Por RODRIGO NÚÑEZ CARVALLO
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"
capítulo 2
Lo vi entrando al congreso campesino de Querecotillo con un pantalón harapiento de balleta, una camisola que alguna vez fue blanca y un poncho tejido de tonos rojos. Un sombrerito desfondado de fieltro le sombreaba la cabeza. Se había andinizado totalmente. Los aplausos retumbaron cuando cruzó el gran patio donde se desarrollaba la plenaria. Arrastraba el aura de un dirigente heroico recién salido de prisión. Detrás lo seguía orgulloso su mentor, Ricardo Letts, uno de los fundadores de Vanguardia Revolucionaria.
Mas de quinientos campesinos de la Confederacion Campesina coreaban consignas alusivas. Tierra o muerte, venceremos. Mezzich tomó el micrófono y explicó en quechua. En julio pasado hemos recuperado las primeras trece haciendas del distrito de Cocharcas, tras un arduo trabajo de bases del compañero Lino Quintanilla. El dirigente de Tancayllo, delgado y modesto, fue obligado a levantar la mano y se incorporó entre la multitud cuando fue mencionado por el orador. Los aplausos arreciaron. Días después quince mil campesinos participaron en las tomas de nueve haciendas en el distrito de Uripa. Las invasiones continuaron por oleadas en agosto y se ocuparon dieciocho haciendas. Viva el movimiento campesino andahuaylino. Pero donde más resistencia hubo fue en la zona de Pacucha y Andarapa. Alli el asunto se complicó porque los hacendados de Pincos, tenían mayor poder. Eran propiedad de Hans Duda, un alemán que se casó con la señora Plácida Trelles Montes, prominente figura del gamonalismo de Abancay.
Yo estuve allí el día de la toma dirigida por el camarada Félix Loayza, que no ha podido llegar pues aún no hemos logrado su liberación y permanece en seguridad del estado en Lima. Presos políticos libertad. Yo recién he podido salir de la cárcel hace poco tras cuatro meses en las mazmorras de la prefectura, señaló Mezzich. Alguna bombarda incendio el cielo del congreso. El 30 de agosto más de doscientos personas nos congregamos en la puerta de la hacienda Pincos. Algunos de los delegados no me dejarán mentir. Hans Duda se resistía a salir con esporádicos balazos. Cinco días ha estado allí apertrechado con sus escopetas y sus caporales. Voy a defender mis tierras con mi vida, gritaba desde el torreón de la casa hacienda. Y sí que eran grandes sus propiedades. Solo las irrigadas eran más de 600 hectáreas dedicadas a caña de azúcar, además de tierras de altura donde se siembra maíz, papas, trigo y grandes pastizales para el ganado. Únicamente cuando Hans Duda se dio cuenta de que la policía no lo iba a defender, huyó a Andahuaylas en su caballo “Lincoln”.
En esos dos meses que vivimos libres de hacendados cómo ha cambiado nuestra vida. Los comités democráticos se multiplicaron en todas las tierras comprendidas entre el río Pampas y el río Pachachaca. Las asambleas estaban llenas, se sembró comunalmente y se organizó la producción y las labores agricolas. Todo era para nosotros. El clima que se vivía era de auténtica libertad. Ocupábamos la plaza de armas de Andahuaylas en multitudinarias concentraciones. Seguramente el hacendado Hans Duda y doña Plácida Trelles miraban aterrados a la indiada, como así despectivamente nos llamaban, recorriendo las calles y avenidas, desde su refugio en el hotel de Turistas. Los altos pisonays de flores carmesí sombreaban una multitud de decididos campesinos. Ni el ruido de un mosquito se dejaba oir.
