...Pero la ciencia fue también usada por el imperialismo para fines más siniestros. Biólogos, antropólogos e incluso lingüistas proporcionaron pruebas científicas de que los europeos eran superiores a todas las demás razas, y en consecuencia tenían el derecho (si no el deber) de gobernarlas. Después de que William Jones concluyera que todas las lenguas indoeuropeas descienden de un único idioma antiguo, muchos estudiosos estaban ansiosos por descubrir quiénes habían sido los hablantes de dicho idioma. Descubrieron que los primeros hablantes de sánscrito, que habían invadido la India desde Asia Central hacía más de 3.000 años, se habían denominado a sí mismos Arya. Los hablantes del primer lenguaje persa se llamaban a sí mismos Airiia. En consecuencia, los estudiosos europeos supusieron que las gentes que hablaban el idioma primordial que dio origen tanto al sánscrito como al persa (y también al griego, al latín, al gótico y al celta) debieron de haberse llamado arios. ¿Podía ser una coincidencia que los que fundaron las magníficas civilizaciones india, persa, griega y romana fueran todos arios?
A continuación, los estudiosos ingleses, franceses y alemanes relacionaron la teoría lingüística sobre los industriosos arios con la teoría de Darwin de la selección natural y postularon que los arios no eran solo un grupo lingüístico, sino una entidad biológica: una raza. Y no una raza cualquiera, sino una raza dominante, de humanos altos, de pelo claro, ojos azules, industriosos y superracionales que surgieron de las brumas del norte para sentar las bases de la cultura por todo el mundo. Lamentablemente, los arios que invadieron la India y Persia se casaron con los nativos locales que encontraron en esos países, y perdieron su complexión blanca y su cabello rubio, y con ellos su racionalidad y diligencia. En consecuencia, las civilizaciones de la India y Persia decayeron. En Europa, en cambio, los arios conservaron su pureza racial. Esta es la razón por la que los europeos habían conseguido conquistar el mundo, y por la que estaban destinados a domeñarlo… siempre que tomaran precauciones para no mezclarse con razas inferiores.
Estas teorías racistas, prominentes y respetables durante muchas décadas, se han convertido en anatema tanto entre los científicos como entre los políticos. La gente continúa librando una lucha heroica contra el racismo sin darse cuenta de que el frente de batalla ha cambiado, y que el lugar del racismo en la ideología imperial ha sido sustituido ahora por el «culturismo». Este término no existe, pero ya es hora de que lo inventemos. Entre las élites actuales, las aseveraciones acerca de los méritos contrastantes de los diversos grupos humanos casi siempre se expresan en términos de diferencias históricas entre culturas en lugar de hacerlo en términos de diferencias biológicas entre razas. Ya no decimos: «Está en su sangre». Ahora decimos: «Está en su cultura».
Así, los partidos europeos de derechas que se oponen a la inmigración musulmana suelen tener cuidado en evitar la terminología racial. Los que le escriben los discursos a Marine Le Pen habrían sido despedidos al instante si le hubieran sugerido a la líder del Frente Nacional que declarara en la televisión que «No queremos que estos semitas inferiores diluyan nuestra sangre aria y echen a perder nuestra civilización aria». En lugar de ello, el Frente Nacional francés, el Partido por la Libertad holandés, la Alianza por el Futuro de Austria y sus afines tienden a argumentar que la cultura occidental, al haber evolucionado en Europa, está caracterizada por valores democráticos, tolerancia e igualdad de género, mientras que la cultura musulmana, que evolucionó en Oriente Próximo, se caracteriza por una política jerárquica, fanatismo y misoginia. Puesto que las dos culturas son tan distintas, y puesto que muchos inmigrantes musulmanes no quieren (y quizá no pueden) adoptar los valores occidentales, no se les debería permitir entrar, no sea que fomenten conflictos internos y corroan la democracia y el liberalismo europeos.
Estos argumentos culturistas están alimentados por estudios científicos en las humanidades y las ciencias sociales que ponen de relieve el llamado choque de civilizaciones y las diferencias fundamentales entre culturas diferentes. No todos los historiadores y antropólogos aceptan estas teorías o respaldan su uso político. Pero mientras que en la actualidad los biólogos lo tienen fácil para desautorizar el racismo, explicando simplemente que las diferencias biológicas entre las poblaciones humanas actuales son triviales, para los historiadores y antropólogos es difícil desautorizar el culturismo. Después de todo, si las diferencias entre las culturas humanas son triviales, ¿por qué habríamos de pagar a historiadores y antropólogos para que las estudien?
YUVAL NOAH HARARI
Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad.
(2018)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario