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Ajuste de Cuentas.
Juvencio Nava, antiguo ranchero del pueblo de Alima, enfrentaba a la justicia. Hacía años que había matado a Guadalupe Terreros, casi como por obligación. Más la muerte que Juvencio le dio a Lupe fue sin duda macabra: lo reventó a machetazos y, ¡oh perdición!, lo remató de una estacoda con pica de buey.
Ahora ya en la vejez de nada le serviría suplicar, pues su muerte estaba ya decretada y es que el coronel que lo había mandado buscar terminó siendo el inocente hijo de Don Lupe:
-Guadalupe Terreros era mi padre –le dijo cuando se lo trajeron sus subalternos. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó.
Desesperado al saber que su suerte estaba echada Juvencio rogó de manera insólita por su añeja vida:
-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!.
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