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miércoles, 13 de septiembre de 2023

#ENTREVISTA: TIM HECKER - Escala infinita

Hecker refleja el detritus sonoro en que se ha convertido la música en la era digital.

Extraído de ROCK DE LUX 297 (Julio-Agosto 2011)

POR JUAN MONGE

El ambient (ruidoso o no) del canadiense Tim Hecker transita entre la belleza y la desolación, entre la épica y la angustia. Acostumbrado a dar una excusa conceptual para cada uno de sus discos, Hecker exploró la degradación del sonido en la era mp3 en “Ravedeath, 1972” (2011). Grabado junto a Ben Frost en una iglesia de Reikiavik en tan solo un día y procesado durante meses en su estudio, es su disco más violento e intenso. En él transformó las notas de un órgano y sus resonancias en un alud de sonido abstracto. Esa tensión entre lo analógico y lo digital está en el centro de una música que parece no tener límites imaginables. Juan Monge intercambió correos con él.

Roger Shepard, un científico cognitivo californiano, descubrió hace décadas un tono compuesto con ondas separadas por octavas que al ser escuchado repetidamente se percibía como una subida constante en ese tono que no tenía final, cuando, en realidad, se trataba simplemente del mismo sonido, repetido una y otra vez. Era la ilusión de una escala musical infinita, un efecto auditivo utilizado por Queen, Pink Floyd o los diseñadores de Super Mario 64; el equivalente en sonido a una escalera de Escher. Puede que la música de Tim Hecker no tenga mucho que ver con algo así, pero sí con la marca que deja sobre el oyente. Sus discos son piezas con recorridos trazados, con una narrativa construida con variaciones de esos recorridos, con principios y finales. Sin embargo, algo en su sonido se estira hacia lo infinito. Y no es la escala musical, sino el impacto emocional, que crece y crece sobre la escucha, que Hecker ha urdido y multiplicado en cada uno de sus discos, y del que “Ravedeath, 1972” (Kranky, 2011) supone su versión más devastadora.

Desde que abandonó Jetone, un proyecto de techno frío y minimalista (con el que llegó a ver editados dos discos), para abordar una música abstracta, de formas difíciles de distinguir, con su nombre real en “Haunt Me, Haunt Me Do It Again” (Substractif, 2001), Hecker hizo de la transformación del sonido la base de su trabajo. Con los años, dejó de depender únicamente de las muestras que tomaba como fuente de sonido y aprendió a confiar en su habilidad para generar música con los instrumentos que tenía a mano: empezó a sabotear guitarras, pianos y teclados, grabando el resultado y utilizándolo como el origen de sus piezas. Fue un paso que marcó la división entre las grabaciones anteriores a su disco más oscuro y eléctrico, “Mirages” (Alien8, 2004), basadas en samples y trozos de música encontrados –como los temas de Van Halen que deshizo en el EP “My Love Is Rotten To The Core” (Substractif, 2002)– y lo que vino inmediatamente después.

Para Hecker, que responde a mis preguntas por correo electrónico, “el origen de los sonidos no es tan importante como el proceso que hay entre esos sonidos y las piezas finales”. Sin embargo, las fuentes del sonido han obsesionado a Hecker durante mucho tiempo, tanto como para pasar años terminando un doctorado sobre ruido urbano. “Más bien, lo que hago es estudiar la historia cultural de los sonidos más fuertes. En mi música trabajo sonidos muy saturados y simplemente me interesa saber cómo han evolucionado. Hace cuatro siglos ese tipo de sonidos se reducía al que salía de los órganos de las iglesias, y luego, con el tiempo, se fue transformando y proliferando. Fue una forma de comunicación náutica que ayudaba a los barcos a navegar entre las rocas, la niebla... Y hoy es arte”.

Para él, el universo de los sonidos utilitarios ha acabado filtrándose en la música actual. “Muchas de las formas que la gente tenía de experimentar esa clase de sonidos en la vida cotidiana, a principios del siglo XX, se han incorporado al lenguaje musical y son experiencias que perviven y que se manifiestan de distintas formas. Piensa en el noise o en los ‘soundsystems’ enormes que hay en muchos conciertos”. Es cierto que esos dos casos no están tan lejos de lo que la gente vivió hace setenta años, cuando fallaba la señal de la radio, devorada por las interferencias, o los dictadores daban mítines delante de ciudades enteras.

