Extraído de "El Post-Modernismo ¡vaya timo!" por GABRIEL ANDRADE
La bandera de la izquierda postmodernista no es ya propiamente el socialismo, sino el abandono de la racionalidad moderna y la conservación de las culturas frente al crecimiento de la civilización occidental. Y, en función de eso, ha venido a ser ‘derechista’ todo aquel que favorezca la hegemonía cultural del Occidente moderno y racionalista en el mundo entero. La misma noción de progreso es ahora interpretada como una ideología derechista que sirve de excusa para colonizar y atropellar a los pueblos no occidentales. A partir de eso, los nuevos izquierdistas estiman que la manera de liberar a los no occidentales es propiciando la conservación de sus ancestrales formas de vida. Como corolario, estos nuevos izquierdistas se hacen llamar ‘liberales’ y tachan de ‘conservadores’ a sus oponentes, sin caer en cuenta que es mucho más conservador quien, precisamente, busca conservar antiguas costumbres y creencias.
El multiculturalismo (el movimiento que valora a todas las culturas por igual) es así parte integral de la nueva izquierda. Frente a las pretensiones universalistas tanto de los derechistas liberales como de los primeros socialistas, el multiculturalismo defiende a ultranza la diversidad y la particularidad de cada pueblo (de nuevo, muy en concordancia con el rechazo postmodernista a lo universal). Bajo esta ideología, ninguna cultura está en el derecho de imponer, ni siquiera de persuadir, sus costumbres y creencias a otros pueblos. Y, ello parte del principio de que ninguna cultura es superior o mejor que otra. Todas las culturas tienen el mismo valor, todas deben ser respetadas por igual. En la medida en que las culturas renuncien a sus pretensiones de extender sus costumbres y creencias a otras culturas, cesará la explotación y las guerras.
Es hora de admitir que el postmodernismo ha traicionado a la izquierda clásica. La antigua izquierda pudo haber propiciado el totalitarismo y la estagnación económica en la U.R.S.S. y sus Estados satélites, pero al menos, los antiguos izquierdistas tenían firmes convicciones y estaban dispuestos a erradicar la explotación en el mundo. Pero, la nueva izquierda, al convertir en un fetiche a la cultura, la diversidad y el rechazo a la racionalidad moderna, está propiciando totalitarismos peores que el estalinista: en la medida en que rechaza el universalismo y celebra la diversidad cultural a toda costa, y admite el valor de las tradiciones sean cuales sean, está marcando un regreso a la más rancia derecha reaccionaria del siglo XIX. Es trágicamente sorprendente que la izquierda decimonónica, fundamentada en el socialismo científico, sea ahora traicionada por una izquierda postmodernista que niega que la ciencia sea superior a supersticiones como la homeopatía o el Feng Shui.
No es necesario ser derechista para afirmar la superioridad de la ciencia y la racionalidad, y para sostener la necesidad que el planeta entero tiene en asimilar muchísimas prácticas y creencias originarias del Occidente moderno. Esto ha dejado de ser un tema de derechas e izquierdas, y se ha convertido más bien en un tema sobre si debemos llamar al pan, ‘pan’, y al vino, ‘vino’. Desde el siglo XIX, los derechistas liberales y los socialistas habían convenido en lo más elemental: la ciencia es mejor que el mito, la tecnología es mejor que la artesanía, la racionalidad es mejor que la irracionalidad. Pero, ahora, la izquierda postmodernista pretende alterar lo que antes resultaba tan elemental.
Hoy existe la tentación de meter en el mismo saco izquierdista a Marx y Engels con postmodernistas como Derrida o Foucault (tristemente, este último defendió el régimen ultraconservador de los ayatolás en Irán, algo insólito para un supuesto izquierdista). A riesgo de especular, estimo que, de estar vivos, Marx y Engels se resentirían por ello. El oponerse al postmodernismo está muy lejos de abrazar el capitalismo y renunciar a las pretensiones de propiciar una revolución socialista. Es perfectamente viable adherirse a la promoción del socialismo y a la vez adherirse a los valores modernistas. La ciencia, la racionalidad y el predominio cultural de Occidente serían precisamente los medios para acabar con la explotación y la miseria en el mundo. Las ideas modernistas serían, por así decirlo, armas para la revolución.
La izquierda ha sido usada y abusada por charlatanes que quieren convencer a la clase trabajadora de que el abandono de lo que ellos llaman ‘discursos totalizantes’ finalmente los librará de la explotación. Si la izquierda quiere recuperar algún prestigio tras el fracaso de la experiencia soviética, debe empezar por retomar la herencia de la modernidad, y resistir la tentación postmodernista de oponerse al predominio de la racionalidad y a toda forma de sistema. No fue la racionalidad, sino la falta de ella, la que condujo a los campos de concentración estalinistas y el totalitarismo. Cualquier persona pensante hubiese comprendido que el totalitarismo habría sido una monstruosidad moral, y que hubiese resultado perjudicial desde todo punto de vista. Fue precisamente el abandono del pensamiento racional lo que condujo a las atrocidades de Hitler y Stalin.
El hecho de que en el Holocausto se hubieran empleado técnicas sofisticadas de exterminio no implica que semejante monstruosidad haya sido propiciada por el predominio de la racionalidad. Fue, en todo caso, una empresa profundamente irracional que se valió de algunas técnicas racionales. El Holocausto ocurrió porque se abandonaron los ideales modernistas. Si se hubiese asumido a plenitud el modernismo, se habría comprendido que el exterminio de seis millones de personas era la cumbre de lo absurdo. De hecho, no es casual que el pensamiento de Nietzsche y Heidegger, dos de las vacas sagradas del postmodernismo, fuera entusiastamente abrazado por los nazis.
Afortunadamente para la izquierda, queda una luz al final del túnel. Algunos intelectuales de izquierda han reconocido que el rechazar al proyecto modernista no ayudará en nada a la clase trabajadora, ni contribuirá a construir una sociedad más justa e igualitaria. Antes bien, estos intelectuales reconocen que el camino a la felicidad está en la misma continuidad de la modernidad, y no en su ruptura. El más emblemático de estos intelectuales es el alemán Jürgen Habermas. A su juicio, la modernidad es aún un proyecto incompleto que no puede considerarse como fracasado. Antes bien, para asegurar su éxito, es necesario asumir a plenitud la mentalidad modernista. Podemos admitir, sostiene Habermas, que en varias instancias, el modernismo ha tenido algunas desviaciones. Pero, estas desviaciones han conducido al abandono de la misma modernidad. Lo necesario, entonces, es hacer retomar a la modernidad su camino inicial: ciencia, orden, progreso, racionalidad, técnica.
Para leer más… BLOOM, Alan. The Closing of the American Mind. New York: Simon & Schuster. 1988. El célebre crítico cultural Alan Bloom manifiesta su desdén con las actitudes de los jóvenes universitarios de finales del siglo XX. A pesar del renombre de esta obra, hasta donde tengo conocimiento, no ha sido traducida al castellano. REVEL, Jean Francois. El conocimiento inútil. Madrid: Austral. 2007. Una colección de ensayos, en varios de los cuales se reseñan los giros históricos de la izquierda.