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viernes, 25 de febrero de 2022

TODO VALE: Del eclecticismo estético y la multiculturalidad de Coca-Cola



Un común denominador del moderneo actual es la descontextualización de aspectos bien conocidos para ser reinterpretados en clave alternativa. De esto tenemos innumerables ejemplos: las antiguas fábricas reinventadas como centros culturales, las tiendas vintage en las que cada producto tiene una procedencia singular, las sesiones heterogéneas de amalgamas musicales en discotecas, el diseño de tatuajes carcelarios, los abrigos de puta callejera de los setenta, los tarros de mermelada usados para beber a la hora del brunch, las barberías, el relanzamiento del móvil Nokia 3310, la asistencia de modernos a bares de viejos o las piezas de mobiliario heterogéneo en locales modernos, cada una con un estilo y procedencia propias. En la reproducción de este patrón participan muchos agentes: dueños de comercios, coolhunters, estilistas, community managers, «squatters», grandes empresarios, consumidores y un largo etcétera.

Los tatuajes, por ejemplo, originalmente propios de marginados sociales, han sido integrados en la vida cotidiana, inicialmente por la vía de hooligans ingleses y moteros estadounidenses. Una vez que estos adornos se han vuelto convencionales, el moderneo hipster ha querido volver a las raíces, y parte de los diseños imperantes hacen referencia directa al mundo naval y penitenciario. Entre muchas bandas carcelarias norteamericanas como la Mexican Mafia el hecho de tener el cuello tatuado o una lágrima negra bajo el ojo significa haber matado a alguien. No obstante, no es raro ver gente por la calle con el cuello tatuado, también el dorso de las manos o incluso las palmas. Por su visibilidad, estas zonas del cuerpo habían sido tradicionalmente preservadas de marcas y solo algunos presidiarios se atrevían a tatuárselas como muestra de desprecio hacia la sociedad y sus valores. En los últimos tiempos, sin embargo, los presidiarios se han visto obligados a cambiar de enfoque. La comercialización de sus signos identitarios ha hecho que los convictos más duros (los «shotcallers» americanos, los «kíes» españoles o los «meros, meros» mexicanos) deban recurrir a medidas más radicales para su  identificación: tatuarse la cara (simulando maquillaje de payaso), los labios, las cejas o incluso ennegrecerse el blanco de los ojos. Parece que tanto presidiarios como modernos comparten esta lucha por el exceso estético, y los rostros de muchos hipsters y raperos de  discoteca no carecen hoy de diseños en tinta.

Básicamente, el moderneo consiste en reubicar elementos del discurso tradicional en un nuevo orden. Aunque en cierta medida esta es la propia naturaleza del progreso (reordenar elementos diversos en nuevas constelaciones, superando previas asociaciones  de ideas fijas), lo que distingue a la época actual como moderna es la nostalgia con respecto al pasado, la no creación de nada realmente novedoso estéticamente hablando y ese explícito rearticular y rescatar antiguas ideas, objetos, estilos, para darles un nuevo sentido. Si dicho reciclaje simbólico producía en otras épocas transmutaciones sociales, hoy satisface necesidades de consumo. Este hecho se fundamenta en la realidad económica y en la necesidad del mercado de aportar novedades al consumidor para que compre ad infinitum. Ya que la introducción interminable de verdaderas novedades en el mercado es imposible, es necesario reciclar fenómenos bien conocidos para darles un aire de innovación que sea cebo para su consumo. Igual que el sensacionalismo de telediario  descubre «nuevas drogas» (como, por ejemplo, la metanfetamina, cuyo origen se remonta a 1919), el mercado quiere crear necesidades y otorgar a cosas viejas nuevos nombres.

Esta forma de reubicación está presente también en el eclecticismo estético moderno. Este es un reflejo simbólico tanto del relativismo del todo vale, como de la caótica promiscuidad del consumo. Nos induce a celebrar la naturaleza siempre cambiante de la realidad en un mundo polifacético en el que impera un falso multiculturalismo, o multiculturalidad de Coca-Cola. Reina un elogio de la diferencia bajo la bandera del capitalismo; bajo la égida de marcas que trascienden fronteras. Se tolera la diferencia cultural a nivel de imagen, pero no una diversidad real de posicionamientos. La tolerancia dogmática, en realidad, respeta únicamente aquello que se ajusta a un modelo preestablecido, y la libertad de expresión engloba solo aquello que se adapta a los  prejuicios ideológicos del liberalismo económico. En este contexto el moderneo refleja una forma de diversidad estandarizada cuyo objetivo último es la expansión ilimitada del consumo.




