...En lo que refiere a nuestro país, podemos decir que nada es nuestro, todo ha sido vendido. Empresas del Estado, tierras, minas, bosques, suelo y subsuelo, autopistas. Las concesiones, que, en realidad, son ventas por décadas, cubren todo el territorio nacional, incluidas muchas áreas pobladas. Como en la Edad Media, hay que pagar peaje para viajar de una ciudad a otra, de un poblado a otro. Los señores contemporáneos son las empresas que han sobornado a los gobernantes para disfrutar de esa renta. Sobramos en nuestro propio país.
El Perú ha sido reducido a un país minusválido. Todo el trabajo de los gobiernos peruanos consiste en permitir que se extraiga minerales en bruto de su territorio y que se use la inversión de las décadas pasadas en plantas de energía, para vender la electricidad producida con la inversión anterior. Todo el trabajo de los agroindustriales peruanos es producir delicatessen (paltas, mangos, tomates, espárragos, uvas) para los mercados europeos y norteamericanos. Todo el trabajo de los microempresarios consiste en comprar y vender productos chinos. Nos alimentamos de trigo importado, de pollos ensamblados en nuestro país, pero comprados en los Estados Unidos. Nos vestimos con fibras sintéticas fabricadas en Norteamérica y Asia y hemos abandonado el algodón peruano, somos incapaces de tejer industrialmente las fibras de ovinos y camélidos peruanos. Hemos regresado a la etapa anterior a la revolución industrial y eso se nos presenta como si fuera modernización.
¿Pocos bienes y muchos males?
Nuestros grandes bienes sociales son muchos y están entrecruzados con nuestros males. Entre los bienes podemos mencionar nuestra multi- e interculturalidad: somos todos distintos, de colores diversos, formas de hablar diferentes en que el quechua y el acento provinciano persisten a través de las generaciones; la valentía de hombres, mujeres, niños que sobreviven a la desocupación y a las inhumanas condiciones de trabajo; la creatividad se manifiesta mediante el recurseo, nueva palabra del lenguaje peruano en una lucha maleva por la vida, que significa picardía o robo astuto; las redes familiares de supervivencia y migración interna y externa se expanden al tiempo que las familias se deshacen porque los padres abandonan a las madres y a sus hijos; la capacidad para migrar y retornar pequeños capitales al país a través de las remesas que obtenemos de los países ricos, o de Lima hacia las provincias, persiste aun en medio del estancamiento europeo. Redes de solidaridad familiar o provinciana se extienden por todo el país. Hay liderazgo de las mujeres en los hogares y la economía popular. Miles de mujeres convierten a sus hijos en profesionales en medio de la pobreza. La cocina, antes esclava y pobre ahora, ha sido convertida en producto internacional; el pisco ha sido reivindicado como bebida nacional; una miscelánea de personajes peruanos ahora son famosos en el mundo global.
En el culto a esta entidad abigarrada y multiforme, que es a la vez identidad, se encuentran el orgullo del pueblo y la pedantería de las clases altas. Esta especie de vanagloria nacional ha reemplazado al pesimismo de los ochenta; es el entusiasmo de los tontos o el consuelo de los desalentados, porque ignora los males nacionales o subestima las tareas imprescindibles que deben ser emprendidas en educación, democratización y civismo, de las que se habla a veces sin adoptar ninguna tarea nacional concreta. Un país existente, pero ignorado hierve debajo de la falsa realidad que aparece ante nuestros ojos. La sociedad peruana tolera o mira a otro lado cuando sabe que los problemas no tienen solución.
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Un país de sobrevivientes a quienes se les llama "informales", que viven al día; un PBl que crece impulsado por los precios externos y no por la producción nacional, una destrucción sistemática del medio ambiente que alcanza al 4% del PBI, según cifras del Banco Mundial; una "plebe" en formación... a no sabemos que, una anomia generalizada y estructural que atraviesa verticalmente el sistema social, unos cuantos grupos económicos emergentes ligados en su mayoría a líneas de actividades sospechosas. Un clima de malestar y protesta en la Amazonía y el sur andino que se expresa de vez en cuando en manifestaciones y huelgas estigmatizadas desde el sistema oficial, perseguidas y reprimidas de diversas formas, una Iglesia católica dividida por un neofundamentalismo cavernario, mientras las sectas fanáticas de todo tipo avanzan entre los más pobres, lideradas por predicadores milagreros; un sistema de salud y una educación segmentadas según las clases sociales (educación y salud precaria para pobres y excelente para ricos), eso es el Perú hoy. Éxito de algunos, emergencia de otros, sacrificio de los más, segmentación social, fragmentación, exclusión, indiferencia generalizada, falta de conciencia o conciencia falsa de los fenómenos. Malestar latente, protesta eventual, indiferencia permanente de las mayorías ante la gran política que está contaminada por la corrupción, alienación generalizada. ¿Qué puede salir de todo esto?
Con todo ello, nos encontramos entre el desafío y la posibilidad de convertirnos en una raza cósmica, hablando a la manera de José Vasconcelos, es decir, una potencia interétnica e intercultural que reivindica a su manera sus orígenes precolombinos; o la realidad cotidiana que absorbe la parte consumista de la tecnología contemporánea en forma de cabinas públicas, juegos electrónicos y celulares inteligentes. Un caos racional con la racionalidad del desorden mafioso, nos impregna cada vez más desde arriba hasta abajo; y al saquear y contaminar la naturaleza, amenaza nuestra subsistencia como país. Este proceso de modernización se desarrolla en los tiempos de usura, guerra, competencia y egoísmo que caracterizan al mundo de hoy.
HÉCTOR BÉJAR
Historia del Perú para descontentos
2021
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