por HÉCTOR BÉJAR
Vieja Crónica y Mal Gobierno (2020)
En el proceso de formación de la actual Europa, las agrupaciones culturales primigenias de los pueblos que los romanos llamaban bárbaros se instalaron en diversas circunstancias y por distintas causas sobre la elaborada cultura romana que no desapareció del todo en Occidente, mientras en Oriente permanecía Bizancio como heredera directa de la vieja cultura griega enriquecida por el aporte romano y cristiano. El imperio romano no cayó, se trasladó y vivió mil años más. Se trató, como en muchos otros casos, de movimientos de migración del norte hacia el sur y del sur hacia el norte. Las corrientes humanas formaron y forman las civilizaciones en todos los continentes generando cambios en el cumplimiento de una ley dinámica de traslación y transformación que acompaña la naturaleza humana. En esta dinámica sin término, los romanos, que fueron bárbaros en relación con los sofisticados griegos, tuvieron que pasarse la vida combatiendo contra los germanos, los vándalos, los godos, los hunos y otros pueblos que consideraban más bárbaros que ellos. Y, como parece ser la ley de la historia, esos pueblos, más simples pero más vigorosos, los derrotaron finalmente, infiltrándolos y transformándolos. El feroz guerrero derrota al culto y, a diferencia de lo que se enseña en la historia escolar, el componente oriental era el más importante en el mundo romano mediterráneo. A su vez, como señala José Luis Romero, la cultura clásica romana ya había sido influida decisivamente por Persia, Siria y otros pueblos durante los últimos tiempos del imperio. Se trató de un complejo fenómeno de evolución intercultural en que las culturas de pueblos distintos se entremezclaron.
Lo europeo no es solo occidental sino oriental
El mito espiritual cristiano de la primera época fue la base del triunfo del materialismo anticristiano de la segunda, es decir del capitalismo, cuando este usó la técnica y la sabiduría oriental china y árabe en la manufactura, la navegación, la comunicación de conocimientos. Martín Heidegger lo diría muchos siglos después: nos hemos vuelto pobres para llegar a ser ricos. Desde luego, la historia real es más compleja. No olvidemos que estamos hablando de la evolución de una pequeña parte del planeta, Europa, y de sistemas que nunca se dieron de manera pura sino con instituciones entremezcladas y con la supervivencia de rezagos históricos procedentes de regímenes pasados. Marx, Durkheim y otros teóricos, señalarían que las sociedades no avanzan sincrónica sino diacrónicamente, es decir con tiempos distintos en la misma época, especialmente cuando se trata de la conciencia de la gente. El pasado permanece y obliga, los predecesores señalan las rutas y los límites, modelando las conductas de los contemporáneos con un inevitable ingrediente conservador. Los mongoles, los chinos, las civilizaciones americanas, el mundo árabe, el Imperio Bizantino y las culturas mediterráneas, coexistieron en el planeta hasta el siglo XV, y generaron la revolución tecnológica que sería usada después por el capitalismo occidental sin pagar patentes ni reconocer aportes. Sin embargo, cierta historiografía creó el mito del mundo europeo occidental como heredero único de la cultura clásica griega, romana y judeo cristiana, como si se tratase de una línea continua exclusiva de los europeos y excluyente de los demás, a la cual debemos rendir tributo económico, religioso y cultural desde estas sociedades «subdesarrolladas».
Siguiendo otra ruta de razonamiento, Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein sostienen la idea de que existen simultáneamente distintas economías mundo, es decir economías que son un mundo en el mismo planeta. Tienen que haber existido múltiples economías – mundo (y por supuesto múltiples imperios – mundo en la historia de la humanidad. Superar el eurocentrismo y comprender lo universal desde una posición policéntrica resulta así indispensable para empezar a entender lo latinoamericano.
Desde nuestras sociedades del siglo XXI podemos ver aquella época en relación con la actual como el uso de un stock limitado de bienes físicos, una corta esperanza de vida y un estilo obligadamente austero, que caracterizaron la existencia de la mayor parte de la población europea durante toda la historia anterior a las sociedades capitalistas modernas de abundancia y consumo de masas. En su libro Crux Ansata, H.G.Wells decía que, desde el punto de vista moderno, la población de la llamada Edad Media europea puede ser apreciada por una extendida y endémica pobreza. Esta situación incluía a los reyes y señores. El lujo estaba en las elites autocráticas del Oriente, mientras las sociedades americanas precolombinas seguían una evolución en que la organización para la producción, la distribución de recursos y la adoración mágica de la naturaleza a la que se integraron y sintieron pertenecer, eran características esenciales. Si bien la ambición por concentrar y usar riquezas excesivas, característica de la especie humana, se manifestó también en la América precolombina con el lujo de los grupos dominantes, cuajados de oro y piedras preciosas, la miseria equivalente al hambre y la falta de tierra, fenómeno opuesto a la riqueza excesiva, fue característico de Occidente. No hay ningún dato de que existiera en América indígena una extendida miseria parecida a la europea, lo que no significa que, como acontecía con el resto de la especie en el planeta, no hubiese crueldad, explotación, antropofagia, sacrificios humanos y guerra. Especialmente entre los siglos V y XI dC, la pobreza y el hambre acompañaron en Europa a sociedades rurales que estaban sometidas a frecuentes guerras, plagas, pestes y desastres, mientras en América los frutos de la tierra y del mar eran distribuidos entre todos y las jerarquías político religiosas dirigían la construcción de estructuras productivas que permitían el aprovisionamiento colectivo y la distribución. Desde luego que las sociedades precolombinas no fueron solo esa parte en que muchos ilustrados europeos basaron sus utopías legándonos una versión idealizada, utopizada, de nuestro pasado. También la guerra, la explotación, los sacrificios humanos, la antropofagia, el poder sin límites de sus altas jerarquías, fueron su parte de horror.
Estamentales, jerárquicas. Desiguales. Pero no individualistas ni egoístas. Tampoco «atrasadas» para su tiempo. Es tiempo de salir del señalamiento como primitivas de las sociedades precolombinas, pero también de su mitificación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario