Un liberal podría replicar que al explorar su propio mundo interior desarrolla su compasión y su comprensión de los demás, pero este razonamiento habría dejado fríos a Lenin o a Mao. Ambos habrían explicado que la autoexploración individual es un vicio indulgente burgués, y que cuando intente entrar en contacto con mi yo interior, es muy probable que caiga en alguna de las trampas capitalistas. Mis opiniones políticas actuales, lo que me gusta y lo que no me gusta, y mis aficiones y ambiciones no reflejan mi auténtico yo. Reflejan más bien la educación que he recibido y mi entorno social. Dependen de mi clase social y están modelados por mi vecindario y mi escuela. Tanto a los ricos como a los pobres se les somete a un lavado de cerebro desde el momento en que nacen. A los ricos se les enseña a obviar a los pobres, mientras que a los pobres se les enseña a obviar sus verdaderos intereses. Ninguna cantidad de reflexión ni de psicoterapia ayudará, porque los psicoterapeutas trabajan también para el sistema capitalista.
En realidad, es probable que este tipo de reflexión me distancie aún más de comprender la verdad sobre mí, porque confiere mucho crédito a decisiones personales y demasiado poco crédito a las condiciones sociales. Si soy rico, es probable que llegue a la conclusión de que ello se debe a que tomé decisiones sensatas. Si soy pobre, se deberá a que he cometido algunas equivocaciones. Si estoy deprimido, es probable que un psicólogo liberal culpe de ello a mis padres y me anime a establecer nuevos objetivos en la vida. Si sugiero que quizá estoy deprimido porque los capitalistas me explotan y porque bajo el sistema social dominante no tengo posibilidad de que mis objetivos se hagan realidad, el psicólogo bien podría decir que estoy proyectando sobre «el sistema social» mis propias dificultades internas, y que estoy proyectando sobre «los capitalistas» cuestiones no resueltas con mi madre.
Según el socialismo, en lugar de invertir años hablando de mi madre, mis emociones y mis complejos, debería preguntarme: «¿Quién es dueño de los medios de producción en mi país? ¿Cuáles son sus principales exportaciones e importaciones? ¿Cuál es la conexión entre los políticos gobernantes y la banca internacional?». Únicamente entendiendo el sistema socioeconómico que me rodea y teniendo en cuenta las experiencias de todas las demás personas podré comprender realmente lo que siento, y solo mediante la acción común podremos cambiar el sistema. Pero ¿qué persona puede tener en cuenta las experiencias de todos los seres humanos, y sopesarlas y compararlas de manera justa?
Esta es la razón por la que los socialistas disuaden de la exploración propia y abogan por el establecimiento de instituciones colectivas fuertes, como partidos y sindicatos socialistas, cuyo objetivo es descifrar el mundo para nosotros. Mientras que en la política liberal es el votante quien mejor sabe lo que le conviene y en la economía liberal el cliente siempre tiene la razón, en la política socialista el partido es quien mejor sabe lo que nos conviene y en la economía socialista el sindicato siempre tiene la razón. La autoridad y el sentido siguen procediendo de la experiencia humana (tanto el partido como el sindicato están formados por personas y trabajan para aliviar la desgracia humana), pero los individuos deben escuchar al partido y al sindicato y no a sus sentimientos personales.
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¿ES BEETHOVEN MEJOR QUE CHUCK BERRY?
Para estar seguros de que comprendemos la diferencia entre las tres ramas humanistas, comparemos algunas experiencias humanas.
Experiencia n.° 1: Un profesor de musicología está sentado en la Casa de la Ópera de Viena, escuchando la obertura de la Quinta Sinfonía de Beethoven. «¡Pa pa pa PAM!» Cuando las ondas sonoras inciden en sus tímpanos, su nervio auditivo envía señales a su cerebro, y su glándula suprarrenal inunda su torrente sanguíneo de adrenalina. Su ritmo cardíaco se acelera, su respiración se intensifica, el vello de la nuca se le eriza y un escalofrío les recorre la columna. «¡Pa pa pa PAM!»
Experiencia n.° 2: Corre el año 1965. Un Mustang convertible viaja a gran velocidad por la carretera del Pacífico que une San Francisco con Los Ángeles. El joven conductor escucha a Chuck Berry a todo volumen: «Go! Go, Johnny, go, go!». Cuando las ondas sonoras inciden en sus tímpanos, su nervio auditivo envía señales a su cerebro, y su glándula suprarrenal inunda su torrente sanguíneo de adrenalina. Su ritmo cardíaco se acelera, su respiración se intensifica, el vello de la nuca se le eriza y un escalofrío le recorre la columna. «Go! Go, Johnny, go, go!»
Experiencia n.° 3: En las profundidades de la jungla congolesa, un cazador pigmeo se halla inmóvil, fascinado. Desde la aldea cercana le llega el sonido de un coro de muchachas que entonan su cántico de iniciación. «Ye oh, oh! Ye oh, oh!» Cuando las ondas sonoras inciden en sus tímpanos, su nervio auditivo envía señales al cerebro, y su glándula suprarrenal inunda su torrente sanguíneo de adrenalina. Su ritmo cardíaco se acelera, su respiración se intensifica, el vello de la nuca se le eriza y un escalofrío le recorre la columna. «¡Ye oh, oh! ¡Ye oh, oh!»
Experiencia n.° 4: Noche de luna llena, en algún lugar de las Montañas Rocosas canadienses. Hay un lobo situado en la cumbre de una colina, escuchando los aullidos de una hembra en celo. «¡Auuuuuu! ¡Auuuuuu!» Cuando las ondas sonoras inciden en sus tímpanos, su nervio auditivo envía señales a su cerebro, y su glándula suprarrenal inunda su torrente sanguíneo de adrenalina. Su ritmo cardíaco se acelera, su respiración se intensifica, se le eriza el pelo del cogote y un escalofrío le recorre la columna. «¡Auuuuuu! ¡Auuuuuu!»
¿Cuál de estas cuatro experiencias es la más valiosa?
Si somos liberales, diremos seguramente que las experiencias del profesor de musicología, del joven conductor o del cazador congolés son valiosas por igual, y que deben apreciarse por igual. Toda experiencia humana aporta algo único y enriquece el mundo con nuevo sentido. A algunas personas les gusta la música clásica, a otras les encanta el rock y aún otras prefieren los cánticos tradicionales africanos. Los estudiantes de música deberían verse expuestos al más amplio rango posible de géneros, y al acabar el día todos podrían entrar en la tienda de iTunes, introducir el número de su tarjeta de crédito y comprar lo que quisieran. La belleza está en los oídos del oyente, y el cliente siempre tiene la razón. Pero el lobo no es humano, de ahí que sus experiencias sean mucho menos valiosas. Esta es la razón por la que la vida de un lobo vale menos que la vida de un humano, y por la que es perfectamente razonable matar un lobo para salvar a un humano. A fin de cuentas, los lobos no van a votar en ningún concurso de belleza ni poseen ninguna tarjeta de crédito.
Este enfoque liberal se manifiesta, por ejemplo, en el disco de oro de la Voyager. En 1977, los estadounidenses lanzaron la sonda espacial Voyager I en un viaje al espacio exterior. En la actualidad ya ha abandonado el sistema solar, con lo que es el primer objeto fabricado por el hombre en surcar el espacio interestelar. Además de equipo científico de última generación, la NASA incluyó a bordo un disco de oro, destinado a presentar el planeta Tierra a cualesquiera extraterrestres curiosos que pudieran encontrar la sonda.
El disco contiene variada información científica y cultural sobre la Tierra y sus habitantes, algunas imágenes y voces, y varias docenas de piezas musicales de todo el mundo, que se supone que representan una buena muestra de logros artísticos terrestres. La muestra musical mezcla sin ningún orden aparente piezas clásicas, que incluyen el movimiento inicial de la Quinta Sinfonía de Beethoven; música popular contemporánea, como «Johnny B. Goode», de Chuck Berry, y música tradicional de todo el mundo, que incluye un cántico de iniciación de muchachas pigmeas del Congo. Aunque el disco también contiene algunos aullidos lobunos, no forman parte de la muestra de música, sino que están relegados a una sección diferente que incluye también el sonido del viento, la lluvia y el oleaje. El mensaje a oyentes potenciales de Alfa Centauri es que Beethoven, Chuck Berry y el cántico de iniciación de muchachas pigmeas tienen el mismo mérito, mientras que los aullidos lobunos pertenecen a una categoría totalmente diferente.
