El día que el hombre volvió a la luna x ALVARO PORTALES
por George Monbiot
Podemos tenerlo todo. Esta es la promesa de nuestra época. Podemos tener cualquier aparato que seamos capaces de imaginar, y algunos que no. Podemos vivir como reyes sin comprometer la capacidad de la Tierra para sustentarnos. La promesa que hace esto posible dice que a medida que las economías se desarrollan se vuelven más eficientes en el uso de los recursos. En otras palabras, ambas cosas se desacoplan.
Hay dos clases de desacoplamiento: relativo y absoluto. Desacoplamiento relativo significa utilizar menos materiales por cada unidad de crecimiento económico. El desacoplamiento absoluto es la reducción total de la utilización de recursos, aún cuando la economía continúe creciendo. Casi todos los economistas creen que el desacoplamiento -relativo o absoluto- es una caracteristica inexorable del crecimiento económico.
El concepto de desarrollo sostenible se basa en esta noción. Está en el corazón de las conversaciones sobre el clima de París y de cualquier otra cumbre sobre temas medioambientales. Pero parece ser infundada.
Un trabajo publicado este año en "Proceedings of the National Academy of Sciences" sugiere que incluso el desacoplamiento relativo que decimos haber alcanzado es el resultado de un error contable. Señala que gobiernos y economistas han medido nuestro impacto de una manera que se revela irracional.
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Una medición más racional, llamada "huella material", incluye todas las materias primas utilizadas por una economía, sea cual sea el lugar donde han sido extraídas. Cuando estas se incluyen en la contabilidad, las aparentes mejoras en la eficiencia desaparecen.
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Hay decenas de estudios diferentes que llegan a conclusiones similares. Por ejemplo, un informe publicado en la revista "Global Enviromental Challenge" revela que cada vez que un país duplica su renta necesita un tercio más de tierra y océano para sostener su economía, debido al aumento en su consumo de productos animales. Un artículo recienet de la revista "Resources" informa que el consumo global de materiales se ha incrementado un 94% en treinta años y se ha acelerado a partir del 2000. "En los últios diez años, a nivel global, no se ha conseguido ni siquiera un desacoplamiento relativo".
Podemos convencernos de que vivimos flotando en el aire, en una economía inmaterial, como ingenuos futurólogos predecían en los 90. Pero es una ilusión creada por una contabilidad irracional de nuestro impacto medioambiental. Esta ilusión permite aparentemente conciliar políticas incompatibles.
Los gobiernos nos instan, a la vez, a consumir más y a conservar más. Hemos de extraer más combustibles fósiles del suelo, pero quemar menos. Debemos reducir, reutilizar y reciclar las cosas que entran en nuestras casas, pero al mismo tiempo debemos incrementarlas, desecharlas y sustituirlas. ¿De qué otra manera va a crecer la economía de consumo? Debemos comer menos carne para proteger el planeta viviente y comer más carne para estimular la industria agropecuaria. Estas políticas son incompatibles. Los nuevos estudios indican que el problema es el crecimiento económico, tanto si se le pone delante la palabra sostenible como si no.
No es sólo que no abordemos esta contradicción. Casi nadie se atreve siquiera a nombrarla. Es como si el asunto fuera demasiado grande, demasiado aterrador para contemplarlo. Parecemos incapaces de afrontar el hecho de que nuestra utopía es también nuestra distopía, el hecho de que la producción es indistinguible de la destrucción.
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