Por DAVID ROCA BASADRE
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"
La corrupción es una manera de ser, y no va a dejar de ser por ahora
En una redada de la policía en Andahuaylas, buscando escolares faltones usualmente alojados en cabinas de internet, se toparon entre otros con un niño que no pasaba los siete años. Lo normal en tales casos es llevarlo donde sus padres o al colegio, y que se encarguen los que lo tienen a su cargo, ya sabrán ellos. Además de alguna sanción al propietario del establecimiento.
La portada de la revista local que me llegó con esta información, destacaba que el niño se había acercado a un policía, y que a cambio de no ser delatado a sus mayores, le ofreció dos soles como coima.
¿Precoz? Sin dudas. Pero los niños pocas veces tienen la malicia suficiente como para entender toda la gravedad de lo que hacen, y no debe haber sido diferente en este caso. Este niño hizo lo que ha visto hacer a personas adultas que tiene como referentes.
Recuerdo, de los años en que trabajé como educador con niños de barrios muy modestos, haber escuchado a colegas que hacían lo mismo pero con niños en la calle y de la calle, que muchos de estos, cercanos a la delincuencia cotidiana en sus zonas de vivienda, afirmaban con convicción que de mayores querían ser policías. La razón era para ellos evidente: “el policía es el que la lleva”.
Todas las veces que escucho hablar de la corrupción en la policía, y que he sido testigo de la misma como la mayoría de los peruanos, pienso que no se trata de que la policía sea una institución corrupta y que baste con reformarla, o reformularla. Sino que muchos de esos niños – o niñas – como el pequeño corruptor de Andahuaylas o alguno de los niños de la calle que quieren ser policía, finalmente lograron su objetivo. Y que a lo que aprendieron desde pequeños sobre la necesidad de ser ‘Pepe el vivo’ e imponerse por la fuerza para sobrevivir, le agregaron bastón, una placa, una pistola, y una manada.
Decir eso sobre la policía, es decirlo también sobre los jueces, los fiscales, y cuanto funcionario público con autoridad y poder uno se encuentre.
El otro lado de la moneda son, sin dudas, los aventajados empresarios grandes o pequeños que pagan salarios de hambre, no reconocen beneficios sociales, hacen trabajar horas en exceso que luego no reconocen, compran a inspectores laborales, ambientales, de defensa civil y de salud, y a vista y paciencia de todo el mundo, evaden el pago de impuestos y multas, y adquieren y renuevan residencias, autos de lujo, viajes y hasta yates con lo que dejaron de pagar a los que trabajan y al Estado. Pero nunca van presos. Es hablar del expolio de tierras ajenas en connivencia con las autoridades políticas, como una práctica que también les parece natural: eso vieron hacer a sus padres y abuelos, y bisabuelos, o – entre los llamados emergentes – eso vieron que les hicieron a sus ancestros. Lo que, para decirlo en términos jurídicos de moda, sentó jurisprudencia, antecedentes, moralidad a su manera: la del más fuerte.
Vamos a marchar… ¿y?
Salimos a las calles para pedir la vacancia de Kuczynski, salimos a las calles para pedir que despidan a jueces y otros magistrados, salimos a pelear contra la ley pulpín, contra el indulto al dictador, ¡tantas veces hemos salido a las calles!, venimos marchando desde hace años, mientras la ira se dilapida por tandas, por capítulos que harán imposible terminar de leer el libro entero. Obviamente porque la conducción de estas movilizaciones recae en sectores que no tienen mucho interés en cambiar las cosas, sino que reaccionan desesperados para que algo cambie y no cambie nada, luchando contra rivales en la misma orilla, tratando de reprimir el desborde de multitudes que podrían no solo hacer cambios de personas o de organigramas, sino renovaciones totales que a ellos les es imperioso impedir. Sus financiamientos extranjeros son, es verdad, transparentes pero no menos generadores de reales dependencias extrañas.
Para nadie es un secreto que la embajada norteamericana tiene injerencia en la vida política, discreta pero real, de casi todos los países de nuestro continente. En el Perú, incluso no tan discreta en tiempos de Kuczynski que hizo una reveladora descripción de su auto-percepción cuando llamó a América Latina “un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita y no le genera ningún problema” a los Estados Unidos. De hecho su alineamiento era grosero y sin escrúpulos ante cualquier servilismo.
Ese involucramiento fue también notorio cuando accedió Alberto Fujimori al gobierno, y despidió al equipo que lo acompañó en campaña, incorporó a otros ligados a las nuevas teorías económicas neoliberales, impuso el shock subsiguiente, sin colchón donde caer muerto, y se dieron las privatizaciones aceleradas, la destrucción – y despojo – de las empresas cooperativas, y todas las ventajas posibles para los grandes capitales extranjeros y dizque nacionales. MIentras se saqueaba las arcas fiscales, se perseguía, se acosaba a los opositores.
