Para el caso de México, Cope señala que ambos sistemas expresaban el desajuste entre las categorías económicas y raciales, ya que los rniembros de la élite eran de origen hispano, pero no todos los españoles eran miembros de la élite. "El modelo gente decente/plebe reconocía este hecho, mientras el sistema de castas buscaba aminorar su importancia", imponiendo de esta forma "una estricta jerarquía sobre las confusas divisiones raciales". Lo que se buscaba era lograr que los españoles, aunque fuesen pobres, estuvieran siempre por encima de las castas y así hacer que el límite entre ellos "fuese menos permeable".
Desde ese momento, ser decente no significaba necesariamente ser parte de la élite, aunque ciertamente era la élite la que dictaba los valores culturales de la decencia. La incorporación del factor racial en el concepto permitió a los españoles proteger la exclusividad blanca; pero desde una perspectiva cultural los españoles pobres, ahora incorporados a la decencia, trajeron consigo costumbres que en la práctica estaban mucho más cerca del "inmoral" comportamiento de la plebe. Un español pobre podía reclamar decencia desde una perspectiva racial, aunque su comportamiento estuviera lejos del que supuestamente la gente decente debía tener. Entre la gente blanca, por lo tanto, el significado de la decencia variaba de acuerdo con quién la reclamaba y en comparación a quien.
La decencia como evidencia de superioridad moral reservada para aquellos que dominaban la sociedad colonial se vio nuevamente amenazada con la llegada de los Borbones al trono español. Durante el siglo XVII, la corona española buscó promover los ideales de trabajo, educación, higiene y orden público, discurso que en teoría anunciaba que era posible ser decente sin importar el origen sociorracial de las personas. Según los nuevos preceptos provenientes de España que promovían una mayor movilidad social (aunque limitada), estas cualidades no debían ser exclusivas de la élite, y la plebe tenía la posibilidad de ser decente -honesta, limpia, sobria, obediente- disminuyendo la importancia del carácter sociorracial del término. Sin duda esto difería de lo que las élites americanas entendían por gente decente, ya que nunca abandonaron las ideas sociales, culturales y raciales que las definieron durante el siglo XVII.
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Los sociólogos Javier Bengoa y Margarita Palacios argumentan que hoy en Chile los códigos culturales de la decencia han alcanzado a los sectores más pobres de la sociedad. Según plantean, actualmente existe un permanente conflicto entre la cultura de la pobreza y la cultura de la decencia que divide a los pobres en marginales y pobres decentes. La decencia habría llegado a los pobres a través de incentivos ofrecidos por la gente decente. Sin esos incentivos, la decencia nunca se habría transformado en un modelo para los pobres. Esta hipótesis concuerda con los estudios históricos sobre la decencia, en cuanto sostiene que la cultura de la decencia entre los pobres nace de la posibilidad de revertir los "efectos degradantes de la pobreza" a través de una voluntad reforzada por la subyugación a un código moral estricto. Este código puede diferir dependiendo de condiciones de pobreza particulares. Sin embargo, sería posible distinguir que la decencia se sustenta en al menos cuatro mandatos básicos de virtud: a) el honor como defensa del buen nombre de la familia; b) la honestidad como valoración del esfuerzo individual y el rechazo a las prácticas delictivas; c) la abstinencia como el cuidado y respeto por el cuerpo en oposición a vicios como el alcoholismo; y las creencias, en cuanto la decencia implica asociarse con otras personas con quienes se comparte ideas, comúnmente religiosas, pero también políticas o sociales (Berger y Palacios 1996: 9-10)"
PABLO WHIPPLE
La gente decente de Lima. Y su resistencia al orden republicano.
(2013)
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