CAMBIO DE HÁBITOS EN EL CONSUMO
Por César Estabiel
Extraído de Rock de Lux 200
A todos nos vienen las mismas imágenes a la cabeza cuando nos citan el tópico de "sexo, drogas y rock'n'roll". En los sesenta, con el marco de las libertades sexuales y la creencia en otra realidad posible y al margen, el LSD nutría ese panorama donde cabía todo. En la siguiente década, la ilusión por un mundo mejor se venía abajo; y ante la evidencia política, social y bélica, la ingenuidad se convertía inicialmente en decepción (los primeros setenta) y luego en destrucción (el punk). Los opiáceos, como la heroína, se popularizaron como la válvula de escape ideal, fabricando paraísos artificiales en cuerpos desencantados. "La adicción no es una enfermedad, es una forma de vida", que sentenciara William S. Burroughs, se convertiría en lema latente de una generación que hizo del rock un lenguaje contracultural; unas señas de identidad que mutarían en los poco respetuosos ochenta. Patti Smith, Iggy Pop, Jimi Hendrix, Tim Buckley, Lou Reed, Marianne Faithfull... la combinación de rock y droga, fundamentalmente heroína, había convertido al artista en un Rimbaud actual, mientras el consumo de la misma acercaba al protagonista pasivo de esta historia (el público) a ese nirvana de malditismo y glamour.
Pero la heroína empieza a perder su encanto cuando en 1981 la comunidad médica consigue describir el primer caso de sida; luego llegarían los crecientes casos en homosexuales y heroinómanos. De ser la dama blanca pasa a ser la misma muerte. El malditismo del rock dejaba un aviso para futuras generaciones, como la de Kurt Cobain: la degradación del héroe era algo más que una pose. Pero a la heroína no hay quien la derrote, aunque es difícil imaginar que vuelva a alcanzar el protagonismo tan notable que tuvo en la música. La paranoia que provocó la desinformación sobre el sida en los ochenta la marginó, y su sitio de privilegio lo ocupó la cocaína, una sustancia engañosa: tiende a confundirse con una droga social pero no es más que un hermético potenciador del individualismo: se habla mucho pero no se escucha nada. La cocaína siempre había estado ahí, dependiendo más de situaciones coyunturales o del crecimiento económico nacional que de la propia ebullición social y juvenil. Nunca ha definido un modo de vida o de creación, pero siempre estará dispuesta a servir a la cada vez más agitada vida del artista.
En los últimos veinte años, el rock ha compartido protagonismo con la que es, posiblemente, la escena juvenil más solida de esta época. El éxito de la cultura del éxtasis no se debe simplemente a la popularidad del house ni a la aparición de las drogas de diseño, sino a la perfecta complementación entre ambas, apoyada por la logística tecnológica. Y adentro de las sustancias químicas, ha sido el MDMA, o éxtasis, el que se ha llevado la mayor gloria. Esta variante de las anfetaminas, sintetizada a principios del siglo pasado, se instaló rápidamente en el underground en 1985 gracias a la amplia cobertura informativa que recibió su prohibición. Desde entonces, las pastillas se han vuelto cada vez más indisociables de las sesiones de techno, como antes lo fuera el ácido en las concentraciones hippies o la marihuana en las parties jamaicanas. Y el rock, falto de una identidad global, empieza a participar de los sistemas de consumo y ocio del fenómeno dance, con Manchester como perfecto ejemplo de la cada vez más confusa línea entre una y otra escena.
Imágenes. Mitos. Héroes. La leyenda del rock ha venido oscureciéndose por parámetros opuestos. Sensaciones. Procesos. Anonimato. La llamada "democratización" de la música destruye la imagen del artista como epicentro de la cultura juvenil y trae consigo la dictadura de las sensaciones. Lo que antes era sexo libre, ahora se ha traducido en la búsqueda del placer continuado. Las drogas consiguen no sólo aportar lo deseado sino extenderlo. De las largas y eclécticas sesiones en el Paradise Garage que se describen en "Estado Alterado" (Alba Editorial, 2002), de Matthew Collin, hemos pasado a monótonas raves de fin de semana completo. Y en todas ha triunfado el MDMA. Su éxito ha sido absoluto, tanto por su condición de estimulante sensorial en una escena movida por el hedonimso como por la poca dificultad que supone fabricar una pastilla. Unos simples conocimientos químicos y un escueto laboratorio. Y eso, quizás, define la situación en que nos encontramos, con una oferta tóxica cada vez más confusa dirigida hacia un público muy poco selectivo. La pregunta es: ¿qué contiene realmente una pastilla? La respuesta es difícil de contestar, tanto como establecer hoy relaciones unívocas entre escenas musicales y sustancias dopantes.
7 NOVIAS PARA 7 HERMANOS*
Alcohol: GAVIN BRYARS / TOM WAITS "Jesus' Blood Never Failed Me Yet" (1993)
Cocaína: PRIMAL SCREAM "Exterminator" (2000)
Heroína: SPACEMEN 3 "The Perfect Prescription" (1987)
Ketamina: APHEX TWIN "Drukqs" (2001)
LSD: MERCURY REV "Boces" (1993)
Marihuana: FILA BRAZILLIA "Luck Be A Weirdo Tonight" (1997)
MDMA: ORBITAL "Orbital (2)" (1993)
* La asociación no implica que el artista haya compuesto el disco bajo los efectos de esa sustancia
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