir el sueño mediante estimulación eléctrica, y una compleja variante de electroencefalograma basada en la radiación electromagnética emitida por el cerebro. Aunque ahora parezca algo más propio de una película de James Bond que de la realidad, conviene recordar que en aquella época la Unión Soviética también estaba investigando tal posibilidad. Las declaraciones del propio Gottlieb ante el Senado nos ofrecen una pista a este respecto: «Había un notable interés sobre los posibles efectos de las ondas de radio en el comportamiento de la gente, y fácilmente alguien en cualquiera de los muchos proyectos existentes podía estar intentando comprobar si se podía hipnotizar a un sujeto mediante el uso de ondas de radio». Por desgracia, a los sagaces senadores norteamericanos no se les ocurrió preguntar quién podía tener semejantes intereses.
Hipnotismo, implantes cerebrales electrónicos, transmisiones de microondas y parapsicología fueron otros de los campos que los inquietos investigadores del TSS contemplaron como posibilidades para llevar a cabo sus propósitos.
LAVADO DE CEREBRO
Las actividades de «MkUltra» experimentaron un notable impulso a raíz del supuesto éxito de las técnicas de «lavado de cerebro» en los países comunistas.
La popularización de este concepto procede de la guerra de Corea, cuando algunos soldados comenzaron a dar muestras de comportamiento extraño y lagunas en la memoria.
No fue hasta 1968 cuando las autoridades norteamericanas tuvieron constancia de las actividades que se habían llevado a cabo con sus soldados capturados durante la guerra. Aquel año desertó el general Jan Sejna, miembro del Comité Central checo, del Parlamento, del Presidium y, a la sazón, la mayor autoridad comunista que había atravesado hasta el momento la cortina de hierro. Cuando el militar comenzó a declarar sobre las actividades secretas del Pacto de Varsovia sus interrogadores se llevaron una desagradable sorpresa: «Se utilizaban prisioneros norteamericanos para probar la resistencia fisiológica y psicológica de los militares estadounidenses.
También los utilizaban para probar varias drogas de control mental. Asimismo, Checoslovaquia construyó un crematorio en Corea del Norte para hacer desaparecer los cadáveres y las partes sueltas después de finalizados los experimentos. (…) Norteamérica era el principal enemigo y los prisioneros de guerra norteamericanos constituían los sujetos experimentales más valiosos». Sejna pensaba que al final de la guerra de Corea se ejecutó a la mayoría de los prisioneros implicados en experimentos, excepto a unos cien a los que deportaron primero a Checoslovaquia y más tarde a la Unión Soviética: «Escuché todo esto de los doctores checos que trabajaban en los hospitales, así como del oficial de la inteligencia militar checa a cargo de las operaciones en Corea, asesores soviéticos y documentación oficial que tuve ocasión de revisar cuando respondí a una petición soviética realizada a Checoslovaquia para que enviásemos médicos a la Unión Soviética para participar en varios experimentos que se estaban llevando a cabo sobre los prisioneros de guerra transferidos. (…) También tuve la oportunidad de ver los informes de las autopsias de los prisioneros de guerra y recibir información sobre varios aspectos de los experimentos». El desertor había dejado muy claro a la CIA cual era el cruel destino que corrían muchos desaparecidos en combate, y la agencia estadounidense decidió no quedarse atrás.
Muchos de estos ensayos, tanto soviéticos como norteamericanos, tenían como objetivo comprobar la posibilidad de utilizar transmisiones de radio o implantes eléctricos como medios para ejercer el control sobre la mente humana. Uno de los propósitos finales de estas prácticas era conseguir fabricar un asesino controlado artificialmente, un agente que ni siquiera él mismo supiera que lo era. Probablemente nunca sabremos si tuvieron éxito en este empeño…
ASESINOS PROGRAMADOS
Una de las prioridades de «MkUltra» era crear el espía perfecto. Un agente que no pudiera revelar información comprometedora aunque fuera torturado hasta la muerte, alguien que cumpliera con ciega eficacia cualquier orden con la que se lo hubiera programado, incluido el asesinato. Se trataba de fabricar auténticos robots humanos.
