Meses atrás, Ronald Sanchez publicó para su escucha en SoundCloud el resultado de un taller realizado en Ecuador bajo el alias de Arquitectura Sonora. La pieza, “Vestigios”, se compuso en colusión con los asistentes a dicha experiencia. Entonces me preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que el músico retomase su faceta como Altiplano, acto peruano que le diera a conocer y que fijó las coordenadas desde las que se ha trabajado casi la totalidad de títulos firmados por él.
No transcurrió mucho desde Arquitectura Sonora, pero sí desde Caral (2012). Inevitablemente. Tras el debut La Corte Cósmica (2005), los efluvios kraut rock/post rock de las primeras composiciones altiplánicas fueron sublimándose en sincronía con el creciente interés del dúo por las músicas vernaculares prehispánicas -especialmente, aquellas anteriores al advenimiento del Tahuantinsuyo. En esa senda, Sánchez comenzó a participar en instalaciones solventadas por museos, asociaciones culturales, entidades gubernamentales y no gubernamentales; dentro y fuera del país. Esta suerte de dinámica simbiótica produjo un efecto de retroalimentación en la música de Altiplano -al punto de que, a día de hoy, ya no se ajusta a la realidad seguir definiéndole como “pop de vanguardia”.
Y es que Altiplano ha terminado de transmutarse en un organismo capaz de bucear entre los alfabetos sonoros del pasado preincaico, para darles nueva vida en el presente y acercarlos reinventándolos, investigando constantemente las pocas fuentes de las que se dispone. Para Sueños Saparas (Antaras, 2016), la cosa ha debido ser castaño oscuro, ya que su eje temático es la cultura de la etnia sapara -que habita en las selvas limítrofes de Perú y Ecuador.
En el caso de las poblaciones aborígenes de la selva, parece más difícil hurgar en la memoria sonora. No es que sea ni tan fácil en el caso de los pueblos cuyo hábitat se situara en la costa, pero al menos éstos han dejado testimonios de sus músicas y hasta de cómo entendían el Sonido empleando representaciones gráficas que han llegado hasta nosotros a través de ceramios, de telares, de murales dispuestos en sus construcciones... De estas tres expresiones artísticas, los pueblos originarios de la selva no han cultivado ninguna -aunque sí tienen una equivalente a la de la cerámica en frío: el mate burilado. Con ellos, pues, no sólo se debe recurrir a la arqueología para interrogar las melodías de sus ancestros; sino también a una antropología del Sonido.
Sueños Saparas es el disco que Altiplano ha orquestado gracias al financiamiento de una ONG ecuatoriana, y que acompaña al libro La Cultura Sapara En Peligro. ¿Otro Mundo Es Posible? -o viceversa, claro: el libro acompaña al disco. Tanto uno como otro reivindican la denominación correcta de la etnia sapara, pues si bien googleando se encuentra no poca información sobre ella, se la consigna siempre como “zápara”. Ignoro si sólo para SS o si se quedará así al menos durante un tiempo, el hecho es que Sánchez ha convertido a Altiplano de nuevo en un grupo. Eloy Uribe y Fred Clarke se ocupan de los vientos, Carlos M. Torres -el otro miembro en la fase dual de Altiplano- se encarga de la guitarra y los efectos, y el propio Sánchez va en teclados y arreglos (además de colaborar en los vientos). Mezcla y masterización han corrido por cuenta de Rodrigo Bravo.
“Vientos... ¿Podrías ser más específico? ¿Y la rítmica? ¿Dónde está la batería?”. No habida. Sueños Saparas se ha armado usando esencialmente instrumentos oriundos de la Amazonía: un tablasiku de caña, una antara de hueso, tambores de madera y cuero, una trompeta cerámica (¡¡¡¡!!!!), un sonajero con semillas y mostacillas... La logística contemporánea se ha limitado a la guitarra, a los teclados, a los sintetizadores. Todo lo demás tiene orígenes que, aunque aceptan el calificativo de pre-incaicos, es más acertado catalogar como ajenos a la influencia del incanato -incluyendo las voces registradas para el álbum, todas ellas pertenecientes a personas de la etnia en cuestión.
No es Altiplano el único en haberse planteado una jugada parecida. Ahí está también Apeiron 432, banda mexicana de propuesta similar, que incluso se concibe como proyecto de “ambient electrónico con instrumentos étnicos y prehispánicos”. La diferencia radica en que los cuates son algo pretenciosos y teatrales, tienden inconscientemente a la new age más formulaica, mientras que lo de los peruchos es un intento serio por “re-mostrar” esta música precolombina. Sueños Saparas habla de un mundo antiquísimo que poco o nada ha cambiado desde sus raíces. Es una mística lujuriosa la que guía su viaje -mística, en tanto evoca un mundo virgen para el ignorante urbanita promedio; lujuriosa, como la inextricable selva misma. El plástico está abarrotado de una espiritualidad avasallante, anterior a todas las religiones reveladas, obviamente animista. Esta cualidad, aunada a los sonidos cristalinos y serenos propuestos por Altiplano, induce a una suerte de clímax trascendental -su justo nicho debe encontrarse a medio camino entre Popol Vüh y Deep Forest. Sueños Saparas reformula así un legado sonoro intuitivo que musicaliza desde tiempos inmemoriales los sentimientos, impulsos e ideas de un grupo humano -que, de otro modo- estaría condenado a ver perder su memoria colectiva.
HÁKIM DE MERV
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