Hablando con propiedad, no existe herencia material que no sea a la vez una herencia cultural, y los bienes familiares tienen como función no sólo la de dar testimonio físico de la antigüedad y continuidad de la familia y, por ello, la de consagrar su identidad social, no disociable de la permanencia en el tiempo, sino también la de contribuir prácticamente a su reproducción moral, es decir, a la transmisión de los valores, virtudes y competencias que constituyen el fundamento
de la legítima pertenencia a las dinastías burguesas.
Lo que se adquiere gracias al cotidiano contacto con objetos antiguos o a la regular frecuentación de anticuarios y galerías de arte, o, simplemente; por la inserción en un universo de objetos familiares e íntimos "que están ahí, como dice Rilke, sin segunda intención, buenos, simples, ciertos", es evidentemente cierto "gusto" que no es otra cosa que una relación de familiaridad inmediata con las cosas del gusto; es también la sensación de pertenecer a un mundo más civilizado y más culto, un mundo que encuentra su justificación de existencia en su perfección, su armonía, su belleza; un mundo que ha producido a Beethoven y Mozart y que continuamente está reproduciendo gentes capaces de interpretarlos y apreciarlos; es, por último, una adhesión inmediata, inscrita en lo más profundo de los habitus, a los gustos y a los disgustos, a las simpatías y a las aversiones, a los fantasmas y a las fobías, que, más que las opiniones declaradas, constituyen el fundamento inconsciente de la unidad de una clase.
Si resulta posible leer todo el estilo de vida de un grupo en el estilo de su mobiliario y de su forma de vestir, no es solamente porque estas propiedades sean la objetivación de las necesidades económicas y culturales que han determinado su selección; es también porque las relaciones sociales objetivadas en los objetos familiares, en su lujo o en su pobreza, en su "distinción" o en su "vulgaridad", en su "belleza" o en su "fealdad", se imponen por mediación de unas experiencias corporales tan profundamente inconscientes como el tranquilizador y discreto roce de unas moquetas de color natural o el frío y descamado contacto con unos linóleos gastados y chillones, el acre olor, fuerte y áspero de la lejía o los perfumes imperceptibles como un olor negatívo'". Cada hogar, con su lenguaje, expresa el estado presente e incluso el pasado de los que lo ocupan, la seguridad sin ostentación de la riqueza heredada, la escandalosa arrogancia de los nuevos ricos, la discreta miseria de los pobres o la dorada miseria de los "parientes pobres" que pretenden vivir por encima de sus posibilidades económicas: pensamos en ese niño del cuento de D. H. Lawrence titulado "The Rocking-Horse Winner", que oye por toda la casa, e incluso en su propia habitación llena sin embargo de juguetes caros, un murmullo, "There must be more money". Experiencias de esta naturaleza son las que, sin duda, debería recoger en todos sus detalles un psicoanálisis social aplicado a conseguir entender la lógica de la incorporación insensible de las relaciones sociales objetivadas en las cosas y también, por supuesto, en las personas, inscribiéndose así en una relación duradera con el mundo y con los otros, que se manifiesta, por ejemplo en los límites de tolerancia al mundo natural y social, al ruido, a los atascos circulatorios, a la violencia física o verbal, etc., una dimensión de los cuales es el modo de apropiación de los bienes culturales'".
El efecto del modo de adquisición nunca es tan señalado como en las elecciones más corrientes de la existencia cotidiana, como el mobiliario, el vestido o la cocina, que son particularmente reveladoras de las disposiciones profundas y antiguas, porque, al estar situadas fuera del campo de intervención de la institución escolar, deben afrontarse, si así puede decirse, por el gusto desnudo, al margen de toda prescripción o proscripción expresa, como no sean las que proporcionan unas instancias de legitimación poco legítimas como las revistas femeninas o los semanarios dedicados al hogar. Si los calificativos elegidos para calificar la decoración de una vivienda o la procedencia de los muebles poseídos están más estrechamente correlacionados con la posición social de origen que con el título escolar (al contrario de lo que sucede con los juicios emitidos sobre las fotografías o las respuestas sobre el conocimiento de compositores), es porque, sin duda, nada depende más directamente de unos aprendizajes precoces, y muy especialmente de aquellos que se realizan al margen de cualquier acción pedagógica expresa, que las disposiciones y los conocimientos que se emplean en el vestido, el mobiliario y la cocina o, con mayor precisión, en la manera de comprar los vestidos, los muebles y los alimentos. Por eso, el modo de adquisición de los muebles (gran almacén, anticuario, boutique, rastro) depende tanto por lo menos del origen social como del nivel de instrucción: con un nivel escolar equivalente, los miembros de la clase dominante originarios de la burguesía, de los que se sabe que han heredado con mayor frecuencia que los demás una parte de su mobiliario, han comprado sus muebles más a menudo, sobre todo en París, en un anticuario que los que son originarios de las clases populares o medias, que más bien los han comprado en un gran almacén, una boutique especializada o en las Puces (rastro) (frecuentadas sobre todo, de una parte, por los miembros en ascensión de la clase dominante que poseen el capital escolar más importante y, de otra, por los miembros de la clase dominante originarios de esta clase que tienen menos capital escolar del que les prometían sus orígenes, esto es, aquellos que han realizado sólo algunos cursos de estudios superiores)...
PIERRE BORDIEU
La distinción.
1979
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