Creo que tenemos que hacer una autocrítica planteó Mezzich. Hemos sobrestimado las contradicciones en el seno de la burguesía, las mismas que nos llevaron a firmar las actas de Toxama y Huancahuacho en octubre del año pasado en donde garantizamos el pago de la deuda agraria. Letts lo miró de soslayo. Pero la pasividad del gobierno no duró mucho y la represión nos cayó encima. Apresaron a Loayza, y a mí me cogieron saliendo de una reunión en Andarapa. Los dirigentes fueron amedrentados y perseguidos por toda la provincia. No sé cómo hizo el compañero Lino Quintanilla para escurrirse entre los techos cuando lo fueron a chapar a Tankayllo, y desaparecer como por encanto. Es que es flaco, ironizó algún bromista en quechua. El auditorio rio.
capítulo 4
La tercera vez que vi a Mezzich fue en la casa verde de Barranco. Mi amigo Mario Gutierrez no quería vivir con su mamá y ocupó un antiguo solar de su familia que estaba a punto de caerse. Haré una comunidad, se dijo. Con los alquileres conectaré el agua y la luz y la reconstruiré. Al mes Alberto se mudó al cuarto de adelante y después trajo a Verónica, su enamorada. Poco más tarde se instalaron Jaime Sorensen y el Santón que eran hermanos. Más tarde llegó Michael que estudiaba en la Cayetano y que proveía a la casa de drogas y mujeres. Luego se acercó Pelón que vivía en el barrio e inundó la casa de wiros. Más adelante se presentaron Pinillos, que era trujillano, y algunos vecinos que creyeron ver en la casa un buen point para relojear: Neljer, Lulo. ¿Y cómo los has reclutado? pregunté un día que fui a visitarlo. Mario me miró con sus lentes de poto de botella. Son de Vanguardia Revolucionaria, dijo con cierta culpa.
Justo cuando salía de la habitación de Mario me topé con Mezzich cara a cara en la escalera. Improvisé un saludo pero el personaje se hizo el que no me conocía y subió hasta desaparecer. Yo lo manyo a ese pata, es Mezzich, el de las tomas de Andahuaylas, le dije a Mario antes de despedirme en la puerta. Su silencio lo delató.
Volví varias veces a la casa verde. La víspera del paro nacional de 1977 el caserón era un hervidero. Entraban y salían vanguardistas coordinando las acciones sindicales en los cinturones industriales. Algunos muchachos pintaban banderolas en el patio, Jaime Sorensen discutía con Alberto sobre el bizantino carácter de la sociedad peruana, y Pinillos subía cantos rodados hasta la azotea. Escribiré con piedras pintadas de blanco “viva el paro nacional”, para que lo miren desde los helicópteros, dijo con delirio.
Te tienes que ir, me dijo Mario medio nervioso. He prestado la casa para una reunión del comité regional de Lima y ya están llegando los patas. Efectivamente los crujidos de los peldaños anunciaban el arribo sigiloso de los altos cuadros vanguardistas. Entre los vidrios rotos de la puerta pasó Eduardo Figari Gold y su mancha. Mejor quédate pero no hagas ruido, se rectificó Mario. Una voz cavernosa que procedía del cuarto de Jaime Sorensen invadió la casa. Nosotros no planteemos solamente una guerra revolucionaria, sino la destrucción del Estado y la construcción de uno nuevo, sentenció Mezzich. No queremos elecciones burguesas sino una revolución, añadió. Los aplausos y los vivas se hicieron sentir. Como a las ocho de la noche el bullicio cesó. En eso subió Mario y me dijo que ya podía bajar. Cuando salí, un grupo de teatro ensayaba en el viejo comedor. ¿Y cómo se llaman? Antorcha Proletaria respondió Mario, que aún llevaba un bigotito de corcho quemado pues tenía el papel de capataz.
Una semana después, el periódico del comité regional de Lima y muchas bases de provincias anunciaron la constitución de un nuevo partido. Atando cabos deduje que algo se estaba tramando en la casa verde de Barranco. Mezzich era uno de los que dirigía la fracción, y el grupo de avezados muchachos que había tomado la casa, seguía sus directivas.
¿Y es cierto que han decidido tomar las armas? le pregunte a Mario unos meses después. No sabes en lo que te estás metiendo, le advertí. Salte, zafa culo, es muy peligroso. Están medio loquitos. Hay que tener cojones para agarrar una metraca, intervino Mario. Yo no tendría la valentía necesaria, reconoció. Por eso he decidido solo participar en el grupo de teatro.
Recuerdo ahora que alguna vez asistí a una comida en la casa verde. El menú era sencillo: tallarines con sibarita y un ralo té marca toro. ¿Y por qué se les ocurre irse al monte cuando hay elecciones para deshacernos de los militares? No los seguirá nadie, sentencié erróneamente. Jaime Sorensen me contradijo. Solo tus limitaciones de clase te impiden ver el panorama histórico. No estamos solos. Patria Roja y el PCP-Sendero Luminoso también se oponen a las elecciones.
Pronto se vio quién era el líder. Figari tenía pocas dotes de político y más allá de haber sido dirigente estudiantil de la Universidad de Ingeniería no había conducido ningún movimiento. En cambio Mezzich tenía experiencia y estaba fogueado en dirigir reuniones y amagar mayorías. Controlaba los resortes de la fracción con mano de hierro y como tenía que suceder impuso su liderazgo. No veía las horas de emprender su primera experiencia militar para lo cual había leído a Mao, al Che Guevara, y a Sun Tzu.
La reunión se llevo a cabo en la casa verde de Barranco y ni Mario pudo entrar. Poco a poco fueron llegando con cascos de motociclista o simulando ser cobradores. Solo Figari acudió en su carro. Tocaban la puerta, daban su nombre de batalla y entraban como succionados por una corriente de aire. Tras los primeros informes, Mezzich se adelantó a la descuadrada mesa del comedor y preguntó a los presentes provocadoramente: ¿Y cuál es el problema de aliarse con Sendero?
En estos años viviendo en Andahuaylas he descubierto que no estábamos solos en el campo, proclamó Mezzich. Desde mediados de los setenta Sendero impulsó un activo proselitismo a través de los maestros secundarios de Ongoy, Occobamba y Andarapa. Ellos salían de la facultad de educación de la universidad San Cristobal de Huamanga, controlada por Sendero y sembraron la semilla de la rebeldía entre los estudiantes. Con ellos he tenido coincidencias importantes y compartido muchas luchas. El mismo Abimael y su esposa Augusta La Torre daban conferencias en los colegios sobre realidad nacional y el fracaso de las guerrillas y de las tomas de tierras de Andahuaylas. A algunas de ellas he asistido. Tienen por lo tanto una base social sólida e importante. No son como los pintan en Lima: cuatro gatos desquiciados.
Meses después Mezzich y Figari discutían sobre la unificación con Sendero que se llevaría a cabo en Ayacucho. No estoy de acuerdo en fundirnos con Abimael. Creo que hemos perdido la perspectiva. Otros comandan el polo de los trabajadores, mientras nosotros estamos pensando en un hipotética guerra popular. La batalla está en las calles y no en las reuniones clandestinas ni en las prácticas de tiro. Haz lo que quieras pero no cuentes conmigo ni con las bases que están bajo mi responsabilidad, concluyó Figari. Mezzich montó en cólera. La lucha armada no es para los niños de La Planicie que arrugan cuando las papas queman, le reclamó el curtido dirigente de Andahuaylas. Lo he pensado bien, musitó Figari. En verdad hay un abismo social y cultural con Sendero, añadió apretando las mandíbulas y contrayendo los ojos.
Tiempo después Mario me tocó la puerta. Me han botado de mi casa, me contó con frustración en la mirada. He tenido que volver donde mi vieja y sacar todas mis cosas. Hicieron una asamblea de todos los inquilinos y decidieron que la casa verde era del partido. Me cagaron. Cuando protesté y amenacé con denunciarlos por usurpación, Michael me sacó la mierda. Pero lo que más me jode es que también me botaron del grupo de teatro. Huevones…
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