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jueves, 1 de julio de 2021

Noise como Revolución Permanente



O PORQUE LA CULTURA ES UNA CERDA QUE DEVORA A SU PROPIA CAMADA

En el capitalismo, el glamour de lograr estatus artístico o ventas masivas -victoria de los intereses de la mercancía- se confunde con proporcionar una auténtica experiencia artística. Esta es la razón por la cual a aquellos que cultivan sus preciosas almas emulando la acumulación capitalista, la expresión auténtica les sonará como «música deliberadamente ofensiva sin ningún mérito».

 POR BEN WATSON*

...El coraje de la juventud permite mirar a las cosas directamente. Su locura es imaginar que nunca nadie lo ha hecho. La ventaja del Noise es que pone de relieve un aspecto de la música que ha estado molestando a la sociedad recta desde, por lo menos, Beethoven. A saber, la negación de la música a hacer el papel accesorio de adorno o divertimento: la auténtica relación de la música con la verdad, su antagonismo respecto a salir en una noche agradable. El «aluvión inquebrantable» experimentado por Sam Davies tiene más en común con la «Grosse Fuge» de Beethoven (1825) que con los puntos de referencia obvios de Ascension (John Coltrane, Velvet  Underground, Whitehouse, Hession/Wilkinson/Fell). Evidentemente, para los expertos de marketing para los cuales la confirmación de la identidad social es el pan de cad a día de los pensamientos sobre la música, tal afirmación es demencial. Beethoven pertenece a una demografía madura y ricachona muy interesada en los perfumes caros, el papel cuché, las oportunidades de inversión y las propiedades inmobiliarias, es un clásico imperecedero. Por otro lado, Ascension y Keiji Haino son lo último en bandas sonoras para unos cuantos diseñadores de webs con perilla de Hoxton, probablemente acompañados por alguna que otra toxina de diseño... 

En la actualidad, la música de Beethoven ha sido capturada en una maquinaria de reproducción musical conocida como música seria o música clásica. Un a situación en la que él tiene que asumir parte de la culpa. Siendo consciente de ser un proveedor de bienes al mercado, Beethoven presentó cuidadosamente sus recetas para los acontecimientos musicales, como textos a consumir por los intérpretes (algo distinto de, digamos, William Shakespeare, para quien la interpretación de una obra era realmente lo suyo). Antes del disco de gramófono Shellac de 78 rpm, la partitura era el aspecto más fácilmente mercantilizado de hacer música (su legado es que los músicos de pop hacen la mayor parte de su dinero de la edición comercial, un pago contractual por una hipotética partitura que, con frecuencia, es inexistente). De ahí que no fuera la cultura o Zeitgeist o la inspiración, sino el fetichismo de la mercancía lo que transformó a los partituristas (compositores) en los célebres genios de fama de busto de escayola, eclipsando a los managers, líderes de bandas, cantantes y músicos. Fetichismo de la mercancía era el término de Marx para la perspectiva invertida del capitalismo, en la cual toda la sociedad baila al ritmo de los valores de la mercancía que parecen tener vida por sí mismos y cambian abruptamente al unísono. Las personas que hablan de los problemas de la música moderna, sin hablar sobre el capitalismo y el fetichismo de la mercancía, constituyen por sí mismos uno de los problemas de la música moderna. 




Profundamente involucrado en desarrollar, tanto la partitura, como el piano (el intérprete más completo de una partitura en un espacio doméstico privado), para el mercado -e n otras palabras, profundamente involucrado en el fetichismo de la mercancía-, Beethoven introdujo en la música una fuerte dinámica histórica: una impaciencia respecto a la tradición y un ansia por lo nunca antes escuchado. Incluso en su tiempo, esta búsqueda sobrepasó los requisitos de sus oyentes: la «Grosse Fuge» les sonó a ruido (sus editores le persuadieron para que la quitase de su posición original, el último movimiento de un cuarteto de cuerda, y la publicase por separado, sustituyéndola por un brillante Allegro). Los seguidores de Beethoven alimentaron este antagonismo hacia las audiencias, hasta que en los albores del siglo X X los compositores innovadores perdieron totalmente la sincronía con sus audiencias. Las vicisitudes del Noise de hoy en día no son más que una ramificación de este cisma fundamental. Los tecnofetichistas que nos dicen que el Noise surgió a través de la amplificación tienen el seso histórico de un mosquito. 

