URUK en Sumeria hace 5000 años (hoy IRAK): acá surgió la primera sociedad dividida en (LUCHA DE) CLASES, apropiación de excedentes, castas religiosas + militares, administrativas etc. La primera ciudad y la escritura.
La antigua Sumeria era del tamaño aproximado de la actual Dinamarca. Una vez que se puso en cultivo su rico suelo, podía producir grandes excedentes agrícolas, lo que permitió un cambio cualitativo y pasar de la vida en pequeñas aldeas a ciudades con miles de habitantes. En Sumeria se produjo así lo que el gran arqueólogo del periodo de entreguerras Gordon Childe llamó «la revolución urbana».
Los principales yacimientos arqueológicos que atestiguan esa revolución son los «teles», no solo en Sumeria sino en todo Oriente Medio; se trata de montículos artificiales, resultado de la acumulación y subsecuente erosión de materiales, fundamentalmente ladrillos de adobe y otros elementos constructivos, así como cierta cantidad de restos domésticos, depositados por la ocupación humana de un lugar durante muchos siglos. Muestran cómo fueron evolucionando y creciendo las aldeas del Calcolítico hasta convertirse en las ciudades de la Edad del Bronce entre hace seis y cinco mil años.
Las excavaciones han dejado al descubierto ciudades dominadas por grandes templos en forma de tronco de pirámide conocidos como zigurats. El de Uruk-Erech del Periodo Protodinástico (entre 2900 y 2300 a. e. c.) tenía unos diez metros de altura y su interior estaba construido con adobes (ladrillos secados al sol), mientras que el exterior estaba recubierto de miles de copas de cerámica vitrificada mediante el fuego y la parte superior consistía en una plataforma de asfalto. En conjunto la ciudad, con sus distritos residencial e industrial, cubría unos 5 km².
Los templos y las fincas de los campos circundantes que les daban sustento pertenecían a los dioses. El territorio de Lagash estaba dividido entre una veintena de deidades. La diosa Baü poseía 44 km², parte de los cuales habían sido adjudicados a diversas familias, mientras que el trabajo en el resto, propiedad individual de Baü, quedaba a cargo de labradores asalariados, arrendatarios o determinados «clanes» obligados a realizar los servicios de mantenimiento.
Dado que la propia Baü no podía atenderlas, sus propiedades eran gestionadas en su nombre por los sacerdotes del templo; aunque muchos de ellos solo disponían de entre 0,32 y 1 hectárea de tierra, se sabe que un importante sacerdote disponía de 14,4 hectáreas. Así pues, los sacerdotes constituían una elite social, con riqueza privada y sus propias fincas, además del control colectivo de la riqueza que producían las propiedades del templo.
La riqueza los hacía poderosos, y utilizaban ese poder para acumular más riqueza. Se conserva un decreto destinado a restaurar en Lagash el antiguo orden «tal como había existido desde el principio»; reconoce que los sacerdotes estaban robando a los pobres, practicando diversos tipos de extorsión y tratando la tierra, el ganado y los aperos del templo como propiedad privada y a sus sirvientes como esclavos.
De las filas de los sacerdotes surgieron los gobernadores de las ciudades (más tarde llamados reyes). El gobernador de Lagash era a la vez sumo sacerdote del dios principal y comandante en jefe de la milicia de los ciudadanos; disfrutaba del uso de 246 hectáreas que teóricamente pertenecían a la diosa Baü. Ese gobernador era uno entre muchos, ya que Sumeria estaba dividida en distintas ciudades-estado, a menudo en guerra entre ellas. El Estandarte de Ur —una caja formada por paneles de madera taraceados formando un mosaico con incrustaciones de conchas, cornalina y lapislázuli, hallada en 1920 en una tumba real de hace unos 4.600 años—exhibe carros de cuatro ruedas atacando al enemigo, lanceros con cascos y armaduras de metal y prisioneros desnudos frente al rey.
Cada ciudad-estado sentía temor frente a las demás. Cada una de ellas poseía tierras, rebaños, graneros, tesoros y una mano de obra que proteger. El poder militar era imprescindible para la defensa; pero una vez adquirido podía usarse proactivamente. La agresión preventiva podía constituir la mejor garantía de la seguridad futura y podía aumentar la riqueza y el poder de un gobernante.