Pero lo que verdaderamente preocupa a Hecker es rastrear el alma del sonido, no sus formas o su evolución. Por eso suele cruzar ideas, nombres y fechas en los títulos de sus piezas y las portadas de sus discos. La de “Ravedeath, 1972” enseña una fotografía en la que unos alumnos del Instituto Tecnológico de Massachusetts lanzan un piano desde la azotea de un edificio en un ritual estudiantil que surgió durante los años setenta. Hecker la encontró por casualidad en internet cuando buscaba datos sobre la degradación de la música en la era digital. “Son nociones abstractas que me interesan en el momento en que estoy grabando un disco y que, de alguna manera, se cuelan en su sonido, aunque no con un nexo claro. No puedo decir que esta música trata sobre lanzar un piano al vacío desde lo alto de un edificio porque no es verdad, pero hay una conexión vaga con eso, que está ahí y que me resulta muy difícil explicar”.

Le ocurre algo parecido con la relación entre la idea de la que partió al empezar a componer los primeros esbozos de este disco, la desaparición de los matices en la música y la compresión de los formatos, y el acabado de estas piezas, al insistir en que “no son un trabajo de representación ni una analogía”. Más que eso, “Ravedeath, 1972” podría ser una respuesta: por la opresión del sonido, la fricción entre los elementos vivos, grabados en directo, y los experimentos de estudio; la violencia que escapa de las melodías y las distorsiones, de las notas y los efectos; la tensión entre lo analógico y lo digital.

“Empecé a trabajar en el álbum durante el invierno pasado en Banff, en Canadá, grabando algunos bocetos y trabajando en improvisaciones. El primer contacto con un disco es un proceso muy largo para mí, lleno de vías muertas, de caminos que no llevan a ninguna parte. Meses después, viajé a Islandia, en verano”. Allí se encontró con Ben Frost, culpable de “By The Throat” (Bedroom Community, 2009), uno de los discos más desasosegantes de los últimos años, y amigo suyo. “A Ben se le ocurrió que podíamos alquilar una iglesia de Reikiavik durante un día para dedicarnos a grabar. Me lo dijo cuando todavía estaba en Canadá, así que llevé las piezas en las que había estado trabajando durante el invierno. Lo que hicimos fue improvisar sobre algunas de esas melodías y movimientos, transformándolo todo”.



Aquella iglesia no solo les brindó una acústica imposible en otro lugar, igual que una campana de piedra y madera, sino también otra de las claves del sonido de este álbum: el órgano. “He estado bastante obsesionado con ese instrumento durante los últimos años, leyendo mucho sobre órganos gigantes que se construyeron en Estados Unidos a principios del siglo XX. Empecé a interesarme cuando vi un ejemplar de uno de esos órganos en Atlantic City hace diez años. La forma en que colocamos los micrófonos dentro de las cámaras del órgano dio un sonido muy rico y robusto y a la vez muy íntimo que procesamos allí mismo, en la iglesia, con un ordenador. Una vez tratados, enviamos esos sonidos a unos amplificadores de guitarra, haciéndolos sonar, también dentro de la iglesia y mientras seguíamos tocando el órgano. Aquello se convirtió en una especie de ‘feedback’ entre el sonido tratado del órgano que salía de los amplificadores y el sonido natural del instrumento, además del sonido del espacio, de cómo lo hacía rebotar todo”.

Hecker acabó enterrando esa sesión en cientos de efectos al trabajar el sonido en su estudio de Montreal meses después, pero la densidad y las dinámicas del órgano siguen vivas en estas piezas, transformadas en otra cosa. “Usamos un equipo fantástico de micrófonos y preamplificadores que nos dio un sonido riquísimo, muy estable, que me ha permitido malearlo tanto como he querido en el estudio sin acabar destruyéndolo”. Ahogado o amplificado, el sonido del órgano es irreconocible, pero su forma permanece en la mezcla final, como si Hecker la hubiera moldeado con la técnica de la cera perdida. “Lo que más me atraía de usar un órgano así era utilizar las notas más graves y la vibración del sistema de compresión del aire, y eso ha permanecido”.

Tim Hecker toca, graba, procesa y vuelve a grabar sonidos como si buscara algo que todavía no existe, siguiendo pistas pequeñas, tratando de guiarse. “A veces tiro del hilo de una melodía, otras veces sigo texturas o ambientes. Pero siempre acabo sorprendiéndome cuando las piezas se materializan. No soy la clase de genio que puede convertir sus visiones en piezas de música idénticas a las que había imaginado. Parto de ideas impresionistas, de pinceladas, que se disuelven por completo”. Y ese proceso es a la vez igual y distinto en cada uno de sus discos. “Trabajo con un puñado de modalidades armónicas y suelo volver a las mismas estructuras clave. No sabría decir si la diferencia entre cada uno de mis discos es muy pequeña o, por el contrario, inabarcable. Más bien creo que mi música es como un arco que se ha ido alargando con el tiempo”. 

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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las cosas como son II

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