Hace casi veinte años realizamos un exhaustivo análisis de los textos escolares de mayor uso en la educación primaria en el Perú. Si la subversión -política, militar, económica o social- se define en la lucha por las mentes, nos interesaba constatar cómo se objetivaba en los textos escolares la propuesta educativa de la sociedad peruana y contrastarla con la de Sendero Luminoso.
De esa investigación nació el libro El discurso de Sendero Luminoso: contratexto educativo. Y nació el horror no ante el terror esperado del enemigo declarado, sino el horror ante el terror del amigo supuesto, de un Estado que convalidaba una propuesta educativa de espanto.
En primer lugar, los alumnos no eran tratados como niños, sino como subnormales. Ellos eran obligados a leer, copiar y repetir ilogicidades, irrealidades y falsos valores.
Aparte del clásico Mi mamá me mima, los textos proponían que La mona lame mi mano, El nene no fuma, tiene un osito, La nena no toma café, tiene su pelotita, así como que Mamá usa mapa. Y se proponía también que El Imperio Incaico estaba muy bien organizado, El Inca mandaba y los súbditos obedecían con alegría y felicidad, recordando la abundancia de un país y sus gentes, al decir Soy tu casa: en mis armarios yo guardo bizcochos y mermeladas, juguetes y vestidos, cintas y ropa recién planchada; en mis habitaciones hay muebles, en mis ollas hay comida y en tu cuarto para ti, una camita tendida: o al decir José está ordenando sus juguetes, se queda con uno de cada clase y regala los repetidos; o Todas las casas en el Perú tienen agua corriente, electricidad, muebles.
¿Educación en valores? ¡Cómo no! Aparte de los disvalores, de la ilogicidad, los textos hasta incentivaban el robo: La ratita roba tocino, su hijito come tocino toda la noche; alentaban el no trabajo: Qué linda en la rama la fruta se ve, si espero unos días tendrá que caer; y alentaban, finalmente, la pasividad: A mi patria la quiero porque me da todo. Produce la lana con la que me visto, la leche que tomo. Me da la casa en la que vivo. En fin, satisface todas mis necesidades.
Por supuesto, había Dios, patria, banderas y escuchos, familia y -sobre todo- mucho, mucho amor. Mucha alegría y felicidad como propuesta de vida.
(...)
Ahora que parece que todo el mundo vuelve los ojos a la educación y que se habla de la necesidad de concebirla como inversión y no como gasto, debemos tomar las providencias para que ello ocurra. Y tenemos que admitir que la objetivación en los textos de la propuesta educativa peruana sigue estando signada por la ausencia de valores básicos para la convivencia civilizada: propiedad (del propio cuerpo y de bienes materiales o espirituales), trabajo, dinero y libertad. Y no hay derecho ni economía sustentables sin esos principios.
Faltan claras precisiones y límites entre lo que es mío, tuyo y nuestro; el alumno no recibe instrucción sobre la necesidad del esfuerzo para lograr resultados; el dinero sigue siendo una mala palabra, pues lo que importa es el cultivo del espíritu; y la libertad es sepultada por una escuela que cual cancerbero estimula y premia orden, copia y repetición.
... el sistema educativo que nos es familiar fue formulado en orden a la creación de una mente-masa capaz de recibir instrucciones para vivir en una sociedad industrial: homogénea y productora y consumidora de bienes en serie.
¿Qué tipo de educación requería en profundidad la configuración de una sociedad de esa naturaleza? Una que asegurase tres valores fundamentales: puntualidad, obediencia y repetición.
Se requería puntualidad porque la producción industrial implicaba llegar a tiempo al puesto de trabajo, permanecer en él un período exacto y abandonarlo una vez completada la jornada laboral.
Era indispensable la obediencia porque en un tipo de organización productiva, estructurada sobre la base de la verticalidad de mando y decisiones, el trabajo consistía en el cumplimiento fiel de las órdenes emanadas de terceros.
Y, finalmente, era una exigencia vital inculcar la repetición o copia, porque el trabajo iba a suponer la producción seriada de objetos idénticos durante toda una vida y ello requería, naturalmente, preparar psicológicamente y manualmente a la persona para aceptar un trabajo así, y hacerla, obviamente, productiva.
... Y ocurre, decíamos, que los tiempos nos han puesto ante la configuración de otro tipo de sociedad, que requiere otro tipo de herramientas para operar exitosamente en ella. La electronalidad -lo hemos dicho- nos ha abierto las puertas a sociedades heterogéneas y desmasificadas donde la diversidad constituye un valor agregado esencial en la cadena productiva.
La diversidad, hoy, digámoslo claramente, no es simplemente una moda de mercado. Es una resultante cultural de la tecnología de la información electronal cuyas implicancias en todo el proceso social nos ponen en la pista de la necesidad de incorporar este valor como elemento constitutivo de la propia ciudadanía.
..."En términos muy simples, el gran cambio cultural que nos revela el habla electrónica es que niños y jóvenes han dejado de ser simples consumidores de signos ajenos (como lo eran la mayoría de las personas en el mundo escribal) para convertirse en productores. Y este cambio tiene efectos sobre el mundo de lo político, lo social y lo económico (aspectos que son importantes y que sería muy interesante desarrollar, pero que las lógicas limitaciones de espacio de este artículo no permiten): parece que nunca más las nuevas generaciones aceptarán discursos (y aún productos) de terceros sin intervenir en su construcción"
Y nuestra educación, en gran medida, y a pesar de los cambios, sigue transitando el mismo sistema oculto de la educación: exigiendo puntualidad, obediencia y repetición o copia.
... De modo que no nos horroricemos cuando los alumnos copian en los exámenes o copian para la elaboración de sus trabajos. Eso es lo que les hemos enseñado: a copiar imperturbables que la mona lame mi mano.
(...)
En un contexto nuevo, la puntualidad no será asunto de horarios y rigideces; será asunto de cumplimiento de objetivos en tiempos dados. La llamada obediencia, por su parte, no significará aceptar ciegamente órdenes, sino supondrá, tal vez, discrepancia sistemática y constructiva capaz de imaginar escenarios. Y, finalmente, la copia o repetición no puede consistir en la simple reiteración de rutinas estériles y productivamente ineficientes, sino en el mantenimiento de lo productivo -sí, cómo no-, pero sobre todo en el ejercicio de la creatividad para que los modelos o patterns que nos hayan podido inspirar se conviertan en productivos discursos de consumo y no en simples dicursos de re-uso. En el mundo de hoy hay mucho más que cambiar que aquello que mantener.
Juan Biondi Shaw
Silvia Miró Quesada de Lira
Eduardo Zapata Saldaña
"Derribando muros: Periodismo 3.0: oferta y demanda de comunicación en el Perú de hoy"
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