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viernes, 23 de diciembre de 2016

MÁS ALLA DEL BIEN Y DEL MAL: LA MORAL DEL INMORALISTA O EL CULTO AL «GRAN ESTILO»

"Chí cheñór"

Muchos intérpretes de Nietzsche, especialmente los más recientes, han cometido un enorme error al interpre­tar su pensamiento, un error que me gustaría que evita­ras: han dado por sentado con demasiada ligereza que lo que Nietzsche proponía para hacer la vida más libre y ale­gre era rechazar las fuerzas reactivas para dejar vivir sólo a las activas, y así liberar lo sensorial y el cuerpo «rechazan­do la seca y fría razón».

Efectivamente, este razonamiento puede parecer muy «lógico» a primera vista. Sin embargo, este tipo de «solu­ción» es el arquetipo de lo que Nietzsche entiende por «ig­norancia». ¡Es evidente que descartar las fuerzas reactivas lleva­ría a sumergirse en una forma diversa de reacción, al negar, a su vez, otro aspecto de lo real! Por tanto, lo que nos invita a bus­car no es una suerte de anarquía, de liberación del cuer­po o de «liberación sexual». Todo lo contrario, lo que propone es una intensificación y jerarquización tan fuer­te que permita la existencia de las múltiples fuerzas que constituyen la vida.

Esto es lo que Nietzsche denomina el «gran estilo».

Y es con esta idea en la cabeza como debemos adentrar­nos en el corazón de la moral del inmoralista.

No debemos olvidar que resulta algo paradójico querer encontrar una moral en Nietzsche, al igual que lo es pre­guntarnos por la naturaleza de su theoria. Acuérdate, ya hemos hablado de cómo Nietzsche rechaza violentamente todo proyecto de mejora del mundo. Por otra parte, todo el mundo sabe, aún sin ser un gran lector de sus obras, que se le suele tener por el «inmoralista» por excelencia, que nun­ca dejó de arremeter contra la caridad, la compasión y el al­truismo en todas sus formas, cristianas o no.

Como ya te he dicho, Nietzsche detesta la noción de ideal, él es, por ejemplo, de los que no comulgan con las primeras manifestaciones de un humanitarismo moder­no tras el que sólo percibe un débil aroma a cristianismo:

Proclamar el amor universal a la humanidad [escribe él en este contexto] supone, en la práctica, dar preferencia a todo lo que es sufrimiento, desgracia, degeneración. [...] Lo que conviene a la especie es que la desgracia, la debili­dad y la degeneración perezcan.

A veces, su pasión anticaritativa, incluso su gusto por la catástrofe, se convierte en un franco delirio. Según refieren personas cercanas a él, no pudo contener su alegría cuando supo que un terrible temblor de tierra había destruido algu­nas casas en Niza, una ciudad que le gustaba visitar pero, ¡ay!, el desastre fue menor de lo previsto. Afortunadamente, algún tiempo después, se pudo desquitar cuando se enteró de que un gran cataclismo había devastado la isla de Java:

Doscientos mil años destruidos de golpe —decía a su amigo Lanzky—, ¡es magnífico! (sic). [...] Lo que hubiera venido bien hubiera sido una destrucción radical de Niza y de sus habitantes.

¿No parece un poco aberrante, por tanto, hablar de una «moral de Nietzsche»? Porque, por lo demás, ¿qué podría ofrecer en este campo? Si la vida no es más que un conjunto de fuerzas ciegas y desgarradas, si nuestros jui­cios de valor no pasan de ser emanaciones, más o menos decadentes quizá, pero en todo caso privadas de cual­quier tipo de significado, al margen de ser síntomas de nuestra calidad de seres vivos, ¿por qué esperar de Nietzsche la menor consideración ética?

Se puede extraer una hipótesis que ha seducido a cier­tos nietzscheanos de izquierdas, y que, por muy enloque­cida que parezca, le hace parecer peor de lo que era. Y es que algunos han deducido de modo bastante simplista el siguiente razonamiento: si de entre todas las fuerzas vita­les unas, las reactivas, son represivas, mientras que las otras, las activas, son emancipatorias, ¿no se trataría simplemen­te de anular las primeras en beneficio de las segundas? ¿No habría que declarar, en último término, que hay que proscribir todas las normas, que se ha de «prohibir prohi­bir», que la moral burguesa no es más que un invento de los curas y que hay que liberar, por fin, las pulsiones en juego en el arte, el cuerpo y la sensibilidad?

Hay quien así lo ha creído y quien aún lo cree. En el marco de las enloquecidas protestas de mayo de 1968 se ha querido leer a Nietzsche en este sentido. Como si fuera un rebelde, un anarquista, un apóstol de la liberación se­xual, de la emancipación del cuerpo.

Aunque no se comprenda bien su obra, basta con leer­la para constatar que esta hipótesis no sólo es absurda, sino que está en las antípodas de todo aquello que creía.

No deja de decir, alto y claro, que él es cualquier cosa me­nos un anarquista, como demuestra, entre otros escritos, este pasaje de su Crepúsculo:

Cuando el anarquista, como  vocero de  capas sociales deca­dentes de la sociedad, reclama, haciendo gala de una bella indignación, derecho, justicia o  igualdad de  derechos, lo hace sometido a la presión de  su propia incultura y demuestra que no es capaz de entender, en el fondo ,  por qué sufre, por qué es pobre en vida. Un instinto causal domina en él: alguien tie­ne que ser culpable de que él se encuentre mal... Esta «bella indignación» le hace bien en sí misma, es un auténtico placer para un pobre diablo poder lanzar injurias, de esta forma ex­perimenta una pequeña embriaguez de poder”.

Se puede criticar este análisis si se desea, pero lo que es imposible en cualquier caso es endosar a Nietzsche la pa­sión libertaria y las indignaciones juveniles de un mayo del sesenta y ocho que, sin duda alguna, habría considera­do una de las emanaciones por excelencia de lo que de­nominaba la «ideología del rebaño». 

Podemos, desde lue­go, discutir sobre ello, pero en ningún caso negar su aversión explícita hacia toda forma de ideología revolu­cionaria, ya fuera socialismo, comunismo o anarquismo. Tampoco cabe duda alguna de que la simple idea de la «liberación sexual» literalmente le horrorizaba. Esto es algo evidente teniendo en cuenta sus puntos de vista: un verdadero artista, un escritor digno de tal nombre debe intentar, ante todo, «economizarse». Es un tema desarro­llado hasta la saciedad en sus famosos aforismos sobre la «fisiología del arte». Ahí afirma que «la castidad es la eco­nomía del artista», que debe practicarla sin fisuras, puesto que «la fuerza que se emplea en la creación artística es la misma que se despliega en el acto sexual». Por lo demás, Nietzsche no encuentra palabras lo suficientemente du­ras contra el desenfreno de las pasiones que caracterizó la vida moderna tras el surgimiento, funesto desde su punto de vista, del romanticismo.

Como vemos, hay que leer a Nietzsche antes de hablar de él y de hacerle hablar.

LUC FERRY
Aprender a Vivir: Filosofía para mentes jóvenes.
2006

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

rojo 2

es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

las cosas como son

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