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martes, 2 de noviembre de 2021

Managua, Nicaragua 1978: OPERACIÓN CHANCHERA



POR GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
para ABC


El plan parecía una locura demasiado simple. Se trataba de tomar el Palacio Nacional de Managua a pleno día, con solo veinticinco hombres, mantener en rehenes a los miembros de la Cámara de Diputados y obtener como rescate la liberación de todos los presos políticos. El Palacio Nacional, un viejo y desabrido edificio de dos pisos con ínfulas monumentales, ocupa una manzana entera con numerosas ventanas en sus costados y una fachada con columnas de partenón bananero hacia la desolada Plaza de la República.

Además del Senado en el primer piso y la Cámara de Diputados en el segundo, allí funcionan el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de Gobernación y la Dirección General de Ingresos, de modo que es el más público y populoso de todos los edificios públicos de Managua. Por eso hay siempre un policía con armas largas en cada puerta, dos más en las escaleras del segundo piso, y numerosos pistoleros de ministros y parlamentarios por todas partes. En horas hábiles, entre empleados y público, hay en los sótanos, las oficinas y los corredores no menos de tres mil personas. Sin embargo, la dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) no consideró que el asalto de aquel mercado burocrático fuera una locura demasiado simple, sino todo lo contrario: un disparate magistral.

En realidad, el plan lo había concebido y propuesto desde 1970 el veterano militante Edén Pastora, pero sólo se puso en práctica cuando se hizo demasiado evidente que Estados Unidos había resuelto ayudar a Somoza a quedarse en el trono de sangre hasta 1981. “Los que especulan con mi salud, que no se equivoquen”, había dicho el dictador después de reciente viaje a Washington. “Otros la tienen peor”, habría agregado, con una arrogancia muy propia de su carácter.

Tres empréstitos de cuarenta, cincuenta y sesenta millones de dólares se anunciaron poco después. Por último, el propio presidente Carter, de su puño y letra, rebasó la copa con una carta a Somoza en la cual lo felicitaba por una pretendía mejoría de los derechos humanos en Nicaragua. La Dirección Nacional del FSLN, estimulada por el ascenso notable de la agitación popular, consideró entonces que era urgente la réplica terminante, y ordenó que se pusiera en práctica el plan congelado y tantas veces aplazado durante ocho años. Como se trataba de secuestrar a los parlamentarios del régimen, se le puso a la acción el nombre clave de “Operación Chanchera”. Es decir: el asalto a la casa de los chanchos (cerdos).


Militantes probados


La responsabilidad de la operación recayó sobre tres militantes bien probados. El primero fue el hombre que la había concebido y que había de comandarla, y cuyo nombre real parece un seudónimo de poeta en la propia patria de Rubén Darío: Edén Pastora. Es un hombre de cuarenta y dos años, con veinte de militancia muy intensa y con una decisión de mando que no logra disimular con su estupendo buen humor. Hijo de un hogar conservador, estudió el bachillerato con los jesuitas, y luego hizo tres años de medicina en la Universidad de Guadalajara, México. Tres años en cinco, porque varias veces interrumpió las clases para volver a las guerrillas de su país, y sólo cuando lo derrotaban volvía a la Escuela de Medicina. Su recuerdo más antiguo, a los siete años, fue la muerte de su padre, asesinado por la Guardia Nacional de Anastasio Somoza García. Por ser el comandante de la operación, de acuerdo con una norma tradicional del FSLN, sería distinguido con el nombre de “Cero”.

En el segundo lugar fue designado Hugo Torres Jiménez, un veterano guerrillero de treinta años, con una formación política tan eficiente como su formación militar. Había participado en el célebre secuestro de una fiesta de parientes de Somoza en 1974, lo habían condenado en ausencia a treinta años de cárcel y desde entonces vivía en Managua en la clandestinidad absoluta. Su nombre, igual que la operación anterior, fue el número “Uno”.

La número “Dos”, única mujer del comando, es Dora María Téllez, de veintidós años, una muchacha muy bella, tímida y absorta, con una inteligencia y un buen juicio que le habrían servido para cualquier cosa grande en la vida. También ella estudió tres años, de medicina en León. “Pero desistí por frustración”, dice. “Era muy triste curar niños desnutridos con tanto trabajo, para que tres meses después volvieran al hospital en peor estado de desnutrición. “Procede del Frente Guerrillero del Norte. “Carlos Fonseca Amador”. Desde enero de 1976 vivía en la clandestinidad.




Otros veintitrés muchachos completaban el comando. La dirección del FSLN los escogió con mucho rigor entre los más resueltos y probados en acciones de guerra de todos los comités regionales de Nicaragua, pero lo que más sorprende en ellos es su juventud. Omitiendo a Pastora, la edad promedio del comando era de veinte años. Tres de sus miembros tienen dieciocho.

Los veinticinco miembros del comando se reunieron por primera vez en una casa de seguridad de Managua, solo tres días antes de la fecha prevista para la acción. Salvo los tres primeros números, ninguno de ellos se conocía entre sí, ni tenían la menor idea de la naturaleza de la operación. Solo les habían advertido que era un acto audaz y con un riesgo enorme para sus vidas, y todos habían aceptado.

El único que había estado alguna vez dentro del Palacio Nacional era el comandante “Cero”, cuando era muy niño y acompañaba a su madre a pagar los impuestos. Dora María, la número “Dos” , tenía una cierta idea del Salón Azul, donde se reúne la Cámara de Diputados, porque alguna vez lo había visto en la televisión. El resto del grupo no sólo no conocía el Palacio Nacional, ni siquiera por fuera, sino que la mayoría nunca había estado en Managua. Sin embargo, los tres dirigentes tenían un plano perfecto dibujado con un cierto primor científico por un médico del FSLN, y desde varias semanas antes de la acción conocían de memoria los pormenores del edificio como si hubieran vivido allí media vida.

El día escogido para la acción fue el martes 22 de agosto, porque la discusión del Presupuesto Nacional aseguraba una asistencia más numerosa. A las 9.30 de la mañana de ese día, cuando los servicios de vigilancia confirmaron que habría reunión de la Cámara de Diputados, los veintitrés muchachos fueron informados de todos los secretos del plan y se les asignó a cada uno una misión precisa. Divididos en seis escuadrones de a cuatro, mediante un sistema complejo pero muy eficaz, a cada uno le correspondió un número que permitía saber cuál era su escuadra y su posición dentro de ella.


Fabuloso ingenio


El ingenio de la acción consistía en hacerse pasar por una patrulla de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería de la Guardia Nacional. De modo que se uniformaron de verde olivo, con uniformes hechos por costureras clandestinas en tallas medianas, y se pusieron botas militares compradas el sábado anterior en tiendas distintas. A cada uno le dieron un bolso de campaña con el pañuelo rojo y negro del FSLN, dos pañuelos de bolsillo por si sufrían heridas, un foco de mano, máscaras y anteojos contra gases, bolsas plásticas para almacenar el agua en caso de urgencias y bicarbonato para afrontar los gases lacrimógenos.

En la dotación general del comando había, además diez cuerdas de nylon de metro y medio para amarrar rehenes y tres cadenas con candados para cerrar por dentro todas las puertas del Palacio Nacional. No llevaban equipo médico porque sabían que en el Salón Azul había servicios y medicinas de urgencia. Por último se les repartieron las armas que de ningún modo podían ser distintas a las que usa la Guardia Nacional, porque casi todas habían sido capturadas en combate. El parque completo eran dos subametralladoras UZI, un G3, un M3, un M2, veinte fusiles Garand, una pistola Browning y cincuenta granadas. Cada uno disponía de trescientos tiros.

La única resistencia que opusieron todos fue a la hora de cortarse el cabello y afeitarse las barbas cultivada con tanto esmero en los frentes de guerra. Sin embargo, ningún miembro de la Guardia Nacional puede llevar cabellos largos ni barbas, y solo los oficiales pueden llevar bigotes. No había más remedio que cortar, y de cualquier manera, porque el FSLN no tuvo a última hora un peluquero de confianza. Se peluquearon los unos a los otros. A Dora María, una compañera resuelta, le trasquiló de dos tijeretazos su hermosa caballera de combate, para que no se ve viera que era mujer con la boina negra.

A las 11.50 de la mañana, con el retraso habitual, la Cámara de Diputados inició la sesión en el Salón Azul. Solo dos partidos forman parte de ella: el Liberal, que es el partido oficial de Somoza y el Partido Conservador, que hace el juego de la oposición legal.

Desde la gran puerta de cristales de la entrada principal se ve la bancada liberal a la derecha y la bancada conservadora a la izquierda. Al fondo, sobre un estrado, está la larga mesa de la Presidencia. Detrás de cada bancada hay un balcón para las barras de cada partido y una tribuna para los periodistas, pero el balcón de las barras conservadoras está cerrado desde hace mucho tiempo, mientras que el de los liberales está abierto y siempre muy concurrido por partidarios a sueldo. Aquel martes estaba más concurrida que de costumbre y había además unos veinte periodistas en la tribuna de prensa. Asistían casi todos los diputados y dos de ellos valían su peso en oro para el FSLN: Luis Pallais Debayle, primo hermano de Anastasio Somoza, y José Somoza Abrego, hijo del general José Somoza, que es medio hermano del dictador.

El debate sobre el presupuesto había comenzado a las 12.30 cuando dos camionetas Ford, pintadas de verde militar con toldos de lona verde y bancas de madera en la parte posterior, se detuvieron al mismo tiempo frente a las dos puertas laterales del Palacio Nacional. En cada una de las puertas, como estaba previsto, había un policía armado con una escopeta, y ambos estaban bastante acostumbrados a su rutina, para darse cuenta de que el verde de las camionetas era mucho más brillante que el de la Guardia Nacional. Rápidamente, con ruidosas órdenes militares, de cada una de las camionetas descendieron tres escuadras de soldados.

El primero que bajó fue el comandante “Cero”, frente a la puerta oriental, seguido por tres escuadras. La última estaba comandada por la número “Dos”: Dora María. Tan pronto como saltó a tierra, “Cero” gritó con su voz recia y bien cargada de autoridad: “¡Apártense! ¡Viene el jefe!”

El policía de la puerta se hizo a un lado de inmediato y el “Cero” dejó a uno de sus hombres montando guardia a su lado. Seguido por sus hombres subió la amplia escalera hasta el segundo piso, con los mismos gritos bárbaros de la Guardia Nacional cuando se aproxima Somoza, y llegó hasta donde estaban otros dos policías con revólveres y bolillos. “Cero” desarmó a uno y la “Dos” desarmó al otro con el mismo grito paralizante: “¡Viene el jefe!”

Allí quedaron apostados otros dos guerrilleros. Para entonces, la muchedumbre de los corredores había oído los gritos, había visto a los guardias armados, y había tratado de escapar. En Managua es casi un reflejo social: cuando llega Somoza todo el mundo huye.

“Cero” llevaba la misión específica de entrar en el Salón Azul y mantener a raya a los diputados, sabiendo que todos los liberales y muchos de los conservadores estaban armados. La “Dos” llevaba la misión de cubrir esa operación frente a la gran puerta de cristales, desde donde dominaba, abajo, la entrada principal del edificio. A ambos lados de la puerta de cristales había previsto encontrar dos policías con revólveres. Abajo, en la entrada principal, que era una verja de hierro forjado, había dos hombres armados con una escopeta y una subametralladora. Uno de ellos era un capitán de la Guardia Nacional.

“Cero” y la “Dos”, seguidos por sus escuadras, se abrieron paso por entre la muchedumbre despavorida hasta la puerta del Salón Azul, donde se llevaron la sorpresa de que uno de los policías tenía una escopeta. “¡Viene el jefe!”, volvió a gritar “Cero” y le arrebató el arma. El “Cuatro” desarmó al otro, pero los agentes fueron los primeros en comprender que aquello era un engaño, y escaparon por las escaleras hacia la calle. Entonces los dos guardias de la entrada dispararon contra los hombre de la “Dos”, y estos respondieron con una descarga de fuego cerrado. El capitán de la Guardia Nacional quedó muerto en el acto, y el otro guardia quedó herido. La entrada principal, por el momento, quedó desguarnecida, pero la “Dos” dejó a varios hombres tendidos para protegerla.

Al oír los primeros tiros, como estaba previsto, los sandinistas apostados en las puertas laterales desarmaron y pusieron en fuga a los policías, cerrando las puertas por dentro con cadenas y candados y corrieron a reforzar a sus compañeros por entre una muchedumbre que corría sin dirección acosada por el pánico.

La “Dos”, mientras tanto, pasó de largo frente al Salón Azul y llegó hasta el extremo del corredor donde estaba el bar de los diputados. Cuando empujó la puerta con la carabina M1 dispuesta a disparar, solo vio un montón de hombres tendidos y apelotonados en la alfombra azul. Eran diputados dispersos que se habían tirado a tierra al oír los primeros disparos. Sus guardaespaldas, creyendo que en efecto se trataba de la Guardia Nacional, se rindieron sin resistencia.

“Cero” empujó entonces con el cañón del G3 la amplia puerta de vidrios esmerilados del Salón Azul, y se encontró con la Cámara de Diputados paralizada en pleno: cuarenta y nueve hombres lívidos mirando hacia la puerta con una expresión de estupor. Temiendo ser reconocido, porque algunos de ellos habían sido sus condiscípulos en la escuela de los jesuitas, “Cero” soltó ráfaga de plomo contra el techo y gritó : “¡La Guardia! ¡Todo el mundo a tierra!” Todos los diputados se tiraron al sueldo detrás de los pupitres salvo Pallais Debayle, que estaba hablando por teléfono en la mesa de la Presidencia y se quedó petrificado. Más tarde ellos mismos habían de explicar el motivo de su terror: pensaron que la Guardia Nacional había dado un golpe contra Somoza y que venían a fusilarlos.


Formación marcial


En el ala oriental del edificio el número “Uno” oyó los disparos cuando ya sus hombres habían neutralizado a los dos policías del segundo piso y él se dirigía hacia el fondo del corredor donde estaba el Ministerio de Gobernación. Al contrario de las escuadras de “Cero”, las del número “Uno” entraron en formación marcial y se iban quedando en el camino para cumplir las misiones asignadas.

La tercera escuadra, comandada por el número “Tres”, empujó la puerta del Ministerio de Gobernación, en el momento en que resonó en el edificio la ráfaga de plomo de “Cero”. En la antesala del Ministerio se encontraron con un teniente y un capitán de la Guardia Nacional, guardaespaldas del ministro, que al oír los disparos se aprestaban a salir. La escuadra de “Tres” no les dio tiempo a disparar. Luego empujaron las puertas del fondo y se encontraron en un despacho mullido y refrigerado, y vieron detrás del escritorio a un hombre de unos cincuenta y dos años, muy alto y un poco cadavérico que levantó las manos sin que nadie se lo ordenara. Era el agrónomo José Antonio Mora, ministro de Gobernación y sucesor de Somoza por designación del Congreso. Se rindió sin saber ante quién, aunque llevaba en el cinto una pistola Browning y cuatro cargadores repletos en los bolsillos.

El “Uno”, mientras tanto, había llegado hasta la puerta posterior del Salón Azul, saltando por encima de los montones de hombres y mujeres que estaban tirados en el suelo. Luego empujó a la puerta y se quedó estupefacto: vio a “Cero” caminando hacia la mesa de la presidencial, mientras gritaba improperios con su voz de trueno, pero no vio a nadie más en el recinto. El “Uno” tuvo la impresión instantánea de que todo había fracasado. Lo mismo le ocurrió a la “Dos”, que entró en ese momento por la puerta de cristales llevando con las manos en alto a los diputados que encontró en el bar. Solo al cabo de un instante se dieron cuenta de que el salón les pareció desierto porque los diputados estaban tirados en el suelo detrás de los pupitres.

Afuera, en ese instante, se oyó un breve tiroteo. “Cero” volvió a salir del salón y vio una patrulla de la Guardia Nacional al mando de un capitán, que disparaba desde la puerta principal del edificio contra los guerrilleros apostado frente al Salón Azul.”Cero” les lanzó una granada de fragmentación, y puso término al asalto. Un silencio sin fondo se impuso en el interior del enorme edificio cerrado con gruesas cadenas de acero, donde no menos de dos mil quinientas personas, pecho a tierra, se hacían preguntas sobre su destino. Toda la operación, como estaba previsto, había durado tres minutos exactos.


Un mal almuerzo


Anastasio Somoza Debayle, el cuarto de la dinastía que ha oprimido a Nicaragua por más de cuarenta años, conoció la noticia en el momento en que se sentaba a almorzar en el sótano refrigerado de su fortaleza privada. Su reacción inmediata fue ordenar que se disparara sin discriminación contra el Palacio Nacional.

Así se hizo, pero las patrullas militares no pudieron acercarse porque las escuadras sandinistas los rechazaban con un fuego intenso desde las ventanas de los cuatro costados. Durante quince minutos, un helicóptero pasó disparando ráfagas de metralla contra las ventanas y alcanzó a herir a un guerrillero en una pierna: el número “Sesenta y dos”.

Poco después, otra llamada de Pallais Debayle le informó a Somoza que el FSLN proponía como intermediarios a tres obispos nicaragüenses: monseñor Miguel Obando y Bravo, arzobispo de Managua, que ya había sido intermediario cuando ocurrió el asalto a la fiesta de somocistas en 1974; monseñor Manuel Salazar y Espinosa, obispo de León, y monseñor Leovigildo López Fitoria, obispo de Granada. Los tres, por casualidad, se encontraban en Managua en una reunión especial. Somoza aceptó. Mas tarde, también a instancias de los sandinistas, se unieron a los obispos los embajadores de Costa Rica y Panamá. Los sandinistas, por su parte, encomendaron la dura carga de las negociaciones a la tenacidad y el buen juicio de la número “Dos”.

Su primera misión, cumplida a las 2:45 de la tarde, fue entregarles a los obispos el pliego de condiciones. Pedían la libertad inmediata de todos los presos políticos, la publicación por todos los medios de los partes de guerra y de un comunicado político adjunto, el retiro de agentes armados a más de trescientos metros del Palacio Nacional, aceptación de todo cuanto pedían los empleados en huelga del gremio hospitalario, diez millones de dólares y garantías para que el comando y los presos liberados viajaran a Panamá una vez logrado el acuerdo. De modo que las conversaciones empezaron el mismo martes, continuaron toda la noche y culminaron el miércoles hacia las seis de la tarde. En ese lapso, los negociadores estuvieron cinco veces en el Palacio Nacional, una de ellas a las 3 de la madrugada del miércoles, y en realidad no parecía vislumbrarse un acuerdo en las primeras veinticuatro horas.


Lectura del comunicado


La petición de que se leyeran por radio los partes de guerra y un largo comunicado político que el FSLN había preparado, de antemano resultaba inaceptable para Somoza. Pero otra le resultaba imposible: la liberación de todos los presos que estaban en la lista. En realidad, en esa lista se habían incluido, con toda intención, veinte presos sandinistas que sin duda habían muerto en las cáceles, víctimas de torturas y ejecuciones sumarias, pero que el gobierno se negaba a reconocer.

Somoza envió al Palacio Nacional tres respuestas escritas impecablemente en máquina eléctrica, pero todas sin firmas y redactadas en un estilo informal plagado de ambigüedades astutas. Nunca hizo una contrapropuesta sino que trataba de eludir las condiciones de los guerrilleros. Desde el primer mensaje fue evidente que quería ganar tiempo, convencido de que veinticinco adolescentes no serían capaces de mantener a raya por mucho tiempo a más de dos mil personas acosadas por la ansiedad, el hambre el sueño. Por eso su primera respuesta a las 9 de la noche del martes fue un desplante olímpico que pedía veinticuatro horas para pensar.

Sin embargo, en su segundo mensaje, a las 8.30 de la mañana del miércoles, había cambiado la arrogancia por las amenazas, pero empezaba a aceptar condiciones. La razón parecía clara: los negociadores habían recorrido el Palacio Nacional a las 3 de la madrugada y habían comprobado que Somoza se equivocaba en sus cálculos. Los guerrilleros habían desalojado por iniciativa propia a las pocas mujeres embarazadas y a los niños, habían entregado por medio de la Cruz Roja a los militares muertos y heridos, y el ambiente en el interior era ordenado y tranquilo. En el primer piso, en cuyas oficinas se habían concentrado los empleados subalternos, muchos dormían en paz en sillones y escritorios y otros se dedicaban pasatiempos inventados. No había la menor señal de hostilidad, sino todo lo contrario, contra los muchachos uniformados que cada cuatro horas hacían una inspección del recinto. Más aún; en algunas de las oficinas públicas habían preparado café para ellos, y muchos de los rehenes les habían expresado su simpatía y solidaridad, incluso por escrito, y habían pedido permanecer allí de todos modos como rehenes voluntarios.

En el Salón Azul, donde habían concentrado a los rehenes de oro, los negociadores habían podido observar que el ambiente era tan sereno como en el primer piso. Ninguno de los diputados había ofrecido la menor resistencia, los habían desarmado sin dificultad y a medida que pasaban las horas se notaba en ellos un rencor creciente contra Somoza por la demora de los acuerdos. Los guerrilleros, por su parte, se mostraban seguros y bien educados, pero también muy resueltos. Su réplica a las ambigüedades del segundo documento fue terminante: si dentro de cuatro horas no habían respuestas definitivas empezarían a ejecutar rehenes.

Somoza debió comprender entonces la vanidad de sus cálculos y concibió el temor de una insurrección popular, cuyos síntomas comenzaban a vislumbrarse en distintos lugares del país. De modo que a la 1:30 de la tarde del miércoles, en su tercer mensaje, aceptó la más amarga de las condiciones: la lectura del documento político del FSLN a través de todas las emisoras del país. A las seis de la tarde, después de dos horas y media, la transmisión había terminado.


Signos de capitulación


Aunque todavía no se llegaba a ningún acuerdo, la verdad parece ser que Somoza estaba dispuesto a capitular desde el mediodía del miércoles. En efecto, a esa hora los presos de Managua habían recibido órdenes de preparar sus maletas para viajar. La mayoría estaba enterada de la acción por los propios guardianes, y muchos de éstos, en distintas cárceles, les expresaron sus simpatías secretas. En el interior del país, los presos políticos estaban siendo conducidos a Managua desde mucho antes de que se vislumbrara un acuerdo.

A esa misma hora, los servicios de seguridad de Panamá le informaron al General Omar Torrijos que un funcionario nicaragüense de mediano nivel quería saber si él estaría dispuesto a enviar un avión para los guerrilleros y los presos liberados. Torrijos estuvo de acuerdo. Minutos después recibió una llamada del presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez, quien estaba muy al corriente de las negociaciones y notablemente preocupado por la suerte de los sandinistas, y quería coordinar con su colega de Panamá la operación del transporte. Esa tarde, el gobierno panameño alquiló un Electra comercial de la compañía COPA y Venezuela mandó un Hércules inmenso. Ambos aviones esperaron en el aeropuerto de Panamá, listos para despegar, el final de las negociaciones.



Culminaron, en realidad, a las 4 de la tarde del miércoles y a última hora trató Somoza de imponer a los guerrilleros un plazo de tres horas para abandonar el país, pero estos se negaron, por razones obvias, a salir de noche. Los diez millones de dólares fueron reducidos a quinientos mil, pero el FSLN decidió no discutir más, primero porque el dinero era de todos modos una condición secundaria, pero en especial porque los miembros del comando empezaban a dar peligrosas señales de cansancio después de dos días sin dormir y sometidos a una presión intensa. Los primeros síntomas, graves, los notó en sí mismo el comandante “Cero”, cuando descubrió que no lograba concebir la ubicación del Palacio Nacional dentro de la ciudad de Managua. Poco después, el número “Uno” le confesó que había sido víctima de una alucinación: creyó oír que pasaban trenes irreales por la Plaza de la República. Por último, “Cero” observó que la número “Dos” había empezado a cabecear y en un pestañeo instantáneo estuvo a punto de soltar la carabina. Entonces comprendió que era urgente terminar aquel drama que había de durar, minuto a minuto, cuarenta y cinco horas.

El jueves, a las 9.30 de la mañana, veinticinco sandinistas, cinco negociadores y cuatro rehenes abandonaron el Palacio Nacional con rumbo al aeropuerto. Los rehenes eran los más importantes: Luis Pallais Debayle, José Somoza, José Antonio Mora y el diputado Eduardo Chamorro. A esa hora, sesenta presos políticos de todo el país estaban a bordo de los dos aviones llegados de Panamá, donde todos habían de pedir asilo pocas horas después. Sólo faltaban por supuesto, los veinte que nunca más se podrían rescatar.

Los sandinistas habían puesto como condiciones finales que no hubiera militares a la vista ni ninguna clase de tráfico en la ruta del aeropuerto. Ninguna de las condiciones se cumplió, porque el gobierno ordenó a la Guardia Nacional salir a las calles para impedir cualquier manifestación de simpatía popular. Fue un intento vano. Una ovación cerrada acompañó el paso del autobús escolar, y la gente se echaba a la calle para celebrar la victoria, y una larga fila de automóviles y motocicletas, cada más numerosa y entusiasta, los siguió hasta el aeropuerto. El diputado Eduardo Chamorro se mostró asombrado de aquella explosión júbilo popular. El comandante “Uno”, que viajaba a su lado, le dijo con el buen humor de alivio: “Ya ve, esto es lo único que no se puede comprar con plata”.






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barbarismos

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El Comité empezó a ser acosado por la policía. Hipólito Salazar, que había fundado la Federación Indígena Obrera Regional Peruana, fue deportado. Urviola enfermó de tuberculosis y falleció el 27 de enero de 1925. Cuando enterraron a Urviola varios dirigentes de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo no pudieron asistir a su velatorio en el local de la Federación de Choferes, en la calle Sandia. El sepelio fue multitudinario. Los ejércitos particulares de los hacendados se dedicaron a quemar las escuelas que el Comité había abierto en diversos puntos del interior del Perú y persiguieron también a sus alumnos y profesores. Antes de la sublevación de Huancané de 1923, fusilaron a tres campesinos de Wilakunka solo porque asistían a una de estas escuelas. El año siguiente, durante una inspección que realizó a las comunidades de Huancané, el Obispo de Puno, Monseñor Cossío, constató la acción vandálica de los terratenientes que habían incendiado más de sesenta locales escolares. No contentos con quemar las escuelas que organizaba el Comité y asesinar a sus profesores o alumnos, los gamonales presionaron a las autoridades locales para que apresen a los delegados indígenas y repriman a los campesinos que los apoyaban. Entre 1921 y 1922, diversos prefectos y subprefectos perpetraron crímenes y atropellos. Hubo casos donde fueron los mismos gamonales los que se encargaron de asesinar a los delegados de la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Domingo Huarca, delegado de los comuneros de Tocroyoc, departamento del Cusco, quien había estado en Lima tramitando memoriales, fue brutalmente asesinado. Los gamonales primero lo maltrataron, después le sacaron los ojos y finalmente lo colgaron de la torre de una iglesia. Vicente Tinta Ccoa, del subcomité de Macusani, en Puno, que fue asesinado por los gamonales del lugar. En agosto de 1927, la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo dejó de funcionar luego que, mediante una resolución suprema, el gobierno de Leguía prohibió su funcionamiento en todo el país. Gran parte de la promoción de líderes indígenas que se forjó con la Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo engrosó los nuevos movimientos sociales que iban a desembocar en la formación del Partido Comunista y el Partido Aprista. Fueron los casos de Ezequiel Urviola, Hipólito Salazar y Eduardo Quispe y Quispe, que fueron atraídos por la prédica socialista de José Carlos Mariátegui; o de Juan Hipólito Pévez y Demetrio Sandoval, que se acercaron a Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista. En 1931, después del derrocamiento de Leguía y la muerte de Mariátegui, el Partido Socialista, convertido en Partido Comunista, lanzó la candidatura del indígena Eduardo Quispe y Quispe a la Presidencia de la República. HÉCTOR BÉJAR.

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realismo capitalista peruano, ¡ja, ja!

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es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo

En tercer lugar, un dato: una generación entera nació después de la caída del Muro de Berlín. En las décadas de 1960 y 1970, el capitalismo enfrentaba el problema de cómo contener y absorber las energías externas. El problema que posee ahora es exactamente el opuesto: habiendo incorporado cualquier cosa externa de manera en extremo exitosa, ¿puede todavía funcionar sin algo ajeno que colonizar y de lo que apropiarse? Para la mayor parte de quienes tienen menos de veinte años en Europa o los Estados Unidos, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya ni siquiera es un problema. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Jameson acostumbraba a detallar con horror la forma en que el capitalismo penetraba en cada poro del inconsciente; en la actualidad, el hecho de que el capitalismo haya colonizado la vida onírica de la población se da por sentado con tanta fuerza que ni merece comentario. Sería peligroso y poco conducente, sin embargo, imaginar el pasado inmediato como un estado edénico rico en potencial político, y por lo mismo resulta necesario recordar el rol que desempeñó la mercantilización en la producción de cultura a lo largo del siglo XX. El viejo duelo entre el détournement y la recuperación, entre la subversión y la captura, parece haberse agotado. Ahora estamos frente a otro proceso que ya no tiene que ver con la incorporación de materiales que previamente parecían tener potencial subversivo, sino con su precorporación, a través del modelado preventivo de los deseos, las aspiraciones y las esperanzas por parte de la cultura capitalista. Solo hay que observar el establecimiento de zonas culturales «alternativas» o «independientes» que repiten interminablemente los más viejos gestos de rebelión y confrontación con el entusiasmo de una primera vez. «Alternativo», «independiente» yotros conceptos similares no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, se trata de estilos, y de hecho de estilos dominantes, al interior del mainstream.
Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. El impasse que lo dejó paralizado es precisamente el que había descripto Jameson: como ocurre con la cultura posmoderna en general, Cobain se encontró con que «los productores de la cultura solo pueden dirigirse ya al pasado: la imitación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura que es hoy global». En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista. Cuando murió, el rock ya estaba comenzando a ser eclipsado por el hiphop, cuyo éxito global presupone la lógica de la precorporación a la que me he referido antes. En buena parte del hip hop, cualquier esperanza «ingenua» en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la «realidad». «En el hip hop», escribió SimonReynolds en su ensayo de 1996 para The Wire :
«Lo real» tiene dos significados. En primer lugar, hace referencia a la música auténtica que no se deja limitar por los intereses creados y se niega a cambiar o suavizar su mensaje para venderse a la industria musical. Pero «real» también es aquella música que refleja una «realidad» constituida por la inestabilidad económica del capitalismo tardío, el racismo institucionalizado, la creciente vigilancia y el acoso sobre la juventud de parte de la policía. «Lo real» es la muerte de lo social: es lo que ocurre con las corporaciones que, al aumentar sus márgenes de ganancia, en lugar de aumentar los sueldos o los beneficios sociales de sus empleados responden […] reduciendo su personal, sacándose de encima una parte importante de la fuerza de trabajo para crear un inestable ejército de empleados freelance y demedio tiempo, sin los beneficios de la seguridad social.


MARK FISHER.

perú post indie

Haz el ejercicio de pasear una tarde por la plaza del Cuzco, siéntate a la vera de su fuente y distinguirás entre cuzqueños, entre las decenas de argentinos hippies (muchos realmente insoportables), unos cuantos chilenos y de esa pléyade de "gringos" -que vienen dispuestos a ser estafados, bricheados, etc-, a unos curiosos especímenes: los limeños.
Contrariamente a lo que creemos los hijos de esta tierra, lo primero que nos delatará será nuestro "acento". Sí, querido limeño, tenemos acento, un acentazo como doliente, como que rogamos por algo y las mujeres, muchas, además un extraño alargamiento de la sílaba final. Pero lo que realmente suele llamarme la atención es la manera como nos vestimos para ir al Cuzco, porque, el Cuzco es una ciudad, no el campo. Tiene universidades, empresas, negocios, etc. Siin embargo, casi como esos gringos que para venir a Sudamérica vienen disfrazados de Indiana Jones o su variante millenial, nosotros nos vestimos como si fuésemos a escalar el Himalaya. Ya, es verdad que el frío cuzqueño puede ser más intenso que el de la Costa -aunque este invierno me esté haciendo dudarlo- pero echa un vistazo a todo tu outfit: la casaca Northfake, abajo otra chaquetilla de polar o algo así de una marca similar, las botas de montañista, tus medias ochenteras cual escarpines, todo...
Y es que esa es la forma como imaginamos la Sierra: rural, el campo, las montañas, aunque en el fondo no nos movamos de un par de discotecas cusqueñas. Es decir, bien podrías haber venido vestido como en Lima con algo más de abrigo y ya; pero no, ir al Cuzco, a la sierra en general es asistir a un pedazo de nuestra imaginación geográfica que poco tiene que ver con nuestros hábitos usuales del vestido, del comportamiento, etc. Jamás vi en Lima a nadie tomarse una foto con una "niña andina" como lo vi en Cuzco y no ha sido porque no haya niños dispuestos a recibir one dollar por una foto en Lima, pero es que en Cuzquito (cada vez que escucho eso de "Cuzquito" me suda la espalda) es más cute. Ahora, sólo para que calcules la violencia de este acto, ¿te imaginas que alguien del Cuzco -Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o hasta de Chimbote- viniese y te pidiera tomarse una foto con tu hijita, tu sobrino, o lo que sea en Larcomar para subirlo a Instagram o al Facebook? ¿Hardcore, no?


FRED ROHNER
Historia Secreta del Perú 2

as it is when it was

sonido es sonido

sonido es sonido

pura miel

nogzales der wil

RETROMANÍA

"...Pero los 2000 fueron también la década del reciclado rampante: géneros del pasado revividos y renovados, material sonoro vintage reprocesado y recombinado. Con demasiada frecuencia podía detectarse en las nuevas bandas de jóvenes, bajo la piel tirante y las mejillas rosadas, la carne gris y floja de las viejas ideas... Pero donde lo retro verdaderamente reina como sensibilidad dominante y paradigma creativo es en la tierra de lo hipster, el equivalente pop de la alta cultura. Las mismas personas que uno esperaría que produzcan (en tanto artistas) o defiendan (en tanto consumidores) lo no convencional y lo innovador: ese es justamente el grupo más adicto al pasado. En términos demográficos, es exactamente la misma clase social de avanzada, pero en vez de ser pioneros e innovadores han cambiado de rol y ahora son curadores y archivistas. La vanguardia devino en retaguardia." SIMON REYNOLDS Retromanía

kpunk

No olvidar qué somos.

No olvidar qué somos.
Llegó Julio, mes patrio. Y con él, vuelven las viejas preguntas de cuándo se jodió el país. Carátula del tratado anónimo atribuido a Mariano Machado de Chaves, "Estado político del reino del Perú”, de 1747 (citado por Alfonso Quiroz en "Historia de la corrupción en el Perú", 2013).

las cosas como son

las cosas como son

Joe says

"En un principio los "rockeros" ,no eran funcionales a los gobiernos de turno.., de echo el rock se caracterizo por ser una contracultura a todo eso, sin importar kien fuese el ladron en el sillón .., pero con el pasar de los tiempos y el amiguismo a cambio de favores, la bancada de viajes a festivales al exterior ,los hospedajes gratuitos en hoteles y miles de mierdas mas a cambio de no hablar mal del k este de turno, es lo k hizo k hoy en dia el político y el rockero se peinen juntos para la foto. Los k estámos afuera de eso, somos "odiadores o envidiosos" , según el criterio de muchos (publico) k SI hablan x hablar y defienden a kienes ni saben pk están en donde están. Vuelan ,giran , comen y beben gracias a los impuestos ke les pagan odiadores como yo 😁 Siempre voy a elegir no cerrar mi maldita boca y solo conseguir con esto k se me cierren mil puertas y ke me odien y me corten la cara mil veces más , prefiero eso a ser un careta. Hablando d esto ..¿vieron el documental de NICHETO??) ..,estaba esperando k alguien la tire, pero ya fue .., yo ya me prendí fuego 🔥 hace rato .., así k la tiro yo , total una mancha más al tigre k le hace?.. me importa un huevo lo k piensen de mi y k me desfenestren ,como se k lo van a hacer después de este posteo 🙂.., me kedo con la primer época aquella en la k no se compartía la foto.. INDIE fuertes , indie esto , indie otro blsbla ,ESO NO ES INDIPENDENCIA , eso es amiguismo puro y propaganda pagada x mi bolsillo y x el de muchos miles de otros ke muchas veces e irónicamente ,no tienen un mango ni para cargar la sube para ir a tocar, o ni pueden cambiar su encordado x uno nuevo k no les corte los dedos, etc) Vengan de a uno o d a miles.. me chupa un huevo - repito. También espero ver kien respalda lo k digo , pk según tengo entendido serian muchos. NO SEAN CARETONES!! 👊 Los tiempos cambiaron, es hora de empezar a hablar con la verdad y decir las cosas como son. Y sino de ultima k la guita de cultura se reparta para todos los miles de trabajadores de la música y no solo para los amigos de los de turno no?.. A todo esto, x otro lado ¿cuando NICHETO fue aguante del under o lo k mierda sea ke intentan mentir en este documental de juguetería????" - JOE DIXEXION 2020

son!

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las cosas como son II

las cosas como son II

RADIO-ACTIVITY: EL MEDIO ES EL MENSAJE