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viernes, 16 de julio de 2021

Les Modernes

... A pesar de la diversidad de estilos y configuraciones, todos los modernos tienen una cosa en común: buscan la distinción y el reconocimiento. Esta necesidad es el producto de una vida masificada en la que el individuo parece diluirse. En una población reducida se nos conoce, se nos saluda, nuestra identidad es reconocida: «Y tú, ¿de quién eres?». No ocurre lo mismo al vivir entre millones de personas. El terror al aniquilamiento identitario sirve de acicate para la creación de este tipo de subculturas. También el narcisismo hace su parte, siendo un fenómeno cada vez más dominante, el producto típico de una competitiva cultura de consumo dominada por la imagen y una ideología del espectáculo. En última instancia, el moderneo es un medio para reafirmar la identidad en sociedades complejas.

Si los primeros modernos españoles eran idealistas vinculados a movimientos políticos de protesta, transgresores intelectuales o golfos que trataban de modificar su cosmovisión a través del consumo de drogas, los actuales son cínicos representantes de un fin de ciclo. Sin embargo, entonces como hoy, siempre se han sentido diferentes. Pau Malvido, moderno pionero, habla: «Cuando nosotros éramos los únicos modernos en medio de un mundo uniforme, gris, estrecho, moralizante, nuestra exaltación, nuestra conciencia de la brutal diferencia que había entre nosotros y el mundo, esa sensación de gran aventura nos protegía un poco de las propias contradicciones». Es el clásico «ellos versus nosotros», en el que «nosotros» somos distintos y mejores. Gracias a este contraste, como dice Malvido, nos cegamos ante nuestros propios defectos.

Para lograr su objetivo, los modernos deben realizar una serie de esfuerzos nada insignificantes. Ser moderno exige una labor constante y, aunque sea un rol tradicionalmente representado en un espacio de ocio, puede llegar a ser trabajoso. La finalidad de esa labor es obtener privilegios sociales a través de una acumulación de  capital simbólico. Dicho capital es un concepto del sociólogo Pierre Bourdieu, según el cual vinculamos cualidades positivas a algunas personas, como la autoridad, el prestigio, la reputación, el crédito, la fama, la notoriedad o el buen gusto. Aunque no se trate de un capital necesariamente económico no deja de ser socialmente efectivo. Que este trabajo por la distinción se apropie de la vida entera, invadiendo nuestro tiempo libre, deriva de una ética de consumo que monopoliza todos los espacios de la vida social, incluyendo el  tiempo de ocio. No solo debemos trabajar para ganarnos la vida sino que estamos obligados a consumir e incluso a hacer de nosotros mismos productos de consumo. El moderno, siempre en la palestra, quiere atesorar una imagen cotizada en el ojo ajeno. Ser moderno es un trabajo no remunerado económicamente a desempeñar cuando escasean obligaciones más imperiosas y que, en el proceso, reporta recompensas sociales.

Por la dedicación que exige, a cierta edad muchos modernos se ven obligados a abandonar su estilo de vida hedonista en favor de necesidades más acuciantes, ya sean biológicas o culturales: la reproducción, el desempeño profesional, etc. Ser moderno es  exigente y no puede cumplirse en todos y cada uno de nuestros episodios vitales. Se trata de un esfuerzo casi enteramente social, por lo que todo periodo en el que uno deba refrenarse de los encuentros en la esfera pública perjudicará su estatus como moderno. 

Para estar en el candelero uno debe mostrarse, y siempre pueden existir obligaciones que interfieran con dicha visibilidad. Por ejemplo, raperos y modernos como el «Costa» se han visto casi obligados a ir ciertos locales nocturnos muchos fines de semana para seguir estando en el candelero. Y esto ocurre a todos los niveles de la fama. Como dijo Iggy Pop: «No quiero verme obligado a vivir en Nueva York solo para que no se olviden de mí».

Con todo, el moderneo se preserva mejor que antes, independientemente de la localización. Actualmente puede incrementarse la exposición del individuo a través de las redes sociales con lo que no es necesaria la presencia física en el lugar de moda, o puede integrarse a los propios hijos en un contexto vanguardista. Con todo, muchos modernos no superan estas fases de transición.

Antes de seguir quiero decir algo sobre el contenido de la palabra «moderno». El concepto de modernidad representa todo aquello que es reciente, novedoso, no sobrepasado. Por eso la modernidad como fase histórica no ha sido superada. Entendida así, la modernidad representaría «lo último», una realidad en constante cambio, siempre mutable, casi imposible de asir: lo último siempre es lo último. Esto dificulta mi trabajo a la hora de fijar mi análisis, aunque no lo imposibilita. Lo moderno puede dejar de serlo con toda celeridad, aunque algunas de las modas asociadas a él tengan en ocasiones una relativa duración (pensemos en el hipsterismo). Por esta razón quiero centrarme en el común denominador que caracteriza a los modernos de todos los tiempos.

En España la idea de un sujeto como encarnación de lo moderno solo cobra importancia social a partir de los últimos años del franquismo cuando, gracias al boom económico, algunos jóvenes pueden permitirse recrear la cultura juvenil de países anglosajones. Se  entiende que esa cultura se basa en el consumo y exige tiempo de ocio para ser vivida. 

