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lunes, 10 de agosto de 2015

Beggars Banquet


Recurramos a la fantasía y en un gran salón blanco de puertas negras tenemos, en medio, una silla donde nos sentamos, unos círculos trazados alrededor de ella, y unas muescas mágicas dibujadas al interior. Sabemos que hemos trabajado para estar en este momento. Sabemos que ha tomado sacrificio recibir y ser testigos. Comienza la invocación y dentro de poco, gracias a nuestra pericia, todo sale bien. Recibimos los poderes. Pronto lo sabremos: debemos hacer lo que deseemos, porque ahora podemos y debemos cambiar algo conforme a nuestros poderes, los poderes del cambio. ¿Cómo procedemos? ¿Qué es lo primero que torcemos o liberamos del mundo? 

Quizá ante este escenario absurdo nos volveríamos locos, probablemente nuestro trabajo previo, nuestra disciplina y filosofía ya nos hubiera disuadido de pedir tales cosas. Lo describo, sin embargo – lo pienso y lo veo, incluso- como una tragedia de algunas psicologías contemporáneas, algunas ondas o caracteres de algunas idiosincrasias maquilladas.

De la lista eterna de posibles vagabundos, existe un tipo (que es uno mismo) que es el vagabundo que te mira exigiéndote que tomes su lugar. No precisamente un vagabundo, puede ser también la sensación de que le debemos un pedazo de nuestras vidas a la persona que tenemos en frente: a veces está en los ojos de los locos y también de los vagabundos, y también en los ojos de la envidia cotidiana de la que se sirve la libre competencia. ¿Una culpa de niñito católico? Puede ser, pero menos esa sensación y más el vagabundo que te mira EXIGIÉNDOTE QUE TOMES SU LUGAR es como a veces me/veo a alguien pedirle al “mundo” (como si esa cosa, bolita envuelta en vaho, fuese una suma de consciencias) un cambio, una transformación, un trueque por su calvario.

A veces uno se siente tan afuera de todo y de sí mismo, que es como si se llevasen los ojos dados vuelta y todo lo que se viera fueran interiores de carne viva y roja. Es real, creo, y más que pertenecernos –como diría la psicología- la sensación le pertenece al mundo, claro que nosotros también le pertenecemos, en nuestro soplo de consciencia. Es como una sensación colgando de un árbol, una fruta exótica que arrancásemos y pusiéramos en nuestra garganta. La sensación de ser un malcriado indigno de un propósito auténtico: una autocomplacencia que lidera nuestro único triunfo animal de no morir. Lo que el mundo nos debe: no lo tomamos a mordiscos y escupos a la cara, o a manotazos progre, como Napoleón exportando su república, lo enrocamos con sintomatología depresiva. La doble victoria de nuestra vanidad es nuestro completo ocio espiritual. La pará de hippie/hipster sin soplo metafísico, sin misterio ni búsqueda, es la bandera y la consigna. Un grito en gravedad cero. Cuando se anda así, digo para no juzgar, por la calle arrastrando el poncho o pateando las piedras, es algo real, tan real como el adolescente que lleva la vista al frente de la carretera mientras conduce hacia las vacaciones de primavera. Existe como si nos pusieran un conjuro; tan real como un árbol sin especie o una pintura sin belleza. El tránsito por este lugar sin nombre es el diario acontecimiento que funda la naturaleza metropolitana.

Cuando se navega bajo la tormenta mental, las preguntas caen como llovizna en una tarde de septiembre. Y ante tanto signo de exclamación la visión se estrecha y quedo sólo con una única pregunta: más allá de las consignas, de la ira justa ¿Qué motiva mi seguridad moral sobre el grito de la justicia? 

¿Qué quiere ese vagabundo del mundo humano? Virreinato de lo natural, tal vez… Condiciones apéndices de la miseria moderna para frecuentar una pequeña utopía…



Cuando se ha vuelto de la montaña, el vagabundo sagrado debe contemplar el mundo que ha abandonado y debe dialogar con él para comprender sus años de silencio. Pero un vagabundo enmudecido por el mundo termina en la esquina del rencor, como púgil esperando el round. Nos transforma nuestra desesperación, en el mejor de los casos; en el peor de ellos, nos transforma nuestro ocio vacío, desprovisto de reflexión. En cambio, arrullados en la pasividad, decidimos enfrentar desde el ideal, construir la liberación como una torre de babel, y esos discursos e intenciones (que sospecho, como un glaciar que se derrite, que sus aguas llegaran a las costas de todos) han proliferado en esas bases sin vergüenza de su macula de sueño truncado. La defensa de los ideales es la defensa por la voluntad absurda del hombre de llevar hasta las últimas consecuencias su deseo. La Glorificación de la gran Magia del Hombre. El ideal es un subproducto del deseo interrumpido. Galactor era un idealista, Hitler era un idealista, Martin Luther King era un idealista, yo soy un idealista. El mundo está infectado de ideales en pugna que subscriben a la gente y la acomodan según sus necesidades, y que depende de la perpetuidad de estas mismas. El mundo es violento y bello dentro de estas imágenes. En este cuadro, este ideal social es doloroso, pero romántico. En este otro, este ideal social no es culposo, pero es cruel. Caracteres de naciones. Tipologías ingenuas de caricaturas de periódico. Distinto de la moral con la que se sacude la injusticia diaria, el ideal se proyecta en el tiempo como la esperanza de una conjunción mágica, alquimia de los procesos sociales. Además de residir en lo inconcluso, como quien juega Candy Crush, el ideal ubica al Némesis de cada quien, dialoga en tanto se sustrae de cierta población. Quizá el poeta no exageraba cuando decía que la palabra raza, para referirse a los humanos, ya no era representativa.

¿A qué adscribir nuestro ánimo, entonces? ¿Nuestro impulso cuestionador? Ahora que se nos ha dado el poder ¿Dónde la sede militante de las lloviznas de una tarde de septiembre? ¿Los cuarteles generales? En el lugar sin ideal la preocupación es conseguir el tiempo para entenderlo. Pedirle al mundo que conceda la contemplación estática. Shazam. Y entenderlo.
Que ahí, pues, en cualquier conversación de pasillo, cualquier terror sobreactuado, cualquier injusticia que pica como muesca de zancudo sobre la superficie del arte, de las ciencias, de los oficios, de los quehaceres, ahí cruje el hombre como una sombra asustadiza. Un alucinado, que prefigura la cristalización de un sueño con exquisito disimulo de su histeria. Una voluntad de traje que lleva los escudos de las causas sobre la visión del horizonte extendido sobre el océano azul…


Alberto Parra

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barbarismos

barbarismos
El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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las cosas como son II

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