En 1967 fue arrestado en Filipinas el puertorriqueño Luis Castillo acusado de planear el asesinato del dictador Ferdinand Marcos. El caso fue exhaustivamente estudiado por la Oficina Nacional de Investigación Filipina, que obtuvo unos resultados cuanto menos sorprendentes. Los análisis psiquiátricos dictaminaron que a Castillo le habían inducido, mediante hipnotismo, al menos cuatro personalidades diferentes. En ocasiones decía ser el sargento Manuel Ángel Ramírez, del Mando Aéreo Estratégico en el sur de Vietnam. Presuntamente, «Ramírez» era el hijo ilegítimo de un misterioso fumador en pipa, un alto oficial de la CIA, que respondería a las iniciales A. D. En otra de sus personalidades, Castillo aseguraba ser uno de los asesinos de Kennedy. Posteriormente, en el transcurso de una sesión de hipnotismo, declaró que la orden de llevar a cabo el magnicidio le había sido introducida en el cerebro mediante técnicas de control mental. En la historia contemporánea existen casos similares, como el de Sirhan Sirhan, asesino de Robert F. Kennedy; James Earl Ray, autor de la muerte de Martin Luther King; Mark David Chapman, asesino de John Lennon; e incluso hay quien incluye en esta categoría de posibles asesinos programados a Lee Harvey Oswald, el presunto asesino de John F. Kennedy, y a Jack Ruby, el sicario que veinticuatro horas después acabó con su vida. En este momento hace su aparición uno de los personajes más pintorescos de toda esta sórdida historia, el doctor Louis Jolyon West, quien durante el programa de investigación de «MkUltra» se hizo célebre al administrar una altísima dosis de LSD a un elefante del zoológico de Oklahoma, que, por cierto, murió como resultado del experimento. Tras esta insólita hazaña, la siguiente aparición del doctor West es como psiquiatra de Jack Ruby. West fue designado para tratar a Ruby después de que éste comenzara a decir que formaba parte de una conspiración derechista para asesinar al presidente Kennedy. Tras diagnosticarle un desorden mental, lo puso en tratamiento a base de unas misteriosas pastillas cuya composición nunca reveló. Dos años después de comenzar el tratamiento Ruby moría de cáncer en prisión. Definitivamente, el doctor West, actual director de la «Fundación del Síndrome de Memoria Falsa», no tenía suerte con sus pacientes, ni como médico ni como veterinario. No obstante, eso no parecía preocupar a sus jefes de la CIA.
LA TRAMPA PSICODÉLICA
Tuvo que llegar la década de los sesenta para que la Agencia Central de Inteligencia encontrase una utilidad digna de tantos estudios y esfuerzos para el LSD.
La Rand Corporation llevaba tiempo investigando sobre el posible impacto social y, sobre todo, político del consumo de LSD sobre la población. La vinculación de esta empresa, con sede en la ciudad californiana de Santa Mónica, con la Agencia Central de Inteligencia es un hecho de sobra conocido entre los expertos en inteligencia.
Basta decir que James Schlesinger, ex director de la CIA y ex secretario de Defensa, está en la nómina de la Rand como analista estratégico; y que el presidente de esta empresa, Henry Rowen, había ocupado en la CIA el cargo de jefe del Mando de Inteligencia Nacional.
Los técnicos de Rand estaban muy interesados en la influencia del consumo de LSD en la población y, más concretamente, en la posibilidad de que el consumo de alucinógenos pudiera favorecer la inactividad política de ciertos elementos especialmente molestos.
Esta idea fue recogida en última instancia por los técnicos del Instituto Hudson, quienes propusieron utilizar el LSD como arma contra el movimiento juvenil que en los años sesenta amenazaba con socavar la estabilidad política estadounidense. El director del instituto —muy interesado en todo lo referente al control social— siguió muy de cerca el tema, estudiando con detenimiento la cultura hippie y su relación con el mundo de las drogas.
