Si bien el ataque a las políticas públicas antidiscriminatorias y por la igualdad de género y sexualidad toma diferentes objetivos según el contexto, el denominador común está en atacar aquella legislación y políticas emblemáticas que regulan la autonomía y la diversidad en cada contexto: derechos sexuales y reproductivos, especialmente el aborto, educación y educación sexual, matrimonio igualitario, medidas antidiscriminatorias contra las diversidades sexuales, sobre violencia, etc. Como plantea Segato, lo que está en juego es la legitimación e inscripción de ciertos sujetos colectivos en la ley, «narrativa maestra de las naciones» (2016: 128). Y esto nos lleva al feminismo.
El presente ciclo neoconservador llega después de más de dos décadas de institucionalización de políticas de género, avaladas por organismos internacionales como Naciones Unidas. Pero además, en la geografía que nos ocupa, es también coetáneo a un nuevo periodo transnacional de intensa movilización feminista callejera que mira con insatisfacción el resultado de esas mismas políticas «femocráticas» (Eisenstein, 1996), cuyo avance se produjo en paralelo (de forma conjunta en algunos casos) a la legitimación del neoliberalismo. La radicalización y el auge de los feminismos populares, con una decidida crítica de clase, plurinacional, antirracista, ecoterritorial, ha marcado el ritmo de este último periodo, convirtiéndose en uno de los principales vectores de politización en el presente, lo que es sin duda cierto en el eje transatlántico (Gago, Malo y Cavallero, 2020). El feminismo hoy habla de todo y lo hace de forma entrecruzada: de la pobreza, de los cuidados, del extractivismo y la devastación ambiental, del aborto y la soberanía de los cuerpos colectivos, de la precarización de los trabajos, de la criminalización de la pobreza en el sistema carcelario y el narco-Estado, del endeudamiento y del racismo institucional, haciendo estallar las especializaciones y códigos desarrollados por la «tecnocracia de género» (Mujeres Creando, 1994). Pese a las confluencias y divergencias entre los feminismos en movimiento y los que actúan en los Estados o en organismos internacionales, es ya evidente que ambas vertientes, se entretejen y divergen en distintos niveles, están siendo atacadas por el proyecto de gubernamentalidad patriarcal. Las fuerzas que en él operan trabajan en dos frentes simultáneamente. Por una parte, luchan por reapropiarse del Estado para desmantelar las políticas de igualdad e instalar otras de corte familiarista y tradicionalista, desmontando los espacios de influencia feminista. Por otra parte, se vuelcan en deslegitimar e impugnar los lenguajes y apuestas del feminismo como movimiento de transformación ininterrumpida de la vida cotidiana.
Queremos pensar esta reacción patriarcal en relación al feminismo en todos sus frentes políticos: en tanto movimiento y fuerza subversiva con el «deseo de cambiarlo todo» (Gago, 2019), pero también en su deriva entrista como «feminismo de Estado» (Stetson, McBride y Mazur, 1995), motor de iniciativas y transformación institucional, siempre empujadas, cuestionadas y dinamizadas desde los activismos. Pese a sus discrepancias, ambas orientaciones se han convertido en objetivos estratégicos, en obstáculos para el asalto al Estado por parte de la ultra-derecha y para el despliegue capilar del autoritarismo patriarcal y su violencia (Cabezas, 2022b).
