CARLOS ORDOÑEZ. Foto por Jiten Dadlani
Carlos Ordoñez, figura prominente de la electrónica española, luce una discografía que se remonta a los 90 cuando fundó proyectos tales como PROZACK y GAUSS devotos del techno minimal y el ambient dub, tendencias que freían algunos de los cerebros más inquietos de aquellas calendas. Trabajó en el proyecto RADIO junto con Mario y Cocó de SILVANIA. Se trata de un fantasioso y etéreo álbum que pudimos disfrutar en tiempo real, 1998, en formato casette. Ya en los 00 decantó su ardor sónico al electroclash como GRADO 33, junto a Alexandra Cabral.
Han pasado largos años desde los últimos lanzamientos de Ordoñez quien ha pegado la vuelta el pasado 2021, a través del sello Ferror Records, encarpetando seudónimos y con la vibra y manija pulcra de siempre. Con uds fans del único blog dedicado a la música más kemada y volada de la región, Perú Avantgarde, la conversa de rigor con uno de los adalides de los prístinos años 90, el gallego Carlos Ordoñez aka Prozack.
Cuéntanos cómo fueron los 90 alternativos en España. A través de revistas y fanzines nos llegaban noticias principalmente de la movida indie pero de electrónica y experimental muy poco o casi nada. Ilústranos please.
Era una escena muy pequeña, y con un carácter muy local, nada que ver con todo lo que puede haber hoy en día. En cuanto a productores, a mediados de los años noventa éramos cuatro, y nos encontrábamos en todos los saraos: Silvania, José Luís (Madelman), Alex Martín, HD Substance, y Prozack, yo mismo. Había alguno más -pocos-, pero estos son los que más recuerdo. Y unos cuantos DJs, que ya empezaban a despuntar.
En cuanto a clubes, para mí los más importantes fueron Soma (Madrid), Vademecwm (Vigo), y La Sala del Cel (Girona). Y el festival Sónar en Barcelona, que comenzaba su andadura, maravilloso en aquellos primeros años. Nada que ver con esa cosa enorme y masificada de años posteriores. Ahí pude ver los primeros lives de techno, como por ejemplo Vapour Space, Orbital o Psychic Warriors Ov Gaia, momentos que obviamente me influyeron bastante. La primera edición, en el 94 se desarrolló en una sala pequeña como la Apolo, ¡un verdadero lujo!
A partir de la década del 2000 todo cambió profundamente. Tras esa cosa vacía y petarda llamada Electroclash, que significó una vuelta al pasado -al synthpop de principios de los ochenta- llegó otro tipo de minimal techno, producido con software, el famoso Live de Ableton. Más sofisticado y producido, gracias a las infinitas nuevas posibilidades, pero puede que algo menos excitante. Pero yo, afortunadamente, en aquel momento decidí apartarme de la música por tiempo indefinido.
En mi opinión, y con la perspectiva de todo este tiempo, creo que tuvimos la gran fortuna de vivir libres, sin el yugo de teléfonos móviles, internet, y esa cosa dantesca y espantosa llamada redes sociales. Quizá los últimos años de toda una era, con unas cotas de libertad jamás vistas, pero no éramos conscientes de ello.
Las ciudades españolas eran otras. Aún conservaban rasgos propios de indiosincrasia y autenticidad. Moverse y manejarse por ellas era algo más accesible, más amable. Hoy todas son iguales: anodinas, masificadas y prostituídas al turismo basura. Pensadas para el turista, no para sus ciudadanos. Puro parques temáticos urbanos, podredumbre europea. Por no hablar de una supuesta multiculturalidad, que te intentan vender como algo cool, y que yo particularmente, encuentro muy poco -o nada- atractiva.
¿Qué discos de esos años dirías que son básicos o te animarías a recomendar?
Supongo que te refieres a electrónica española años noventa. Por ejemplo, el "Naves sin Puertos" (1998) de mis amigos Silvania, el luminoso "Palais" (1996) de Madelman, o el "Mú" (1998) de Resonic. También puedo recomendar alguno mío, como el álbum "Radio" (1999) de Radio -mi colaboración con Silvania-, o el "Tan Lejos" (1998) de Prozack, de hipnótico minimal techno. Ambos publicados por Elefant Records.
El mejor disco español de electrónica, según mi criterio, es "Baku 1922", de Mecánica Popular, pero no es de los noventa, data de un poco antes, 1987. Un maravilloso experimento rítmico, entre la electrónica y la música concreta. Pura vanguardia.
