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lunes, 14 de octubre de 2019

La estafa del post-modernismo


Extraído de "El Post-Modernismo ¡vaya timo!" por GABRIEL ANDRADE

1. INTRODUCCIÓN. ¿Qué diablos es el Postmodernismo?

Javier Armentia y Serafín Senosiáin, los editores de la colección ‘¡Vaya timo!’ , han concebido esta serie como un intento por refutar algunas de las creencias irracionales más comunes. Por lo general, estas creencias son aceptadas por personas que no han tenido un alto nivel de educación. Algunas personas creen, por ejemplo, que la posición de los astros al momento de nacer determina los acontecimientos del resto de sus vidas. Otras creen que la aplicación en cantidades diluidas de sustancias que generan males sirve para combatir ese mismo mal. Otras creen que Dios creó al universo hace apenas seis mil años; que la posición de los muebles en el hogar afecta la buena fortuna, etc.  Por regla general, quien haya terminado alguna carrera universitaria y tenga un mínimo de sentido común, sabe que todas estas creencias son timos. Y, también por regla general, quienes difunden timos como la astrología, el Feng Shui o el creacionismo son personas ajenas al mundo académico. Es muy triste apreciar que en las librerías populares hay más libros de astrología que de astronomía, pero al menos tenemos el consuelo de que en las librerías universitarias, hay plenitud de libros sobre ciencia y filosofía, y pocos libros sobre creencias irracionales. 
   No obstante, el postmodernismo es la excepción, y por ello, es un caso sui generis entre los temas de la colección ‘¡Vaya timo!’. Los defensores del postmodernismo tienen sendos títulos universitarios. La mayoría de ellos son profesores en las mejores universidades del mundo (debe reconocerse que, por fortuna, dos de las mejores universidades del mundo, Oxford y Cambridge en Inglaterra, son muy reacias a aceptar a defensores del postmodernismo en su profesorado). Escriben en los diarios de mayor circulación mundial, son entrevistados por las personalidades más famosas de la TV, y los gobiernos frecuentemente les piden opiniones y consejos sobre asuntos militares, económicos, políticos, culturales, etc. Y, naturalmente, si bien en las librerías universitarias afortunadamente casi no hay libros que promuevan el creacionismo o la homeopatía, desafortunadamente en esas mismas librerías hay plenitud de libros que promueven el postmodernismo, e incluso, ocupan los estantes privilegiados.
    Así, el postmodernismo goza de un prestigio dentro y fuera de la academia. Los defensores del postmodernismo tienen algo que atrae, y no es precisamente la claridad y profundidad de sus ideas. Se trata más bien de una suerte de sex appeal que genera seguidores de todo tipo. Son, por así decirlo, estrellas de rock en el mundo académico. Los jóvenes estudiantes desearían ser como ellos. Muchos llevan el pelo largo, fuman pipa, utilizan trajes exóticos; en fin, parecen tener una preocupación por su imagen. En esto, se parecen mucho más a los artistas que a los profesores universitarios convencionales. 
     Es sabido que muchas estrellas de rock prosperan, no propiamente por su música, sino por todo el aparato publicitario que acompaña a sus presentaciones. La vestimenta, el juego de luces en los escenarios, las hermosas mujeres que los acompañan, etc., forman parte de las estrategias de las cuales se valen las estrellas de rock para congregar audiencias, aun si muchos de ellos cantan desafinados.
Pues bien, algo similar ocurre con los defensores del postmodernismo. Muchos de ellos prosperan, no propiamente por el contenido de sus ideas, sino por el barniz de imagen que los acompaña. 
     Aulo Gelio, un escritor romano del siglo II, dijo alguna vez al contemplar a un charlatán que se hacía pasar por filósofo: “veo la barba y el manto, pero no veo al filósofo”. Haríamos bien en mantener esta suspicacia cuando estemos en presencia de personas que defienden el postmodernismo. Estas vacas sagradas llevan todo el ropaje de la actividad filosófica, e incluso, hablan de forma parecida a las personas que han dicho cosas importantes en la historia. Pero, no pasan de ser meros charlatanes. Su gran preocupación es decir cosas que generen una moda intelectual, independientemente de si son verdaderas, o siquiera coherentes. Lamentablemente, han logrado su acometido. Por ello, sería pertinente ubicarlos junto a Christian Dior o Gianni Versace, y no junto a Aristóteles o Einstein. 
     Pero, ¿qué defienden estas personas? ¿Qué diablos es el postmodernismo? Como es sabido, el prefijo ‘post’ denota ‘después’. De esa manera, ‘postguerra’ es el periodo que le sigue a una guerra, ‘post-operatorio’ el período que le sigue a una operación, y así sucesivamente. Pues bien, ‘postmodernismo’ vendría a ser aquel movimiento que ha surgido después del modernismo. Pero, en cuestiones filosóficas, se suele postular que cuando un movimiento sigue a otro, también suprime al anterior. Así, el postmodernismo no es sólo el movimiento que sigue al modernismo, sino también que lo suprime.
    El modernismo es, a grandes rasgos, la mentalidad colectiva que vino a imperar en la civilización occidental a partir de más o menos el siglo XVII. Esta mentalidad estuvo caracterizada por una creciente valoración y predominio de la racionalidad en todas las facetas de la vida. Cada vez más, la gente empezó a emplear la racionalidad y a interesarse por conocer la naturaleza y su funcionamiento. Fue así como surgió el método científico. La ciencia empezó a ofrecer resultados significativos, y a partir de los conocimientos cultivados por la ciencia, la civilización occidental incrementó sus invenciones y el uso de la tecnología.
    Igualmente, gracias a la ciencia y la tecnología, el hombre pudo ejercer cada vez más un control mayor sobre la naturaleza, y las condiciones sanitarias mejoraron, aumentando significativamente el nivel de vida. Esto vino acompañado por otras transformaciones. Las ciudades empezaron a crecer, y los Estados se volvieron mucho más complejos. Nació así la burocracia como medio para optimizar la organización y la toma de decisiones. Las redes comerciales se expandieron significativamente. La producción económica se volvió mucho más eficiente, y esto trajo consigo el nacimiento del capitalismo. Asimismo, las labores empezaron a tecnificarse y especializarse para ser más eficientes y productivas, y la sociedad empezó a segmentarse en gremios.
    Los historiadores suelen llamar a este periodo ‘modernidad’. Si bien podemos estimar que sus inicios en Europa fueron en el siglo XVII, ha tardado un poco más en llegar a otras regiones del mundo. Habitualmente se denominan ‘tradicionales’ aquellas sociedades en las que las grandes transformaciones de la modernidad aún no han llegado. 
    El ‘modernismo’ suele entenderse como la doctrina o movimiento que defiende estas transformaciones. Por ejemplo, un habitante del Londres actual es a todas luces un moderno, pero no necesariamente un modernista. Quizás ese londinense añora vivir en las condiciones de la Inglaterra feudal, a pesar de que trabaja en una fábrica, se beneficia de la ciencia y emplea mucha tecnología de avanzada.
    De la misma manera, un campesino en Bangladesh está lejos de ser propiamente un moderno. Pero, quizás ese campesino defienda la necesidad de asumir el método científico, la industrialización, la división del trabajo, etc. En ese caso, sería un modernista. Así pues, ‘modernidad’ es el momento histórico cuando surgieron todas estas transformaciones sociales; ‘modernismo’ es la defensa y val oración de estas transformaciones sociales.
      Las transformaciones sociales de la modernidad trajeron consigo grandes transformaciones en las artes. Los historiadores del arte suelen convenir en que el arte moderno empezó con el Renacimiento tardío, más o menos hacia el siglo XVI. Los mismos criterios de racionalidad que se emplearon en la ciencia, la política y la economía, se extendían al arte. Los pintores empezaron a dominar la técnica, y lograron desarrollar la perspectiva. Sus representaciones pictóricas eran mucho más realistas, y su concentración en el cuerpo humano era un corolario del interés científico por la anatomía. La armonía, el balance, la proporción y la textura eran ahora criterios a seguir para generar emociones estéticas.
      Los arquitectos empezaron a edificar construcciones que aprovecharan racionalmente los espacios. Cada espacio tendría una función que cumplir, y la distribución también estaría regida por la proporción, el balance y el orden. Los músicos buscaban acercarse a una perfección matemática en la conjunción de armonía, melodía y ritmo.
     La literatura tampoco escapó a esta tendencia. En las sociedades tradicionales, imperaban cuentos sobre demonios, elfos, gigantes, hechizos. A partir de la modernidad, la literatura está más concernida con asuntos reales, y cuando hace referencia a gigantes y hechizos, generalmente lo hace en son de burla, como en Don Quijote. Por regla general, la literatura tradicional era pobre en técnica y estilo: no se cultivaba mucho el retrato profundo de los personajes, la trama no estaba bien estructurada, etc. Con la era moderna, la literatura se impregna de la técnica y la racionalidad, y entonces incorpora tramas complejas, personajes con una psicología profunda, minuciosos detalles narrativos, etc.
     Así, en las artes vino también a imperar un modernismo; a saber, la defensa de la aplicación de criterios de racionalidad y técnica en la producción artística. En cierto sentido, bajo este entendimiento, si bien el artista y el científico operarían en planos distintos, ambos compartirían una adhesión a la racionalidad y un conjunto de reglas bien estructuradas que codifican el desarrollo de la técnica.
     Eventualmente, en el seno de las artes, hubo una reacción en contra de este modernismo. Se empezaron a desarrollar tendencias que rechazaban el predominio de la racionalidad y las reglas en la producción artística. Su justificación era que el arte es, ante todo, expresión. Y, en cuanto tal, la actividad artística es libre; por ende, no cabe sobre ella ninguna camisa de fuerza que imponga criterios. Los exponentes de estas tendencias abrazaron, por así decirlo, una rebeldía estética. 
     Allí donde la pintura moderna exigía perspectiva, proporción y balance, estos nuevos pintores deliberadamente buscarían violar estos esquemas. Así, por ejemplo, la obra maestra de Picasso, Guernica, no tiene contemplación por los criterios técnicos del modernismo, y pareciera más bien una pintura hecha por niños. Algunos pintores se propusieron rechazar los criterios modernos, tratando incluso de imitar el arte de las sociedades tradicionales ajenas al mundo moderno. Gauguin, por ejemplo, se hizo célebre por pintar a la manera de los polinesios, y de nuevo, Picasso en una época trató de pintar en un estilo similar a la pintura tradicional africana.
     En la arquitectura también hubo esta reacción. Ahora los edificios podrían incorporar espacios desperdiciados, e incluso, administrar elementos que podrían resultar sin balance y proporción. Los músicos también empezaron a explorar la posibilidad de incorporar elementos populares que carecían de la técnica de los compositores clásicos, e inclusive, muchos se atrevieron a prescindir de la armonía y el ritmo para incorporar sonidos que eran prácticamente ruido. 


    La literatura empezó a interesarse por situaciones absurdas y sinsentido. Allí donde un novelista típicamente modernista como Dostoyevski retrataría situaciones creíbles con gran rigor analítico, y emplearía una trama compleja pero ordenada; muchos nuevos novelistas y dramaturgos buscarían confundir al lector deliberadamente, para sí generar un nuevo efecto. Todas estas tendencias artísticas, si bien heterogéneas entre sí, eventualmente fueron aglutinadas bajo el concepto de ‘postmodernismo’. Estos artistas y críticos de artes se planteaban inaugurar una era en la que se dejara atrás la modernidad y el modernismo, y fuera suplantado por un movimiento que rechazara los criterios (a su juicio, demasiado rígidos) de racionalidad y técnica en las artes.
     Si bien algunos críticos estimarían que la buena obra de arte es aquella que está inscrita en la racionalidad y la técnica, podemos por ahora aceptar que el postmodernismo en las artes ha resultado meritorio. La reacción en contra del criterio estético modernista ha potenciado la creatividad de la generación de artistas influidos por el postmodernismo. Las grandes obras de Picasso no tienen un buen cultivo de la perspectiva, y las novelas de Joyce rayan en lo desordenado y lo absurdo; pero podemos admitir que forman parte del patrimonio artístico de la humanidad.
     Por ello, es prudente aceptar que la reacción en contra de la camisa de fuerza del modernismo en las artes ha resultado positiva.
Hasta ahí, todo marcha bien. El problema, no obstante, surge cuando se pretende llevar al postmodernismo más allá de las fronteras del arte. La reacción en contra de las reglas y los criterios establecidos nos han ofrecido grandes obras de arte en el siglo XXI. Pero, cuando este espíritu de rebeldía postmodernista se extiende a otras esferas de la vida, sus consecuencias pueden ser graves.
     Consideremos, por ejemplo, al gran pintor catalán Salvador Dalí. Su obra pictórica merece todo tipo de elogios. Con maestría técnica, logró rebelarse en contra de las convenciones artísticas de su época. La excentricidad artística de Dalí lo acredita como uno de los grandes maestros de la pintura del siglo XX. Pero, cuando la excentricidad va más allá de lo artístico, al punto de desafiar no sólo las reglas establecidas en el arte, sino las más elementales reglas para poder llevar a cabo una conversación fluida, empezamos a dudar si la excentricidad es loable en esferas  no artísticas.
    En una famosa entrevista con el periodista norteamericano Mike Wallace, Dalí respondía con todo tipo de disparates ininteligibles a las preguntas bien formuladas de Wallace. He acá una breve muestra: 

WALLACE: Dígame, ¿qué cree que le ocurrirá a Ud. cuando muera?
DALÍ: Yo no creo en mi muerte
WALACE: ¿Ud. no morirá?
DALÍ: No, yo creo en la muerte general. Pero, no en la muerte de Dalí. Creo que mi muerte se ha vuelto imposible
WALLACE: ¿Teme Ud. a la muerte?
DALÍ: Sí.
WALLACE: ¿La muerte es bella, pero con todo, Ud. la teme?
DALÍ: Exactamente… porque Dalí es un hombre paradójico y contradictorio. 

     Una obra como La persistencia de la memoria (de Dalí) merece nuestro elogio. Pero una entrevista en la cual se respondan disparates e incoherencias, ya es un bodrio. Esto es indicativo de que quizás resulta loable rebelarse contra las reglas artísti cas, pero no contra las reglas de la racionalidad en esferas que van más allá de lo artístico.
     El hecho de que Dalí arremeta con disparates y sinsentidos en una entrevista quizás no es tan grave, si tenemos en cuenta que se trataba precisamente de un artista. Los problemas empiezan a aparecer cuando los filósofos y científicos pretenden emular a los artistas en su rebelión frente a la racionalidad. No objetamos que alguien como Franz Kafka apele al absurdo para lograr su acometido. Pero, tenemos plena justificación para protestar que un médico apele a un procedimiento absurdo (como, por ejemplo, la homeopatía) para intentar curar una enfermedad, o que un matemático sostenga que la raíz cuadrada de -2 es igual al infinito.
   Así pues, en un inicio, el postmodernismo empezó como un movimiento en el seno de las artes. Pero, hoy el postmodernismo es más un movimiento vinculado a la filosofía y las ciencias. Si bien el término ‘postmodernismo’ tiene un significado muy difuso, podemos definirlo a grandes rasgos como la tendencia a rechazar aquellos valores defendidos por el modernismo, en especial, el predominio de la racionalidad en todas las esferas de nuestras vidas. Y, como corolario, la ‘postmodernidad’ sería la etapa histórica en la cual el postmodernismo cobra cada vez más prominencia.
    El modernismo trató de ordenar el mundo en categorías de pensamiento. Una de las grandes labores de la ciencia moderna ha sido la taxonomía; a saber, el modo en que ha clasificado todos los elementos del universo. El postmodernismo rechaza el intento por ordenar el mundo, y más bien defiende la persistencia de lo caótico a la hora de examinar el universo.
     El modernismo defendió la primacía de la racionalidad. El postmodernismo enaltece más bien la intuición, la emoción e incluso, la valoración de lo absurdo y lo irracional. En el modernismo, no hay cabida para chamanes y astrólogos, sino para médicos y astrónomos.
En el postmodernismo, se intenta reivindicar el espíritu libre de chamanes y astrólogos frente a un supuesto totalitarismo científico.
     El modernismo deposita su confianza en la capacidad del lenguaje para representar el mundo, e incluso, recomienda acercarse lo más posible a un lenguaje lógico-matemático que se exprese claramente y no permita ambigüedades. El postmodernismo estima que el lenguaje nunca podrá representar la realidad (sólo intentar construirla), y de hecho, muchos postmodernistas recomiendan el uso de un lenguaje deliberadamente oscuro y confuso (no muy distinto de disparates como los de Dalí). 

     El modernismo trata de descubrir el funcionamiento del universo, para así postular leyes científicas de alcance universal que nos permitan hacer predicciones y ejercer cierto control sobre la naturaleza. El postmodernista rechaza rotundamente la categoría de lo universal, e insiste en que ninguna explicación puede tener pretensiones universales.
    De hecho, según los mismos gurús del postmodernismo, éste es el rasgo definitorio de este movimiento. Si bien las palabras ‘postmodernismo’ y ‘postmodernidad’ fueron someramente empleadas por diversos autores desde mediados del siglo XX, fue el francés Jean Francois Lyoard quien las puso de moda (desde entonces, casi todo en el postmodernismo ha sido cuestión de moda). A juicio de Lyotard, la modernidad se caracterizó por el predominio de ‘metarrelatos’ (un término muy confuso, pero como veremos, los postmodernistas no tienen el menor interés en evitar ser confusos). 
   Estos ‘metarrelatos’ son ‘discursos totalizantes’ que pretenden aplicarse universalmente. Lyotard estimaba que estos metarrelatos ahora están en crisis, pues se ha planteado la necesidad de optar por lo que él llama ‘micro-relatos’. En otras palabras, en vez de ofrecer una explicación general de, por ejemplo, la naturaleza de las hambrunas, es más conveniente explicar cada hambruna por separado, y no asumir que podamos aglutinar bajo un mismo concepto la hambruna de Etiopía en los años ochenta del siglo XX, con la hambruna de Irlanda a mediados del siglo XIX. Más aún, los postmodernistas han defendido con ahínco que ningún discurso puede pretender alcance universal, en tanto todo discurso es producto de unas condiciones específicas (en las cuales interactúan todo tipo de intereses y sesgos: clase social, nacionalidad, etnicidad, etc.) que no pueden extrapolarse a otros contextos.   
   Así, es inútil y perjudicial buscar explicaciones universales de los fenómenos, pues la noción de ‘universalidad’ es afín a un gran sistema totalitario que pretende abarcarlo todo. Conviene mucho más, afirman los postmodernistas, concentrarse en la relevancia de lo local. Si Lyotard tiene razón, entonces la ley de la gravedad no es universal, sino más bien un invento totalizante de la ciencia. Quizás los postmodernistas deberían lanzarse de un puente, para corroborar si la ley de la gravedad no es más que un metarrelato que no puede pretender tener validez universal. 
   Desde entonces, este discurso ha ganado cada vez más adherentes en la academia, y resuena con un amplio sector de la izquierda en el plano político. Los postmodernistas resultan atractivos a los excluidos de siempre: negros, inmigrantes, homosexuales, mujeres, obreros, discapacitados, etc. Los postmodernistas han hecho creer a estos excluidos que la racionalidad y la modernidad en general son los responsables de haber creado la exclusión y coartado la libertad con sus ‘discursos totalizantes’ y rígidas reglas de pensamiento. Los postmodernistas son emblemáticamente anti-sistema; y ha resultado inevitable que los excluidos vean en ellos unos aliados, sin realmente detenerse a considerar si oponerse al predominio de la racionalidad y a cualquier forma de sistema constituirá una mejora en
sus condiciones de vida.
   Cada vez se suman más voces al postmodernismo. En este libro, argumentaré que estamos en la necesidad de rechazar los cantos de sirena del postmodernismo, en buena medida porque la abrumadora mayoría de las ideas que los postmodernistas defienden son fraudulentas; en otras palabras, el postmodernismo es sendo timo. Podemos criticar muchas cosas a la modernidad, pero nunca debemos abandonarla. Podemos criticar los sistemas totalitarios, pero no debemos pretender escapar a toda forma de sistema. En el momento en que dejemos de aplicar criterios de racionalidad y sistematización al mundo, nuestra felicidad se verá amenazada.
   En el primer capítulo, haré una breve reseña histórica sobre el surgimiento de la izquierda, desde los socialistas utópicos en el siglo XIX hasta la izquierda contemporánea postmodernista. Trataré de demostrar que la izquierda clásica (incluyendo al propio Marx) se inscribió en la modernidad, pero que debido a la era de descolonización después de la Segunda Guerra Mundial, y al mayo francés de 1968, un sector de la izquierda empezó a asumir posturas contrarias a la modernidad. Haré énfasis en que, afortunadamente, queda aún un sector de la izquierda que rechaza el postmodernismo y valora a la modernidad, y que no es necesario ser postmodernista para ser izquierdista; de hecho, varios izquierdistas defenderían que el socialismo exigiría una renuncia a los disparates postmodernistas.
    En el segundo capítulo, examinaré las reacciones en contra del movimiento filosófico de la Ilustración a partir del siglo XIX. Intentaré demostrar que, contrario a las apariencias, los postmodernistas tienen mucho en común con los reaccionarios ultraconservadores de inicios del siglo XIX. Defenderé celosamente el triunfo de la Ilustración, y la obligación que tenemos de no abandonar ese proyecto.
   En el tercer capítulo, someteré al escarnio el lenguaje tan obscuro y disparatado que emplean los filósofos postmodernistas, así como su intención deliberada de no escribir con claridad, a fin de impresionar a gente que estima que los buenos filósofos son aquellos a quien nadie les entiende. También reseñaré algunos sucesos bochornosos en el mundo académico, que han surgido como consecuencia de estos disparates postmodernistas.
   En el cuarto capítulo atacaré la doctrina del relativismo, la cual es ampliamente defendida por el postmodernismo. Según esta doctrina, no existe algo que podamos llamar universalmente ‘verdad’, sino que la distinción entre lo verdadero y lo falso es sólo relat iva al contexto. Trataré de demostrar que se trata de una doctrina contradictoria y que atenta contra el más elemental criterio de racionalidad. 
  En el quinto capítulo, defenderé a la ciencia de los ataques de postmodernistas que pretenden equipararla en validez a disciplinas no científicas, o que pretenden negar la validez de un criterio de demarcación entre ciencia y pseudociencia. Trataré de esbozar un criterio elemental para definir a la ciencia. Atacaré especialmente a Paul Feyerabend y su anarquismo epistemológico (la idea de que no debe haber reglas en el método científico y que, por ende, todo vale), y reseñaré la manera en que los postmodernistas abren la puerta sandeces como el creacionismo, la homeopatía, el Feng Shui, etc.
   En el sexto capítulo, defenderé la universalidad de la moral y los derechos humanos, y atacaré el relativismo moral normativo (la doctrina según la cual cada cultura está en su derecho de seguir su propio criterio moral), el cual es defendido por muchos postmodernos. Reseñaré casos como la ablación del clítoris en África oriental, la práctica del sati en la India, etc., como muestra de la necesidad de asumir una moral universal que no tenga contemplaciones por las particularidades culturales que van en detrimento de la universalidad de la idea del bien.
