Por Guillermo Mariaca Iturri*
(Extraído de Hildebrandt en sus trece y Página Siete)
En ese hermoso libro de cuentos que titula Historias marginales, el escritor chileno Luis Sepúlveda comparte la experiencia de vida de un militante socialista que cultiva rosas en el desierto de Atacama. Imaginar esa tarea es, precisamente, la cuestión de fe a la que Sepúlveda consagró su vida en ambos sentidos: diseñar un mundo imposible, un mundo simultáneamente justo y hermoso. De ahí la tristeza que conlleva testimoniar cómo, una vez más, la lógica militar chilena se impone a la extraordinaria solidaridad de su pueblo; el mural que pintó la Brigada Ramona Parra en La Haya estos días así lo demuestra.
Monique Chemillier-Gendrau, una de las abogadas de Bolivia ante La Haya, afirmó que el alegato chileno "trata de orientar a la Corte hacia una percepción alucinatoria de lo que a él mismo le afecta; es decir, que se ve cegado, sin duda, por la luz del desierto de Atacama, que en otro tiempo fue boliviano”.
El militarismo chileno ha sido siempre ciego ante las propuestas de integración que, tantas veces, han ocupado el discurso y las acciones de las relaciones entre los países latinoamericanos. Ha desechado esas propuestas con el mismo brutal gesto que es considerar las rosas de Atacama -una enorme variedad de flores que emerge con intensidad en el desierto más árido del planeta durante muy corto tiempo, entre septiembre y noviembre cuando caen algunas gotas más de la cuenta durante el fenómeno del Niño- una aberración de la naturaleza.
La abogada Chemillier-Gendrau sintetiza lapidariamente esa actitud chauvinista con que la élite chilena trata la tan discreta y excesivamente cuidadosa posición boliviana: "estas rosas florecen una vez al año y luego el sol del mediodía las calcina”. Esas perversiones militaristas de aridez contrastan dolorosamente con el desierto florido. Porque aún si esas flores viven un solo día, ellas representan lo mejor de la humanidad.
Sé que la abogada de Bolivia se refirió al alegato de la élite conservadora chilena como un espejismo que quiere convertir en razones sus propias perversiones y que ese espejismo está causado por su propio desierto argumental. Pero creo que el origen de ese desierto argumental es el desierto moral en el que se sustenta la posición de la élite chilena militarista y santiaguina. De ahí la agresividad y el desprecio con que el alegato de esa élite trata la propuesta boliviana.
El fondo del asunto no es el debate por una pequeña franja de territorio o, si ella fuera algo más sensata y previsora, por la construcción de un pequeño puerto trinacional. Se trata de su orgullo, de su vanidad, de su soberbia. Se trata de lo que esa élite considera una historia de conquista victoriosa: una victoria sobre las rebeldías libertarias de su propio pueblo, una victoria genocida sobre los mapuches, una victoria de anexiones territoriales.
Se trata de que esa narrativa de conquistadores victoriosos no sufra mella en su hegemonía para que su propio pueblo siga sometido a esa vida árida. Una vida contaminada por aquella tradición autoritaria que siempre ha intentado extirpar las rosas de Atacama.
Ojalá el alegato boliviano encuentre eco en la Corte. No sólo un eco que afirme que la victoria militar no es fuente de derecho. No un eco sustentado únicamente sobre todo en las razones jurídicas. No un eco que se limite en sus efectos a que podamos contar con un puerto. No solamente un eco que nos permita vivir ese extraordinario horizonte existencial que es mirar el mar. No un eco que restablezca la potente solidaridad de los pueblos que han sufrido la condición colonial.
Eso sería mucho, pero no lo fundamental. Lo fundamental sería que ese eco esté sustentado en las rosas de Atacama. En que nuestros pueblos no padezcan ni un día más la perversa aridez de las élites militaristas. En que nuestros pueblos hagan de Atacama un desierto florido por el resto de nuestra historia compartida.
Sí, ya sé. Es una confianza ingenua nacida de un romanticismo adolescente que creí perdido hace demasiados años. Pero si no se quiere lo imposible, no se quiere.
* Escritor boliviano
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