Recuerdo perfectamente el impacto que me produjo cuando lo descubrí en una feria del disco, en mis años de estudiante en la ciudad de Bilbao. Posiblemente el álbum nacional que más me ha influído -quizás la chispa que desató en mí el interés por el techno y la electrónica-.
Como Prozack publicaste discos en modo techno dub que bebían de proyectos como Maurizio o Gas y luego abriste otro filón bajo el alias de Gauss. ¿Qué querías expresar con tu música, cómo fue la recepción del público en las fiestas o conciertos, qué drogas eran de tu predilección?
Imagina algo como... un gran navío, alejándose sobre el mar.
Mis directos solían ser mucho más contundentes que la música que publicaba. A veces mi sonido -especialmente los últimos lives de Prozack- se acercaba al puro ruidismo.
Subía los controles de ganancia de la mesa de mezclas hasta la saturación máxima, con todos los pilotos en rojo vivo. Piensa en la brutalidad y crudeza de esos equipos de sonido analógicos, ya de por si contundentes, como la Roland TR909, o el SH101.
Encuentro particularmente interesante ese noise techno que practiqué hacia el final de los días de Prozack -por ejemplo, la pieza "Arrebato" de mi álbum "Tan Lejos"-.
El público, salvo en ocasiones a principios de los noventa, cuando era todo muy nuevo, siempre maravilloso, abierto y receptivo.
Sin duda, la sustancia mágica en aquellos años fue el MDMA. Esa intensidad emocional, que uno alcanza bajo sus efectos, es una experiencia excepcional e inolvidable. Y la puerta a una dimensión sobrenatural con ciertas músicas -no sólo techno o electrónica-. Quien lo ha vivido, sabe perfectamente de qué hablo. Pero como en todo, hay una fase ascendente, una cumbre, y luego hay una inevitable caída y un descenso a los infiernos. Es un juego peligroso, sufrí mucho.
Coméntanos sobre tu relación con el sello Elefant y si existían otros sellos con apertura para las sonoridades excéntricas y electrónicas en España en ese entonces.
Stereophonic Elefant Dance Recordings, en realidad, era un subsello de Elefant Records, especializado en electrónica y música de baile. Por lo que yo sé, en un principio iba a estar dirigido por Cocó y Mario -los maravillosos Silvania-, los cuales tenían una idea particular, y un concepto sonoro y estético muy claro y definido. Fue por su mediación que yo aterricé en el sello madrileño, tras escuchar unas maquetas de Prozack que habían llegado a la final del famoso concurso de la revista Rockdelux, año 1995.
Pero no tardaron en surgir desavenencias entre ellos y Luís Calvo, el dueño del sello.
Luís y Montse, en realidad, no sentían una gran pasión por el techno o la electrónica pura, porque es algo que no vivían, ni experimentaban. Su alma y su esencia es el pop. El puro y clásico pop, con melodías y estribillos. Con el tiempo, Mario y Cocó fueron perdiendo el control del subsello, que comenzó a tener una trayectoria un tanto errática.
Mi álbum "Dispersión" fue su última publicación, en junio del 2000.
Mi relación con Elefant fue muy buena al principio, con todo el entusiasmo inicial y el boom del fenómeno dance a mediados de la década. Luego se enfriaron mucho las cosas, según fueron perdiendo el interés por la electrónica. Decidieron apostar más por aquella movida llamada tontipop, o pop ñoño, que estuvo en boga en la España indie de finales de los noventas.
También es cierto que mi primer álbum, "Ideology" (1996), tan radical, duro y áspero, no es lo que esperaban de mí en aquel debut. Contaban con algo de más fácil escucha, más IDM, que era la música que yo practicaba al principio en mis maquetas del 92-94.
Con todo, fue con diferencia el álbum más vendido de SEDR, creo que superó las 5.000 copias en vinilo, una cantidad inimaginable hoy en día en electrónica alternativa. El siguiente álbum, "Tan lejos", como era mucho más sosegado e introspectivo, creo que les gustó bastante más. Se llegó a publicar un videoclip rodado en cine ("Dualidad", 1998), financiado por el sello, que es una joyita, y un pequeño hito en la electrónica nacional -justo estos días relanzaremos este videoclip, completamente remasterizado, con motivo de su 25 aniversario-.
Pero en general, siempre ha habido un gran respeto mutuo, todo ha sido positivo, y he tenido libertad para publicar en el sello cosas que están en las antípodas de su espíritu.
Había algún sello más, pero francamente, no los recuerdo.
¿Cómo se dio tu participación en el proyecto Radio? Fue un disco altamente hermoso y poético dicho sea de paso.