Neoliberalismo autoritario, politización religiosa y nuevas derechas
La nueva derecha autoritaria se muestra simultáneamente contraria a la institucionalidad y políticas de igualdad y contraria a las movilizaciones feministas y sus reclamos. Concordamos, no obstante, con algunas autoras que advierten cómo el ataque al «genero» ofusca la relación de este instrumento analítico y político con el feminismo. Así, sus actores dicen estar a favor de las mujeres pero en contra de la «ideología de género» (Mayer y Sauer, 2017), lo que les permite mostrarse aceptables, tolerantes y contrarios a los excesos del deconstructivismo. Al invertir su sentido e interpretar su impronta como discriminatoria contra los hombres, estas fuerzas revelan el androcentrismo de su sujeto político, lo que Birgit Sauer ha denominado «política de identidad masculinista» (2020). Es importante, en este sentido, insistir en las continuidades entre las distintas formas históricas en las que se ha manifestado el antifeminismo y las estrategias desplegadas en cada periodo (Mayer y Goetz, en prensa). De hecho, en el presente, las estrategias oscilan entre identificar abiertamente género y feminismo como enemigos, tal y como hizo la activista extrema derecha Sara Winter desde Brasil al explotar su figura como «exfeminista», o apropiarlo de forma tergiversada, como es el caso de Amparo Medina, de la Pastoral Familiar católica en Ecuador, que al tiempo que se presenta como exasesora de NNUU en género se declara «feminista provida». El recurso común de afirmar el «empoderamiento» femenino contra el «victimismo» (supuestamente feminista), como si las mujeres vivieran ya en un mundo de iguales y los privilegios de las mujeres de las élites, generalmente políticas y empresarias, fuera común a todas. Aparece una versión supremacista blanca o blanco-mestiza, que dice «defender a las mujeres oscuras de los hombres oscuros» (Spivak, 2013 [1999]) y hacerlo «en nombre de los derechos de las mujeres» (Farris, 2021 [2017]). En América Latina, esta versión se plasma en el legado hispano colonial a través de una galería de valerosas mujeres hispanas (Vega, en prensa).
La emergencia del homonacionalismo, el femonacionalismo y el femicolonialismo, en sus distintas declinaciones, es una expresión de la apropiación tergiversada del feminismo con fines racistas (Puar, 2013; Farris, 2017; Vega, en prensa). Así, junto a la matriz antagonista, opuesta a una ideología «falaz» que atenta contra la naturaleza, la moral y/o el plan de Dios, aparece otra tendencia, más inquietante si cabe, a «parasitar de forma oportunista» al feminismo utilizando para ello algunos debates y confrontaciones en su interior. El despliegue de estas y otras estrategias entremezcladas genera altas dosis de confusión en torno al referente. El feminismo se ha convertido simultáneamente en enemigo a erradicar, objeto de deseo y potencia política a parasitar (Cabezas, infra). El panorama genera confusiones a múltiples niveles; como sugiere Forti, uno de los rasgos sobresalientes de las nuevas derechas 2.0 es el «tacticismo» (2021).
De igual modo, una característica sobresaliente de la politización religiosa fundamentalista es su «secularismo estratégico» (Vaggione, 2017). Estos y otros elementos desorientadores se juegan particularmente en el ecosistema reactivo patriarcal. A diferencia de la conclusiones a las que llega Mude (2007, 2020) acerca del carácter secundario del género para la derecha radical europea, aquí, por el contrario, reconocemos en esta geometría variable, en el tacticismo y las estrategias de apropiación y tergiversación, la centralidad de la ofensiva antifeminista y el modo en que esta se nutre y declina los argumentos e iniciativas del feminismo con el objetivo, no solo de cosechar un resentimiento patriarcal preexistente, sino de sembrarlo, cultivarlo y agitarlo contra el feminismo y sus aliados políticos del campo «progresista».
Sin suscribir versiones mecanicistas sobre la relación entre feminismo y onda reactiva (Avanza, infra), creemos que no se puede entender la presencia actual de la reacción patriarcal sin relacionarla con el despliegue del «proyecto feminista» (Verloo y Paternotte, 2018) en sus muy diversas expresiones. Nos interesa, por tanto, indagar la relación e interpelación, explícita e implícita, entre las fuerzas reactivas y los feminismos. Se trata de un terreno dinámico de mutua interpelación. Como ejemplo, mientras en Madrid el movimiento gritaba «somos las nietas de todas las brujas que no pudisteis quemar» durante las masivas manifestaciones del 8M de 2018 enmarcadas en la Huelga Internacional de mujeres, el partido ultra Vox hablaba de «aquelarre feminista». De este modo, la resistencia de las mujeres y la persecución que atravesó el Atlántico en tiempos de la caza de brujas y la ocupación y colonización de América (Silverblatt, 1990; Federici, 2004), se reaviva como un tenebroso imaginario de conquista, caza de brujas y colonización en boca de actores reaccionarios (Vázquez et al., 2021).
Madrid-Quito, febrero de 2022.
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