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miércoles, 2 de octubre de 2019

Gran confusión sobre las “fake news”



por DANIEL ESPINOSA
Extraído de "Hildebrandt en sus trece"

La difusión de artículos periodísticos advirtiendo al mundo de las peligrosas “noticias falsas”, se ha vuelto un hecho cotidiano. El problema radica en que, sin un conocimiento de la rica historia de la propaganda, el concepto de “fake news” (noticias falsas), solo puede causar mayor confusión.
El planteamiento que se suele hacer de este fenómeno en la prensa incluye por lo menos un par de mentiras implícitas, no expresadas textualmente sino solo sugeridas (las más peligrosas): primero, que las democracias modernas –occidentales, se entiende–, no producen “noticias falsas” o, para decirlo correctamente, no hacen propaganda. Este sería el recurso de oscuras dictaduras y gobiernos autoritarios. Segundo, que internet, y más específicamente, las redes sociales, trajeron consigo este indeseable colateral; de manera que es un fenómeno de nuestros tiempos, una novedad.
La realidad, ignorada por muchos de los escriben sobre “fake news” como quien toca el tema de turno, es que la propaganda, que podría incluir entre sus muchas herramientas a las noticias falsas (pero no, como veremos), tiene una rica e interesante tradición en la democracia occidental.
Para la propaganda, la información –o la noticia– es útil o no lo es, pero eso no se define atendiendo a su veracidad o falsedad, sino a las circunstancias particulares y en relación al objetivo perseguido. La propaganda no difunde información para dar a conocer un hecho, sino para producir un efecto en el receptor. En suma, las “noticias falsas” no podrían ser más que una técnica dentro de un gran espectro de herramientas, por lo que separar esta figura de la práctica propagandística, en términos generales, es un grueso error.

La élite y la masa

Los líderes de la nación más influyente de nuestros tiempos, Estados Unidos, comprendieron en las primeras décadas del siglo pasado que, en democracia, la ciudadanía tenía que ser conducida por una élite de hombres “responsables”, a través de la manipulación psicológica. Por suerte para nosotros, los intelectuales involucrados no sintieron ninguna necesidad de ocultar sus reflexiones.
En el libro “Propaganda”, de 1928, Edward Bernays abre su disertación con estas palabras: “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este insospechado mecanismo social constituyen un gobierno en la sombra que es el verdadero poder que rige nuestro país”. La propaganda, decía el sobrino de Sigmund Freud, sería el “brazo ejecutivo” de este gobierno en la sombra. Bernays sería solo uno de los más famosos entre el ejército de intelectuales que coincidía en la idea de que una élite inteligente (ellos), debía gobernar, no ya a través de la anticuada coacción física sino a través de una forma bastante más sutil de autoritarismo.
Una década antes, un tal George Creel, empleado por el gobierno norteamericano para cambiar la opinión pública pacifista de su ciudadanía, de cara a la entrada de EEUU a la Primera Guerra mundial, describiría sus esfuerzos como “la aventura en publicidad más grande del mundo”, para la cual empleo “todos los medios a su disposición”. En esos tiempos, los de Woodrow Wilson, se empezaría a hablar de “hacer el mundo seguro para la democracia”, y toda esa hipocresía barata a la que estamos tan acostumbrados. Bernays saldría de las canteras del Comité de Información Pública de George Creel.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Harry Truman, presidente de EEUU entre 1945 y 1953, se plantearía el siguiente dilema: cómo convencer a la ciudadanía de que acepte incrementar sustancialmente el gasto militar del país, de manera que este pudiera conservar su enorme ventaja material sobre el resto del mundo. “En ausencia de una crisis real y continua –notaría uno de sus asesores políticos–, una dictadura, sin lugar a dudas, puede superar a una democracia en una carrera armamentista”.
Como observa el historiador Steven Casey, gran parte de la historiografía alrededor de la política exterior norteamericana luego de la Segunda Guerra Mundial sostiene que, “desde la Doctrina Truman en adelante, el presidente y sus consejeros creyeron que la mejor manera de producir apoyo popular para sus políticas de Guerra Fría consistía en ‘asustar de muerte a América’, usando una retórica recalentada que colocara la política exterior norteamericana en una ‘camisa de fuerza ideológica’, quizás iniciando un ‘pánico de guerra’ para ‘engañar a la nación’”.
Cualquier análisis que prescinda de este trasfondo histórico y sus fundamentales consecuencias solo puede terminar en resbalones y patinadas. Desgraciadamente, lo que encontramos hoy en día en la prensa con respecto a “fake news” no es de provecho para la sociedad, pero sí para los diarios y otros medios periodísticos, ya que aleja a la audiencia de los medios alternativos, percibidos –o representados–, como más cercanos al mundo de las “noticias falsas”. Vuelva ahora mismo al redil de los desacreditados medios tradicionales, parecen decir.

Otro “psicosocial”

El término “fake news”, con sus respectivas traducciones, no era usado en 2015. Si revisamos Google Trends, el servicio que mide la popularidad de los términos ingresados por los usuarios en el buscador más importante de internet, podremos verificar que el uso de este concepto se dispara en noviembre de 2016, coincidiendo con la victoria electoral de Donald Trump.
Y sucede que poco después de ese traumático desenlace, ocurrido el 8 de noviembre de 2016, la prensa corporativa norteamericana empezó a difundir cientos de informaciones, que rápidamente se difundieron por el mundo, sugiriendo que Trump había ganado la presidencia gracias a Vladimir Putin, el presidente de Rusia, quien habría puesto en funcionamiento varias operaciones psicológicas en favor del infame magnate convertido en candidato presidencial, entre ellas la emisión masiva de “fake news”.
Esta nueva campaña de miedo se nutriría de las ya acostumbradas versiones “oficiales” de los servicios de inteligencia norteamericanos, que rara vez muestran evidencias, y de fraudes transparentes como el “Steele Dossier”, un documento confeccionado por un exespía británico contratado por el Partido Demócrata de Hillary Clinton específicamente para embarrar a su rival y asociarlo con el gobierno ruso.
Desde entonces, el mismo gobierno estadounidense y sus varios aliados, junto a una plétora de organizaciones civiles afines, como el Atlantic Council, se dedican a “regular” el discurso en internet y las redes sociales. Como proponemos aquí, el término “fake news” se impuso sobre la opinión pública de manera completamente artificial, gracias a la presión y a la repetición ad nauseam de la prensa corporativa que, para casos como este, adopta una postura monolítica, un discurso único. El objetivo era conseguir un mejor control de lo que los ciudadanos expresamos en las redes.

La banalidad de las “fake news”

El papa habría votado por Trump; Trump, en compañía de prostitutas, orinó en una cama de hotel donde antes habría dormido Barack Obama; la azafata de una conocida aerolínea acostumbra tener relaciones sexuales con los pasajeros, al vuelo. En los raros casos en los que se nos ofrecen ejemplos, los especialistas en noticias falsas nos presentan este tipo de banalidades y anécdotas irrelevantes. ¿Qué sucede con la propaganda que tiene como consecuencia la guerra, la destrucción de sociedades y seres humanos? ¿Por qué esas “fake news” no son mencionadas? ¿Dónde está el caso de las famosas incubadoras kuwaitíes supuestamente vaciadas por soldados iraquíes, dejando morir a sus ocupantes, que instigó la primera Guerra del Golfo? ¿Dónde las armas de destrucción masiva de Sadam Husein? ¿Dónde figuran las gruesas mentiras que justificaron la destrucción del gobierno libio en 2011? ¿Qué ha pasado con todos los ataques químicos que se le adjudicaron a Bashar al-Assad durante la guerra en Siria, justo después de que los norteamericanos amenazaran con que el uso de ataques químicos constituiría la “línea roja” que el gobierno sirio no debía transgredir?
En lugar de alimentar la desinformación sobre cómo se nos manipula en democracia, debemos visitar a los grandes estudiosos de la propaganda, la práctica que nadie desea que aprendamos y que tenemos que explorar por nuestra cuenta si queremos comprender el mundo contemporáneo. Uno de esos estudiosos fue el filósofo y sociólogo francés Jacques Ellul, quien dejó para la posteridad profundas reflexiones al respecto: “proveer de motivaciones ideológicas colectivas que lleven al ser humano a la acción es exactamente la tarea de la propaganda”.
La propaganda, que se cuelga de nuestros más profundos deseos y pasiones, de nuestra autoimagen, es exitosa porque alivia momentáneamente algunas de las tensiones psíquicas producto de la enorme incoherencia de la sociedad que hemos creado, y la producida por el mar de información en el que nos sumergimos a diario. Como una droga. Usted es egoísta, no conoce la empatía, pero su sociedad insiste en que debe superar ese defecto y adquirir la virtud de la generosidad. Eso le produce tensión. Luego viene un tal Milton Friedman a contarle que “la avaricia y el egoísmo” son las fuerzas que hacen girar el mundo, que el pobre lo es por su propia dejadez… y ¡listo! La tensión ha sido eliminada con un sencillo eslogan propagandístico. Ahora usted puede dirigirse a la oficina con una sonrisa en la cara. Todo está bien.

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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

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pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

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