Como un buen final, hemos celebrado tu fiesta, ¡hermosa vida mía!, antes de que empiece el estruendo. Fue un día divino. La benigna primavera nos enviaba su brisa y su luz desde Oriente, hacía brotar en nosotros tu nombre como hace con las flores en los árboles, y todos los radiantes secretos del amor me envolvían con su aliento. Nunca había conocido aquel amigo un amor como el nuestro, y era encantador ver la atención que ponía aquel hombre altivo, y cómo brillaban sus ojos y su espíritu por captar tu imagen y tu ser.
"¡Oh sí!", exclamó finalmente, "sin duda vale la pena luchar por nuestra Grecia si es tierra que aún da tales frutos!"
"Claro que sí, Alabanda", respondí; "cuando nuestro espíritu se rejuvenece con la imagen de tales naturalezas, vamos alegremente al combate, un fuego celeste nos arrastra hacia grandes hechos y no se persigue entonces meta alguna pequeña, ni se preocupa uno de esto o de aquello, ni se buscan las cosas por su aspecto exterior, sin prestar atención al espíritu y bebiendo no por el vino, sino por la copa; y no nos detendremos, Alabanda, hasta que la felicidad del genio deje de ser un secreto, hasta que todos los ojos se truequen en arcos de triunfo, hasta que el espíritu humano, tanto tiempo ausente, surja radiante de los desvaríos y sufrimientos y salude, victorioso, al Éter paterno... ¡Ah! nuestro pueblo futuro no debe ser reconocido nunca sólo por su bandera; todo debe rejuvenecerse, todo debe cambiar desde abajo; ¡la alegría debe estar llena de seriedad y todo trabajo ha de ser más alegre! ¡Que nada, incluso lo más pequeño, lo más cotidiano, carezca de espíritu y de dioses! ¡Amor y odio, y cada acento nuestro debe asombrar al mundo banal, y ni un solo momento, ni una sola ocasión debe recordarnos el obtuso pasado!"
FRIEDRICH HÖLDERLIN