De "VIEJA CORÓNICA Y MAL GOBIERNO vol II"
En el curso de siete años, las fuerzas armadas bajo la conducción de Velasco liberaron las capacidades sociales, trataron de independizar al Perú y sentaron las bases de una estructura económica nacional y un sistema político abierto a la sociedad. Morales Bermúdez expulsó a los elementos revolucionarios de las fuerzas armadas, inició la destrucción del movimiento sindical y popular, paralizó el proceso de cambios e introdujo de nuevo al Fondo Monetario Internacional.
Belaunde devolvió los diarios y la televisión a sus antiguos dueños, inició la parcelación de las cooperativas agrarias y autorizó a los militares a violaciones, torturas y matanzas en la lucha contra Sendero Luminoso.
García regaló electricidad, agua, teléfonos y otros servicios a los empresarios y con ello quebró las empresas públicas heredadas del proceso revolucionario de 1968.
Morales Bermúdez, Belaunde y García, prepararon el terreno para que Fujimori consume la venta total del Perú al poder económico y político imperial.
Bajo la dirección, financiamiento y tolerancia del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, Fujimori perfeccionó e integró el sistema de corrupción y crimen organizado en que se convirtió el Estado peruano durante la década 1990 – 2000.
Cuando su propia corrupción lo hizo inviable, perdió la confianza de los Estados Unidos y los poderes internacionales que conspiraron hasta hacerlo caer en el año 2000.
Después vinieron Paniagua, Toledo, García y Ollanta.
Paniagua perdió la gran oportunidad de dar curso a un nuevo país. Pudo declarar disueltas las fuerzas armadas, y llamar a un nuevo reclutamiento sobre limpias bases nacionales, patrióticas, institucionales. Había argumentos de sobra y respaldo político en el repudio popular a una mafia que había corrompido y prostituido las jerarquías militares. En una época en que había consenso por lograr la transparencia de los estados, pudo mostrar al Perú los archivos secretos de los servicios de inteligencia para que todos los peruanos conozcamos los protocolos oficiales que existían para la persecución y la tortura que, imitando a sus colegas del Cono Sur, los militares aplicaron durante la década del terror. Pudo abrir el sistema político al pueblo para oxigenar y depurar la política. Pudo dedicar al Estado a recuperar los bienes robados por Fujimori, sus familiares y cómplices en todos los niveles. Pudo convocar una nueva licitación de las licencias de las emisoras de radio y televisión para erradicar a quienes habían manchado los medios de expresión con sus asquerosos manejos. Pudo convocar a una Constituyente que consagre los principios recuperados por una sociedad que hubiera renacido luego de pasar por el examen riguroso de la verdad.
En vez de eso, continuó la mediocridad que había tolerado ya no solo diez años de terror sino diez años de corrupción. La Comisión de la Verdad tuvo que actuar bajo la presión de los asesinos, los ladrones y los oportunistas que fingían cambios para no cambiar nada,. Quizá él mismo, siendo un hombre honesto, pero un viejo político de carrera, era incapaz de apreciar la dimensión de lo ocurrido. Incapaz de plantearse una alternativa de verdadero cambio. Incapaz de romper realmente con el presente y el pasado oprobioso que le tocó vivir.
Y entonces, en las narices de un pueblo destruido por el terrorismo, confundido por el engaño, harto de las mentiras y las promesas, los sobrevivientes, cómplices y herederos del fujimontesinismo fueron colocando, uno a uno, los pisos superiores de un edificio que ya estaba carcomido desde sus cimientos.
Pero estas circunstancias no exculpan al pueblo. Sabía de sobra qué era el fujimorismo cuando defendió a Keiko Fujimori y votó por ella. Sabía quién era Castañeda cuando lo mantuvo en la alcaldía de Lima. Sabía quién era PPK cuando lo llevó a la presidencia. No se puede afirmar que el nuestro es un pueblo sin memoria. Este es un pueblo de cómplices.
Después de un Paniagua mediocre e insulso vino un pillo llamado Alejandro Toledo cuyo mayor éxito fue ligar al Perú al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, libre solo por el nombre, porque legalizaba el latrocinio de los diez años anteriores. Enseguida arribó García, el prófugo del 92, ahora converso al neoliberalismo, con sus delitos prescritos, que atizó el fantoche de la amenaza chavista para hacerse de una nueva presidencia y continuar robando mediante testaferros y cómplices ligados a él por un pacto mafioso de lealtad partidaria.
Y después vino Ollanta, protagonista de una campaña que empezó desde el territorio del antisistema y acabó jurando por el sistema y abjurando en la Hoja de ruta, de todo lo que había dicho durante cinco años. Y al final, el país tuvo que entregarse a quien había cometido el primer latrocinio del año 1968 siendo gerente del Banco Central, cuando indemnizó de hecho y a espaldas del gobierno militar nacionalista de entonces, a la International Petroleum Co. Con Kuczynski, la serpiente de la corrupción hizo un círculo y retornó a sus orígenes, se mordió la cola.
Solo parte de esa historia se conoce. Lava Jato es apenas la punta del iceberg. Una montaña de mugre y lodo yace debajo de las declaraciones judiciales, los procesos, las prisiones preliminares. Siguiendo una corriente internacional, los grandes manipuladores de la política van cayendo en la prisión, pero los empresarios siguen libres y continúan haciendo los negocios de siempre. El sistema se libera de sus elementos inviables pero continúa actuando, las hojas secas caen pero el tronco, aunque podrido, sigue de pie. Los audios y videos se usan para objetivos muy concretos, pero el aparato de espionaje de las vidas privadas, que puede ser rápidamente convertido en sistema de asesinato selectivo, continúa disfrutando de muy buena salud, a la vez que los sicarios y sicarias del periodismo y la televisión basura, son usadas por los grandes ricos cuando es necesario liquidar a los enemigos o cuando precisan ajustar cuentas entre ellos.
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