Si somos socialistas, probablemente estemos de acuerdo con los liberales en que la experiencia del lobo tiene poco valor. Pero nuestra actitud hacia las tres experiencias humanas será muy diferente. Un socialista convencido explicará que el valor real de la música no depende de las experiencias del oyente individual, sino del impacto que tiene en las experiencias de otras personas y de la sociedad en su conjunto.
Tal como dijo Mao: «No existe tal cosa como el arte por el arte, el arte que se sitúe por encima de las clases, el arte que esté desligado o sea independiente de la política».
De modo que cuando se trate de evaluar las experiencias musicales, un socialista se fijará, por ejemplo, en el hecho de que Beethoven escribió la Quinta Sinfonía para un auditorio de europeos blancos de clase alta, exactamente cuando Europa estaba a punto de embarcarse en su conquista de África. Su sinfonía reflejaba los ideales de la Ilustración, que glorificaban a los hombres blancos de clase alta y calificaba la conquista de África como «la carga del hombre blanco».
El rock and roll, dirían los socialistas, lo inventaron músicos afroamericanos oprimidos que se inspiraron en géneros como el blues, el jazz y el góspel. Sin embargo, en las décadas de 1950 y 1960 fue secuestrado por la Norteamérica blanca convencional y puesto al servicio del consumismo, del imperialismo norteamericano y de la Coca-Colonización. El rock and roll lo comercializaron y se lo apropiaron adolescentes blancos pudientes en su fantasía de rebelión pequeñoburguesa. El propio Chuck Berry se doblegó a los dictados del gigante capitalista. Mientras que originalmente cantaba acerca de «un chico de color llamado Johnny B. Goode», bajo la presión de las emisoras de radio de propietarios blancos cambió la letra por «un chico de pueblo llamado Johnny B. Goode».
En cuanto al coro de muchachas pigmeas congolesas, sus cánticos de iniciación forman parte de una estructura patriarcal de poder que lava el cerebro tanto a hombres como a mujeres para que se amolden a un orden de género opresivo. Y si una grabación de un tal cántico iniciático llega alguna vez al mercado global, solo servirá para reforzar las fantasías coloniales occidentales sobre África en general y sobre las mujeres africanas en particular.
Así, pues, ¿qué música es mejor: la Quinta Sinfonía de Beethoven, «Johnny B. Goode» o el canto iniciático de las pigmeas? ¿Qué debe financiar el gobierno: la construcción de teatros de ópera, escenarios para el rock and roll o exposiciones sobre el patrimonio africano? ¿Y qué debemos enseñar a los estudiantes de música en escuelas e institutos? Bueno, no me pregunten a mí. Pregúntenle al delegado cultural del partido.
Mientras que los liberales caminan de puntillas alrededor del campo minado de las comparaciones culturales, temerosos de dar algún paso en falso políticamente incorrecto, y mientras que los socialistas dejan que el partido encuentre el sendero adecuado a través del campo de minas, los humanistas evolutivos saltan alegremente dentro del mismo, haciendo estallar todas las minas y disfrutando con el caos.
Pueden empezar indicando que tanto liberales como socialistas marcan el límite de los demás animales, y no tienen ningún problema en admitir que los humanos son superiores a los lobos y que, en consecuencia, la música humana es mucho más valiosa que los aullidos de los lobos. Pero la misma humanidad no está exenta de las fuerzas de la evolución. De la misma manera que los humanos son superiores a los lobos, algunas culturas humanas están más avanzadas que otras. Existe una jerarquía inequívoca de experiencias humanas, y no tenemos que disculparnos por ello. El Taj Mahal es más bello que una choza de paja, el David de Miguel Ángel es superior a la última figurita de arcilla que ha modelado mi sobrina de cinco años, y Beethoven compuso música mucho mejor que la de Chuck Berry o la de las pigmeas congolesas. ¡Vale, ya lo hemos dicho!
Según los humanistas evolutivos, quienquiera que argumente que todas las experiencias humanas son igual de valiosas es un imbécil o un cobarde. Tal vulgaridad y timidez solo conducirá a la degeneración y a la extinción de la humanidad, pues impide el progreso humano en nombre del relativismo cultural o de la igualdad social. Si liberales y socialistas hubieran vivido en la Edad de Piedra, probablemente habrían visto poco mérito en los murales de Lascaux y Altamira, y habrían insistido en que de ningún modo son superiores a los garabatos de los neandertales.
YUVAL NOAH HARARI
Homo Deus
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