por VÍCTOR LENORE
Despachar dos millones de libros en nuestra época es toda una hazaña cultural. Mucho más si lo que ofreces es un ensayo de 816 páginas a contracorriente de las teorías económicas dominantes. El capital del siglo XXI, con su arrollador arsenal de datos, interesó a lectores muy diversos, desde la izquierda radical hasta los principales multimillonarios del planeta. El magnate Bill Gates se sintió tan interpelado que contestó por escrito a Thomas Piketty: “Estoy de acuerdo en que la fiscalidad debería alejarse de gravar el trabajo. No tiene ningún sentido que el trabajo en Estados Unidos sea tan fuertemente gravado en relación con el capital. Tendrá aún menos sentido en los próximos años, ya que los robots y otras formas de automatización vendrán a desempeñar más y más de las habilidades que los trabajadores humanos tienen hoy”, admitía.
Como era de esperar, Gates también formuló criticas sustanciales al enfoque del texto, señalando que hay niveles aceptables de desigualdad o que Piketty se centraba demasiado en la relación entre capital y trabajo, olvidando el crucial factor del consumo. Resumiendo: se produjo un debate global muy razonable donde los lectores podían situarse, después de escuchar a las partes implicadas. Piketty vuelve este otoño redoblando su apuesta, publicando 1.200 páginas tituladas Capital e ideología (Deusto). El libro arranca en la Edad Media, contiene 170 tablas de gráficos y abarca varios registros, desde el estudio empírico hasta la propuesta política, pasando por el análisis cultural.
Nada más llegar a las tiendas ha encendido un debate sobre si son realistas propuestas como un tipo fiscal del 90% para las grandes fortunas globales o una herencia universal de 120.000 euros, que se recibiría al cumplir los 25 años. Hablamos del tipo de ‘socialismo participativo’ cercano al que está proponiendo Jeremy Corbyn en el Reino Unido, donde aboga por la semana laboral de cuatro días o el reparto de acciones entre empleados de grandes empresas.
Izquierda elitista
Llegados a este punto, conviene aclarar que el libro no trae buenas noticias para la izquierda occidental. Su tesis más desafiante afirma que lo que llamamos ‘progresismo’ es un espacio político similar a la casta Brahmán, el estamento sacerdotal -considerado el más importante de la India-. Eran los encargados exclusivos de los sacrificios, los cánticos y de la asesoría a los reyes, lo cual sin duda hará gracia a los defensores de la teoría de la ‘dictadura progre’. Mientras la derecha se dedicaba al comercio, la izquierda se centraba en la academia, con el objeto de acumular los conocimientos que le permitieran influencia en el sistema político y económico, pero sin mancharse con la vulgaridad del mercado. Hablamos de una acusación de elitismo similar a las que han realizado otros autores de idea tradición izquierdista como Mark Lilla, Thomas Frank y Diego Fusaro.
La formulación más clara de este cuestionamiento la encontramos en esta reciente reseña del libro, firmada por Jan Rovny y publicada en una de las bitácoras de la London School of Economics: “El libro demuestra de manera convincente que la izquierda solía ser el brazo político de los infraeducados y se ha convertido en la esfera de los educados. Esto, en cualquier caso, no tiene tanto que ver con las estrategias escogidas por la izquierda”. Lo que plantea el libro es la crónica del divorcio entre los intelectuales de izquierda y el mundo del trabajo. “Ni la izquierda ni ningún otro espacio político puede satifacer simultáneamente las demandas económicas y culturales de la clase profesional y educada, que se ha beneficiado de la globalización transnacional, al mismo tiempo que atiende las necesidades de la clase trabajadora amenaza por ese mismo proceso”, resume. Esta paradoja explica el ascenso de un populismo identitario, de creciente atractivo para las clases más pobres y menos educadas.
Ejemplos prácticos
Cuando Gates contestó al anterior libro de Piketty, reconoció que tenía gran parte de razón al explicar que no era aceptable que los hijos de los millonarios acumulasen dinero de manera automática sin necesidad de trabajar. Entre 1990 y 2010, la era dorada de Microsoft, la fortuna de Bill Gates creció desde los 4.000 millones de dólares hasta alcanzar los 50.000. Al mismo tiempo, el patrimonio de Liliane Bettencourt -heredera del emporio L'Oréal, líder mundial en cosmética- pasó de dos mil millones a 25.000, según los registros de ‘Forbes’. ¿Moraleja? Bettencourt (que no ha trabajado un solo día en su vida) contempló como su fortuna crecía al mismo ritmo que la del pionero tecnológico.
El propio Gates lo pudo confirmar porque le ocurrió lo mismo cuando decidió dejar de trabajar. A pesar de su extensión, parece claro que el nuevo libro de Picketty será otro éxito de ventas y un impulso para nuevos debates. La gran pregunta que flota en el aire es cómo se tomará la izquierda occidental que uno de los suyos señale el proceso de elitización y toma de distancia de sus votantes, que ha contribuido al auge global de la derecha. Lo saben bien en Francia, donde la izquierda casi ha desparecido para dar lugar a una fase donde se enfrenta al centrismo liberal de Macron con la derecha identitaria lepenista. Mientras tanto, los chalecos amarillos no quieren saber nada de socialistas ni de comunistas. ¿Estamos ante el fin de una época?
FUENTE: Voz Pópuli
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