Muchas gracias por tu apreciación. Desde el momento en que nos conocimos -creo que septiembre del 95-, Silvania y yo conectamos mucho. Surgió una profunda amistad, venían a menudo a mi casa en Galicia, al igual que yo visitaba Madrid con frecuencia.
La chispa de la colaboración surgió en una remezcla que ellos hicieron de un tema mío del miniálbum de mi proyecto paralelo Gauss, en mi propio estudio -una pieza llamada "Estratos (FM)"-. Llevábamos tiempo con la idea de la colaboración rondando en la cabeza, hasta que por fin decidimos materializarla, con varias sesiones nocturnas, en mi estudio, en pleno rural gallego.
Nuestra idea era bastante ambiciosa, pues íbamos a preparar un directo y llevarlo por todo el país. Fue una pena que, finalmente, no se llevase a cabo. Por aquel entonces -hablo de 1997/1998- la música que dominaba en los clubes españoles era el house más comercial, de raíz más funky -quizá influencia de la vecina Francia- y nosotros detestábamos toda aquella cosa cálida y mediterránea -risas-.
Recuerdo que cuando nos conocimos, en un festival en Barcelona, ellos se sorprendieron de que yo era un loco fanático de los Cocteau Twins y de 4AD desde mi tierna adolescencia. Había un pasado en común. Los tres habíamos estado en el concierto que los escoceses dieron en la sala Pachá de Madrid el año anterior, 1994, ¡sin conocernos! Aquel, por cierto, fue el concierto más mágico e inolvidable de toda mi vida.
Nos encantaban todas las cosas que estaban sucediendo en la electrónica más radical y underground centroeuropea, más concretamente desde Alemania. También productores de Detroit como Juan Atkins -cosas que hoy en día, me interesan más bien poco-. Y claro, estaba nuestra base de siempre: los mencionados Cocteau Twins, Slowdive, Nico, Bowie, Jesus and Mary Chain... Los tres veníamos del postpunk, del shoegaze, de 4AD y todas esas movidas.
Según he leído en otras webs, tenías un arsenal de teclados y sintes con los que configurar tu sonido. Al día de hoy, ¿cuál es el sintetizador más alucinante con el que te has topado? y tu opinión sobre los nuevos sintes y clones que están apareciendo por estos días, la moda por los teclados modulares, etc.
Es cierto. En aquella época llegué a tener un montón de trastos, entre ellos bastantes clásicos. Por mi mala cabeza, perdí buena parte, hace ya mucho tiempo. Pero en los últimos años he vuelto a reunir un buen arsenal.
Me fascina todo lo que produzca algún tipo de sonido: un xilófono infantil, un timple canario, un arpa de boca, la caja de ritmos de un órgano Farfisa de los 60, o el último modelo de sintetizador FM. Tengo la casa y el garage a rebosar de órganos, armonios antiguos, casiotones, sintes, y todo tipo de trastos viejos. Mis mudanzas son una verdadera pesadilla...
Me gustan la síntesis analógica y la FM. Como sinte analógico tengo un MOOG Sub 37, que es maravilloso. En cuanto a síntesis FM, mi joya es un módulo Yamaha TX802, horrible de programar, pero con el que se consiguen unos sonidos y secuencias increíbles. Los instrumentos y efectos virtuales, o software, no me gustan nada, no me estimulan.
Me fascinan los sintes, pero sinceramente me quedo con la infinidad de matices que se pueden extraer de una guitarra y unos pedales.
Coméntanos sobre tu proyecto electro clash Grado 33. ¿Piensas retomar alguna de estas formaciones en el futuro?
Tecnopop de corte punk, naif y un tanto nihilista, que supuso el punto final de Prozack y el techno, en mi vida. Un tiempo de gran locura, fantasía, desorden y nocturnidad. Duró tan sólo año y medio, hasta el día de su no presentación en el Festival Internacional de Benicàssim, que supuso el punto y final... Te cuento la historia de su final, creo que primera vez que lo relato:
Tanto mis amigos Ciëlo como Grado 33, formábamos parte del cartel del FIB año 2003, y tocaríamos, la misma noche, en el escenario FIB Club, y compartiendo escenario con nada más y nada menos que uno de nuestros mayores ídolos, los míticos Suicide, que tocaban justo después de nosotros. En aquel tiempo, el FIB era el más importante y prestigioso de todos los festivales del país. Yo me presenté en el backstage un par de horas antes de mi concierto, sin haber asistido a la prueba de sonido de la mañana, después de días sin dormir, y varias noches de descontrol en Madrid y otros lugares. Se suponía, porque lo habíamos acordado previamente, que Cocó Ciëlo iba a hacerme los coros, ya que mi compañera de grupo, Alexandra, se negó a ir al festival, pues tenía una relación muy complicada con su novio. Pero viendo Cocó el estado lamentable en el que me encontraba se negó rotundamente -y con razón-, ya que no habíamos hecho ni el más mínimo ensayo. Incapaz por mi parte de entrar en ningún tipo de razonamiento, me enojé mucho con Cocó por este motivo, discutimos acaloradamente a pie de escenario, y estuvimos sin hablarnos un tiempo largo. Unos años, vaya.
