Perdóname, no estoy bien. Hoy ha sido un día atroz, mataron a dos policías, yo los conocía, siempre estaban allí de guardia y me saludaban. Uno se llamaba Sócrates, imagínate qué nombre para un policía, era un buen hombre. Los asesinaron a balazos.
Los ejecutaron, replicó Huberto Naranjo. Los ejecutó el pueblo. Eso no es un asesinato, debes hablar con propiedad. Los asesinos son los policías.
¿Qué te pasa? No me digas que eres partidario del terrorismo.
Me apartó con firmeza y mirándome a los ojos me explicó que la violencia la ejercía el Gobierno, ¿no eran formas de violencia el desempleo, la pobreza, la corrupción, la injusticia social? El Estado practicaba muchas formas de abuso y represión, esos policías eran esbirros del régimen, defendían los intereses de sus enemigos de clase y su ejecución era un acto legítimo; el pueblo estaba luchando por su liberación. Durante largo rato no contesté. De pronto comprendí sus ausencias, sus cicatrices y silencios, su prisa, su aire de fatalidad y el magnetismo tremendo que emanaba de él, electrizando el aire a su alrededor y atrapándome como a un insecto encandilado.
¿Por qué no me lo dijiste antes?
Era mejor que no lo supieras.
¿No confías en mí?
Trata de entender, esto es una guerra.
De haberlo sabido, estos años habrían sido más fáciles para mí.
El solo hecho de verte es una locura. Piensa lo que pasaría si sospecharan de ti y te interrogaran.
¡Yo no diría nada!
Pueden hacer hablar a un mudo. Te necesito, no puedo estar sin ti, pero cada vez que vengo me siento culpable porque pongo en peligro la organización y las vidas de mis compañeros.
Llévame contigo.
No puedo, Eva.
¿No hay mujeres en la montaña?
No. Esta lucha es muy dura, pero vendrán tiempos mejores y podremos amarnos de otra manera.
No puedes sacrificar tu vida y la mía.
No es un sacrificio. Estamos construyendo una sociedad diferente, un día todos seremos iguales y libres…
ISABEL ALLENDE
Eva Luna
1987
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