El poder militar tenía también una función interna. El Estado —el gobernante, los sacerdotes, una burocracia de funcionarios y subalternos y los cuerpos armados bajo su mando— constituía un mecanismo para mantener el nuevo orden social establecido en la ciudad. La burocracia era de por sí un instrumento del poder de clase. La complejidad de la sociedad urbana exigía la escritura para mantener registros, pesos y medidas estandarizados para el comercio, y geometría y aritmética para la medición de tierras. En aquella sociedad de clases, cada vez más compleja, había que medir, registrar por escrito y hacer respetar las pertenencias de cada uno y sus privilegios.
Se crearon nuevos tipos de especialistas en esas artes, proporcionándoles una educación esotérica y exclusiva. La jerarquía estatal les concedía autoridad y estatus. Otras categorías más antiguas de especialistas —comerciantes y artesanos— estaban también insertas en la nueva estructura de clase. No había un mercado libre. La economía de aquellas antiguas ciudades formaba parte del orden político. Los gobernantes controlaban lo que se comerciaba, dónde se vendía y cuándo, y en particular mantenían un monopolio de los metales, especialmente del bronce y del oro.
La Sumeria Protodinástica era, en resumen, la primera sociedad de clases plenamente desarrollada del mundo. En el escalón más bajo estaban los esclavos, sobre ellos la gente corriente con un estatus subordinado, y por encima de estos los ciudadanos libres.
Una tableta de arcilla cocida se refiere a 205 niños y niñas esclavos, probablemente empleados en un establecimiento de tejeduría centralizado. Otra describe la jerarquía ocupacional en el templo de Baü en Lagash. En lo más alto estaban los funcionarios, escribas y sacerdotes y en lo más bajo los panaderos, cerveceros y obreros textiles, muchos de ellos mujeres y muchos de ellos esclavos.
Las viviendas excavadas en Eshnunna revelan claras diferencias de clase: las mayores, en las calles principales, ocupaban 200 m² o más, mientras que las más pequeñas, en estrechas callejuelas, solo llegaban a 50 m² y eran mucho más numerosas.
La desigualdad de clase era percibida e impugnada. Las tabletas sumerias aluden a esas tensiones. La sociedad no se basaba en el consenso sino que debía ser impuesta y mantenida por la fuerza. ¿Cómo había adquirido una minoría el poder para elevarse por encima de la mayoría? ¿Qué es lo que permitió a unos pocos acumular riqueza a expensas de los demás?
La clase es a la vez una relación social entre ricos y pobres y un proceso económico de explotación y acumulación de sobreproducto excedente, que tiene que ser continuamente reproducido; y como la gente se resiste a ello, conlleva la lucha de clases. El afán de riqueza y poder se alimenta de la combinación de pobreza y propiedad, una combinación que mantiene grapadas, como con cinchos, todas las sociedades de clase preindustriales.
La pobreza es una condición general. Las economías agrícolas tradicionales no producen lo suficiente para proporcionar abundancia a todos. A veces no producen ni siquiera lo suficiente para cubrir las necesidades. La propiedad veda a los demás recursos escasos y asigna la riqueza a ciertos individuos, familias, corporaciones, templos, tribus o ciudades-estado privilegiados. La propiedad puede ser privada o colectiva, pero nunca es universal.
Esa pareja contradictoria —pobreza y propiedad— dio lugar a la desigualdad de clase, el poder estatal y la guerra. Los especialistas religiosos y militares de la Sumeria prehistórica habían obtenido el control sobre el sobreproducto excedente ejerciendo sus funciones por cuenta de la totalidad de la sociedad. Al principio su posición había dependido de la aprobación pública, pero el control sobre el excedente los hizo poderosos, y a medida que iban consolidando su autoridad constataron que podían utilizarla para enriquecerse aún más y mantener su situación privilegiada sin necesidad de una aprobación pública. De este modo los sumos sacerdotes, jefes guerreros, gobernadores y reyezuelos de la Sumeria urbana acabaron convirtiéndose en una clase dominante explotadora que acumulaba y consumía el excedente en su propio interés: un poder sobre la sociedad, no un poder de la sociedad.
NEIL FAULKNER
De los neandertales a los neoliberales
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