...Expansivos por la inercia bárbara del impulso que las había empujado hacia el sur, de las tierras frías a las cálidas, de la pobreza hacia la riqueza y de la barbarie a la civilización, los clanes y tribus occidentales hicieron su propio camino hacia la tierra prometida y, como el antecedente bíblico, reemplazaron el dios del cielo por el dios del dinero sin abandonar su materialismo bárbaro y su magia mítica. Ya no fue exaltada la comunidad sino el individualismo, ya no la fraternidad sino la competencia; no la estabilidad de la espera de una resurrección de entre los muertos, sino la desesperación por el éxito inmediato; el aquí y ahora, no la eternidad. Un mito reemplazó al otro y el proyecto de saqueo del mundo conocido y por conocer reemplazó a la utopía de la hermandad cristiana. La racionalidad de Aristóteles fue la ideología que desplazó al idealismo de Platón; el tomismo, la ortodoxia que sirvió para poner en segundo plano a San Agustín. El misticismo fue transformándose en razón instrumental. El humanismo de Erasmo o de Tomás Moro, inspirado por América, debió coexistir con el fanatismo luterano, calvinista o de la Inquisición. El juicio a Jesús se repitió en los juicios contra Moro, Giordano Bruno y Galileo. Callarse, aceptar o morir.
La adicción a lo no necesario es esencia de lo «occidental»
La campaña guerrera por la satisfacción de necesidades básicas acabó convirtiéndose en la adicción insaciable a las necesidades «no necesarias» que menciona Heidegger. Poco a poco la sociedad europea se convirtió en «occidental» y empezó el proceso que culminaría marcando sus características hasta el siglo XX: una base económica capitalista (la adoración del becerro de oro, el imperio del capital), un sistema productor de infinitas mercancías no necesarias, la conversión de los seres humanos en mercancías (a la vez esclavos en Norteamérica, siervos indígenas en centro y Sudamérica y obreros «voluntarios» y formalmente libres atados al salario en Europa), un sistema político basado en el mito de la representación: derecho al sufragio y democracia que oculta la dictadura de los poderes económicos; y, ya al final del siglo XX, el gran mito del pensamiento único neoliberal (sin alternativa) sustentado en un supuesto y apolítico «sentido común».
Algo impulsaba a los occidentales a expandirse por el mundo, igual que lo habían hecho antes los hunos, los mongoles, después los árabes y todos los pueblos migrantes en otras áreas del planeta. Manchas de aceite expandiéndose sobre sociedades débiles e inermes. Como ellos, la necesidad de sobrevivir los empujaba hacia sus periferias y no reconocían fronteras. Pero había una diferencia sustancial. Los pueblos «primitivos», «salvajes», «bárbaros» se desplazaban para poder seguir viviendo. Las aventuras occidentales tenían como objetivo el enriquecimiento rápido e individual, la búsqueda de oro, el lujo material, adicciones que ya se habían apoderado de su mundo. El dios dinero encadenaba a sus súbditos mediante la adicción ilimitada al oro, la riqueza y el poder. Un mundo de codicia causado por un mundo de adicciones. Adicción al tabaco, al té, al opio, a las joyas, las piedras preciosas y al oro. Fueron estas adicciones las que sembraron las bases de la rentabilidad en el capitalismo.
Para los pueblos orientales y las civilizaciones americanas el oro sólo tenía un valor de uso: ceremonial, artístico o de ornato.
Para el capitalismo temprano, empezó a contener un valor de cambio. Fenómeno similar pasó con el tabaco, los alucinógenos, el alcohol, el caucho. De roles sociales útiles o inocentes, pasaron a convertirse en aciagos motivos de vicio, guerra y explotación cuando entraron al mercado. La economía empezó a convertirse en monetaria aunque Maurice Dobb, en sus ya citados estudios sobre los orígenes del capitalismo, advierte que debe evitarse el error de concebir la época feudal como si el comercio hubiera desaparecido por entero y se desconociera totalmente el uso del dinero.
Si América pasó de los tiempos precolombinos a los modernos a través del trauma de la violación y la conquista, los pueblos de Europa tuvieron que hacer el mismo tránsito de una edad a otra como víctimas de la propiedad privada, la industria y el capitalismo. Y África se convirtió en una gran mina de esclavos. Los americanos originarios fueron perseguidos y exterminados por las armas o los virus. Europa fue empobrecida, sus recursos naturales también fueron saqueados y su población fue sometida a la esclavitud del salario obrero luego de ser despojada. Hubo una Europa rica y otra pobre, una Europa feudal y burguesa y otra explotada y rebelde. Es bueno que los americanos dejemos de pensar en aquella Europa como una entidad homogénea y maciza cuando, en realidad, estuvo atravesada por una explotación y desigualdad similar a la que nos tocó padecer.
HÉCTOR BÉJAR
Historia del Perú para descontentos
2020
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