Cuando llegó el turno de Grado 33, aterrorizado, me dispongo a salir -yo solo, claro está- al escenario, ante un importante número de fans que esperaban ansiosos mi concierto. Recuerdo además, el calor infernal de esa parte de España, al que para nada estaba acostumbrado. Descalzo, pisando cables, y con parte de mi atuendo deteriorado, semidesnudo de cintura para arriba... ¡menos mal que no habían redes sociales ni los móviles de hoy día! -risas-. Entré en colapso, con la mente en blanco, pálido e inmóvil, con hormigueos y un frío sudor por todo mi cuerpo. Abandoné, e intenté salir en dos ocasiones más -incluso empujado por Elena y Aldo, los dueños del sello Autoreverse-.
Fue imposible, estaba completamente bloqueado, sufriendo un terrible ataque de pánico escénico... De nada sirvieron todos los ensayos previos en mi casa.
Inmediatamente, se decidió la cancelación, no olvidaré la sonora decepción del público, y las lágrimas de Elena Cabrera... Fue una pena, porque llevaba preparado un set absolutamente techno y ruidoso, con mucho BPM, muy secuenciado y futurista, lejos de las melodías ochenteras de las canciones del álbum. Aquel día, aparte del final inmediato de Grado 33, significó un antes y un después en mi carrera musical. La que tenía que haber sido una gran noche, junto a mis amigos Ciëlo y los maravillosos Suicide, resultó en un auténtico desastre que no olvidaré mientras viva... Lo alucinante es que seis años antes, y en ese mismo festival, tampoco pude tocar como Prozack, en este caso porque mi equipo no llegó a tiempo para la hora programada, por culpa de la empresa transportista. Es decir, que posiblemente soy el único artista que ha formado parte del cartel del Festival de Benicàssim en dos ocasiones, y no he actuado nunca...
Grado 33 tuvo también una vertiente mucho más dura, radical e industrial. Una pena que el álbum no recoja nada de ese espíritu. Con títulos como "Voy a matar a un turista", "Genocidio", y otras perlas que, me temo serían algo incorrectas e inapropiadas en estos nuevos tiempos, de tanta mojigatería... Ahí, en un cajón, están las maquetas.
¿Posibilidad de retomar estos proyectos? Rotundamente no, ninguna.
Además de la música, ¿a qué otras actividades te dedicas?
Tengo una pequeña empresa dedicada al comercio. Vivo en una isla muy pequeña, un lugar muy tranquilo, desértico y bastante inhóspito, y que me permite disfrutar de una vida social igual a cero, que es lo que deseo desde hace ya muchos años. Lo peor, entre otras cosas, es el clima cálido y soleado todo el año, que me resulta insufrible.
Añoro profundamente mi tierra gallega -con todas sus contradicciones- y mi deseo es volver a establecerme en ella. Desde el desierto más asfixiante y polvoriento, sueño con mi Galicia más brumosa, húmeda, mágica, de naturaleza exhuberante... de largos inviernos, oscuros y lluviosos. Los que recuerdo de mi infancia, y llevo muy dentro de mí.
Planes futuros y palabras finales.
Como Carlos Ordóñez, espero publicar álbum en otoño de este mismo año, de nuevo con Ferror Records -un pequeño sello gallego que os invito a descubrir, porque atesora lo más excitante de la música gallega actual-. Estoy actualmente trabajando a fondo en ese álbum. Desgraciadamente creo que estará bastante influido por un acontecimiento muy triste que acabo de vivir, este mismo año, y que me ha dejado bastante tocado.
Apunta por tanto, a melancolía y cierta pesadumbre...
¡Y viajar a Lima! Entre otras cosas, para reencontrarme con mi viejo y querido amigo Mario Silvania, que por fortuna, está viviendo un momento dorado en su carrera artística. Acaba de publicar un disco de ambient puro, verdaderamente hermoso e inspirado. Me hace muy feliz verlo así.
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