A raíz de estas investigaciones, considerables cantidades de LSD aparecieron en 1965 en las universidades, ambientes bohemios y radicales de Estados Unidos. La «cultura del ácido» pronto se convirtió en una de las señas de identidad de la rebeldía juvenil de la época. Sin embargo, esto no fue en modo alguno un fenómeno espontáneo. Aquellos que durante la «década de las flores» deificaron el LSD, llegando a pensar que era el remedio químico ideal para esparcir la paz y el amor en el mundo, no tenían la menor idea de que la CIA estaba utilizando esa sustancia como un arma más en sus planes de manipulación social. Tampoco podían imaginar que la mayor fuente abastecedora del mercado negro de ácido lisérgico durante finales de los sesenta y principios de los setenta estaba en la nómina de la agencia. Se trataba de Ronald Stark, líder de un grupo radical denominado «La hermandad del amor eterno», más conocida como «la mafia hippie». Durante los años que estuvieron en actividad, Stark y sus colaboradores pusieron en circulación más de cincuenta millones de dosis de LSD elaboradas en laboratorios clandestinos europeos. En 1979 Stark fue detenido en la ciudad italiana de Bolonia por posesión de drogas e implicación en varios turbios asuntos de terrorismo internacional, entre ellos el asesinato del político italiano Aldo Moro. Al poco tiempo, el juez encargado del caso lo puso en libertad después de haber encontrado «una impresionante serie de pruebas escrupulosamente enumeradas» de que Stark había estado trabajando para la CIA «desde 1960 en adelante»; es decir, que era un «topo» utilizado en su momento para poner en la calle grandes cantidades de LSD, y más tarde infiltrado en el seno de la organización terrorista Brigadas Rojas. Así quedaba de manifiesto el papel de los servicios de inteligencia norteamericanos a la hora de socavar el movimiento juvenil de los años sesenta.
Como hemos visto, mucho es lo que se sabe sobre la historia —a veces sórdida, a veces grotesca— de la CIA y el LSD, sin embargo, suponemos que ésta es la punta del iceberg de un asunto cuyas implicaciones últimas resultan difíciles de imaginar.
Quizá gran parte de la trama oculta sobre el uso final que la agencia decidió dar a esta sustancia se hubiera puesto al descubierto de no haber sido destruidos todos los ejemplares de un manual interno de la CIA que llevaba por título «LSD: Some unpsichodelic implications». En cualquier caso, el material revelado a raíz de la entrada en vigor del Acta de Libertad de Información es lo suficientemente significativo como para poner al descubierto toda la variedad de atrocidades que se han expuesto en el presente capítulo. «MkUltra» es historia, pero es posible que en otro lugar, bajo otras siglas, haya un grupo de investigadores experimentando con técnicas más avanzadas y de efectos más sutiles. Por todo el planeta grupos extremistas radicales llenan los espacios informativos con la triste hazaña de sus atrocidades. Sus planteamientos y actuaciones parecen obra de dementes o enajenados. Quién sabe… Finalizada la Guerra Fría, los servicios secretos tienen nuevos objetivos y nuevos enemigos. Tal vez, también nuevos métodos.
ALTO SECRETO
Tras revisar los resultados de los experimentos cinco años después de finalizado el programa, un auditor de la CIA escribió en su informe: «Deben ser tomadas todas las precauciones, no sólo para proteger las operaciones de su exposición a las potencias enemigas, sino también para sustraer estas actividades del conocimiento del público norteamericano en general. Saber que la agencia está implicada en actividades ilícitas y poco éticas podría tener graves repercusiones en círculos políticos y diplomáticos».
Estos estudios no fueron llevados a cabo simplemente para satisfacer la curiosidad científica de la CIA. La agencia buscaba armas que otorgasen a Estados Unidos la superioridad en el campo del control mental. Para la consecución de ese objetivo la agencia invirtió millones de dólares en estudios que exploraron las posibilidades de decenas de métodos para influir y controlar la mente humana.
Un documento de 1955, parte del escaso material impreso que pudo salvarse de la destrucción «por accidente», puede servir para darnos una indicación del tamaño y la amplitud de este esfuerzo. Se trata de una nota referida al estudio de un catálogo de sustancias que, entre otras cosas, servirían para:
«Potenciar el pensamiento ilógico y la impulsividad hasta el punto de que el sujeto quede desacreditado en público».
«Incrementar la eficacia del pensamiento y de la percepción».
«Prevenir o contrarrestar los efectos de la intoxicación etílica».
«Potenciar los efectos de la intoxicación etílica».
«Producir los síntomas aparentes de enfermedades reconocidas de manera reversible para poderlos utilizar con el fin de fingirse enfermo, etc».