Por otro lado, el pastiche se ha convertido en la única forma de innovar. Este hace uso de la arbitrariedad misma para despojar al discurso estético de toda coherencia lógica. Existe la sensación de que todo ha sido inventado y que la originalidad consiste en la  producción de paradojas; algo que encuentra un precedente en el mundo del arte moderno, en el que la falta de sentido o la noción de un sentido oculto dotan a la producción artística de valor. Junto al eclecticismo visual, culinario y decorativo, la música del moderneo refleja esta realidad en las letras de canciones que no tienen sentido  aparente: véanse grupos internacionales como War Paint, Chairlift, Beach House o Grimes, o raperos modernos como Pimp Flaco y Kinder Malo, entre otros muchos. Refleja esto, además, la naturaleza dogmática del valor y la falta de capacidad crítica del consumidor. Puesto que los productos culturales integrados en constelaciones  identitarias cumplen la función esencial de moneda de cambio para la interacción social, la comprensión de sus contenidos carece de importancia.

Otra alternativa a esta escasez de novedades es el retorno al pasado o el cultivo de estéticas retro. El moderneo representa una mirada hacia atrás. Los modernos de los sesenta y setenta no compartían la fijación actual con el pasado. Se entendía que lo bueno estaba por venir. Es contradictorio que «lo último» esté siempre imbuido de pasado. En la música se quieren recrear los sonidos retro, ya sea empleando un amplificador de válvulas, una mesa de mezclas antigua, un micro de los años cincuenta o un sintetizador de los ochenta. En relación a textos escritos se ha puesto de moda publicar fanzines e incluso redactar en máquina de escribir. En los últimos tiempos se han llevado chándales retro de colores, sombreritos en la coronilla, pendientes de cruces a lo George Michael, camisas de estampados florales y botas militares pre-grunge. En este retorno al pasado lo que impera es una búsqueda de lo auténtico, esa piedra filosofal o santo grial del moderneo. Con la total invasión de la cultura del consumo y el espectáculo en nuestra realidad, ese anhelo se ha vuelto cada vez más quimérico. Nuestras vidas son cada vez más reales, más objetivas, más cínicas, más frívolas, más desnudas, más arbitrarias. Sin embargo, esa realidad no es considerada auténtica pues pertenece a un periodo de  estancamiento histórico. Como reacción a este desencanto se busca otra realidad mejor, alejada del presente, distorsionada, idealizada, filtrada. Digamos que auténtico es precisamente todo lo contrario, lo espontáneo, aquello que se presenta desnudo al ojo y que, sin embargo, no pierde valor. Somos testigos de una búsqueda sin fin de lo auténtico en lo ajeno, en lo retro. Esto alimenta un ciclo infinito de apetito nunca saciado que, a su vez, estimula un consumo interminable.

Al igual que Heidegger explica el nihilismo cultural moderno no como un credo filosófico (nihilismo antiautoritario), sino como un fenómeno social en el que se ven inmersas las masas, ocurre lo mismo en el caso de esta descontextualización moderna. Muchos modernos actuales no entienden de reinterpretaciones, ni se consideran relativistas, ni saben generalmente nada de la descontextualización aquí referida. Las personas que actúan en el mundo generalmente no lo hacen con plena conciencia. La ambiciosa tarea del sociólogo consiste precisamente en revelar las causas que determinan las conductas. Nos encontramos ante la dicotomía hegeliana entre espíritu subjetivo y objetivo: las razones subjetivas por las que las personas actúan (conciencia), y las motivaciones y resultados objetivos (reales) de sus acciones. La conciencia moderna  busca la autenticidad en el pasado y valora el arte ecléctico. Las fuerzas objetivas de mercado, sin embargo, solo quieren reproducir una sociedad de consumo que necesita del pasado para revenderlo en fórmulas recicladas. El moderneo es una subcultura del déjà vu. Como reza un anuncio de Adidas en el que aparece una Kate Moss adolescente con zapatillas «vieja escuela»: «Remember the future».


IÑAKI DOMÍNGUEZ
Sociología del moderneo


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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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las cosas como son II

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