Adquirida en la relación con un cierto campo que funciona a la vez como institución de inculcación y como mercado, la competencia cultural (o lingüística) permanece definida por sus condiciones de adquisición que, perpetuadas en el modo de utilización -es decir, en una determinada relación con la cultura o con la lengua- funcionan como una especie de "marca de origen" y, al solidarizarla con cierto mercado, contribuyen también a definir el valor de sus productos en los diferentes mercados. Dicho de otra forma, lo que se capta mediante indicadores tales como el nivel de instrucción o el origen social o, con mayor exactitud, lo que se capta en la estructura de la relación que los une, son también modos de producción del habitus cultivado, principios de diferencias no sólo en las competencias adquiridas sino también en las maneras de llevarlas a la práctica, conjunto de propiedades secundarias que, al ser reveladoras de las diferentes condiciones de adquisición, están predispuestas a recibir unos valores muy diferentes sobre los diferentes mercados.
Sabiendo que la manera es una manifestación simbólica cuyo sentido y valor dependen tanto de los que la perciben como del que la produce, se compren de que la manera de utilizar unos bienes simbólicos, y en particular aquellos que están considerados como los atributos de la excelencia, constituye uno de los con trastes privilegiados que acreditan la "clase", al mismo tiempo que el instrumento por excelencia de las estrategias de distinción, es decir, en palabras de Proust, del "arte infinitamente variado de marcar las distancias". Lo que la ideología del gusto natural sitúa en oposición, mediante dos modalidades distintas de la competencia cultural y de su utilización, son dos modos de adquisición de la cultura?': el aprendizaje total, precoz e insensible, efectuado desde la primera infancia en el seno de la familia y prolongado por un aprendizaje escolar que lo presupone y lo perfecciona, se distingue del aprendizaje tardío, metódico y acelerado, no tanto por la profundidad y durabilidad de sus efectos, como lo quiere la ideología del "barniz" cultural, como por la modalidad de la relación con la lengua y con la cultura que además tiende inculcar?". Ese aprendizaje total confiere la certeza de sí mismo, correlativa con la certeza de poseer la legitimidad cultural y la soltura con la que se identifica la excelencia; produce esa relación paradójica, hecha de seguridad en la ignorancia (relativa) y de desenvoltura en la familiaridad que los burgueses de vieja cepa mantienen con la cultura, especie de bien de familia del que se sienten herederos legítimos. La competencia del "conocedor" , dominio inconsciente de los instrumentos de apropiación, que es producto de una lenta familiarización y que cimenta la familiaridad con las obras, es un "arte", una habilidad práctica que, como un arte de pensar o un arte de vivir, no puede ser transmitida exclusivamente mediante preceptos o prescripciones, y cuyo aprendizaje supone el equivalente del contacto prolongado entre el discípulo y el maestro en una enseñanza tradicional, es decir, el contacto repetido con las obras culturales y con las personas cultivadas. Y del mismo modo que el aprendiz o el discípulo puede adquirir inconscientemente las reglas del arte, incluidas las que no son explícitamente conocidas por el propio maestro, al precio de una verdadera entrega de sí mismo, prescindiendo del análisis y la selección de los elementos propios de la conducta ejemplar, de igual modo el aficionado al arte puede, abandonándose de alguna manera a la obra, interiorizar los principios de construcción de la misma sin que estos principios afloren nunca a su conciencia ni sean nunca formulados o formulables en tanto que tales, lo que constituye toda la diferencia entre la teoría del arte y la experiencia del conocedor, incapaz casi siempre de explicitar los principios de sus juicios. Por el contrario, todo aprendizaje institucionalizado supone un mínimo de racionalización que deja su rastro en la relación con los bienes consumidos. El placer soberano del esteta se pretende sin concepto. Se opone tanto al placer sin pensamiento del "ingenuo" (al que la ideología exalta a través del mito de la mirada nueva y de la infancia) como al pensamiento imaginado sin placer del pequeño-burgués y del "advenedizo", expuestos siempre a esas formas de perversión ascética que conducen a privilegiar el saber en detrimento de la experiencia, a sacrificar la contemplación de la obra al discurso sobre la misma, la aisthesis a la askesis, a la manera de los cinéfilos que saben todo lo que es preciso saber sobre unos filmes que nunca han visto...
PIERRE BOURDIEU
La distinción - criterio y bases sociales del gusto
1979
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