Si , a causa de la corrupción de la escucha por fetichismo de la mercancía (la repetición, acumulación y normalización de la música atribuida por Jacques Attali a la producción en masa), la composición genuino suena a ruido, entonces es tentador concluir lo contrario: el ruido debe ser una composición genuino. La cita de Eugene Chadbourne, al inicio de este ensayo, muestra a alguien utilizando este silogismo inverso para navegar por las traicioneras aguas de la música moderna y encontrar algo de valor. Para él, funcionó. Dead Kennedys y Black Flag, punks tardíos dispuestos a destruir la autocomplacencia de Robert Christgau y la Rolling Stone, introdujeron un desaliño en el rock que le vino muy bien a Chadbourne. Como Improvisador Libre, necesitaba una forma sin restricciones, transgresión armónica e interrupciones del ritmo. Sin embargo, aunque invertir los términos de un silogismo ha ayudado en este caso, también es un conocido modo de llegar a una falsedad (todas las urracas son pájaros blancos y negros; de esto no se deduce que todos los pájaros blancos y negros sean urracas). Cierto Noise puede no ser auténtica música en absoluto, sino sencillamente ruido, desprovisto de mérito e interés. De hecho, bien podría ser papel pintado sónico: música reducida a una textura rutinaria y práctica. (De hecho, esto caracterizaría muchos de los estragos del Noise de hoy). O el Noise puede ser simplemente transgresión en busca de publicidad, sin ninguna importancia musical (¡nombra tu ejemplo favorito!). Naturalmente, dados los malentendidos que abundan en la música moderna (para muestra, el cambio de opinión de Sa m Davies), a los críticos les cuesta rechazar a cualquiera enarbolando la bandera del Noise. Pueden perder el tren y terminar pareciendo conservadores y tontos. Este Miedo a la Vanguardia conduce al estilo de las críticas que impregnan The Wire, donde la música se describe como un paisaje exótico que el escritor ha visto desde un tren o un avión -tocaron hasta la extenuación drones bajos, algunas muestras de la máquina de vapor, después un poco de batería- con juicios de valor suspendidos. Deja caer algunas palabras como «visceral» y «ambiente» y «fractal» y el trabajo está hecho. 

Desgraciadamente, como una revista debe ser selectiva respecto a lo que cubre, cualquier descripción, por muy pobre que sea, constituye, de hecho, un mérito, el acceso a la camarilla de los superguays. Pero, como diría Joe Carducci, nadie se atreve a jugar- se los cojones (ni tampoco, cad a vez más, los ovarios).

Esto conduce a una situación decadente en la que las decisiones sobre qué producto mostrar las toman los editores a puerta cerrada y nadie intenta explicar por qué nos debería interesar. Entre bastidores, los sellos que se anuncian en las páginas de la revista ejercitan sus músculos. En The Wire, la celebridad de vanguardia se convierte en un hecho consumado, sin contaminar por un argumento racional (de vez en cuando descubres una pista sobre cómo se ha seleccionado una nueva panda de bollitos americanos peludos, negados y ruidosos: «Thurston dice que no están mal ...»). Esta falta de opinión personal por parte de los críticos parodia la dinámica de la recepción real de la música. En una economía de mercancías (y dad a la precaria situación financiera de la mayoría de los obsesos de la música), las decisiones relativas a aflojar la pasta para conciertos o CD s están cargadas de ansiedad. Tiene que haber espacio para dar constancia del enfado y la indignación del personal decepcionado (el punk sólo fue posible debido a la furia anticorporativista alimentada por los contribuyentes de la revista New Musical Express a principios de la década de 1970). En las páginas de The Wire, el radicalismo del Noise se neutraliza con la moda por la objetividad descriptiva. El juicio -un interés personal- es el eje de cualquier descripción real (como lo expresa Theodor Adorno, «no podemos comprender sin juzgar, al igual que no podemos juzgar sin comprender»).

En la cobertura que The Wire hace del Noise, lo que debería ser una explosión de negatividad crítica -denunciando a otras músicas por irrelevantes, denunciando mucho del Noise como falsificación- se convierte en escaparatismo para añadir otro elemento sexy junto a los de Brian Eno y Björk. La sabiduría editorial en The Wire es que los actos que cubre son tan virtuosos, alternativos y poco corporativos, que todos merecen apoyo. Sin embargo, como observó Friedrich Nietzsche, la caridad no se lleva bien con la estética y, generalmente, es una máscara de la duplicidad. Bajo esta clase de régimen, es el ciudadano honesto informando de la verdad al que se condena al ostracismo.

...

Para finalizar este ensayo, me gustaría recordar a otro italiano, alguien cuyo trabajo ha sido prácticamente suprimido de la academia postmoderna, pero cuya filosofía proporcionó la inmanente lógica celular de Finnegans Wake, la erupción de inmediatez psíquica de James Joyce en el plano del lenguaje (y cuya relevancia para la estética del Noise no se puede exagerar, como lo entendió Bob Cobbing). Se trata del filósofo napolitano Giambattista Vico, cuya «Scienza Nuova» (1725) propuso una ciencia nueva de la historia para desafiar la aseveración de René Descartes de que el único conocimiento fiable y válido es aquel que está basado en los números. En lugar de simplemente rechazar los modos de pensamiento de la temprana humanidad -animismo, poesía, mitos, religión- Vico sugirió interpretarlos como protoconceptos, imágenes de realidad que proporcionan la base natural del lenguaje y la razón. Sin hacer honor a estas respuestas primarias al mundo, pensar se convierte en algo árido y frío, sin vida. De hecho, los estudiantes cuya formación se reducía a las matemáticas y la lógica estaban siendo lobotomizados y, con su falta de comprensión de los deseos y aversiones de la humanidad, eran incapaces de estimar cómo se comportarían los seres humanos y, por lo tanto, no podían entender los negocios y políticas de la vida real. El primer trabajo de Vico, escrito cuando tenía 25 años, fue «Sentimientos de un Desesperado», una invectiva poética extravagante, el resultado de su implicación con los librepensadores conocidos como libertinos. S e hizo católico devoto, pero su filosofía era revolucionaria sin saberlo (Marx le dedicó una agradecida nota a pie de página en el «Capital»). 

En «Scienza Nuova», Vico distinguió un patrón cíclico en la historia: la edad de los dioses, una época bárbara donde todo el pensamiento es poético; la edad de los héroes, donde algunos actores parecen más grandes que la vida; y la edad de los hombres bajo un monarca constitucional, cuando las personas dejan de deslumbrarse con las imágenes que inventamos para ocultar lo que no sabemos. Pero esta edad democrática contiene sus propias semillas de destrucción. La carencia del jugo de la subjetividad y la creencia deja el discurso seco, yermo y banal. La desilusión y el escepticismo se apoderan de las personas y surge un nuevo barbarismo, pero teñido con las técnicas y descubrimientos de las edades previas. Vico fue el primer historiador en ver que las Etapas Oscuras no eran simplemente una regresión desde la civilización romana, sino un desarrollo esencial. A esta edad transicional la llamó ricorso. La «mediación criticada por la inmediatez» de Maurizi es una llamada a otro ricorso, un asalto revolucionario a los valores culturales evidentes, una crítica a favor de un nuevo realismo, una nueva espontaneidad y conectividad.

Al contrario que los moralistas, los marxistas aprecian en las controversias y discrepancias de la cultura no una discrepancia metafísica entre el bien y el mal, sino una batalla entre la mano de obra y el capital. Es porque la cultura es una forma de capital -algo que Getty Images puede comprar- que se convierte en una cerda que devora a su propios cerditos, un caníbal infanticida, su propio verdugo, un lodazal porcino de violencia y desánimo. La cultura se convierte en su opuesto. Por ejemplo, los nazis defendieron el realismo frente al arte moderno, que tildaron de degenerado: en palabras de Esther Leslie: «Habiendo localizado los destrozos del realismo del siglo XIX, querían deshacerse del mundo de los revolucionarios, de los bohemios y de los críticos que lo habían producido». Es esta alienación del producto respecto de la mano de obra de aquellos que lo produjeron lo que Marx diagnosticó como el crimen central y el problema del capitalismo. Es posible que el capitalismo cotidiano no exhiba el frenesí genocida del nazismo (los habitantes de los empobrecidos y bombardeados países del tercer mundo pueden no estar de acuerdo) pero, de todos modos, la fetichización arranca los productos artísticos del medio que los produce. Esta es la razón por la cual toda discusión concerniente al rock depende del problema de venderse (que se lo pregunten a Kurt Cobain). En el capitalismo, el glamour de lograr estatus artístico o ventas masivas -victoria de los intereses de la mercancía- se confunde con proporcionar una auténtica experiencia artística. Esta es la razón por la cual a aquellos que cultivan sus preciosas almas emulando la acumulación capitalista, la expresión auténtica les sonará como «música deliberadamente ofensiva sin ningún mérito». Lo auténtico dota de coraje y autoestima a los acontecimientos cuya emoción es obvia para todos. ¡Rock'n'roll, baby! Noise es una forma útil de poner de relieve este aspecto de la música.

Evidentemente, cualquier término aceptado en el mercado puede convertirse rápidamente en una tapadera de simulacros ineptos y fraudulencia calculada. La observación de Chadbourne sobre el efecto devastador de la música Country en los círculos del Noise sirve de advertencia contra cualquiera que crea que una experiencia de música radical -u n cambio radical de identidad social a favor de la experiencia objetiva- se puede englobar bajo una categoría comercial. Un a etiqueta genérica debería ser el punto de partida para un debate crítico, no su sustituto. Cuando Tony Herrington de The Wire me dijo que «pensara en nicho» al escribir para la revista, mostró lo bien que había interiorizado las lecciones de la cultura capitalista: «Shhh, no menciones lo Universal, puede minar nuestras ventas». Sin embargo, la candente intensidad del corazón latente de cada género es proselitista y ávida, al creer que puede irrumpir en la universalidad y llegar a todos los oídos. Eso es lo que Coltrane le hizo al jazz; y lo que Ascension y Lenormin le hacen al rock. Negar esta ambición es asfixiar la respiración de la vida de la música al nacer.


*DE "RUIDO Y CAPITALISMO"


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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

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sonido es sonido

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RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

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