   En el séptimo capítulo, defenderé la idea de que, si bien el colonialismo occidental ha tenido consecuencias muy graves, también tuvo sus méritos. Pues, fue el colonialismo (y la llamada ‘misión civilizadora’ europea) el encargado de difundir la racionalidad y la Ilustración en sociedades tribales con costumbres premodernas similares a la de la Edad Media europea. 
  En el octavo capítulo atacaré a los postmodernistas que estiman que el hombre primitivo es más feliz que el hombre civilizado, y que los avances de la ciencia y la tecnología son perjudiciales a la humanidad. Reseñaré que muchas de las sociedades supuestamente idílicas (como los aztecas, o algunas sociedades tribales) en realidad tenían condiciones de vida deplorables, y que la introducción de la ciencia y la tecnología han constituido una gran mejora en las condiciones de vida de la humanidad.
  En el noveno capítulo reseñaré cómo los postmodernistas, están obsesionados con la idea de que ninguna teoría es confiable, porque tras ella yacen intereses de poder. Defenderé la postura de que, si bien el poder es capaz de influir sobre la búsqueda de la verdad objetiva, al final tenemos la necesidad de confiar en que sí es posible alcanzar la objetividad. Y, además, el explicar los orígenes de una creencia no implica haberla refutado.
    En el décimo capítulo reseñaré la obsesión de muchos postmodernistas con la preservación originaria de las culturas, y el combate a la transculturación. Denunciaré que esta manera de razonar en realidad es muy cercana al esencialismo que, en su época, fue el principal inspirador del racismo pseudocientífico. Señalaré la ironía de que, en su combate en contra del racismo, los postmodernistas terminan defendiendo posiciones muy cercanas a las doctrinas racistas del siglo XIX. 
    En el undécimo capítulo denunciaré muchos de los disparates defendidos por el feminismo de corte postmodernista. Empezaré por admitir que, si bien muchas formas de feminismo son loables, y es legítimo plantearse mayores niveles de igualdad entre hombres y mujeres, lamentablemente muchos feministas defienden posturas irracionales como consecuencia de la influencia postmodernista, como por ejemplo, que hubo una época dorada de amazonas, que el sexo es una construcción social, y que la ciencia ha sido un invento del macho para dominar a la hembra.
   Quizás este libro sea un poco más difícil de leer que el resto de los volúmenes que hasta ahora conforman la colección “¡Vaya timo!”. Eso probablemente sea debido al hecho de que los postmodernistas se han esforzado en hacer las cosas más complicadas de lo que realmente son. Pero, precisamente puesto que me he propuesto atacar el oscurantismo de los postmodernistas, me he sentido en la obligación de intentar presentar los argumentos de la forma más clara y sencilla posible.
   El postmodernismo se ha convertido en una de las doctrinas filosóficas que sirven como punta de lanza a quienes defienden las pseudociencias y creencias irracionales que han sido ridiculizadas en los otros volúmenes de la colección “¡Vaya timo!”. Es frecuente que los defensores de la astrología, el psicoanálisis, o la homeopatía, invoquen los nombres de gurús postmodernistas como Feyerabend o Foucault para protestar en contra de la hegemonía científica, y así proclamar la legitimidad de las disciplinas y creencias irracionales. Por ello, no basta con atacar las especificidades de cada timo. Es necesario también atacar el bagaje pseudofilosófico en el cual se amparan estas disciplinas y creencias absurdas. De eso se encarga este libro. 

Para leer más…  BUTLER, Christopher. Postmodernism: A Very Short Introduction. Oxford: OUP. 2002. Una introducción bastante accesible a los temas generales del postmodernismo. QUEVEDO, Amalia. De Foucault a Derrida. Pamplona: EUNSA. 2001. La autora hace un recorrido por los principales gurús del postmodernismo. Si bien no es lo suficientemente crítica con ellos, al menos hace un esfuerzo por presentar en términos relativamente sencillos las ideas de las figuras más emblemáticas del postmodernismo.

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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las cosas como son II

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