Existe aquí un interés por gozar de la existencia y encontrar un sentido a la vida que vaya más allá del trabajo y la familia. La realidad económica de la España anterior a ese periodo no dejaba espacio para ese tipo de entretenimientos. Solo un buen excedente de tiempo y dinero puede fundamentar frivolidades identitarias de este género. Sin ese excedente, lo que acuciaba a los jóvenes era llevarse algo a la boca, sobrevivir, obtener suficiente estabilidad económica. Como reza el nombre de un grupo de Facebook: «Antes los paletos llevaban boina, ahora llevan pendientes de brillantes». Con el desarrollo económico, esas personas que ya tenían cubiertas sus necesidades básicas aspiraban a satisfacer otros anhelos: a sentirse especiales, a vivir nuevas experiencias. Al decir esto reflejo un simple hecho tanto sociológico como psicológico: el hombre occidental tiene un hambre que nunca es capaz de saciar. Jamás se redime la persona de sus anhelos; estos no desaparecen, se transforman.

Nuestra estructura social está diseñada no solo para no saciar nuestro deseo, sino para fomentarlo. Una vez quedan satisfechas las necesidades básicas y se cuenta con el sustento como hecho autoevidente, tratamos de dar sentido a la vida de varias maneras.  Esta búsqueda de sentido no siempre ha sido una tarea tan compleja como cabría esperar. En tiempos anteriores imperaban en Occidente sistemas simbólicos cerrados y monolíticos que servían para orientarnos debidamente. La religión daba sentido a la vida,  neutralizando relativamente la angustia existencial de las personas. Sin embargo, con los nuevos tiempos estos sistemas se fueron resquebrajando, dando paso a una ideología racionalista y tecnológica que tiene poca mano con los aspectos anímicos más acuciantes del ser humano: ¿Quién soy? ¿Cuál es mi lugar en el mundo? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? La falta de una solución a estos problemas, que produce intensa angustia existencial, es fuente de la incesante actividad que caracteriza a las naciones  occidentales. La actividad frenética de nuestras amplias comunidades refleja un estado de inquietud colectivo, contrario al reposo y a la paz interior. Buscamos en el «crecimiento» y la distracción modos de encontrarnos a nosotros mismos o, más bien, de escapar de nosotros mismos. Domina la búsqueda de una quimérica felicidad, una  supuesta quietud definitiva, que nunca llega. Como fruto de dicho ajetreo, de esa huida, encontramos el moderneo. Este busca crear sentido a través de la construcción de una identidad social. Se sobrentiende que esta identidad está unida inextricablemente al  consumo y al gasto económico.

Esta identidad anhelada (la de moderno) se caracteriza o define por representar lo más innovador en el mundo del ocio, del consumo y la estética. Los modernos encarnan las últimas tendencias en el terreno de la expresión personal, la actitud, formas de vestir, jerga, porte. A través de dicha expresión aspiran ante todo a reforzar su imagen social. Para lograrlo se presentan como poseedores de un bien exclusivo e intransferible que solo unos cuantos atesoran. Quieren ser contemplados como seres socialmente diferenciados. 

El moderno debe ser cualitativamente diferente a los demás, poseer un aura de distinción. La contradicción en todo ello es que trata de lograrlo por medios contingentes: apariencia, ropa, tatuajes, vocabulario, gustos, que, en realidad, están al alcance de todos. No es gracias a una sustancia propia (talento, inteligencia, carisma) que el moderno destaca, sino por tres medios: 1) el uso de símbolos, 2) un saber ritual aprendido, y 3) la adquisición de bienes de producción industrial. Aunque destacar a través de símbolos haya sido algo común en todo tiempo y lugar, hoy impera desaforadamente, de acuerdo con los intereses y necesidades de producción de la sociedad de consumo.

El moderneo es en su esencia un producto de la globalización. Por ejemplo, si vemos un hipster, ya sea en España, Italia, Londres o Nueva York, nos encontraremos con una misma referencia o arquetipo. Existe una identidad comercial que trasciende fronteras y  que puede ser consumida por aquel que cuente con los recursos necesarios. El sujeto que así lo decida portará elementos que sirvan para su identificación. Lo mismo ocurre en el caso del llamado «perroflauta», la síntesis entre hippy y punky (en otros tiempos archi-enemigos), producto de las clases medias, que puede ser reconocido en cualquier país. La uniformidad transnacional es esencial para la configuración de este tipo de identidades.

En Occidente no solo podemos aspirar a consumir, sino que nos vemos obligados a ello tanto moral como estructuralmente. A nivel moral, porque lo hace todo el mundo, y ya se sabe que la moral concreta de todo pueblo es la expresión de necesidades colectivas   (las acciones moralmente buenas son aquellas que benefician al organismo social y su correcto funcionamiento); y a nivel estructural porque resulta necesario para sostener nuestra existencia (sin consumo la economía se desploma). La promiscuidad del consumo  es esencial al moderneo. El consumo en este terreno no se caracteriza por ser de carácter lujoso. Uno solo debe dirigirse a la tienda más cercana y comprar aquello que necesita para apropiarse el aura deseada. Con una serie de complementos alguien puede convertirse en moderno en el transcurso de unos minutos, aunque el proceso de  integración social en la subcultura sea algo más diferido.

El moderneo como elitismo no es real puesto que es un fenómeno de masas internacional, potencialmente accesible a todos. No postulo que sea propio de miembros de la clase trabajadora, ni de las clases más privilegiadas, ya que a pesar de existir modernos chonis y pijos (fácilmente identificables), el moderneo mayoritario es aquel que  cultivan los hijos de las antaño omnipresentes clases medias. Si el moderneo a mediados y finales de los años noventa era algo más exclusivo, por ser asunto de pocos, ahora está muy difundido.


IÑAKI DOMINGUEZ
Sociología del Moderneo

2017



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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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las cosas como son II

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