Escrito originalmente para la web Sugar Time el 2011
El suelo latinoamericano está siendo bendecido con una inundación de gemas que, en la solera del mundo, demuestran nuestra independencia creativa y nuestra increíble sensibilidad. He sido testigo de la vanguardia peruana desde hace un tiempo ya, y su aparición en mi vocabulario cultural ha significado una gran explosión de paroxismos elegiáticos y consignas sublimes que se justifican en el increíble talento y producción sostenida que los hermanos peruanos llevan atacando en el frente de batalla. Mi primer acercamiento fue sugerido por el océano Kraut que por esos años empezaba a descubrir. Extasiado por las mareas estelares de Ash Ra Tempel y Neu!, repitiendo incansablemente esos discos en mi reproductor, escarbando por joyas en vinilos en las ferias de mi país (donde conseguí el Neu! Homónimo y el Neu! 75) agoté la experiencia que, a pesar de dialogar conmigo desde la música, estallido incomprensible de experiencias y ánimos, no me relacionaba geográficamente, en términos de identidad, sufrido por una contemporaneidad dilatada y escindida por nuestra condición de cono subdesarrollado. Por esos años en mi país recién se empezaba a gestar un movimiento psicodélico que también dialogaba con referentes internacionales más que con nuestro pasado histórico dramáticamente castrado por la dictadura de Pinochet. Ahora se sostiene inmanente, de mano de dos o tres sellos independientes que, melancólicos y trabajólicos, se esfuerzan en generar desde la tradición un movimiento nuevo e interesante. Pero por esos años, como toda melomanía sugiere, yo estaba atento a los florecimientos fantásticos de mi cono, y fue así como encontré varios rubíes de la escena peruana que, para mi sorpresa y bofetada a mi ignorancia, venía gestándose ya desde finales de los ochenta y con gran fuerza durante todo el transcurso de los noventas. Donde hallaba la trepidancia pulsante de Ash Ra Tempel ahora hallaba a Serpentina Satélite, quienes recientemente editaron en vinilo el disco con el que los descubrí: Nothing To Say, editado por un sello alemán (no nos sorprende ¿No?) llamado "Trip in Time". Y donde hallaba los mantras metronómicos de Neu! ahora hallaba a Hipnoascención, cuya pulcritud y producción es altísima y directamente proporcional al viaje que su sonido conduce.
Sin embargo, y para mi malestar y quizá para el malestar de los futuros lectores de este artículo, ambas bandas (en los discos en que me fueron introducidas) también incurrían en la tradición europea como referente principal; una especie de actitud reverencial y totémica ante estas joyas de la psicodelia alemana, y eso denunciaba de nuevo nuestra cualidad de continente subyugado, de antiguos esclavos indígenas maravillados ante la magnificencia solar de los señores del antiguo continente. ¡Prejuicios! Atarantadas consideraciones... No he tenido tiempo de revisar la discografía de las bandas mencionadas, pero insto a quien quiera a revertir este mi juicio e iluminar mis futuras consideraciones con el conocimiento que me pueda ser impartido. Lo que denuncio no es una problemática exclusiva de mis hermanos peruanos, es más bien un paradigma inherente a la psicodelia actual y su relación permanente con la reminiscencia y el revival. Es el problema de un género demasiado dependiente de un tipo de sonido, al que pareciera obligado a venerar o, cuando los músicos son menos precavidos, incautamente incurren en ese tipo de sonido que la primera psicodelia se ha encargado de encriptar en sus genes. Así la metronomía, la iteración, los wall of sound, los sonidos reverberados, la relación con lo extra-terrestre, más que una reacción sistémica, como lo fue el sonido de Neu! o de Amon Düül II, se vuelve una reutilización estética para lograr un efecto determinado. Se ha recogido, con talento sin duda, lo mejor de la superficie de los años padres, pero no se ha traído desde esos años el espíritu que gobernaba dichas transformaciones musicales. Esto, sin embargo, no significó una decantación de mis ánimos filiales con la obra peruana, sino que incentivó mi búsqueda hacia la profundización. Pude disfrutar maravillosamente las joyas antes descritas, en tanto homologaban con igual talento un sonido que yo ya admiraba, pero la música, como es concebida por este humilde servidor, debiese ser más que una instancia hedónica (sin censurar ni moralizar el hedonismo) sino que debiese trasladarnos al campo de la afección y conducirnos hacia la oscuridad de nosotros mismos –de cara al espejo como un agujero negro– y de golpe hacia la reflexión. Basta con decir que la escena peruana no tiene nada que envidiarle a las fluviales escenas de otros países de referencia. Navegué por la obra de Wilder Gonzales Agreda, primero, y con ello todo el rio referencial de shoegaze y letárgicos hijos de Spacemen 3, para luego volver a la obra de Wilder y descubrir todo un campo avant garde que esta vez sí remeció mi intelecto. Experimentación, aventura, riesgo, música como un agujero negro, capaz de doblar el espacio y someter al tiempo. Y, bendecido por la preocupación de Luis Alvarado de Buh Records, que alberga mi primer trabajo "La Invocación del gran Cóndor", pude descubrir un catálogo de trabajos muy interesantes, casi indescriptibles, que si bien se relacionaban con estilos específicos, la poesía concreta, el drone o el harsh noise, poseían un carácter tan extraño que realmente iluminaban aspectos hasta ahora ocultos de mi campo musical. La música es para descubrirse a si mismo, y pareciera ser que es esto a lo que los hermanos peruanos están abocados, filtreando con una cantidad inmensa de contenidos musicales que indican nada menos que una sed espantosa de conocimiento e iluminación, virtudes que se dibujan en un horizonte si bien no inmediato, tampoco alejado e intocable por la superficialidad, la meritocracía o el posicionamiento social que algún arte valida.
Habiendo trazado un somero marco teórico, quisiera dedicar unas pocas líneas a un disco que acabó en mis manos virtuales. Me refiero al disco de Dios Me Ha Violado – DMHV – "Flores Para Raquel". Poco sé de estos muchachos, salvo que su trabajo precede a esta década y que Flores Para Raquel, como otros trabajos, es parte de un espíritu de reencuentro de estos músicos con antiguo material abandonado a la humedad de tristes habitaciones tercermundistas. Y este es precisamente el espíritu que respira Flores Para Raquel: una importante sensación de reminiscencia melancólica y paraíso perdido, altas ciudades en decadencia y tumbas de doncellas suaves como la luz del primer amanecer. La instrumentación es sencillísima y la producción muy precaria, factores que, si son bien utilizados, contribuyen a la sensación de estar escuchando una pieza de música que se petrificó desde un pasado imposible y que viene a atestiguar una vida muy diferente de la que ahora se vive. El disco es recorrido por motivos sencillos, temas de corta duración que se sujetan de tonos suaves y melodías que habitan el borde sutil entre lo melancólico y lo fantástico. El piano o teclado o a veces no sé si es guitarra persigue estos motivos a lo largo de todo el disco, enunciando una cualidad muy fotográfica, como si cada breve tema fuera un snapshot de vida instalado en el álbum de fotografías que llamamos disco y Flores Para Raquel. A veces los temas me recuerdan las bellas "Gymnopedias" de Satie, o incluso ese extraño tema que atraviesa el "Daydream Nation" de Sonic Youth, en piano, que quizá es uno de los temas más hermosos concebidos por la banda. Lo importante, y el influjo principal que esta música conjura en mi, es que esas fotografías que se van dibujando son tan personales como uno mismo. La música en Flores Para Raquel interpreta nuestros recuerdos sumidos en desesperanza, inalcanzables por el paso del tiempo. Son, claramente, una ofrenda de parte de los músicos, un bouquet de flores para conmemoración de una relación muerta, sepultada quizá por la tragedia. Pero son, también, nuestros propios recuerdos de la tragedia, aquellas sonrisas que no volveremos a atestiguar, y los momentos donde la felicidad escurría como los ríos que añora Rimbaud adolescente en su "Temporada en el Infierno". Flores Para Raquel funciona como un maravilloso bisturí para incidir en nuestras incomodidades y deseos profundos de reconstrucción histórica. Y todo esto con la simple utilización del teclado, la estética del lo-fi, un centenar de frecuencias indomables que se esconden bajo los acordes y forman el pulso y el río de la consciencia. Este no es un disco para quienes quieren avanzar en el día, adueñándose del tiempo y del espacio, bien instalados en su realidad. No es un disco que consigne épicas de rock, ni grandes composiciones clásicas (aunque su relación delgada con los nocturnos de Chopin o "Fur Alina" de Arvo Part es evidente). Es un disco para quien busca recordar que su dolor es intocable e insanable porque habita el pasado, y toda reconciliación con él es imposible cuando dios te ha violado… y solo quedan los acordes como memoria de vida que es cuando algunos vamos sumidos en la desgracia que la ciudad inspira. La vitalidad a la que podemos acceder.
Alberto Parra, 2011.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario