LOCURA GENIAL. Sartre, al que Vargas Llosa insulta hoy, fue el loco por excelencia. (De la portada de Introducing Sartre, de Philip Thody y Howard Read).
Desconfío de la cordura entendida como sometimiento y estoicismo de utilería.
Por César Hildebrandt.
7 de Octubre de 2006
Viene la cordura en manada y te lanza su discurso de orden : blablablá.
Viene en mancha la cordura disfrazada de tío, de MBA, de FOZ, de Cox, de Jockey Plaza, de estudio de abogados Olaechea, y te acribilla con su catecismo, su Popper y su Friedman.
La cordura te propone algo casi irresistible: el éxito.
Y el éxito tal como lo entiende la cordura es un viaje que comienza en la página social de Expreso y termina en el cuché de Cosas. El éxito es un aumento de gramaje y un salto al satinado.
¿Quieres eso?
Bueno, si lo quieres, tómalo. Pero después no te quejes.
Cuando le hayas echado suficiente orchata a tu sangre descubrirás que el éxito de los cuerdos es también un montón de corbatas y deudas, púlpitos y peajes, una mujer con ruleros roncando a la luz de neón de tus insomnios. (O un hombre hinchado de cerveza cogido del colchón como los náufragos).
Eso es también el éxito que quieren para ti. Que pertenezcas a los clubes de playa y a la Lima de los oidores. Y que tengas hijos que repitan tus silencios, zorros de la trepandanga. Y que tus nietos sean bises dinásticos de esos temblores.
¿Quieres eso?
La cordura gana casi siempre por unanimidad. Consiste en un adiestramiento del olvido. O sea, debes olvidar que el mundo podría cambiar, que no fue siempre este hervor de hormigas adictas a las figuritas. Debes olvidar tu cólera e integrarte. Y por último, debes olvidar que has olvidado.
Por eso desconfío tanto de la cordura entendida como sometimiento y convertida en estoicismo de utilería.
Por eso estaré siempre con los locos, los desaforados y los excéntricos. Los locos que quieren cambiar este mundo monstruoso, los desaforados que prefirieron el castigo, los excéntricos que despreciaron el poder.
La cordura susurra sensateces. El acatamiento del susurro se llama experiencia. El sarro de la cordura, con los años, se viste de frac.
Vargas Llosa, que fue un gran escritor hasta “Conversación en La Catedral”, devino cuerdo de capirote al paso del tiempo.
Chomsky es un loco maravilloso.
Y Sartre, al que Vargas Llosa insulta hoy, fue el loco por excelencia. Su mayor locura fue rechazar el Premio Nobel en 1964. Ese premio que el franquista Aznar ha reclamado para Vargas Llosa y que desvela hace tantos años a nuestro novelista.
Sí. Yo ya tenía cinco años de lector cuando eso sucedió. Sartre dejó plantados a los de la Academia. Sartre y su maravillosa trilogía: “ La edad de la razón”, “El aplazamiento”, “La muerte en el alma”. Sartre, esa máquina de pensar que rozaba lo sobrehumano, había convertido en desaire loco lo que hubiera podido ser una fiesta de chaqués.
Vargas Llosa dice ahora que la obra de Sartre es poco menos que ilegible y que es casi un plagio del estilo reseco y magistral de Dos Passos. Todos quienes hayan leído al loco Sartre comprenderán que lo de Vargas suena a despecho barriobajero: ni el Nobel está en su chequera (todavía), ni lo rechazaría. Y, además, a la edad actual de Vargas Llosa Sartre estaba con los estudiantes del 68. Es decir, seguía siendo el loco comprometido con el cambio de este mundo insostenible.
El cuerdo Vargas Llosa ha querido matar al loco Sartre.
Grande, enorme frustración: si hay algo relativamente inmortal en este mundo es la coherencia y la honestidad. Dos palabras ajenas a los cuerdos.
Porque el cuerdo Mario no podría suscribir lo que Sartre puso en el párrafo final de “Las palabras”, su autobiografía precoz : “lo que me gusta de mi locura es que me ha protegido, desde el primer día, contra las seducciones de la élite…”
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