Desgastado, a Fujimori le bajó el dedo la población peruana harta de tanta mugre, y - consecuentemente - la embajada, el año 2000. Entonces, las fuerzas políticas pudieron encajar con el hartazgo del pueblo para arrojar al tirano y a su séquito. Las voces extrañas se apresuraron a acatar el coronamiento de Toledo, encargado – según propia confesión – de edificar el 2do piso del modelo económico impuesto con Fujimori. Y luego García y todos sus enjuagues, y luego Humala, y luego Kuczynski, continuaron en eterno retorno a 1990, manteniendo la misma idea central compartida entre izquierdas y derechas de avanzar al mundo globalizado, dejando de lado gentes, legado, territorio, identidad que se pierde en la uniformidad del mercado único.
¿Izquierdas? Sí, claro, he oído hablar a varios de "socialismo con globalización"...
Ya en la cárcel Fujimori, el sentimiento de desánimo generalizado ante el obvio fracaso del sistema económico impuesto, que sigue dejando a la población en la pobreza mientras cuatro gatos se enriquecen con extrema glotonería, permitió al fujimorismo volver a crecer en ausencia, jugando con la leyenda del triunfador contra el terrorismo y achacando el fracaso del sistema que ellos patentaron, a los otros. Eso se explica porque la manera de actuar y sentir del movimiento fujimorista empata muy bien con el que anima al niño coimero de Andahuaylas y sus referentes inmediatos, al sentir de los niños que aspiran a ser el que la lleva. Pragmatismo por encima de todo, inmediatismo sin importar nada más y a pesar de cualquier cosa, y pesimismo sobre cualquier posibilidad de salir de la pobreza. Agreguemos ningún obstáculo moral o ético para conseguir lo que se busca, y tenemos el perfil del perfecto fujimorista que, desafortunadamente, se parece al perfil de muchos peruanos más allá del activismo fujimorista.
Dueñas esas personas del poder político, mientras las grandes empresas puedan actuar de manera descontrolada, saquear territorio, jugar con los intereses bancarios, pagar los salarios que les dé la gana, ese poder político está autorizado, también, a hacer lo que le dé la gana si sabe guardar las apariencias.
Y seguimos marchando.
El fujimorismo es una manera de hacer política instalada desde 1990, que no es exclusiva de los activistas fujimoristas
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La trampa de la coyuntura
Lo que toca hacerse y no se hace, es mostrar con persistencia la extensión de las grietas, no caer en la trampa de la coyuntura para cada caso, como imponen los medios de comunicación, y entender así que las sucesivas crisis que hemos vivido son una sola circunstancia que hay que reconocer en su totalidad y en sus relaciones internas. Que la muerte de dos jovencitos quemados en un contenedor durante un incendio, no es un caso aislado sino la situación generalizada de las condiciones de trabajo en un país con 80% de informalidad laboral. Que no solo los jueces son corruptos sino todo el sistema de administración del Estado que hoy existe es corrupto, y es necesario cambiarlo, no simplemente remodelarlo. Que la destrucción de la Amazonía y de sus pueblos, y de los valles andinos y sus fuentes de agua, y la devastación del mar de Grau, y la sobre explotación de los valles costeños o su desaparición para urbanizar, son todo parte de una vetusta forma colonial de relacionarnos con el territorio como si fuera ajeno, pero que muchos pueblos ya están cuestionando con energía y constituyen por eso, con su rebeldía, una avanzada para proponer otra forma de vida.
O vemos la crisis general del sistema como una oportunidad para vivir bien a partir de asumir su resquebrajamiento, sin permitir un neo-toledismo que prolongue al fujimorismo neoliberal durante tres décadas más, o aceptamos sin chistar esa cosmética que nos quieren imponer en cualquier estrado de la plaza San Martín, con la aquiescencia de los que opinan desde las tribunas mediáticas. Los dados están sobre la mesa.
La voluntad política colectiva es también un dato de la realidad que falta reencontrar. Hay una movilización diferente, otra, que brota de la savia de la tierra y las venas de las gentes y que es diversa, pero aún dispersa, que tiene los argumentos y los instrumentos para plantar cara a las fuerzas de siempre, ligando sus decisiones a las de todos los pueblos que ya abrieron los ojos, y también de aquellos que desconfían aún de todo pero se cuestionan. A ese movimiento existente, le falta conducción política que sepa ser parte y no suplantarlo. Para voltear la tortilla, como dice la canción. Aunque para darle vigor a la tortilla, agregaríamos, hacen falta huevos.
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