«Hacer la hipnosis más fácil o realzar de alguna manera la utilidad de esta técnica».
«Potenciar la capacidad de los individuos para soportar privaciones, tortura y coerción durante los interrogatorios, así como impedir el "lavado de cerebro"».
«Producir amnesia respecto a los acontecimientos que preceden al empleo de la sustancia».
«Producir reacciones de trauma y confusión durante períodos dilatados de tiempo, susceptibles de ser empleados con diversos propósitos».
«Producir incapacidades físicas tales como parálisis de las piernas, de anemia aguda, etc.».
«Producir estados de euforia ‘pura’ sin ningún tipo de resaca».
«Alterar la estructura de la personalidad de manera tal que la tendencia del sujeto para llegar a ser dependiente de otra persona se potencie».
«Causar una confusión mental de tal intensidad que el individuo bajo su influencia encuentre difícil mantener una mentira en el transcurso de un interrogatorio».
«Rebajar la ambición y la eficacia laboral de los individuos cuando sea administrada en cantidades imperceptibles».
«Potenciar la debilidad o la distorsión de las facultades visuales o auditivas, preferiblemente sin efectos permanentes».
EL CONTROL DE LA MENTE
El concepto de control mental es contemplado por la mayoría de las personas como algo futurista o fabuloso. Suelen decir los teólogos cristianos que la mayor astucia del diablo es hacer creer en su no existencia. Con el control de la mente sucede lo mismo. Sin embargo, los seres humanos han empleado técnicas eficaces de manipulación del pensamiento desde tiempos inmemoriales, cuando los primeros oligarcas se sintieron tentados de explotar los miedos y deseos de sus súbditos; desde que los primeros místicos comenzaron a caminar activamente por la senda que los llevaría a obtener la comunión con sus deidades, o desde el primer momento en que un hombre decidió aventurarse por los resbaladizos terrenos del entendimiento de la psique humana. El control mental, definido ampliamente, ha estado con nosotros de una forma u otra desde el principio de la civilización.
Parece ser que los propagandistas estadounidenses de la Guerra Fría no estaban tan desencaminados al afirmar que los rusos habían sido los primeros manipuladores mentales de la Historia. Hace 4500 años las tribus koyak y wiros de la región central de Rusia llevaron a cabo lo que podría definirse como los primeros experimentos en estimulación de la videncia a través de las drogas. Del hongo Amanita muscaria consiguieron sintetizar una sustancia que, administrada a sus guerreros, eliminaba por completo sus sensaciones de miedo y ansiedad, aparte de incrementar considerablemente su fortaleza física, su agresividad y hacerlos inmunes al dolor mientras durasen los efectos de la droga. Era la versión real de la conocida pócima milagrosa que ingieren los guerreros galos de los cómics de Astérix. En el caso de las tribus rusas, los chamanes poseían un pequeño truco para incrementar la potencia de la sustancia: el hongo era previamente dado a comer a un reno, y lo que bebían los guerreros en la víspera de la batalla no era otra cosa que la orina del animal. No fueron los únicos que recurrieron a tan poco ortodoxos brebajes. La ferocidad de los guerreros vikingos también dependía en gran medida de la ingesta de orina de ciervo.
Los ejércitos hindúes recurrían regularmente a ayudas químicas para reforzar su valor, así como los nativos norteamericanos. Los guerreros incas utilizaban la hoja de coca con los mismos fines. Esta antigua tradición ha tenido fiel reflejo en el siglo XX.
Sin ir más lejos, durante la guerra de Vietnam los soldados estadounidenses disponían de una amplia gama de narcóticos, desde marihuana a heroína, o anfetaminas y demerol para los más sofisticados. Aún hoy, los grupos tribales más levantiscos de Somalia, Ruanda y Liberia no salen al combate sin llevar en la mochila abundantes provisiones de drogas locales.
En las culturas tribales, el chamán se prepara para la curación o el contacto con los espíritus retirándose a una cueva o a un lugar similar con tal de que sea extremadamente oscuro y silencioso; en otras palabras, una cámara de privación sensorial como la que utilizaba el doctor Cameron para comprobar qué sucedía en las mentes de sus pacientes tras pasar largos períodos de tiempo privados de estímulos visuales y auditivos. En otras culturas, la magia sólo tiene lugar tras largas sesiones de cánticos repetitivos y rítmicos tambores, una técnica que en nuestros entornos urbanos occidentales utilizan no pocas sectas destructivas. Como dijo en su momento el conocido psiquiatra británico William Sargant respecto a este tipo de rituales, «algunas personas pueden producir un estado de trance y disociación en sí mismos o en otros, con tal de someter al sujeto a una serie de tensiones emocionales fuertes y repetidas, hasta convertir ese estado en un patrón condicionado de la actividad del cerebro que se dé incluso ante estímulos de menor importancia; por ejemplo, en el contexto religioso primitivo, el golpeteo rítmico del tambor o el griterío de los asistentes y el estridente colorido de la ceremonia. (…) Si el trance es acompañado por un estado de disociación mental, la persona que lo experimenta puede ser profundamente influenciada en su pensamiento y comportamiento subsecuentes».
Prácticas similares obtuvieron resultados parecidos incluso en el estricto marco de la Iglesia católica. Santa Teresa de Jesús fue la más importante mística del siglo XVI, y su famosa frase en la que afirmaba que Dios se encuentra entre los pucheros se ha convertido en lugar común. Sin embargo, la santa de Ávila no recibió sus visiones espontáneamente mientras se encontraba en la cocina del convento. Por el contrario, para experimentar el contacto directo con la divinidad necesitó pasar penurias, soledad, disciplina terminante, cantos y rezos. Todo un proceso de autoinducción hipnótica continua que dio lugar al éxtasis místico presa del cual aparece representada en la famosa estatua de Bernini.
Como vemos, las técnicas son tan antiguas como el hombre. La posibilidad existía desde antiguo: lo único que hicieron los científicos de «MkUltra» fue perfeccionar y sistematizar las técnicas de control mental con objeto de obtener determinados fines. En 1996 el programa de televisión «60 Minutos», referencia obligada en el periodismo de investigación estadounidense, presentaba ante los atónitos ojos del público norteamericano los ocultos entre-telones de «MkUltra». Por primera vez se pudo escuchar en un medio de alcance nacional que tras los experimentos de la CIA se encontraba algo más que el relativamente inocente propósito de encontrar un suero de la verdad. De hecho, la agencia sabía que el LSD no tenía utilidad alguna para este propósito, pero aun así los experimentos continuaron en pos de fines mucho menos confesables. Los periodistas de «60 Minutos» descubrieron, además, que la intoxicación del doctor Olson no había sido fruto de un experimento irresponsable, como se creía hasta ese momento, sino un deliberado intento de silenciar a un testigo molesto que amenazaba con denunciar una línea de investigación científica que consideraba tan inmoral como ilegal. También se descubrieron indicios que hacen sospechar que su presunto suicidio pudo ser un asesinato.
CONCLUSIÓN
Probablemente nunca se terminará de conocer toda la verdad respecto a este oscuro y lamentable capítulo de la historia reciente. Todo lo que queda del «Proyecto MkUltra» cabe en los siete archivadores de cartón que contenían los escasos documentos a los que pudo tener acceso el Comité del senador Ted Kennedy. A pesar de que sus nombres son conocidos, nunca se ha tomado acción legal alguna contra los participantes del proyecto. Ninguno de ellos fue siquiera expulsado de la agencia o llamado ante sus superiores para rendir cuentas de sus actos. Tal vez lo que mejor resuma la situación sean las palabras que el senador Kennedy pronunció en su momento ante el Senado estadounidense: «la Comunidad de Inteligencia de esta nación, que requiere un velo de secreto para operar, cuenta con la sacrosanta confianza del pueblo norteamericano. El programa de experimentación con seres humanos llevado a cabo por la CIA durante los años cincuenta y sesenta defrauda esa confianza. Esta violación se reiteró el día de 1973 en que fueron destruidos todos los documentos sobre este tema. Y la confianza del pueblo norteamericano se vuelve a defraudar cada vez que un responsable oficial se niega a dar detalles sobre este proyecto». Más de veinte años después de pronunciadas estas palabras, la CIA continúa sin ofrecer información sobre «MkUltra».